Caza de Brujas | Cacería de Brujas

La caza de brujas es la búsqueda de brujos, brujas o evidencias de brujería, que llevaba a acusar a la persona afectada de brujería, a un juicio y finalmente a una condena. Muchas culturas, tanto antiguas como modernas, han reaccionado de forma puntual a las acusaciones de brujería con miedo supersticioso y han castigado, o incluso asesinado, a los presuntos o presuntas practicantes.

La caza de brujas como fenómeno generalizado es característica de la Europa Central a inicios de la Época Moderna. Base para la persecución masiva de mujeres (puntualmente también menores y hombres e incluso animales) por la Iglesia y sobre todo por la justicia civil, fue la idea, extendida entre teólogos y juristas, de una conspiración del Demonio para acabar con la Cristiandad.

Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad y suelen clasificarse dentro del llamado pánico moral. De forma general, el término ha llegado a denotar la persecución de un enemigo percibido (habitualmente un grupo social no conformista) de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real.

La creencia en magos se puede documentar en las grandes culturas del pasado. Las artes mágicas eran observadas de cerca en la época y a menudo se temía que fueran magia negra. Tanto en el Código de Hammurabi (la prueba del agua) de Babilonia como en el Antiguo Egipto se castigaba a los magos. Sin embargo nunca llegó a una persecución masiva de presuntas brujas, como se realizaría más tarde a comienzos de la Época Moderna.

La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, prohíbe la magia: «No realizaréis adivinación ni magia» (Levítico 19,26; Deuteronomio 10,10). Además llama a la persecución de la magia: «Los magos no los dejarás vivir» (Éxodo 22,17). Esta formulación fue traducida, de forma gramaticalmente correcta, más tarde por Lutero como «Las magas no las dejarás vivir». Pero brujas, en el sentido moderno, no aparecen en la Biblia, lo que no evitó que los teóricos de la brujería usaran estas menciones como prueba de su existencia y para su condena.

En otros lugares de la Biblia, encuentros con magos y adivinadores se relatan de forma algo más positiva. El rey Saúl busca consejo en la Bruja de Endor (I Samuel 28,5-25), a pesar de que él mismo había prohibido la adivinación, por su desesperación ante los filisteos. En cambio, los Reyes Magos que rinden homenaje al niño Jesús (Evangelio de Mateo 2,1-2), no son realmente hechiceros o adivinos; el original griego utiliza la palabra magi, que en ese entonces designaba más bien a sabios y científicos, más que a brujos.

La Iglesia primitiva en general no participa de estas persecuciones. Sin embargo existen casos aislados, como el martirio de la filósofa neoplatónica Hipatia por una turba cristiana en el año 415, confundida en su ignorancia ante los vastos conocimientos de la filósofa. Este hecho fue condenado oficialmente por la Iglesia como una gran vergüenza. No había entonces una persecución explícita, aunque ya la Iglesia primitiva rechazaba las prácticas y el pensamiento de la brujería como una superstición (Canon episcopi).

Durante el siglo de las Luces aparecieron historiadores europeos que acusaban a la Iglesia y a la Inquisición de la caza de brujas porque las persecuciones habían sido en nombre de dios y habían sido sacerdotes quienes inventaron la imagen de la bruja maléfica. Autores católicos, posteriormente, reivindicaron el papel de la Iglesia aduciendo que la creencia en las brujas no fue una invención de la Iglesia y que fue la justicia de los príncipes la que había asesinado a miles de hombres y mujeres con la acusación de brujería. La controversia se mantiene.

Las primeras condenas de brujos y brujas se realizan en el siglo XIII, con la aparición de la Inquisición, cuya actividad principal no es la brujería, sino la herejía. En las instrucciones del Papa Alejandro IV del 20 de enero de 1260 a los inquisidores, las brujas no debían ser perseguidas de forma activa, sino sólo bajo denuncia. El tema es que cualquiera podía denunciar a su vecino por cualquier motivo y las denuncias eran algo cotidiano. La lucha contra las brujas se confunde con la lucha contra el paganismo y las herejías.
Si bien la creencia en la brujería es un viejo fenómeno universal, recién es con el cristianismo que se comienza a perseguir las artes de las brujas como algo maligno y aparece la brujería demoníaca.

Hasta ese momento los magos, nigromantes y brujos habían existido en toda Europa, Asia y Africa sin ser perseguidos. Su magia era considerada magia blanca y no una herejía. El Código Teodosiano promulga, por primera vez, una ley en contra del ejercicio de la magia, en 429. En 534, el segundo Código de Justiniano prohíbe consultar a los astrólogos y adivinos por ser una «profesión depravada». El Concilio de Ancira o Concilio de Elvira, en 306, declara que matar a través de un conjuro es un pecado y la obra del demonio. El Concilio de Laodicea solicita, en 360, la excomunión de todo aquel que practique la brujería o la magia. Durante la Edad Media, la Iglesia, y en especial la Inquisición, si bien no prendieron directamente las piras, participaron activamente en generar el clima de violencia y paranoia misógina que apareció en Europa en esa época.
 
Al comienzo la caza de brujas fue dirigida por los tribunales eclesiásticos, es decir, los jueces inquisidores, pero en el siglo XVI estos son reemplazados por los tribunales laicos, es decir, los jueces civiles.

No fue sino hasta 1657, cuando ya habían muerto miles de personas, que la Iglesia condenó las persecuciones, en la Bula Proformandis.

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