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Esta obra nos sumerge en un mundo oscuro, tenebroso, sombrío.. Al que muchos llaman infierno.
La protagonista es una niña llamada Anazareth, que recorre el infierno, pero no sola, sino acompañada de un demonio.
También existen otros personajes secundarios y demás, tales como demonios, brujas, espectros, entre otrs más.
Durante el éxodo de la novela se ven los condenados cumpliendo sus condenas, tal vez parecido a la novela del poeta italiano Dante Alighieri, titulada Divina Comedia -aunque solo sea infierno-.
La novela en su interior serán imagenes acompañadas de un texto narrativo, la cantidad de paginas todavía se desconoce, pero pronto sabremos más a fondo sobre esta novela..
Fragmento de la novela:
“¿Dónde estoy?”, se pregunta una y otra vez. Sin embargo, es mejor que no sepa la respuesta. Está en un mundo que no es mundo, en una vida que no es vida… en una muerte que no acaba de ser muerte.
Sola.
Indefensa.
Algunos dicen que es la frontera entre la vida y la muerte. Otros, el hogar de los marcados por el pecado original. El limbo acaricia con su suelo los delicados pies de la niñita y envuelve con bruma su ternura y su inocencia.
El color no existe, ni la calidez del sol, ni la suavidad de la brisa. Todo parece tan oscuro… tan ausente.
“¿Y las flores? ¿Serán reales las flores?”, se pregunta de nuevo la niña. Son tan bonitas, tan delicadas, que siente la necesidad de agacharse a coger con su manita una de esas diminutas florecillas del color del azabache. Alarga el brazo y, justo cuando su dedo índice acaricia levemente uno de los pétalos, la tierra comienza a temblar violentamente bajo sus pies.
El miedo aprieta con su garra su pequeño corazón. Anazareth grita, pero por su boca no sale sonido alguno. Anazareth trata de huir, pero sus músculos la obligan a permanecer allí, sola. Indefensa.
El suelo que hay frente a ella comienza a desaparecer y un enorme agujero negro se traga las hermosas flores. Alguien ha abierto las puertas del Averno y busca a la preciosa niña con carita de muñeca y ojos llenos de tristeza.
Una mano la llama. Una mano firme, capaz de trasmitirle la seguridad que ella no tiene.
Anazareth mira un instante hacia atrás, observa lo que la espera si decide declinar la oferta. Y piensa que un mundo que no es mundo no es nada. Y se cuestiona que si su vida ya no es vida, ¿por qué no dar cabida a la muerte?
La niña alarga el bracito con timidez. No sabe si hace bien, pero se siente tan sola, tan indefensa, que decide aceptar la oferta del único ser que se ha percatado de su inocencia.
Ella es preciosa. Sus ojos profundos y oscuros, labios finos y rosados… larga y
negra melena. Anazareth es hermosa como una muñeca; una niña que un día brilló
como una estrella y que, ahora, atesora en las cuencas de sus ojos una infinita
tristeza.
“¿Dónde estoy?”, se pregunta una y otra vez. Sin embargo, es mejor que no sepa la respuesta. Está en un mundo que no es mundo, en una vida que no es vida… en una muerte que no acaba de ser muerte.
Sola.
Indefensa.
Algunos dicen que es la frontera entre la vida y la muerte. Otros, el hogar de los marcados por el pecado original. El limbo acaricia con su suelo los delicados pies de la niñita y envuelve con bruma su ternura y su inocencia.
El color no existe, ni la calidez del sol, ni la suavidad de la brisa. Todo parece tan oscuro… tan ausente.
“¿Y las flores? ¿Serán reales las flores?”, se pregunta de nuevo la niña. Son tan bonitas, tan delicadas, que siente la necesidad de agacharse a coger con su manita una de esas diminutas florecillas del color del azabache. Alarga el brazo y, justo cuando su dedo índice acaricia levemente uno de los pétalos, la tierra comienza a temblar violentamente bajo sus pies.
El miedo aprieta con su garra su pequeño corazón. Anazareth grita, pero por su boca no sale sonido alguno. Anazareth trata de huir, pero sus músculos la obligan a permanecer allí, sola. Indefensa.
El suelo que hay frente a ella comienza a desaparecer y un enorme agujero negro se traga las hermosas flores. Alguien ha abierto las puertas del Averno y busca a la preciosa niña con carita de muñeca y ojos llenos de tristeza.
Una mano la llama. Una mano firme, capaz de trasmitirle la seguridad que ella no tiene.
Anazareth mira un instante hacia atrás, observa lo que la espera si decide declinar la oferta. Y piensa que un mundo que no es mundo no es nada. Y se cuestiona que si su vida ya no es vida, ¿por qué no dar cabida a la muerte?
La niña alarga el bracito con timidez. No sabe si hace bien, pero se siente tan sola, tan indefensa, que decide aceptar la oferta del único ser que se ha percatado de su inocencia.
(Clara Peñalver)
Más información sobre esta obra: http://www.verkami.com/projects/6139-anazareth-la-flor-del-infierno
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