Según la mitología: Frey o Fro, como se le conocía en Alemania, era
hijo de Njörd y Nerthus y vio la luz en Vaneheim. Pertenecía a la raza
de los Vanes, divinidades del agua y del aire, pero fue cálidamente
bienvenido en Asgard cuando llegó allí como rehén, junto a su padre. Ya
que era costumbre entre las naciones nórdicas conceder algún regalo
valioso a los niños cuando salía el primer diente, los Ases le
entregaron al joven Frey el bello reino de Alfheim, o Tierra de las
Hadas, el lugar de los elfos de la luz.
Allí, Frey, el dios de la dorada luz del Sol y de las cálidas lluvias
de verano, tomó su residencia, encantado con la compañía de los elfos y
los hados, que implícitamente obedecían todas sus órdenes y a la más
mínima de sus señales iban de acá para allá, haciéndolo todo el bien en
su poder, pues ellos eran espíritus preeminentemente benéficos.
Frey también recibió de los dioses una maravillosa espada, un símbolo
de los rayos del sol, que tenía el poder de vencer en la lucha, por su
propia voluntad, tan pronto como fuera desenfundada de su vaina. Frey la
usaba especialmente contra los gigantes de hielo, a quienes odiaba casi
tanto como lo hacía Thor y ya que portaba su reluciente arma, a veces
ha sido confundido con el dios de la espada, Tyr o Saxnot.
Los enanos de Svartalfheim le dieron a Frey el jabalí de cerdas de
oro, Gullinbursti (el de las cerdas de oro), una personificación del
Sol. Las relucientes cerdas de este animal estaban consideradas como
símbolos, o bien de los rayos solares, o del grano dorado, que a su
orden se ondulaba sobre los campos de cosecha de Midgard, o de la
agricultura. Se suponía que el jabalí (rasgando la tierra con su afilado
colmillo) había sido el primero en enseñar a la humanidad el arte del
arado.
Frey cabalgaba a veces sobre el maravilloso jabalí, cuya velocidad
era increíble y en otras ocasiones, lo enjaezaba a su carro dorado, que
se decía contenía frutas y flores que él esparcía profusamente sobre la
faz de la Tierra.
Frey era, además, el orgulloso propietario no sólo del intrépido
corcel Blodughofi, el cual cabalgaba a través del fuego y el agua a sus
órdenes, sino también del barco mágico Skidbladnir, una personificación
de las nubes. Esta embarcación, que navegaba sobre tierra y mar, era
arrastrada siempre por vientos favorables y era tan elástica que podía
asumir proporciones lo suficientemente grandes como para transportar a
los dioses, sus corceles y todo su equipaje, pero también podía ser
doblada hasta alcanzar el tamaño de una servilleta y ser guardada en un
bolsillo.
Al tomar a Frey como dios de la fertilidad y del sol, la religión
nórdica celebraba su fiesta cuando el Sol volvía a “renacer” y ese era
el Solsticio de invierno.
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