Elfos.



El Origen de los Elfos.

Los elfos son un gran enigma dentro de la mitología nórdica; ya que dentro de sus leyendas, los elfos se desenvuelven casi al margen de los relatos; como los ecos de un mágico pasado que ha caído en desgracia. Afortunadamente para nosotros, el mito de los elfos jamás perdió del todo su antiguo esplendor: cedieron terreno ante otros seres mágicos, es cierto, pero sus sombras aún pueden sentirse como un susurro detrás del mito.

Nuestra visión sobre los Elfos ha cambiado enormemente en último siglo; en gran medida esto se debió a la monumental obra de Tolkien, quien devolvió a los elfos parte de su antigua nobleza. Otro autor a quien debemos cierto homenaje es a
Lord Dunsany, fantástico escritor del siglo XIX, en cuyas páginas abunda el esplendor élfico envuelto en la más honda melancolía. A los que hayan disfrutado "El Señor de los Anillos" les recomiendo la que es probablemente la mejor novela sobre elfos escrita por Dunsany; "The king of elflands daughter" (la hija del rey del país de los elfos).

Los elfos han resultado enigmáticos tanto para los mitógrafos como para los folkloristas. Sus apariciones en relatos son numerosas y sin embargo no siempre se destacan en papeles relevantes. Nuestra intención es jugar un poco a ser detectives, y descubrir; en la medida en que nuestra pobre capacidad nos lo permita, vislumbrar algo del misterio que envuelve el mundo élfico. Comencemos por analizar el origen de su nombre.
Llamados alf o alfa en islandés, elfor o ellefolk en escandinavia, elfvar en Suecia; elv para los daneses, alfvar, alf, alfar o alfr para los germanos; aelpen y aelf para los anglosajones. Todos estas nombres tienen sus cimientos en la raíz indoeuropea albho, "blanco, brillante, resplandeciente", aunque otros afirman que proviene de la voz nórdica "evele", con la que se denominaba a los hombres de rasgos delicados. Este punto es cuestionable, ya que este término es posterior a los primeros relatos conocidos sobre los elfos.
En los Eddas, los elfos ya aparecen con una clara distinción; los elfos de la luz (ljiosalfar), y los elfos oscuros (svartalf. De estos hablaremos en otro artículo). Los elfos de la luz habitan una región llamada Alfheim (casa de elfo) y a veces Ljiosalfheim (hogar de los elfos luminosos), es uno de los nueve mundos o planos; y se encuentra en el mismo nivel que la morada de los dioses (Valhal) y muy por encima de nuestro mundo o midgard (tierra media). Aquí los elfos son hermosos y brillantes, visten con finas telas y son bondadosos, aunque no muy dispuestos a tratar con los hombres. Alfheim era regido por un personaje no menos misterioso que los elfos. Su nombre es Frey, dios de la lluvia la fertilidad y del sol naciente.
Frey pertenecía a la raza de los Vanes, seres identificados con el mar, y tras algunas disputas, habitantes también del Valhal. Frey era el portador de la "espada de la victoria", que podía moverse sola y luchar en el aire, pero la abandonó para conquistar a Gerd, una gigante virgen. Frey posee también el jabalí de oro, regalo de los enanos; que podía correr como el más veloz corcel y cuyo resplandor lograba iluminar la noche más oscura.
Hay quienes ubican el Alfheim dentro de los círculos de la tierra, y para ello se basan en la saga de Ynglinga, en donde se dice que:
"El Alfheim en aquel momento era el nombre de la tierra entre el Raumelfr ("elfo de Raum) y el Gautrelf ("elfo de Gaut)"
Las palabras "en aquel momento", indican que el nombre de la región era arcaico u obsoleto para la época (siglo XIII); y el elemento elfr de los toponímicos es una palabra común para "río" y no para "elfo", como ha querido verse, corresponde al bajo alemán "elve", "río". De cualquier manera la saga de Ynglinga no es la única que hace referencia a un locación terrenal del Alfheim, ubicándola según algunos estudiosos en la provincia sueca de Bohuslan. En la saga de Vikingssonar de Thordsteins dice que aquellos ríos (El Raumelfr y el Gautrelf) fueron nombrados en honor del rey Alf el Viejo, quien durante una época fue señor allí, hasta se dice que tuvo amores con una elfo y de esta unión nacieron los más bellos humanos que hallan poblado la tierra del norte.
Volvamos ahora a Frey, rey de los elfos. Como dijimos pertenecía a la raza de los vanes, y es aquí donde tal vez encontremos algunas pistas menos complicadas que las interminables genealogías de las sagas. Mientras los Ases (los dioses) eran de carácter más bien beligerante, los Vanes eran amantes de la riqueza y el buen vivir, son los señores del placer, la prosperidad y la paz. Tenían un profundo conocimiento de las artes mágicas y eran capaces de predecir el futuro. Se decía que Freya (una vania) fue quién le enseñó la magia a los dioses. Practicaban la endogamia y el incesto, actividades que eran despreciadas por los dioses.
Esto derivó en grandes conflictos cuando los católicos intentaron convertir a los nórdicos, especialmente en las comunidades costeras, las cuales adoraban a los Vanes con especial fervor
Varios eruditos avalan la hipótesis de que los Eddas identifican a los Vanes con los elfos (alfr), es frecuente el hecho de que se intercambie a veces "Ases y Vanes" por "Ases y Alfes" cuando quieren referirse a todo el conjunto de dioses. Tanto los Vanes como los Elfos tenían potestad sobre la fecundidad, y este intercambio sugiere que tal vez los Vanes eran sinónimo de los Elfos. Si esto llegara a confirmarse con estudios más profundos, alumbraría con nueva luz el misterio de los Elfos; y los ubicaría en el noble lugar que una vez ocuparon , el de dioses.
En otros artículos discutiremos la posición de los Elfos en la poesía y en las leyendas populares.
Diremos para concluir este pobre análisis, que a pesar del poderoso trabajo de la iglesia por aplastar las creencias paganas, algunas lograron trascender el mero rito para convertirse en algo aún más sublime, fueron imaginación exenta de furor religioso, fueron poesía.





















Culto Élfico.
Los elfos son seres comunes en todos los países germánicos. Se los veneraba y se los temía. En Inglaterra treinta y cinco nombres propios dan cuenta de la importancia que tenían. El aspecto mágico o esotérico del culto a los elfos se revela mejor si observamos que la palabra para designar a la mandrágora (sagrada para los druidas) en antiguo alemán es: albrùn, "secreto de elfo"; incluso Tácito, en el primer siglo de nuestra era nos habla de una sacerdotiza germana llamada Albrùn. De hecho, cómo muestra de la importancia de los elfos para aquellos pueblos, una de las palabras nórdicas para "sol" era "alfrothul", "rayo élfico".
Con el tiempo, y en gran medida gracias al catolicismo, los elfo se van confundiendo con los enanos nórdicos, perdiendo sus atributos originales y adquiriendo otros, algunos no tan benéficos. Sabemos que hasta se llegó a ofrecerles sacrificios; como lo demuestra el escaldo Svghvad Thodarson, quien en el año 1018 le negó hospitalidad a un campesino que celebraba precisamente su culto a los elfos a través de sacrificios de animales.

La verdadera decadencia de los elfos proviene de la evangelización, y de la encarnizada lucha de la iglesia contra todo lo pagano; absorbiendo a su vez muchos seres míticos para transformarlos en santos con otros nombres, permitiendo al vulgo continuar con su adoración herética, a través de medios ya consagrados. El culto a los elfos no fue la excepción, fueron disminuyendo, tanto en tamaño como en popularidad, aunque el eco se su antigua grandeza todavía resuena en algunos poemas.











Elfos de la Oscuridad.

La definición "Elfos Oscuros" (svartalfr) hace su primera aparición en el
Edda en prosa; obra compilada por Snorri Sturlsson hacia el año 1220. Allí, Snorri intercambia a veces el término "enano" (dvargar) por el menos conocido "svartalfr". Aún hoy no se sabe con seguridad si el poeta se refería a los enanos o si se trata de una clase de seres que hasta aquel momento jamás habían sido nombrados. Dejando ese debate para mentes más despiertas, iniciemos (acaso con vuelo gallináceo, diría un amigo ciego) un pequeño paseo por el tenebroso inframundo.
Se cree que los elfos oscuros llegaron al mundo junto con los enanos; creciendo como gusanos que se alimentaban de la corrupta carne muerta del gigante Ymir. Para los mitólogos del siglo XIX los Svartalfr personificaban el sonambulismo y la pesadilla, el terror a la oscuridad nocturna. Así nos lo dice un exaltado X.B.Saintine:
"Durante el sueño inquieto de las noches más oscuras es el elfo negro quien dirige los movimientos del durmiente; vive dentro de él, piensa y siente por él. Le hace trepar sobre los muebles y hasta sobre los techos".
Veamos que tienen para decir los bestiarios medievales:
"Los elfos negros viven bajo tierra; son feos, de larga nariz y de un color negro sucio , aparecen sólo durante la noche, pues odian la luz del día, la cual temen. Su lengua es el eco de los parajes solitarios, y viven en cuevas y húmedas grietas..."
Así los describe Thomas Bulfinch en su "Edad de Oro del Mito y la Leyenda":
"...los Elfos Negros o de la Noche eran unas criaturas muy diferentes (de los elfos de la luz). Se trataban de feos enanos de largas narices color marrón sucio, que sólo aparecían de noche. Evitaban al sol como a su más mortal enemigo, ya que se convertían en piedras en cuanto sus rayos les alcanzaban. Su lenguaje era un solitario eco y su hogar las cuevas y cavernas. Se suponía que habían nacido cómo gusanos de la carne pútrida de Ymir y a los que, posteriormente, los dioses dotaron de forma humana y entendimiento. Poseían un notable conocimiento de los poderes de la naturaleza y de las runas, que ellos habían grabado. Eran los más hábiles artesanos entre todos los seres creados. Trabajaban especialmente los metales y la madera. Entre sus obras más sobresalientes se encontraba el Martillo de Thor y el barco Skidbladnir, que regalaron a Frey, y que era tan colosal que en él cabían todos los dioses con sus enseres de guerra, pero estaba construído tán magistralmente que podía doblarse y guardarse en un bolsillo..."
Pero lo que más ha perdurado en el inconsciente de la raza no es el Elfo Oscuro en sí, sino una de sus fechorías más temidas por la gente del campo, el robo de Los parientes de los elfos.
The kit of the elf folk, Lord Dunsany (1878-1957)

Soplaba el viento del Norte y de él fluía rojos y dorados los últimos días del otoño. Solemne y fría caía la tarde sobre los marjales. Todo estaba sumido en la quietud. Entonces la última paloma volvió a su casa de los árboles en tierra seca a la distancia, y su forma ya se había vuelto misteriosa en la niebla. Todo volvió a estar sumido en la quietud.

Cuando la luz iba desvaneciéndose y la niebla volviéndose más espesa, el misterio vino arrastrándose de todas partes. Entonces las verdes avefrías vinieron plañideras y se posaron todas. Y otra vez hubo silencio, salvo cuando una de las avefrías revoloteaba un trecho emitiendo el grito del descampado. Y acallada y silenciosa estuvo la tierra a la espera de la primera estrella. Entonces llegaron los patos y las maracas, bandada tras bandada: y toda la luz del día se desvaneció, salvo una franja roja sobre el horizonte. Sobre la franja aparecieron, negras y terribles, las alas de una bandada de gansos batiendo el aire de los marjales. También éstos descendieron entre los juncos. Entonces aparecieron las estrellas y brillaron en la quietud y hubo silencio en los vastos espacios de la noche.

De pronto irrumpieron las campanas de la catedral de los marjales que llamaban a oraciones vespertinas. Ocho siglos atrás los hombres habían construido la enorme catedral a orillas de los marjales, o quizá fue hace siete siglos, o puede que nueve... lo mismo les daba a las Criaturas Silvestres. De modo que se celebraron las oraciones vespertinas, se encendieron las velas y las luces a través de las ventanas brillaban rojas y verdes en el agua, y el sonido del órgano vibró estruendoso sobre los marjales. Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados de musgo luminoso, las Criaturas Silvestres vinieron brincando para bailar sobre el reflejo de las estrellas, y por sobre sus cabezas los fuegos fatuos flotaban y fluían.

Las Criaturas Silvestres tienen algo de humano en la apariencia, sólo que su piel es parda y apenas alcanzan los dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que mucho más grandes, y saltan a alturas prodigiosas. Viven todo el día sumergidas en los estanques profundos en medio de los marjales más solitarios, pero de noche salen a la superficie y bailan. Cada Criatura Silvestre tiene sobre la cabeza un fuego fatuo que se mueve junto con ella; no tienen alma y no pueden morir, y son de la familia de los elfos.

Toda la noche bailan sobre los pantanos andando sobre el reflejo de las estrellas (porque la sola superficie del agua no los sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se hunden una por una en los estanques donde tienen su hogar. O, si se retardan descansando sobre los juncos, sus cuerpos van desvaneciéndose y volviéndose invisibles al igual que los fuegos fatuos empalidecen a la luz, y de día nadie puede ver a las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos. Nadie puede verlas ni siquiera de noche, salvo que haya nacido, como yo, a la hora del anochecer, justo en el momento en que aparece la primera estrella. Ahora bien, en la noche de la cual hablo, una pequeña Criatura Silvestre había ido deslizándose por el descampado hasta llegar a los muros de la catedral y bailó sobre las imágenes coloridas de los santos espejadas en el agua entre los reflejos de las estrellas. Y mientras brincaba en su fantástica danza, vio a través de los vitrales de colores el lugar donde la gente rezaba y oyó el órgano que sonaba estruendoso sobre los marjales. El sonido del órgano sonaba estruendoso sobre los marjales, pero el canto y las oraciones de la gente ascendían desde la más alta de las torres de la catedral como finas cadenas de oro y llegaban hasta el Paraíso y por ellas bajaban los ángeles desde el Paraíso a la gente, y desde ésta subían al Paraíso una vez más.

Entonces, algo no distante del descontento perturbó a la Criatura Silvestre por primera vez desde que fueron hechos los marjales; y la blanda exudación gris y el frío de las aguas profundas no parecieron bastar, ni tampoco la llegada desde el Norte de los tumultuosos gansos, ni el frenético regocijo de las alas de las aves cuando cada una de sus plumas canta, ni la maravilla del hielo sereno que sobreviene cuando las agachadizas parten, y barba los juncos de escarcha y viste el descampado acallado de misteriosa niebla en la que el sol se vuelve rojo y bajo y ni siquiera la danza de las Criaturas Silvestres en la noche magnífica; y la pequeña Criatura Silvestre anheló tener alma e ir a venerar a Dios. Y cuando las oraciones de las vísperas terminaron y se apagaron las luces, volvió llorando entre los suyos.

Pero a la noche siguiente, tan pronto como las imágenes de las estrellas aparecieron en el agua, se fue saltando de estrella a estrella hasta el borde más extremo de los marjales donde crecía un espeso bosque en el que vivía la más anciana de las Criaturas Silvestres. Y encontró a la Más Anciana de las Criaturas Silvestres sentada al pie de un árbol, al abrigo de la luna. Y la pequeña Criatura Silvestre dijo:

—Quiero tener un alma para venerar a Dios y conocer la significación de la música y ver la belleza íntima de los marjales e imaginarme el Paraíso.
Y la Más Anciana de las Criaturas Silvestres le respondió:
—¿Qué tenemos nosotras que ver con Dios? Sólo somos Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos.
Pero la pequeña sólo insistió:
—Quiero tener alma.
Entonces la Más Anciana de las Criaturas Silvestres dijo:
—No tengo alma que darte; pero si tuvieras alma, un día tendrías que morir, y si conocieras la significación de la música, tendrías que aprender la significación del dolor, y es mejor ser una Criatura Silvestre y no morir.
De modo que la pequeña se fue llorando.

Pero las parientes de los elfos sintieron pena por la Criatura Silvestre; y aunque las Criaturas Silvestres no pueden apenarse mucho tiempo por no tener alma con qué hacerlo, por un rato sintieron lástima en el lugar donde deberían haber estado sus almas al contemplar la aflicción de su camarada. De modo que la parentela de los elfos salió por la noche a hacerle un alma a la pequeña Criatura Silvestre. Y se trasladaron por sobre los marjales hasta llegar a los campos elevados entre las flores y las hierbas. Y allí recogieron una gran telaraña que la araña había tejido en el crepúsculo; y estaba cubierta de rocío. En ese rocío habían brillado todas las luces de las amplias orillas del cielo y los colores cambiantes en los reposados espacios de la tarde. Y sobre él la noche maravillosa había resplandecido con todas sus estrellas. Luego las Criaturas Silvestres fueron con la telaraña salpicada de rocío hasta el borde de su morada, y allí recogieron un poco de la neblina gris que por la noche pende sobre los marjales. Y en ella pusieron la melodía del descampado que es transportada de un lugar al otro de los marjales al caer la tarde sobre las alas de los frailecillos dorados. Y también pusieron en ella el canto doliente que tienen que cantar por fuerza los juncos ante la presencia del arrogante Viento del Norte. Luego cada una de las Criaturas Silvestres dio alguno de sus atesorados recuerdos de los viejos marjales.

—Pues podemos permitírnoslo—dijeron.

Y a todo esto agregaron unas pocas imágenes de las estrellas que recogieron del agua. Sin embargo, el alma que las parientes de los elfos estaban haciendo, todavía no tenía vida. Entonces le agregaron las voces quedas de los amantes que caminaban solos y errantes tarde en la noche. Y después de eso esperaron hasta el amanecer. Y el majestuoso amanecer se hizo presente, los fuegos fatuos de las Criaturas Silvestres empalidecieron en la luz, sus cuerpos se desvanecieron y aún siguieron esperando al borde de los marjales. Y hasta ellos que se estaban allí esperando, por sobre campos y marjales, desde tierra y cielo, llegó el múltiple canto de los pájaros. También a éste pusieron las Criaturas Silvestres en el trozo de niebla que habían recogido en los marjales, y lo envolvieron todo en la telaraña salpicada de rocío. Entonces el alma cobró vida. Y allí estaba en las manos de las Criaturas Silvestres, no mayor que un erizo; y cosas maravillosas había en ella, verdes y azules que cambiaban incesantes girando una y otra vez y en el gris que tenía en el centro, había un resplandor púrpura. Y a la noche siguiente se allegaron a la pequeña Criatura Silvestre y le mostraron el alma refulgente. Y le dijeron:

—Si por fuerza has de tener alma y venerar a Dios, convertirte en mortal y morir, ponte esto sobre el pecho izquierdo algo por encima del corazón, penetrará en ti y te volverás humana. Pero si la coges, nunca podrás deshacerte de ella para volverte mortal nuevamente, a no ser que te la arranques y se la des a otro; y nosotras no te la recibiremos y la mayor parte de los seres humanos ya tienen alma. Y si no te es posible encontrar un ser humano sin alma, un día tendrás que morir, y tu alma no puede ir al Paraíso porque sólo fue hecha en los marjales.

A lo lejos la pequeña Criatura Silvestre vio las ventanas de la catedral iluminadas para el servicio de las oraciones vespertinas; la canción de la gente ascendía al Paraíso y los ángeles subían y bajaban por ella. De modo que agradecida se despidió con lágrimas de las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos, y se alejó saltando hacia la verde tierra seca llevando el alma en las manos. Y las Criaturas Silvestres sintieron pena de que se hubiera ido, pero no por mucho tiempo, porque no tenían alma. A orillas del marjal la pequeña Criatura Silvestre contempló por unos instantes los fuegos fatuos que saltaban de un lado a otro sobre el agua, y luego presionó el alma contra su pecho izquierdo algo por encima del corazón. Instantáneamente se convirtió en una hermosa joven; sintió frío y estaba atemorizada. Se vistió como pudo de juncos y se acercó a las luces de una casa que se encontraba no lejos de allí. Abrió la puerta de un empujón, entró y encontró a un granjero con su mujer que comían sentados a la mesa. Y la mujer del granjero condujo a la pequeña Criatura Silvestre con el alma y le trenzó el cabello; luego volvió a llevarla abajo y le ofreció la primera comida que hubiera nunca comido. Luego la mujer del granjero le hizo muchas preguntas:

—¿De dónde vienes?—le preguntó.
—De los marjales.
—¿De qué dirección?—le preguntó la mujer del granjero.
—Del Sur—respondió la pequeña Criatura Silvestre de alma flamante.
—Pero nadie puede venir de los marjales desde el Sur—dijo la mujer del granjero.
—No, eso no es posible—dijo el granjero.
—Yo vivía en los marjales.
—¿Quién eres tú?—preguntó la mujer del granjero.
—Soy una Criatura Silvestre y encontré un alma en los marjales; somos de la familia de los elfos

Hablando de ella más tarde, el granjero y su mujer decidieron que ella debía ser una gitana que se había perdido, y que el hambre y la intemperie la habrían desquiciado. De modo que esa noche la pequeña Criatura Silvestre durmió en casa del granjero, pero su alma flamante permaneció despierta toda la noche soñando con la belleza de los marjales. No bien la aurora llegó al descampado y brilló sobre la casa del granjero, ella miró por la ventana hacia las aguas resplandecientes y vio la belleza interior del marjal. Porque las Criaturas Silvestres sólo aman los marjales y conocen su morada, pero ella ahora percibía el misterio de sus distancias y la seducción de sus peligrosos estanques con sus rubios musgos mortales, y sintió la maravilla del Viento del Norte que llega dominante de desconocidas tierras heladas y la maravilla del flujo y reflujo de la vida cuando las aves llegan a los pantanos al atardecer y al llegar la aurora se dirigen al mar. Y sabía que por sobre su cabeza muy por encima de la casa del granjero, se extendía amplio el Paraíso donde quizás ahora Dios se estuviera imaginando un amanecer mientras los ángeles tocaban quedo sus laúdes y el sol se levantaba sobre el mundo por debajo para regocijo de los campos y los marjales. Y todo lo que el cielo pensaba, lo pensaban los marjales también; porque el azul de los marjales era como el azul del cielo y la forma de las grandes nubes del cielo se convertía en la forma de los marjales y a través de ambas corrían momentáneos ríos púrpuras, errantes entre orillas de oro. Y el vigoroso ejército de juncos aparecía de entre las sombras con todos sus penachos mecidos hasta donde la vista alcanzara. Y desde otra ventana vio la vasta catedral que recogía toda su inmensa fuerza para izarla en sus torres desde los marjales.

Dijo ella:
—Jamás, jamás abandonaré los marjales.
Una hora más tarde se vistió con gran dificultad y descendió para comer la segunda comida de su vida. El granjero y su mujer eran gente bondadosa y le enseñaron a comer.
—Supongo que los gitanos no tienen cuchillo ni tenedor—se dijeron más tarde.
Después del desayuno el granjero fue a ver al Deán, que vivía cerca de la catedral, y en seguida volvió para llevar consigo a casa de éste a la pequeña Criatura Silvestre con su alma flamante.
—Esta es la joven—dijo el granjero—. Este es el Deán Murnith.
Luego partió.
—Ah—dijo el Deán—. Tengo entendido que te perdiste la pasada noche en los marjales. Era una noche terrible para que algo así sucediera.
—Amo los marjales —dijo la pequeña Criatura Silvestre de alma flamante.
—¡Vaya! ¿Cuántos años tienes?—preguntó el Deán.
—No lo sé—respondió ella.
—Tienes que saber cuántos años tienes—insistió él.
—Oh, unos noventa—respondió ella—o más.
—¡Noventa años! exclamó el Deán.
—No, noventa siglos—dijo ella—. Tengo la edad de los marjales.
Entonces contó su historia: cómo había anhelado ser humano y venerar a Dios, tener un alma y ver la belleza del mundo, y cómo las Criaturas Silvestres le habían hecho un alma de telaraña, niebla, música y recuerdos extraños.
—Pero si eso es cierto—dijo el Deán Murnith—, está muy mal hecho. Dios no pudo haber tenido intención de que contaras con un alma.
-¿Cuál es tu nombre?
—No tengo nombre—respondió ella.
—Debemos encontrar para ti un nombre de pila y un apellido. ¿Cómo te gustaría llamarte?
—Canción de los Juncos—respondió ella.
—Eso no es de ningún modo posible—dijo el Deán.
—Entonces me gustaría llamarme Terrible Viento Norte o Estrella en las Aguas—dijo ella.
—No, no, no—dijo el Deán Murnith—, eso es totalmente imposible. Podríamos darte el nombre de Señorita Junco, si gustas. ¿Qué te parece María Junco? Quizá sería mejor que tuvieras aún otro nombre, digamos María Juana Junco.
De modo que la pequeña Criatura Silvestre con el alma de los marjales tomó los nombres que se le ofrecieron y se convirtió en María Juana Junco.
—Y debemos encontrarte una ocupación—dijo el Deán Murnith—. Mientras tanto podemos ofrecerte una habitación aquí.
—Yo no quiero hacer nada—replicó María Juana—; sólo venerar a Dios en la catedral y vivir junto a los marjales.

Entonces llegó la Señora Murnith y durante el resto del día María Juana permaneció en casa del Deán. Y allí con su nueva alma, percibió la belleza del mundo; porque ésta llegaba gris y grave desde las neblinosas distancias y se ensanchaba en las verdes hierbas y en los labrantíos hasta el viejo pueblo con casas provistas de gablete; y solitario en los campos lejanos se erguía un viejo molino de viento y sus honestas aspas hechas a mano giraban y giraban en los libres Vientos Anglos del Este. Muy cerca, las casas de gablete se inclinaban hacia las calles, sobre firmes maderos nacidos en viejos tiempos, todos juntas gloriándose de su belleza. Y destacándose de ellas, puntal sobre puntal, con inspiración de altura, se levantaban las torres de la catedral. Y vio a la gente que se trasladaba por las calles, ociosa y lenta, y entre ellas invisibles, musitando entre sí, sin ser oídos de los hombres vivos, sólo concentrados en cosas pasadas, se agitaban los fantasmas de antaño. Y dondequiera que las calles se abrieran hacia el Este, dondequiera que hubiera espacios entre las casas, irrumpía siempre la visión de los grandes marjales, como si respondieran a una barra de música fascinante y extraña que vuelve una y otra vez en una melodía, tocada por el violín de un músico tan solo que no toca otra barra alguna, de pelo oscuro y lacio, barbado en torno de los labios, de largos bigotes caídos, cuya tierra de origen nadie conoce.

Todo esto era bueno de ver para un alma nueva. Luego se paso el sol sobre los campos verdes y los labrantíos y vino la noche. Una por una las luces gozosas de las lámparas iluminaron las ventanas de las casas en la noche solemne. Luego sonaron las campanas en una de las torres de la catedral y su música se derramó sobre los techos de las viejas casas y se vertió por sobre sus aleros hasta que las calles estuvieron llenas de ella, y fluyó luego hacia los campos verdes y los labrantíos hasta llegar al vigoroso molino y llamó al molinero que se dirigió con paso afanado al servicio de oraciones vespertinas y hacia el Este y hacia el mar se extendió el sonido hasta los más remotos marjales. Y para los fantasmas que rondaban las calles, nada había cambiado desde el día de ayer. Entonces la mujer del Deán llevó a María Juana al servicio de oraciones vespertinas y vio allí trescientas velas encendidas que llenaban el pasillo de luz. Pero los firmes pilares se elevaban por la penumbra donde tarde y mañana, año tras año, cumplían su cometido en la oscuridad sosteniendo en alto la techumbre de la catedral. Y había más silencio allí que el silencio en que se sume el marjal cuando ha llegado el hielo y el viento que lo trajo se ha aquietado. De pronto en esta quietud irrumpió el sonido del órgano, estruendoso, y en seguida la gente se puso a rezar y cantar.

Ya no le era posible a María Juana ver sus oraciones ascender como delgada cadena de oro, pues esa no era sino la fantasía propia de un elfo, pero imaginó con toda claridad en su alma flamante a los serafines en los senderos del Paraíso, y a los ángeles que se turnaban para vigilar al Mundo de noche. Cuando el Deán hubo terminado con el servicio, subió al púlpito un joven cura, el Señor Millings. Habló de Abana y Pharpar, ríos de Damasco: y María Juana se alegró de que hubiera ríos que tuvieran tales nombres, y escuchó hablar de Nínive, la gran ciudad, con maravilla, y también de muchas otras cosas extrañas y novedosas. Y la luz de las candelas brilló sobre el pelo rubio del cura y su voz bajó resonante por el pasillo, y María Juana se regocijó de que estuviera allí. Pero cuando el sonido de su voz se acalló, sintió una súbita soledad, que jamás había sentido antes desde que fueran hechos los marjales; porque las Criaturas Silvestres nunca padecen soledad ni experimentan nunca la desdicha, sino que bailan toda la noche sobre el reflejo de las estrellas; y, como no tienen alma, no desean nada más. Después de recogidas las limosnas, antes de que nadie se moviera para irse, María Juana recorrió el pasillo hasta llegar al Señor Millings.

—Te amo —le dijo.
Nadie sentía simpatía por María Juana.
—Vaya, pobre Señor Millings—decían todos—. Un joven que prometía tanto.

A María Juana la enviaron a una gran ciudad industrial de la región central del país donde se le había encontrado trabajo en una fábrica de telas. Y no había nada en esa ciudad que un alma pudiera ver de buen grado. Porque ignoraba que la belleza fuera algo deseable; de modo que hacia muchas cosas con máquina, todo en ella se apresuraba, se jactaba de su superioridad en relación con otras ciudades, se enriquecía cada vez más y nadie había que se apiadara de ella. En esta ciudad se le encontró a María Juana alojamiento cerca de la fábrica. A las seis de la mañana, en noviembre, aproximadamente a la hora en que, lejos de la ciudad, las aves salvajes levantan vuelo de los serenos marjales y se dirigen a los perturbados espacios del mar, a las seis, la fábrica lanzaba un prolongado aullido con el que se llamaba a los trabajadores que trabajaban allí durante todas las horas del día, con excepción de dos horas destinadas a la comida, hasta que al oscurecer las campanas volvían a doblar fúnebres las seis.

Allí trabajaba María Juana con otras jóvenes en una alargada y tétrica estancia, donde gigantes con estridentes manos de acero machacaban lana hasta dejarla convertida en una larga franja de fibras. Durante todo el día se estaban allí rugiendo frente al desalmado trabajo. Pero María Juana no debía trabajar con ellos, aunque su rugido le perforaba sin cesar los oídos mientras sus estrepitosos miembros de acero iban y venían. Su tarea consistía en atender a una criatura más pequeña, pero infinitamente más astuta. Tomaba la franja de Lana que los gigantes habían machacado y la hacía girar y girar hasta que quedaba retorcida y convertida en una resistente fibra delgada. Luego aferraba con dedos de acero la fibra recogida y se alejaba contoneándose unas cinco yardas para volver con más. Había dominado toda la sutileza de los trabajadores especializados y gradualmente había ido desplazándolos; sólo una cosa no era capaz de hacer: recoger los extremos de una fibra si ésta se rompía para volverlos a unir. Para esto se requería un alma humana, y la tarea de María Juana consistía en recoger los extremos de una cuerda rota; y, en el momento que ella los unía, la afanada y desalmada criatura los ataba por si misma.

Todo allí era feo; aun la lana verde que giraba y giraba no tenía el verde de la hierba, ni siquiera el verde de los juncos, sino un penoso verde parduzco que se adecuaba a una triste ciudad bajo un cielo lúgubre. Cuando miraba por sobre los techos de la ciudad, tampoco allí había belleza; y bien lo sabían las casas, porque con horrible estuco mimaba como un mono grotesco los pilares y los temples de la antigua Grecia, fingiendo, la una delante de la otra, ser lo que no eran. Y al salir año tras año de estas casas y volver a entrar en ellas, y ver el fingimiento de pintura y estuco hasta quedar todo descascarado, las almas de sus pobres propietarios trataban de cambiarse por otras hasta fatigarse del intento. Al llegar la noche María Juana volvía a su alojamiento. Sólo entonces, después de entrada la oscuridad, podía el alma de María Juana percibir cierta belleza en esa ciudad, cuando se encendían las lámparas y aquí y allí una estrella brillaba a través del humo. Habría ido entonces afuera para contemplar la noche, pero la vieja a la cual le había sido encomendada no se lo permitía. Y los días se multiplicaron por siete y se convirtieron en semanas, y las semanas pasaron y todos los días eran iguales. Y sin cesar el alma de María Juana lloraba por la presencia de cosas bellas y no las hallaba, salvo los domingos, cuando iba a la iglesia, y la dejaba para encontrar a la ciudad más gris que antes todavía.

Un día decidió que era preferible ser una Criatura Silvestre en los hermosos marjales que tener un alma que lloraba por la presencia de cosas hermosas sin hallar una siquiera. Desde ese día decidió deshacerse de su alma, de modo que le contó su historia a una de sus compañeras de fábrica y le dijo:

—Las otras jóvenes van pobremente vestidas y se desempeñan en un trabajo desalmado; seguramente alguna de ellas no tendrá alma y tomará de buen grado la mía.
Pero su compañera de fábrica le dijo:
—Todos los pobres tienen alma. Es lo único que tienen.

Entonces María Juana observó con cuidado a los ricos dondequiera los hallara y en vano buscó a alguno que no tuviera alma. Un día, a la hora en que las máquinas descansan y los seres humanos que las atienden descansan también, el viento llegó de la dirección de los pantanos, y el alma de María Juana se lamentó amargamente. Entonces, como se encontraba fuera de los portones de la fábrica, el alma, de modo irresistible, la instó a cantar, y una canción desolada le salió de los labios como un himno a los marjales. Y en la canción se expresó plañidera la nostalgia que sentía por su hogar y por el sonido ululante del Viento del Norte, dominante y orgulloso, con su adorable señora de las Nieves; y cantó los cuentos que los juncos se musitan entre sí, cuentos que conoce la cerceta y la garza vigilante. Y por sobre las calles atestadas, su canción partió plañidera, la canción de los sitios descampados y de las salvajes tierras libres, plenas de maravilla y magia, porque ella tenía en su alma hecha por elfos, el canto de los pájaros y el estruendo del órgano en los marjales. Dio la casualidad que en ese momento pasara por allí el Signor Thompsoni, el afamado tenor inglés, en compañía de un amigo. Se detuvieron y se pusieron a escuchar; todos se detenían y escuchaban.

—En mis tiempos no hubo nadie con voz semejante en Europa—dijo el Signor Thompsoni.

De modo que en la vida de María Juana se produjo un cambio. Se dirigieron cartas y finalmente se dispuso que, a las pocas semanas, tendría un papel protagónico en la Opera del Covent Garden. De modo que debió ir a Londres a estudiar. Londres y las lecciones de canto eran algo mejor que la ciudad de la región central y esas terribles máquinas. Con todo, María Juana no era libre de vivir como se le antojara a la orilla de los marjales y estaba decidida a deshacerse de su alma, pero no encontraba a nadie que no tuviera ya una propia. Un día se le dijo que los ingleses no querrían escucharla si se llamaba Señorita Junco, y se le pidió un nombre más adecuado por el que le gustara ser llamada.

—Me gustaría ser llamada Terrible Viento del Norte—dijo María Juana—o Canción de los Juncos.

Cuando se le dijo que eso no era posible y se le sugirió María Junchiano, ella cedió de inmediato como había cedido cuando se la separó de su cura; nada sabia de cómo se conducían los seres humanos. Por fin llegó el día de la presentación en la Opera, un frío día de invierno. Y la Signorina Junchiano apareció en el escenario frente a una casa atestada. Y la Signorina Junchiano cantó. Y a la canción pasó toda la nostalgia de su alma, el alma que no podía llegar al Paraíso, pero que sólo podía venerar a Dios y conocer la significación de la música, y la melancolía impregnó la canción italiana como el infinito misterio de las colinas se trasmite con el sonido de los cencerros lejanos. Entonces en el alma de los que se encontraban en esa casa atestada se despertaron recuerdos desde mucho tiempo atrás enterrados que volvieron a vivir mientras duró aquella maravillosa canción. Y un frío extraño penetró en la sangre de todos los que escuchaban como si se encontraran a la orilla de los lúgubres marjales y soplara el viento del Norte. Y a algunos los movió a tristeza, a otros al dolor y a otros, en fin, a una alegría ultraterrena; de pronto la canción fue desvaneciéndose quejumbrosa como los vientos del invierno se desvanecen de los marjales cuando desde el Sur, aparece la Primavera.

De este modo terminó. Y un gran silencio llenó como la niebla toda la casa poniendo fin a la animada conversación que mantenía Cecilia, Condesa de Birmingham, con un amigo. En esa mortal quietud, la Signorina Junchiano desapareció apresurada del escenario; volvió a aparecer corriendo por entre el público y se precipitó sobre Lady Birmingham.

—Coged mi alma—le dijo—. Es una hermosa alma. Es capaz de venerar a Dios, conoce la significación de la música y puede imaginar el Paraíso. Y si vais a los marjales con ella, veréis cosas hermosas; hay una vieja ciudad allí construida de bellos maderos y fantasmas en sus calles.
Lady Birmingham se quedó mirándola. Todo el mundo se había puesto en pie.
—Mirad —dijo la Signorina Junchiano—, es un alma hermosa.
Y se cogió el pecho izquierdo algo por sobre el corazón, y allí estaba el alma brillando en su mano con luces verdes y azules que giraban y giraban y un resplandor púrpura en el medio.
—Tomadla—dijo—y amaréis todo lo que es hermoso y conoceréis a los cuatro vientos, a cada cual por su nombre, y las canciones de los pájaros al amanecer. Yo no la quiero porque no soy libre. Ponéosla en vuestro pecho izquierdo, algo por encima del corazón
Todo el mundo seguía en pie y Lady Birmingham se sentía incómoda.
—Por favor, ofrecedla a algún otro—dijo.
—Pero todos tienen ya alma—dijo la Signorina Junchiano.
Y todo el mundo estaba en pie todavía. Y Lady Birmingham cogió el alma en su mano.
—Quizá traiga buena suerte—dijo.
Sentía deseos de rezar.
Cerró a medias los ojos y dijo:
—Unberufen.

Luego se puso el alma sobre el pecho izquierdo algo por sobre el corazón en la esperanza de que la gente se sentara y la cantante se retirara. Instantáneamente un montón de ropa cayó delante de ella. Por un momento, entre las sombras de las butacas, los nacidos a la hora del crepúsculo podrían haber visto a una criaturita parda que abandonaba el montón de roca y se dirigía saltando al vestíbulo brillantemente iluminado donde se volvió invisible para el ojo humano. Corrió aquí y allí por un instante, encontró luego la puerta y salió a la calle iluminada por faroles. Los nacidos a la hora del crepúsculo podrían haberla visto alejarse saltando de prisa por las calles que iban hacia el Norte y hacia el Este, desapareciendo al pasar bajo los faroles y apareciendo luego con un fuego fatuo sobre la cabeza. En una oportunidad un perro la percibió y se puso a perseguirla, pero quedó muy atrás.

Los gatos de Londres, todos nacidos a la hora del crepúsculo, maullaron de modo terrorífico a su paso. En seguida llegó a las calles suburbanas, donde las casas son más pequeñas. Entonces se dirigió sin desvío alguno hacia el noreste saltando de techo en techo. Y de ese modo, en pocos minutos llegó a espacios más abiertos y luego a las tierras desoladas donde se cultivan los huertos destinados al mercado. Hasta que por fin se divisaron los buenos árboles negros con sus demoníacas formas en la noche. Y un gran búho blanco apareció, que subía y bajaba en la oscuridad. Y ante todas estas cosas la pequeña Criatura Silvestre se regocijaba como se regocijan los elfos. Y dejó a Londres, que teñía el cielo de rojo, muy atrás; ya no le era posible percibir sus desagradables clamores y escuchaba en cambio nuevamente los ruidos de la noche.

Y atravesó un villorrio que resplandecía pálido y amable en la noche; y volvió a salir al campo abierto otra vez, oscuro y húmedo; y se encontró con muchos búhos a su paso, raza que mantiene relaciones amistosas con la raza de los elfos. En ocasiones cruzó anchos ríos saltando de estrella a estrella; y, escogiendo su sendero al avanzar, para evitar los caminos ingratos y duros, antes de medianoche llegó a las tierras Anglas del Este. Y oyó allí el grito del Viento del Norte, dominante colérico, que guiaba hacia el Sur a sus gansos aventurados; mientras tanto, los juncos se inclinaban ante él cantando en voz baja y plañidera como remeros esclavos de algún fabuloso trirreme que se inclinaran y se mecieran al golpe del látigo y cantaran al mismo tiempo una canción dolida.

Y sintió el agradable aire húmedo que viste por la noche a las anchas tierras Anglas del Este y llegó nuevamente a un viejo y peligroso estanque en el que crecen los suaves musgos verdes y se zambulló en él hundiéndose más y más en las queridas aguas oscuras hasta que sintió entre los dedos de los pies el limo hogareño. De allí, del adorable frío que anida en el corazón del limo, salió renovada y regocijada para bailar sobre la imagen de las estrellas. Dio la casualidad que esa noche yo me encontraba a orillas del marjal, tratando de olvidar los negocios humanos; y vi los fuegos fatuos que venían saltando de todos los sitios peligrosos. Y vinieron por bandadas durante toda la noche hasta formar una gran multitud y se alejaron danzando por sobre los marjales.

Y creo que hubo un gran festejo esa noche entre la parentela de los elfos.
Negros entraban a las habitaciones para alimentarse del aliento de los niños, y hasta llevárselos a sus tenebrosas moradas. Allí el infante era criado como uno más de la familia oscura. Se lo iniciaba en el conocimiento de la nigromancia y las artes negras. A veces estos niños v







Infierno Élfico.
El reino de los svartalfr es el tenebroso Svartalfheim ("hogar del elfo negro"), y su ubicación es incierta aunque es seguro que pertenece al inframundo. Este reino es muy parecido en su concepción y forma a la tierra de los enanos ( Nidavellir, "campos oscuros") ya que a los dos se los describe casi con las mismas palabras. Lo cierto es que el Svartalfheim es un mundo o reino subterráneo, y cuyas actividades están relacionadas con la minería y la forja de joyas y armas.
Existe además un vínculo interesante entre los Elfos Oscuros y una extraña raza de seres que es común a todas las comunidades nórdicas, son los antiguos Vaettir("era, estaba"), palabra que ha derivado en "wight".
Wight es una palabra obsoleta para "ser humano o cualquier entidad viviente". Se la utiliza desde hace relativamente poco para dar una impresión de arcaísmo y misterio; por ejemplo en la obra de Tolkien. De la misma raíz germánica, el Vaettir islandés señala una clase especialmente tenebrosa de ser sobrenatural, oscuro y siniestro; incluso se utiliza como epíteto de los dioses, lo que demuestra el alto grado de adoración y temor que se les brindaba. Actualmente en Islandia abundan las terribles historias de los Vaettir, y se dice que los mineros aún mantienen tratos con estos seres.
El folklore escandinavo ofrece toda una variedad de espíritus asociados a los Elfos Oscuros. Son conocidos por muchos nombres; los más comunes son: "Vattar" en Suecia meridional, "Vittra" (ambos nombres corresponden al sueco y danés vasen o vaesen, "siendo, era, estaba") en el extremo norte de Suecia y "Hulddrefolk" (pueblo escondido) en Noruega. Se los representa vestidos de gris y horriblemente deformes. Habitan en grutas, y por esto también se los ha llamado Underjordiske ("los subterráneos"). El cauteloso campesino nórdico debía siempre advertir a los Vattar antes de derramar agua caliente sobre el suelo. En caso contrario la venganza sería rápida y desproporcionada: enfermedad, muerte, destrucción de cosechas, etc. Se cree que estos Elfos Oscuros tienen su propio ganado, pues aman la leche; y sacan a pastar a sus animales al amparo de la noche, salvo cuando la luna está alta en el cielo. Otra de sus características es la de volverse invisibles al ojo humano y el poder de convertirse en varios animales nocturnos.
Los Hulddrefolk de las historias noruegas han adquirido tantas cualidades de los Trolls que ya es imposible distinguir cuáles son originales y cuáles no.
olvían ya adultos, convertidos en brujos de extraordinario poder. Con el tiempo esta clásica jugarreta de


El Anillo del Elfo.
Cuento tradicional suizo.

Tirado sobre la polvorienta carretera, yacía un ramo de blancos dientes de león. Mucha gente pasaba por su lado sin fijarse en él. Algunos hasta le daban con el pie. Pero cuando Marlenchen lo vio dejó el pesado cesto en el suelo y levantó el ramo. Se dirigió con él al arroyuelo e hizo beber a los tallos.

Mientras mantenía el ramo así en el agua, y los rayos del sol jugueteaban en torno a la niña y las flores, surgió de dentro de uno de las secos capullos de las flores un pequeño elfo, tan pequeño como un dedo, el cual, con una suave vocecita, dijo:

-¡Gracias, Marlenchen!

Se arregló la dorada corona sobre su pequeña cabeza, y apareció entonces a su alrededor un claro resplandor, como de una candela de Navidad. Este resplandor lo convirtió el elfo en un anillo para el dedo, delicado como un cabello.

-¡Póntelo en el dedo anular de la mano izquierda! -dijo a la niña-. Cuando tú lo mires, relucirán tus ojos, y la persona a quien tú mires se sentirá alegre, y el que esté enojado recobrará su buen humor.

Cuando hubo acabado de hablar, el pequeño elfo desapareció, y Marlenchen no separó, durante el camino de regreso a su casa, sus miradas del anillo. No sentía ya el pesado cesto; ¡todo era tan ligero!...

Pero, cuando llegó delante del portal de la casa, oyó reprender en su interior a la madre, y pelearse entre sí a las hermanas. Eran siete y daban mucho que hacer. Entonces, la niña miró nuevamente a su anillo, y entró decidida en la habitación.

A su entrada, todos levantaron la mirada. ¡Cómo resplandecía Marlenchen! De golpe se acabaron las riñas y las discusiones. La madre se dirigió gozosa al trabajo, y todo le salía fácil de la mano, y los pequeños jugaban con Marlenchen, y todos se querían entre sí.

Cuando se hizo de noche, regresó a casa el padre, cansado y abatido del pesado trabajo y del largo camino. Marlenchen salió a su encuentro. Al ver a la niña rió el padre; él mismo no sabía por qué, pero sentía su corazón repleto de alegría hasta lo infinito.

Nadie vio el anillo en el dedo de Marlenchen. Era invisible para los demás. Pero Marlenchen sí lo veía, y lo conservó en su dedo durante toda su vida. Cuando se despertaba por la mañana, a él dirigía su primera mirada, y a su vista lucía el sol en sus ojos. Este sol calentaba todo lo que estaba cerca de la niña. Si había alguien enfermo en la casa, o triste simplemente, o enfadado, mandaban a buscar entonces a Marlenchen, y todo se ponía nuevamente bien. La gente llamaba a Marlenchen "la Niña del Sol". Ellos mismos no sabían por qué, pero aunque lo deseasen, no hubiesen podido encontrarle otro nombre mejor.
los Elfos Oscuros fue transferida a la figura del diablo.

Aqui les traigo una pequeña de tan grande Cultura de los marabillosos elfos para darnos una idea de tan cual grandes y marabillosos son espero y les agrade lo poco de ellos que puede recolectar.

0 comentarios:

Publicar un comentario