Buscando los orígenes de Drácula
por Néstor Pedraza

Para cualquier persona en occidente, la palabra "vampiro" evoca de inmediato la palabra "Drácula". Esta instantaneidad de correlación entre una y otra se debe a la hemorragia continua de obras y productos con dicho nombre: películas, obras de teatro, parodias, comedias, series televisivas... En Colombia tenemos un helado, una paleta de agua con sabores a frutas, llamada Drácula, que muestra en su empaque el estereotipo del vampiro aristocrático con capa negra al exterior y roja al interior, y grandes colmillos puntiagudos.
Muchos piensan que Drácula fue el primer vampiro. Otros, que el autor de esta novela tomó los mitos de Transilvania y con una genialidad sorprendente, les dio forma en la figura del conde más famoso de la historia. Los más aficionados al tema saben que hubo antes otros vampiros, pero creen que éste es el más famoso porque fue el primero en ser tan complejo y bien elaborado, y están convencidos de que ello se debe a que está basado en un tirano sanguinario que desayunaba rodeado de moribundos empalados en la época de las Cruzadas. En este ensayo, demostraré que están todos equivocados.
Con este objeto, he dividido el mismo en tres partes: La primera trata de la historia de Rumania en relación a Drácula. La segunda incluye varias lecturas y abarca los precedentes literarios de Drácula durante los 80 años anteriores a su publicación. En la tercera, me enfocaré en la novela de Bram Stoker.



- I -
DRÁCULA
Archibald Constable and Company publicó Drácula en Londres, en mayo de 1897, en plena revolución industrial. Elogiada por Oscar Wilde, amigo de Stoker y admirador de su esposa, y criticada por algunos medios, la novela inicialmente se vendió bien, pero su autor nunca supo (ni imaginó) el profundo impacto que tendría en la cultura pop occidental del siglo XX. Abraham Stoker, irlandés nacido en Dublín el 8 de noviembre de 1847, trabajaba como agente y secretario del actor sir Henry Irving, con quien dirigía el Lyceum Theatre de Londres. Irving, quien estrenó una adaptación teatral de Drácula como parte del lanzamiento de la novela, no era amante de Stoker, como algunos han sugerido, y hasta donde se, no hay indicio alguno de que Stoker fuera homosexual. Más bien, Irving era su vampiro personal, que lo exprimió en el trabajo hasta su muerte. Enfermizo de niño, pero buen atleta durante su adolescencia, Bram Stoker escribió varios relatos y novelas, pero fue Drácula la obra que le dio la inmortalidad. La pregunta es: ¿De dónde salió Drácula? ¿Fue Stoker un genio redomado que creó la historia, el personaje y las atmósferas, sólo juntando algunas leyendas con su prolífica imaginación? ¿O acaso plagió la vida de un personaje histórico y lo convirtió en mito?


DRÁCULA NO ES DRÁCULA

En 1992, Francis Ford Coppola, guionista, productor y director de cine estadounidense, al adaptar la novela de Stoker para su película "Drácula de Bram Stoker", fusionó con la figura del conde Drácula, la historia de un cruzado que, defendiendo la cristiandad, empalaba a sus enemigos. En la película, Coppola pone de manifiesto su interpretación personal de la novela al convertir el argumento de Stoker en una historia de amor entre el conde y su esposa. Drácula reniega de Dios al perder a su esposa amada mientras defendía a la cruz de sus enemigos infieles, y se convierte en vampiro. Al cabo de los siglos, ve a su esposa retratada en la figura de Mina Harker y se reinicia su romance. 20 años antes de esta película, Dan Curtis produjo una versión de Drácula con Jack Palace como protagonista, donde también hacía referencia al conde como el mismo empalador. Varias otras novelas y películas antes y después han hecho lo mismo, fomentando la creencia de que el conde Drácula y el Empalador son la misma persona.
Para conocer la historia del Empalador, debemos remitirnos a una canción compuesta en 1463 por el juglar germánico Michel Becheim, donde cuenta la historia de un noble valaco que se refugió en la corte del rey húngaro Matías I Corvino, del que Becheim era súbdito. Este noble tenía por nombre Vladimir II Basarab, y al parecer su padre, Mircea el Viejo, lo envió a la corte de Segismundo de Luxemburgo (rey de Hungría anterior a Corvino) como parte de una alianza entre los dos monarcas. Valaquia, fundada en 1290, fue parte del Imperio Austro-Húngaro hasta la Primera Guerra Mundial, y es uno de los principados que conforman la actual Rumania, junto con Moldavia y Transilvania. Las montañas de Valaquia y su paso hacia Transilvania, son tránsito obligado para cualquier ejército que desde Asia quiera invadir a Europa Oriental y extenderse al resto de Europa. Esta posición estratégica ha hecho que sea una zona en permanente conflicto a través de los siglos.
En 1431, Segismundo de Luxemburgo (que se convertiría en Sacro Emperador Romano), convocó un grupo de príncipes y vasallos que consideraba útiles como aliados políticos y militares, con el fin de iniciarlos en la Orden del Dragón (Societatis Draconstrarum), una orden que él mismo había creado en 1408. La Orden, basada en la Orden de San Jorge, requería a sus iniciados defender la cruz y combatir a sus enemigos. El objetivo de Segismundo era hacerle frente a los turcos que habían aplastado su ejército en Bulgaria en la cruzada que dirigió en 1396 contra el Sultán Otomano Bayazid I "El Iluminado". Vladimir, más conocido como Vlad II, accedió a unirse a la Orden del Dragón a cambio de que Segismundo lo apoyara para recuperar el trono de Valaquia, que se encontraba en poder de los turcos, cosa que logró 5 años más tarde. A partir de su ordenación, Vlad tomó a manera de título honorífico el sobrenombre de Dracul, que proviene del término latino Draco, que significa Dragón.
Una vez sentado en el trono, en la ciudad de Tirgoviste, Vlad Dracul continuó la tradición política de sus antecesores, alternando su fidelidad al Sacro Imperio Romano y al Imperio Otomano, buscando un equilibrio que le permitiera permanecer en el poder, hasta que el Sultán lo obligó a someterse a su régimen y le exigió la entrega de sus dos hijos menores como prueba de buena voluntad. Estos hijos eran Vlad III y Radu, quienes fueron enviados al castillo de Egrigoz en 1444. Vlad tenía 13 años, y pasó allí prisionero 4 años hasta que el Sultán lo llamó a su corte en la ciudad de Estambul (antigua Constantinopla), donde lo declaró pretendiente al trono de Valaquia, que había sido tomado por los cristianos. En 1448, el Sultán envió a Vlad con un pequeño ejército a reclamar sus derechos, pero su reinado apenas fue breve, los húngaros lograron expulsarlo. Más tarde, aliado con sus familiares de Moldavia y con el apoyo de los húngaros, tomó nuevamente el poder en 1462, aunque no tuvo un reinado estable, su hermanastro Radu el Hermoso, apoyado por los turcos, logró hacerse con el trono de Valaquia.
Vlad firmaba sus documentos como Drácula, sobrenombre que vendría a significar "hijo de aquel que perteneció a la Orden del Dragón", y que utilizaba como título de honor. Sin embargo, hoy día se lo conoce más como Tepes, que significa Empalador, y que era el nombre que le daban los cronistas turcos, que le temían y lo consideraban un ser asistido por fuerzas sobrenaturales. Drácula, consciente de que su pequeño ejército no podía hacerle frente al poderoso ejército otomano, pero queriendo hacer de Valaquia un país independiente, no quiso arrodillarse frente al Sacro Emperador Romano y decidió luchar él solo contra los turcos, de la única forma que podría darle la victoria: Guerra de guerrillas y terrorismo indiscriminado, una fórmula que aún hoy día se utiliza con éxito y que conocemos muy bien los colombianos, y que además, fue la estrategia con la cual los norvietnamitas sacaron a los franceses y a los gringos de Vietnam del Sur y reunificaron su país. Cada vez que los turcos ingresaban a Valaquia, sufrían emboscadas y ataques a traición con una crueldad inédita. La política de Vlad era clara y sencilla: lo que no es para nosotros no será para nadie. A su paso, las tropas invasoras sólo encontraban desolación: las aldeas en ruinas, los cultivos arruinados, la tierra echada a perder, los animales y los pozos de agua envenenados. Y en las noches, asaltos, emboscadas, asesinatos. Entre los turcos, la fama de Vlad crecía: se decía que su pequeño ejército diurno era asistido por las ánimas de diez mil muertos que los reforzaban en la noche para cometer toda clase de atrocidades (probablemente de allí surgió la idea de Tolkien de utilizar un ejército de muertos para la defensa de Gondor en su libro "El Señor de los Anillos").
A pesar del horror desatado por Drácula, los turcos lograron invadir Valaquia. Cnejana, la esposa de Vlad Drácula, se lanzó de las almenas del castillo de Arghes, prefiriendo la muerte a caer en manos del enemigo (Coppola se basó en este hecho histórico para su película, en la que la esposa del cruzado se suicida lanzándose al vacío desde lo alto de su castillo, al recibir una nota que le notificaba falsamente la muerte en batalla de su esposo). Vlad logró huir a Transilvania. Se cuenta que cuando los turcos entraron a Tirgoviste, encontraron a más de 20.000 personas empaladas, entre sajones, húngaros, valacos y turcos, incluyendo mujeres, ancianos, e incluso recién nacidos, en cuyos abdómenes, se cuenta, hacían su nido los pájaros. El Sultán Mehmet II "El Conquistador" quedó impresionado al ver el bosque de empalados. Vlad fue llamado por los turcos Empalador no tanto por la costumbre que tenía de mandar ajusticiar por empalamiento a todos sus enemigos, nacionales o extranjeros, pues el empalamiento fue y sigue siendo ampliamente utilizado en el mundo (los paramilitares en Colombia empalaron pueblos enteros en la década de 1990), sino porque empaló a más gente en menos tiempo que cualquier otro tirano medieval, y porque la forma de empalamiento que empleaba era única y no tenía antecedentes: las estacas utilizadas para los empalamientos ordenados por Vlad no eran puntiagudas y cortantes, como se utilizaba siempre. Tenían la punta roma para evitar que lastimaran órganos vitales, de forma que el empalado podía vivir hasta tres días en esa situación antes de hallar el descanso.
La terrible crueldad de Vlad Drácula ha generado la idea de que él y el conde Drácula de Stoker son la misma persona. Incluso, algunos han dicho que la novela de Stoker está basada en la vida de Vlad. Sin embargo, cualquiera que lea la historia que acabo de relatar, y la compare con la novela de Stoker, notará de inmediato que no existe relación alguna entre ambas historias. Hoy día sabemos mucho más de Vlad de lo que se sabía en tiempos de Stoker, gracias al trabajo de Radu Florescu y Raymond McNally, y al libro "Historia del Príncipe Drácula", de Matei Cazacu, ambos publicados en el siglo XX con el apoyo del régimen comunista de Rumania, que decidió reivindicar la figura histórica de Vlad Drácula como héroe nacional. Aún así, hay muchos detalles de la vida de Vlad que se desconocen, e incluso de su muerte, pues no se sabe cómo falleció ni dónde reposan sus restos. En cuanto a su personalidad, nada se sabe más allá de las huellas históricas que dejaron su crueldad y su implacable lucha contra los turcos. Drácula no dejó escritos ni tuvo biógrafo, así que no sabemos nada de su pensamiento y su forma de ser, por lo que mal podría pensarse que el carácter y la personalidad del conde Drácula estén basados en los de Vlad III. En 2000, Joe Chapelle dirigió la película Vlad, en la que pretendió llevar a la pantalla la vida de este sanguinario tirano, pero debido a la poca información que existe sobre este personaje, buena parte del guión es ficción. Lo que sí está claro, es que Vlad III no era un conde y no vivía en Transilvania, era el voivoda de Valaquia. Entonces, ¿por qué Stoker dio a su conde el nombre Drácula?
En 1913, la casa Sotheby's subastó los papeles privados de Bram Stoker, que hoy se conservan en el Rosenbach Museum de Filadelfia. Gracias a estos papeles, sabemos que en marzo de 1890 Stoker había comenzado a trabajar en su novela, y había llamado a su personaje Conde Wampyr. Ese mismo año, se dio vacaciones de verano en Whitby, Yorkshire. Allí, en la biblioteca pública, encontró un libro de William Wickinson, publicado en 1820, que hablaba sobre los principados de Valaquia y Moldavia. Este libro contenía una breve referencia a un tal voivoda Drácula (no hacía referencia al nombre Vlad) que había cruzado el Danubio y había atacado a los turcos, y allí Wickinson hacía un pie de página para anotar (de forma incorrecta) que Drácula significa "demonio" en la lengua nativa de Valaquia. A Stoker le gustó el nombre y su significación, y como decidiera usarlo, buscó en otros libros algunos datos sobre la historia rumana. Eso fue todo.
Así que Bram Stoker no conoció la historia de Vlad Tepes, ni siquiera supo que se llamaba Vlad ni mucho menos que lo llamaban el Empalador. Tampoco sabía que Drácula significaba para Vlad "hijo del dragón", sólo le pareció que era un nombre sonoro y propicio para su personaje. Por supuesto, él no iba a escribir un libro de historia, ni siquiera una novela histórica, así que no necesitaba hacer una investigación profunda sobre el tema, le bastaba con tener algunos datos que le dieran vida a su relato. Le gustó el nombre Drácula y lo usó para su conde, lo que resultó ser una buena elección. La sonoridad del nombre, estoy seguro, ha sido parte del éxito comercial de este famoso vampiro. Adicionalmente, Stoker tuvo un gran golpe de suerte adicional: de seguro, este irlandés jamás imaginó que el personaje histórico detrás de ese nombre se haría tan conocido y resultaría tan fascinante que daría un gran impulso a su obra.
Se ha hecho popular la versión de que el profesor húngaro Arminius Vambery dio a Stoker amplia información sobre Vlad y sobre Transilvania. Pero Elizabeth Miller, profesora de inglés de la Memorial University of Newfoundland (que la nombró profesora emérita) y reconocida con el título de Baronesa de la Casa de Drácula por la Sociedad Transilvana de Drácula en Rumania, afirma que el libro de Wilkinson fue la única fuente de información que tuvo Stoker sobre Drácula, y que cualquier otra versión al respecto es mera especulación. Por lo que se sabe, Stoker y Vambery sólo se vieron dos veces en Londres y no necesariamente para hablar de vampiros. Nunca sostuvieron correspondencia. Si Vlad hubiera sido el modelo para el conde Drácula, éste último habría sido mucho más desalmado, brutal y sanguinario. En ese aspecto, la realidad supera a la ficción.
Algunos defienden la hipótesis sobre el profesor Vambery asegurando que Stoker menciona en su novela que el mentor de Van Helsing, quien le enseñó todo lo relacionado con los vampiros, fue un tal Arminius, lo que esgrimen como prueba de que el profesor Vambery le habló de la vida de Vlad y él, agradecido, le hizo un homenaje en su obra. A mi parecer, Stoker sólo quería darle fuerza a su personaje antagonista de Drácula, asociándolo a un nombre que era el único que él conocía que correspondía a un profesor ilustrado en estos temas. Muchas veces, los autores para darle fuerza a una historia, recurrimos a algún nombre reconocido en nuestra época, aunque sepamos poco de él.
También se dice que la descripción física del conde Drácula está basada en un retrato de Vlad que viera Stoker. Aunque la posibilidad existe, pues al menos en cuanto al rostro hay varias coincidencias entre la imagen que se conoce de Vlad y la descripción que hace Stoker en su novela, esto no es más que especulación. Parte de esta descripción coincide en cierta forma con grabados del rostro de Vlad Tepes, pero eso no es suficiente para asegurar que Stoker vio alguna vez dicha imagen. Podemos decir con certeza que Drácula (Vlad el voivoda) no es Drácula (el conde de la novela).
Ahora bien, no existe en ningún documento o relato histórico, ni en la tradición oral rumana, vínculo alguno entre Vlad Drácula y el vampirismo. Jamás se ha dicho que Vlad bebiera sangre, que ejecutara rituales religiosos sangrientos, ni que su cadáver fuera hallado incorrupto con señales de vampirismo. Por el contrario, el hecho de que Stoker hubiera usufructuado el nombre Drácula para su obra, es considerado una afrenta por buena parte del pueblo rumano, pues la tradición oral y las leyendas mantienen la figura de Drácula como un héroe nacional. Además, Drácula fue exaltado por el régimen de Ceausescu como defensor de Europa contra los turcos y libertador de Valaquia. De hecho, el pueblo rumano denosta hoy día de la presencia de vampiros en su tradición folclórica. Durante el régimen comunista (1947-1989), la palabra vampiro fue asociada a una figura sobrenatural representativa de la decadencia de occidente y de su política colonialista frente a oriente.



TRANSILVANIA NO ES EL EPICENTRO DE LOS VAMPIROS

Resulta de vital importancia conocer que las leyendas y tradiciones sobre los vampiros no provienen de Transilvania, sino de Hungría, Polonia, Moravia, Silesia y Serbia, principalmente. El término vampiro, de hecho, es eslavo, proviene del serbio "vampir" y del ruso "upir" (que significa sanguijuela). En rumano no existe un término para vampiro. Algunos traducen como vampiro la palabra rumana "strigoi", que en realidad se refiere a una bruja o espectro. Transilvania, que en latín significa "tierra más allá del bosque", también era llamada Siebenbürgen, término germano que significa Los Siete Castillos. Data del siglo IX y para cuando se publicó Drácula, pertenecía al reino independiente de Rumania, que sería invadido por el Imperio Austro-Húngaro durante la Primera Guerra Mundial. Transilvania fue luego unida a Moldavia y Valaquia para formar el estado de Rumania, que se convirtió en la República Popular Rumana, estado socialista, en 1947. En 1989, como respuesta a una serie de sublevaciones populares, un golpe militar derrocó al gobierno socialista de Ceausescu y en 1991 entró en rigor una nueva Constitución democrática (aunque el poder continuó en manos del ejecutor de los crímenes de Ceausescu, su ministro de defensa y líder del golpe militar).
Según las notas personales de Stoker, el castillo del conde Drácula iba a estar ubicado en Estiria, Austria. Sin embargo, tras leer "Supersticiones Transilvanas", libro publicado en 1885 por Emily Gerard, decidió que Transilvania era un ambiente más adecuado para su vampiro. Gerard, esposa escocesa de un caballero húngaro, utilizó en su libro el término nosferatu, que algunos aseguran erróneamente que es la palabra rumana para vampiro. En realidad, nosferatu proviene del griego nosophoro, que significa "portador de enfermedad".
El que Stoker se decidiera a ubicar el castillo de Drácula en Transilvania no es de extrañar, pues tiene abundantes antecedentes: "Los Mil y Un Fantasmas", de Alejandro Dumas padre (1849) incluye la historia de un vampiro que caza en los Cárpatos, y en el relato anónimo "El Extranjero Misterioso" de 1860, un conde vampiro aterroriza a una familia en la misma área. Julio Verne publicó en 1892 su aventura romántica "El Castillo de los Cárpatos" en que se habla de la creencia de los habitantes de esta región del mundo en criaturas sobrenaturales, en particular vampiros que calman su sed con la sangre humana. Los viajeros europeos, principalmente los ingleses y franceses, durante la época victoriana narraban sus aventuras poniendo siempre como antagonistas la civilización y la ciencia occidentales, y la barbarie y la superstición orientales, una forma de ver el mundo claramente imperialista y colonialista. Como rechazo a esta postura, durante la ilustración y el enciclopedismo, los escritores góticos y románticos rescataron las leyendas eslavas y recurrieron a historias y ambientaciones de lejanos parajes de Europa oriental, para caricaturizar su sociedad y burlarse del cientificismo. De esta forma, los Cárpatos se fueron convirtiendo en el lugar ideal para ambientar cuentos de espanto e historias de vampiros. Por lo que la elección de ubicar allí al conde Drácula resulta apenas natural. Por supuesto, la Transilvania de la que hablan Stoker y otros autores no es una representación fidedigna del lugar geográfico, basada en profundas investigaciones y mucho menos en viajes a la zona (Stoker jamás visitó los Cárpatos), es una Transilvania ficticia, creada con base en mitos y leyendas reinterpretados por los autores europeos occidentales y dibujada a propósito para despertar los temores de los tranquilos victorianos.
En el desarrollo de esta primera parte, la fuente que más me ha inspirado para reafirmarme en mi aseveración de que el Conde Drácula nada tiene que ver con Vlad Tepes ni con la Transilvania histórica y geográfica, es el libro "Dracula: Sense & No Sense", donde Elizabeth Miller asevera y luego explica ampliamente lo siguiente: "Es mi opinión que Stoker no fue, como muchos piensan, inspirado por relatos de Vlad el Empalador para crear el personaje del Conde Drácula. No existe evidencia de ello".



- II -
LOS VERDADEROS ORIGENES DE DRACULA
Contrario a lo que muchos afirman, Bram Stoker nunca fue masón, jamás perteneció a la Orden Hermética de la Aurora Dorada, grupo que sostenía nexos con los rosacruces. Sin embargo, parece ser que sí era un aficionado a la magia roja. También se ha dicho que Stoker era un moralista protestante que escribió Drácula como novela edificante, afirmación que nos deja vislumbrar la dificultad que debió tener el autor irlandés para ser aceptado en la Londres victoriana y anglicana. Lo cierto es que la novela permite ver la profunda influencia del catolicismo de los familiares de la madre de Stoker, mezclado con la tradición de la Iglesia de Irlanda, a la que pertenecían sus padres, y nos muestra que su principal afán era el de despertar el terror en sus lectores, más que el de dejar una moraleja.
Entonces: Stoker no hizo una investigación histórica profunda sobre Transilvania ni viajó a los Cárpatos para crear la atmósfera y los paisajes de su novela. Tampoco conocía lo suficiente acerca de Vlad Drácula como para basar su conde vampiro en él, y la historia de la novela no tiene nada que ver con la del personaje histórico de Valaquia. No trataba de escribir un tratado moral, ni se basó en información mística obtenida de un grupo masón. Queda pues la pregunta: ¿Lo inventó todo en un arrebato de absoluta genialidad, con excepción del apellido del conde y algunos detalles sobre Transilvania que obtuvo de un libro?
La repuesta, por supuesto, es no. Como cualquier escritor, Stoker fue influido por su época, por las obras literarias que había leído, y por la sociedad en que vivía, que por aquellos tiempos estaba conmocionada por los crímenes de Jack el Destripador, el primer asesino serial de la historia. No sabemos con exactitud qué textos leyó antes de escribir Drácula, pero es fácil adivinar cuáles le dejaron una huella que quedaría marcada en su obra. Y para conocer los textos que fueron dándole forma a Drácula desde décadas antes que Stoker lo creara, vamos a descubrir a la verdadera figura histórica detrás del famoso conde. No fue un tirano sanguinario, no fue un chupasangre ni un sicótico hambriento de juventud eterna. Fue un poeta de los grandes, uno de los más reconocidos e influyentes del romanticismo, y un personaje tan particular que dio origen sin quererlo, al vampiro por antonomasia.



LORD BYRON Y EL ROMANTICISMO
De Lord Byron se dice que era sumamente descortés, asocial, y que sólo reía cuando humillaba a otros. Byron trasgredió sus propias normas y llevó su vida al paroxismo al punto de convertirla en leyenda: "El gran objetivo de la vida es la sensación", decía, "sentir que existimos, incluso a través del dolor". Para Byron vivir sin pasiones era simplemente vegetar. "El Infiel", poema publicado en 1813, es un ejemplo de aquellas relaciones amorosas cuya búsqueda lleva a una perversa hipérbole de destruir y ser destruido: "Y en el terrible trance de la muerte, tus víctimas habrán de conocerte".
Como si se tratara de un actor, Byron asume el papel del amante fatal para consumir su amor maldito. Goethe decía que Lord Byron estaba poseído por esa "atracción demoníaca que ejerce una gran influencia sobre los demás al margen de la razón". Flaubert se refería así de Byron: "No creía en nada sino en todos los vicios, y en un Dios vivo que existe solamente para hacer posible el placer del mal". Enemigo de los protocolos, este poeta nacido el 22 de enero de 1788 y bautizado George Gordon Byron, sexto barón Byron, ocupó un escaño en la Cámara de los Lores en 1809 y luego emprendió un viaje de dos años por España, Portugal y Grecia, al cabo del cual imprimió sus aventuras en su poema "Childe Harold", cuyos dos primeros cantos de cuatro publicó en 1812. Esta publicación y sus obras posteriores le valieron la fama y el reconocimiento como uno de los más versátiles e importantes poetas del romanticismo. En 1816, luego de divorciarse y tras un escándalo por los rumores de que sostenía una relación incestuosa con su hermanastra Augusta, abandonó Inglaterra para no volver jamás. Lord Byron, fiel a los principios de libertad del romanticismo, que estaba en contra del convencionalismo y la tiranía, sentía simpatía por la causa de los patriotas hispanoamericanos, al punto que bautizó Bolívar a su barco. En 1823, a un año de su muerte, se trasladó a Missolonghi para unirse a la causa independentista griega. Su obra tuvo gran influencia en poetas de todo el mundo. En Colombia, Rafael Pombo se convirtió en emblema del Romanticismo hispanoamericano con una obra de profundo tratamiento de la desesperación y la soledad, aunque en el país se le conoce principalmente por sus escritos para niños. Más adelante, José Asunción Silva marcó el tránsito entre Romanticismo y modernismo con una obra poética verdaderamente ambiciosa para su tiempo.
Se dice que su forma de ser, el escándalo por lo de su hermanastra y las dudas sobre su estado síquico, condenaron a Byron al ostracismo social. Sin embargo, Polidori afirma que era lo contrario: la sociedad lo buscaba, no le faltaban invitaciones a fiestas, pero él se negaba a asistir y se mostraba descortés con las visitas. Al parecer, Byron se aburría con facilidad y le molestaba el bullicio de las fiestas de la sociedad. Disfrutaba, en cambio, de la compañía de personas que compartían su apasionamiento por las letras, de las cuales sin embargo, solía burlarse pues se sentía superior (y tenía el apoyo para ello de su renta, su título nobiliario y su talento literario).
En 1813, Lord Byron publicó el poema épico "El Giaour, Fragmento de un Cuento Turco". En este poema, compara a su corsario con un vampiro, según una antigua tradición griega que dice que el castigo del vampiro (que es una persona maldita) está en que sólo puede alimentarse de sus seres queridos, a quienes no puede dejar de atormentar. También le da al vampiro el estatus de la criatura odiada por excelencia: incluso los demonios y los espíritus se alejan de él, que es más abominable que ellos.
La figura vampírica de este poema no surgió tampoco de una repentina genialidad de Byron. La tradición filosófica iniciada en el siglo XVII por Descartes y conocida como Racionalismo, paradójicamente llevó a que en el siglo XVIII los cuentos sobre seres y hechos sobrenaturales se convirtieran en un subgénero claramente diferenciado. En efecto, el auge de la filosofía racionalista y escéptica que abolía la creencia en seres sobrenaturales, propició que éstos recibieran trato literario, con lo que surgió la novela gótica. Luego, el impacto del romanticismo, que dominó la literatura europea entre los siglos XVIII y XIX, acentuaría el rechazo de los escritores de novela gótica hacia el Racionalismo y el Neoclasicismo, y enriquecería las historias de horror con la mentalidad y la postura propias de los románticos: culto al individuo, defensa de la libertad de creación y de expresión, insurrección contra la autoridad política, exaltación de los sentimientos, tendencia al frenesí y la melancolía, el hastío del mundo y la autodestrucción, todo ello enmarcado en una crítica al cientificismo, un rechazo a la aristocracia anquilosada y decadente, y una burla constante a la alta sociedad y la naciente industrialización. El pensamiento romántico no sólo puso a la imaginación sobre la razón y a la emoción sobre la lógica, sino que en un rechazo por las formas y temas literarios clásicos, antepuso el contenido a la forma y permitió la fusión de géneros y una mayor libertad estilística. El auge del romanticismo, que coincide con el triunfo del liberalismo-burgués en Europa a partir de la Revolución Francesa, abarcó todos los aspectos culturales de la época (moda, literatura, política, arte), imponiendo el espíritu individualista que ha socavado los pilares de la sociedad occidental. Los románticos acogen el idealismo alemán, lo que los lleva a buscar con ansia desmedida la perfección. Expresan en sus obras su insatisfacción con el mundo, su ansia de infinito, su búsqueda del absoluto, su amor apasionado, su deseo vehemente de libertad, sus estados de ánimo. Tienen una enorme necesidad de acción, un gran vitalismo, pero a la vez unos anhelos insatisfechos que derivan en su frustración e infelicidad. El romántico se encuentra con que la realidad no responde a sus ilusiones, lo que lo lleva a un violento enfrentamiento con el mundo y a rebelarse contra todas las normas morales, sociales, políticas o religiosas. Su aspiración a un mundo superior cristaliza en unos ideales concretos, que el romántico se impone como norte de su vida: la Humanidad, la Patria, la Mujer. Hacia estos objetivos concretos el hombre romántico dirige sus ardorosos afanes: el sentimiento filantrópico, el ideal patriótico y el amor, al que a menudo se le une un vago misticismo.
A diferencia de los románticos del siglo XIX, claramente subversivos en lucha frontal contra el Renacentismo, el Neoclasicismo y el Racionalismo, los góticos surgidos del movimiento post-punk de finales de los años 1970 (representados originalmente por bandas musicales como Bauhaus, Siouxsie & the Banshees y The Cure) no consiguieron la concreción de unos ideales que los identificaran con la misma claridad social y política que manifestaron los románticos en sus obras. La angustia metafísica del hombre romántico lo llevaba no a la inacción ni a la constante alusión al suicidio, típicos de la onda gótica de la década de 1990, sino a una búsqueda permanente de respuestas a través del arte. También, a diferencia de los góticos que asumieron una serie de imágenes, iconos y símbolos sin preguntarse su origen sino con la intención de reinterpretarlos a su propio gusto, los románticos buscaban las raíces de cada pueblo en su historia, en su literatura, en su cultura, surgiendo así el concepto de pueblo como entidad espiritual supraindividual a la que pertenecen individuos concretos que comparten una serie de características comunes: lengua, costumbres, folclore. A esto se debió la revitalización de los antiguos poemas épicos y de las leyendas y tradiciones tanto locales como orientales. Con el romanticismo surgió un auge por el estudio de la literatura popular (romances o baladas anónimas, cuentos tradicionales, coplas, refranes) y de las literaturas en lenguas regionales durante este periodo: la gaélica, la escocesa, la provenzal, la bretona, la catalana, la gallega, la vasca... Este auge de lo nacional y del nacionalismo fue una reacción a la cultura francesa del siglo XVIII, de espíritu clásico y universalista, dispersada por toda Europa mediante Napoleón. Estas ideas románticas, frontalmente opuestas a la Ilustración, permitieron que se recuperaran las leyendas, mitos y tradiciones, enterrados por la Ilustración como meras supersticiones, y esto hizo que surgiera la literatura vampírica en occidente. Este mismo ideario fue el que permitió que el gran poeta Alejandro Pushkin impusiera el hasta entonces poco cultivado idioma ruso, como lengua literaria, lo que inició toda una revolución en Rusia. En el plano político, las ideas románticas y el surgimiento del Volksgeist o "espíritu del pueblo", que fundamentó el romanticismo alemán, permitieron la declaración de los derechos del pueblo, como contraposición al universalismo napoleónico francés de la declaración universal de derechos humanos (el Volksgeist de Fichte y Herder enfrentado al Contrato Social de Rousseau y a las ideas de Montesquieu).
Por su parte, el movimiento gótico se alimentó y tomó su nombre del cine de horror y el rock gótico, que a su vez utilizaron los elementos implementados por los escritores góticos del siglo XVIII, pero no desarrollaron una propuesta nueva con dichos elementos. Al definirse como un movimiento de naturaleza "apolítica", en sí mismo se negó la posibilidad de constituirse como colectivo, no llamó jamás al activismo, y nunca pasó de ser una reunión de entes individuales separados, cada uno con su propia idea de lo que es ser gótico. Esta fue una tergiversación del espíritu individualista del romanticismo (quizás derivada de la exacerbación del culto al yo del movimiento surrealista de principios del siglo XX): Si bien los románticos definían al artista como alguien que nace, no que se hace, y por tanto la esencia del arte la ponían en la originalidad innata del artista, y aunque el romanticismo se asocia con el egocentrismo desmedido de personajes como Lord Byron, no debemos olvidar que el mismo Byron decidió luchar del lado de los independentistas griegos, lo que está en armonía con los principios de libertad y de nacionalismo del romanticismo. Frente a la concepción individualista y ahistórica propia del Racionalismo y de la Ilustración, el Romanticismo establece una estrecha relación del individuo con la sociedad y afirma que ésta no es producto de la creación voluntaria de los hombres, sino que es anterior e independiente de cada individuo concreto, con sus propias leyes y sus propios fines, que tampoco tienen por qué coincidir con la suma de los intereses de cada individuo. Para el Romanticismo la sociedad, a la que califica de pueblo o nación, tiene una vida propia y una misión histórica que cumplir. Esa forma de pensar es la que dio origen a los movimientos nacionalistas del siglo XIX, mediante los que se intentan conservar las peculiaridades de cada uno y reclamar el derecho de cada nación a disponer libremente de su destino. En "Los Miserables" de Víctor Hugo, se plasma de forma clara la postura política y social del romanticismo. La "Oda a la Alegría" de Schiller y su musicalización por parte de Beethoven en su Novena Sinfonía, son también ejemplos perfectos del espíritu romántico. En la literatura española, José Zorrilla escribió la novela romántica más conocida de nuestra lengua, Don Juan Tenorio. Por su parte, Edgar Allan Poe es el único exponente del romanticismo en los Estados Unidos.
A diferencia de la mayoría de los góticos, los románticos despreciaban el materialismo burgués y preconizaban el amor libre (más de un siglo antes que los hippies) y el liberalismo en política. También a diferencia de los góticos, que son absolutamente urbanos, los románticos rechazaban el urbanismo en defensa de su amor hacia la naturaleza como símbolo de todo lo verdadero y genuino. La esencia del movimiento gótico está en la búsqueda de una estética particular que sea expresión de su idea de belleza. Por el contrario, para los románticos el objetivo principal del arte no es la belleza, sino la expresión de sentimientos que pueden abrir horizontes mucho más amplios: La ansiedad que surge del deseo de que aparezca lo nuevo, lo insólito, lo oculto, lo reprimido, lo sublime, lo que está más allá del límite, provoca mucho más placer estético que la belleza.
Básicamente, el movimiento gótico fue un coletazo tardío, inconsciente y sin una mínima formación política, del interés que se despertó en la Inglaterra victoriana por la arquitectura medieval, que había sido llamada gótica de forma despectiva, por ser considerada bárbara y fuera de moda. Dicho coletazo fue rápidamente absorbido por el mercado y el movimiento gótico se convirtió así en un target de las industrias de la moda y del entretenimiento, y en mercancía en sí mismo. Una vez el movimiento literario contracultural conocido como cyberpunk fue también absorbido por la sociedad de consumo y convertido a su vez en mercancía, la fusión que dio lugar al cybergoth fue apenas un resultado natural dentro de la mecánica del mercado. Mientras el Romanticismo derivó en el decadentismo de Verlaine, Rimbaud, Rilke, y tuvo influencia en el modernismo de Rubén Darío, Porfirio Barba Jacob, Manuel Machado, del movimiento gótico derivaron los emos, que nacieron como un género musical derivado del hardcore punk con un sonido más lento y melódico, llamado emotional hardcore, y luego degeneraron en la imagen comercial hoy día reconocida, y cuyo único sustento es una estética que parece surgida de vestir a Adolf Hitler como un gótico de los 80, la actitud de eterna amargura y tristeza, y una afición por hacerse patear de los punketos hasta bordear la muerte como parte de su autovictimización. Lo principal es parecer emocionalmente inestable, permanentemente a punto de entrar en crisis profunda, como una horda de pacientes siquiátricos que han abandonado su tratamiento, y que tienen una ausencia tan absoluta de identidad, que ni siquiera pueden identificarse con un género, por lo que no puede distinguirse a hombres y mujeres en sus actitudes, ni en sus roles, ni en sus vestimentas, ni en sus mecánicas pseudo suicidas. Esto último no nace de una reivindicación de lo humano sobre las diferencias de género, ni de una defensa de los derechos de la comunidad LGBT, sino de la inercia del travestismo del Glam rock que fue adoptado por muchos músicos de Heavy Metal y del movimiento post-punk, principalmente gracias al éxito de David Bowie (autodeclarado bisexual desde la década de 1970) y su posterior trabajo con Iggy Pop (autodestructivo por excelencia hasta que decidió estudiar filosofía budista) a comienzos de los años 1980.
Arnold Hauser, en su "Historia Social de la Literatura y el Arte", afirma que "la idea de que nosotros y nuestra cultura estamos en un eterno fluir y en una lucha interminable, de que nuestra vida espiritual es un proceso y tiene un carácter vital transitorio, es un descubrimiento del Romanticismo y representa su contribución más importante a la filosofía del presente". En las atmósferas oscuras y melancólicas de los románticos, en su rechazo a los héroes universales que fueron sustituidos por figuras más complejas que celebraban al hombre corriente, y en su rescate de la poesía popular y los romances medievales, la figura del vampiro halló el nicho idóneo para su renacimiento. Sin embargo, no debe perderse de vista que los relatos de vampiros del siglo XIX no son simples historias para asustar a los lectores, ni tratados sobre vampirología, sino obras de arte en las que la política y los temas sociales estaban siempre presentes, como en toda la producción literaria romántica. Así como puede encontrarse un símbolo de la lucha contra la tiranía y el gobierno extranjero en "Guillermo Tell" de von Schiller (1804) y una crítica a la sociedad urbana en "La Casa del Pastor" de Alfred de Vigny (1844), también encontramos múltiples críticas sociales, símbolos de lucha contra la opresión y odas al sentimiento como fuerza humana superior a la razón, en los textos de vampiros de los siglos XVIII y XIX. El amor por la naturaleza y el gusto por lo exótico, en particular por el pasado gótico europeo, también son pieza fundamental en la construcción de estos escritos.
En contraposición, la figura del vampiro para los seguidores de la onda gótica, es válida en sí misma, al punto que lo que se busca no es cuestionar a la sociedad ni caricaturizarla a través del vampiro, sino convertirse en uno. Surge entonces el uso masificado de prótesis e implantes de colmillos, de lentes de contacto de colores claros, de capas y atuendos copiados de las películas de Bela Lugosi, y por supuesto, la costumbre de beber sangre, como parte ya sea de protocolos sociales o de rituales sexuales. No existe un trasfondo social ni político, ni siquiera un manifiesto o ideario que pueda servir de unificador del movimiento. El propio rock gótico no encuentra su lugar como género y debe moverse hacia el pop para encontrar un mercado más amplio. De igual forma, el Gothic Metal (casi nunca reconocido como subgénero diferenciado) es más un amasijo de diferentes subgéneros, que recibe odio y rechazo por igual del Black Metal y del Death Metal, y sólo encuentra sustento en los consumidores de productos comerciales de disqueras, un nicho de mercado entre el pop y un rock suavizado para oídos ignaros, particularmente para preadolescentes, que serán luego los adolescentes que conformarán el nicho de mercado natural para la moda emo. Resulta particularmente irónico que la presencia de vampiros aristócratas en la literatura romántica, como Lord Ruthven y el conde Hyppolit, se debió a que con ellos se caricaturizaba de forma grotesca a la aristocracia, se le criticaba y se le ofendía, pero esto se tradujo en el afán de los góticos de asemejarse en los modales y el vestir, y a veces en todos los detalles cotidianos y hasta en la opulencia y el derroche, a la imagen distorsionada que de la nobleza victoriana les entregó el cine entre las décadas de 1950 y 1970.
La visión del arte de los románticos se sustentaba en los siguientes puntos esenciales:
  • El arte es la expresión del genio que el creador lleva dentro, por lo que el artista nace, no se hace. Lo que da valía a una obra artística es lo intuitivo, lo original, lo característico del genio creador. El creador romántico es vitalista, eufórico y apasionado frente a la posibilidad de desarrollo de su capacidad creativa. Su individualismo le lleva a considerar las viejas normas del Clasicismo como trabas sin sentido que convierten al arte en un mero mecanismo, así que proclama la libertad literaria para lograr la creación de una obra absolutamente personal, dejándose llevar por su instinto, su intuición.
  • Surgen en la poesía nuevos tipos de versificación, nuevos ritmos y estrofas, y una variada polimetría resultado del deseo de dar a cada situación su expresión musical adecuada.
  • Desaparece la unidad de estilo en el teatro, se olvidan las famosas tres unidades de lugar, tiempo y acción, la acción puede recorrer apartados lugares, variadas épocas y desdoblarse en acciones paralelas. Se mezclan los géneros se da un enorme dinamismo.
  • Se destaca lo específico, la nota pintoresca y única, con un enfoque hacia la expresión de lo particular, del matiz individual.
  • Desaparece la noción del arte moralizador. El arte sirve para expresar el yo y excitar la sensibilidad del lector con variadas emociones, no para adoctrinar ni enseñar.
  • Se rechaza a los clásicos como modelos insustituibles, y se recupera la tradición oral, los mitos y leyendas, el arte popular y la literatura apartada de lo clásico.
Lo irónico es que el Romanticismo, que se presentaba como contrario al cientificismo y al industrialismo, era precisamente el fruto de los mecanismos liberales del desarrollo burgués que habían dado inicio al capitalismo industrial. La lucha por la libertad de las naciones, no era más que la manifestación de los ideales liberal-burgueses de la Ilustración que triunfaron en la Revolución Francesa. Y su nacionalismo, su defensa de la noción de patria, sería el concepto más destructivo, generador de las peores guerras de la historia, durante el siglo XX. Al final, el Romanticismo fue parte de la construcción y defensa del mundo esencialmente urbano, global (universalizado) y cientificista que tanto denostaban los románticos.
Iniciándose el siglo XIX, prácticamente todos los escritores del romanticismo y de la literatura gótica conocían o habían escuchado sobre la obra de Dom Agustín Calmet, reputado biblista, historiador y abad del monasterio benedictino de Senones, Francia, quien publicó en 1746 un tratado muy completo acerca de revinientes, apariciones, espectros y otros bichos que consideraba estupideces de la superstición y la ignorancia. El objetivo de Calmet era aniquilar de una buena vez tanta superchería, borrándola con la luz de la sapiencia. Particularmente, quería dar fin definitivo a la obsesión por lo vampiresco que habían despertado las historias de Peter Plogojowitz y Arnold Paole, dos supuestos vampiros exhumados en Serbia bajo la monarquía de los Habsburgo. Por desventura para él y fortuna para los artistas (y principalmente, para los que se llenan de billetes a costa de estas figuras fantasmales), el efecto fue exactamente el opuesto: después de siglos de cacerías de brujas, la ilustración y el enciclopedismo amenazaban con enterrar en el olvido estas tradiciones folclóricas de los países eslavos y de otras latitudes. El tratado de Calmet los revivió y les dio sangre nueva, y los románticos se alimentaron de allí. En su tratado, Calmet define así a los vampiros:
Los revinientes de Hungría, o vampiros, que son el principal objeto de esta disertación, son unos hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos largo, que salen de sus tumbas y vienen a inquietar a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan estrépito en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upiros, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela. Uno se libra de sus infestaciones más que desenterrándolos, cortándoles la cabeza, empalándolos, o quemándolos, o traspasándoles el corazón.
Igual fracaso que Calmet tuvo Próspero Lambertini (que se convirtió luego en el papa Benedicto XIV), que publicó en 1749 el libro "Los Vampiros a la Luz de la Medicina", y luchó toda su vida contra estas creencias. En 1755, el médico holandés Gérard van Swieten, profesor de la Universidad de Viena y protomédico real de la emperatriz María Teresa de Austria, a pedido de la misma emperatriz preparó el "Informe Médico sobre los Vampiros", que es todo un ejemplo del modo de razonar durante el Siglo de las Luces contra la superstición. Gracias a la extraordinaria lucidez y apego al método científico de este trabajo, en el que participaron otros científicos de Viena, y que se dio a conocer a través de la traducción al italiano que publicó Giuseppe Valeriano Vanetti en 1781, los escritores góticos y románticos tuvieron información detallada sobre casos reales de personas acusadas de vampirismo. Estos trabajos se convirtieron en continua fuente de inspiración para los autores de historias de horror, así como para los historiadores que siguen analizando sus páginas aún en nuestros días. En 1761, el naturalista Buffon dio el nombre de vampiro al Desmodus rotundus, murciélago hematófago de las selvas de Centro y Suramérica.
Más adelante, en 1805, el autor polaco Ian Potocki publicó "Manuscrito Hallado en Zaragoza", un libro de viajes de un oficial del ejército napoleónico a través de la España ocupada, cuyos relatos también sirvieron de base para varias historias de vampiros posteriores. En particular, el cuento "El endemoniado Pacheco" inició la tradición erótica del vampiro. En este texto, dos peligrosos bandoleros de Sierra Morena que han sido ajusticiados en la horca, se transfiguran en dos bellas mujeres andaluzas y dan pie a un fantástico trío sexual con su víctima.
El mismo año de 1810 en que un grupo de burgueses criollos organizados por Francisco José de Caldas y Camilo Torres, utilizaron el florero de Llorente como excusa para encender el polvorín de la rebelión independentista de la Nueva Granada en la plaza central de Santafé de Bogotá, se publicó el poema "El Vampiro" de John Stagg, que es el antecedente más inmediato de "El Giaour" de Byron. Stagg cuenta la historia de Herman, que se muestra cada día más pálido y triste. Su esposa Gertrudis lo interroga sobre sus quebrantos, y él le cuenta que su joven amigo Segismundo, muerto recientemente, lo visita cada noche y se alimenta de su sangre. La muerte es inevitable, y el esposo angustiado le revela a Gertrudis que una vez haya bajado a la tumba, la buscará para alimentarse de ella. Por ello le suplica que en cuanto muera, le atraviese el cuerpo con una jabalina, para así prevenir su retorno. En efecto, una vez muerto Herman, su esposa advierte a los habitantes del pueblo, desentierran a Segismundo encontrando su cuerpo sin seña de corrupción, y ponen los cuerpos de los dos amigos juntos para atravesarlos con una larga estaca.


FUENTE: http://www.recitalesgoticos.tk/
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