Melmoth el errabundo (Melmoth the Wanderer) es una novela del escritor irlandés Charles Maturin también llamado C. R. Maturin con la cual culmina y se cierra la tradición gótica de terror. Fue publicada en 1820.
En esta obra se subrayan los aspectos terribles y problemáticos de la vida humana, sin concesiones.
Melmoth es el personaje romántico por excelencia, fáustico y byroniano, que ha llevado a cabo un pacto con el Diablo.
Llega a vivir doscientos años y, cansado de su existencia desarraigada,
sólo busca a quien traspasarle esa carga de eternidad a cambio de su
alma. La descripción de los sufrimientos de los sucesivos personajes
prefigura los terrores psicológicos de Edgar Allan Poe.
La
novela se compone de una serie de historias dentro de otras historias
anidadas, revelando poco a poco la historia de la vida de Melmoth. La novela ofrece comentario social en el siglo XIX a principios de Inglaterra, y denuncia el catolicismo romano en favor de las virtudes del protestantismo.
Su protagonista, una especie de Fausto y Mefistófeles, simboliza una
visión oscura y angustiosa de la experiencia del hombre en su deambular
por la tierra. Melmoth, después de haber sellado un pacto con el diablo,
logra que su vida se prolongue en el tiempo por encima de lo que cabría
esperar en un hombre ordinario, el resultado de semejante imaginación
sirve para presentar ante la mirada del lector la condición del hombre
con más claridad y nitidez.
El haber prolongado la extensión de la vida no conduce al villano,
que por ello se hace también víctima, a un aumento de su felicidad, al
contrario, le arrastra de un modo más evidente a la esencia de la
existencia: el dolor, el sufrimiento, la desesperación. Sólo podrá
liberarse de la condena cuando encuentre a alguien que esté dispuesto a
asumir su destino. Esta búsqueda es el hilo argumental de la novela,
cuyos episodios están unidos y encajados unos dentro de otros, logrando
su unidad por la aparición del errabundo en su búsqueda incesante de
almas tan desesperadas como él.
Su errancia le conduce a los lugares más siniestros creados por los
hombres: cárceles, manicomios, los tribunales de la Inquisición, en
todos ellos se revelan la crueldad y la persecución a la que unos
hombres someten a otros. El curso de la vida humana se presenta a la
mirada del lector como una repetición obsesiva del sufrimiento, la
tortura física y moral, como un deslizarse irremediable hacia la
catástrofe. Los diversos episodios que componen la novela vuelven
siempre a la realidad única de la tragedia humana, en la que los
personajes se muestran como víctimas sin posibilidad de redención.
Vivir se resuelve, así, en sufrir, en soportar la persecución, en
hundirse en el abismo de la desesperación, y, para que esta concepción
paranoica de la vida impresione más la sensibilidad del lector, Maturin
adorna muchas de estas escenas con descripciones detalladas de torturas
de toda clase. Los laberintos subterráneos y lúgubres, donde a veces se
desarrolla la acción, tienen su correspondencia en la descripción de los
estados mentales y emociones a los que las situaciones insoportables
precipitan a los personajes del drama. Su irremediable caída permite al
autor sondear los profundidades abismales de la subjetividad, los
espacios sin luz donde anidan los fantasmas del miedo, el delirio, la
locura.
El episodio central de la novela narra los amores de Melmoth que,
como demonio enamorado, persigue a la inocente Immalee. El amor tampoco
se muestra como un remedio a la existencia y, como no podía ser de otra
forma, termina también de forma trágica. Si al principio Melmoth siente
cierto alivio con la pasión amorosa, enseguida cae presa de su odio por
la existencia y tortura a la muchacha educada en la naturaleza.
El amor se hace también tormento, que se erige en el verdadero
límite de la peregrinación humana. Todo cae bajo la sombra del tormento
interior del errabundo, de modo que el dolor no se alimenta de causas
exteriores sino de la propia constitución subjetiva del villano. De esta
manera, concibiendo el mal como algo interior, como la propia
constitución psicológica del personaje central, difícilmente es posible
hallar una salida a la situación tormentosa en que todo movimiento del
alma acaba por desembocar. Melmoth el errabundo se levanta como un
monumento a una visión infernal del destino humano, en el que sólo
existe un acto eternamente repetido: el descenso y hundimiento en el
abismo.
Melmoth el errabundo: Charles Maturin
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