El cazador (The chaser) es un relato fantastico de terror del escritor británico John Collier, publicado en 1940.
The chaser nos narra la historia de Alan, un joven que, atónito, encuentra a un vendedor ofreciendo un extraño filtro de amor a sólo un dólar, y una pócima letal, indetectable, a un precio mucho más oneroso.
The chaser, John Collier (1901 - 1980)
Un
joven llamado Alan está locamente enamorado de una tipa llamada Dayana.
En realidad ella se ha acostado con media ciudad de Londres, con todos
menos con él. Como dijo Óscar Wilde “la
diferencia entre un amor eterno y un capricho, es que el capricho dura
más”, así que estaba encaprichado. Desesperado, loco de amor, no sabe
qué hacer, un amigo le da la dirección de un hombre raro que tiene fama
de alquimista, que vive en un altillo. Entonces va y le presenta su
tarjeta a ese hombre:
-¡Oh!, ¡míster Alan!
Y le arroja sobre la mesa la tarjetita como si fuera un objeto pringoso y sucio.
-Espero que sea cierto lo que me han dicho, que según usted tiene toda clase de pócimas extraordinarias…
-Ah
sí-le dice el brujo-yo solamente vendo cosas de efectos
extraordinarios, por ejemplo, fíjese en esta botella que tengo acá, este
líquido es incoloro, inodoro e insípido, parece agua, sin embargo,
basta una cucharadita para tratar especialmente a una persona. Se mezcla
con el café, el té o cualquier otra bebida y la persona nada nota,
tampoco quedan rastros en la autopsia…
-Pero, ¿qué me está diciendo?, eso… ¡eso es un veneno!
-Yo
no emplearía una palabra tan fea como veneno, llamémoslo detergente. Es
un detergente de personas-le alude el viejo alquimista.
-Perdóneme, pero no sé de qué me está hablando. No, no, no, no me gusta el lenguaje que usted usa.
-Dispénseme,
soy un cínico, no me tiene que tomar en serio. No hay como darles a las
personas una buena dosis de lo que quieren para que después quieran
otra cosa, aunque sea más cara, como cuando nuestro amado o amada nos da
un beso y después resulta que queremos más. Mi detergente de personas
lo cobro muy caro, esa cucharadita de té que yo le dije, que es
suficiente para tratar a cualquiera la cobro a $50, 000.00, ni un
centavo menos.
-¡Pero yo no quiero nada de eso! Más bien busco el polo opuesto, todo lo contrario, busco el amor.
-Ya
sé que no venía a buscar eso, mi estimado míster Alan. Mi filosofía de
la vida es la misma que la de los narcotraficantes de nuestro estado y
de todo el mundo, la primera te la regalo y la segunda te la vendo. La
gente eventualmente compra lo más caro aunque deba ahorrar, ya
entenderá, no se preocupe. Quiero que sepa que mis pócimas de amor son
terriblemente efectivas. Figúrese, basta hacerle beber una pequeña dosis
a una chica para que ella cambie su manera de ser, de la indiferencia
pasa a la adoración. Si le gustan las fiestas, a partir de ahora, las va
a detestar, va a tener miedo de que en alguna fiesta usted conozca a
otra chica y se la robe. No va a querer que se ponga frente a las
corrientes de aire por miedo a que usted se enferme. ¿Usted fuma?
-De vez en cuando, uno que otro.
-Entonces
lo va a obligar a dejar de fumar. Bastará que usted llegue un minuto
tarde a la casa para que ella se aterre, solamente va a desear en el
mundo estar a solas con usted, se interesará por todos sus pensamientos,
dónde ha estado, qué hizo, qué hará después, a qué horas vuelve, nunca
se va a separar de usted, jamás le concederá el divorcio, eso será lo
último en la vida que pueda suceder.
-¡Eso quiero yo!, ¡ése es el verdadero amor!, que piense solamente en mí.
-¡Oh!, va a pensar solamente en usted.
-Perdone usted, la pócima de amor, ¿cuánto vale? Espero que no sea tan cara como el detergente de personas…
-No,
ése vale $50,000.00. Ni un peso menos. Mis pócimas de amor las cobro
mucho más baratas, es prácticamente gratis, la cobro a un peso.
-¡¡¡¿¿¿Un peso???!!!-dijo míster Alan exaltado-¿por esta maravilla, por esta fuente de felicidad, me va a cobrar un peso?
-Sí, y la primera te la regalo.
-¡Muchas
gracias, señor!, ¡muchas gracias! Usted me ha dado la felicidad, la
felicidad que tanto busqué. Gracias nuevamente, y adiós.
-Nunca utilice la palabra “adiós”, mejor diga “hasta la vista”. ¡Hasta pronto joven Alan!
A
la semana siguiente, Alan regresa al consultorio del brujo, pálido,
desesperado y con una cara que daba lástima, el brujo lo mira y le
pregunta:
-¿Viene por el detergente de personas, míster Alan?
-No,
no lo ocupé, brujo estúpido, yo la maté con mis propias manos. La
policía me anda buscando, y hoy he venido a cobrármelas contigo. Querías
pasarte de astuto conmigo, ¿no es así? ¡Bien sabías que lo que iba a
suceder!, pero una cosa sí te digo… ¡esto no se va a quedar así porque
si caigo yo, caemos todos!
John Collier (1901 - 1980)
0 comentarios:
Publicar un comentario