El veterano escritor argentino Lázaro Covadlo mereció el último premio Café Gijón con una novela inteligente y amena. La obra, de apariencia sencilla, se titula Criaturas de la noche y tiene un espesor que desborda en mucho su aspecto inocente. Este libro fue publicado en el 2004.
Su historia es bastante simple. Se centra en la kafkiana peripecia de un pobre hombre, Dionisio Kauffmann, un hipocondríaco de humilde origen que sufre al ver cómo un amigo íntimo prospera mientras él se hunde en la pobreza y la mediocridad. La culpa la tiene su perniciosa y fatal costumbre de meter la pata en los momentos decisivos de su vida, sea en el trabajo o en el amor.
Este inveterado metepatas, atolondrando como él solo, recibe un día una visita como llovida del cielo: descubre una especie de lámpara de Aladino, una Pulga (con la mayúscula que se da a sí mismo por nombre el insecto) que se ha alojado en su oído, dirige sus acciones y le inspira en los momentos clave de su existencia el modo oportuno de comportarse. Siguiendo esos dictados, Dionisio se hace inmensamente rico y consigue las mejores mujeres. Pero la Pulga, como Mefis- tófeles a Fausto, le exige un pacto oneroso que le obliga a hacer cosas repugnantes, y cuando Dionisio trata de romperlo el bicho emigra a otro oído y el hombre vuelve a las andadas, y a su miserable condición originaria. Así varias veces.
Este trazado argumental encierra, por supuesto, una parábola de nuestro mundo, y ello se refuerza mediante varios divertidos alegatos del parásito. La fábula, porque en el fondo eso es esta sabrosa novelita, encierra un ánimo moralizador, aunque no sujeto a ninguna moral rígida. En el fondo, se percibe un disgusto con los valores socialmente dominantes, el poder, el dinero y el sexo. La novela no va contra esos valores en sí mismos sino contra su hipertrofia, contra la confusión moderna que pone su logro por encima de cualquier otra meta.
De presentar alguna alternativa expresa a esos “placeres y dulzores” que dijo el poeta Manrique, estaríamos en el aleccionamiento y la propaganda. Pero esto felizmente no ocurre. Por una doble e indisoluble razón. Porque, por una parte, Covadlo no es un predicador, sino un satírico bastante escéptico. Y, por otra, porque su novela apela al humor.
Criaturas de la noche resulta, ante todo, una historia divertida y ocurrente, llena de situaciones inventivas y simpáticas, de reflejos indirectos de nuestra vida perspicaces, y llena también de gracejo verbal. Tiene, además, la intuición de la medida conveniente, lo bastante corta como para dilatarse lo justo sin que esa invención ingeniosa se convierta en subterfugio para el encadenamiento caprichoso de anécdotas sueltas. Incluso, aun siendo una novela breve, aún podría serlo más, pues su ideación responde a un cuento un poco largo, a una situación curiosa prolongada. Y, por si fuera poco, está contada con esa fluidez propia de un cuentista nato que engancha.
Tiene esta pequeña y admirable novela un frente débil: el que, a falta de un verdadero argumento, se contenta con montar una trama muy leve y con dar vueltas a una ocurrencia. Pero esta reserva bien puede pasarse por alto en virtud de su mérito primero y capital, regalarnos con el placer de la lectura
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