Entonces debo ver a la Eterna Noche
Sentado sobre aquellos ojos encantadores,
Cerrando suavemente sus resplandores,
Que una vez se alzaron en fulgor radiante,
Y cuyos soles supieron probar la existencia
Del Conocimiento y del Amor?
Oh, si usted no desea permanecer
En este plano bajo y terrenal,
Eligiendo aquella plena herencia inmortal;
Al menos decídnos, se lo rogamos;
Dónde están todas las Bellezas,
Hoy coronadas de cenizas,
Que un día fueron concedidas.
¿Ha renovado el sol con vuestros ojos su resplandor?
¿Las olas han trenzado vuestro cabello con nuevo color?
¿Ha restaurado usted, junto al cielo y el aire,
El rojo, el blanco, y el azul?
¿Ha sido usted, con magnífica elegancia,
Quién ha vestido a las rosas con su fragancia?
¿Se han retirado las luces del cielo a sus nichos,
O bien reposan en vuestro privado lecho?
¿El cielo y el aire no deben conspirar,
Y en sus altas bóvedas llorar?
¿Todas las rosas que de la tierra pueden brotar,
Habrán de ser sólo hierbas muertas en el trigal?
¿No cederemos a ninguna causa
Mientras otros ahogan sus lamentos?
Ha cambiado el curso de nuestros ancestros,
Y sus leyes yacen bajo el agua.
Tus Bellezas no han podido revivirlos,
Ni arrancarlos del páramo del olvido.
Decídnos, pues los oráculos aún deben ascender
Por aquellos que se agitan en sus tumbas,
Decídnos en dónde se encuentran las bellezas,
Y cuáles son sus intenciones;
Decídnos aquello que nuestra pena calla
Y nuestra esperanza alivia.
Elegy over a tomb, Edward Herbert of Cherbury (1583-1648).
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