Rosalía de Castro (1837-1885)
Del luto de mi noche
mi ángel funesto
tejió un velo pesado,
tupido y denso
más que las sombras
que en los hondos abismos
eternas moran.
Negóme desde entonces
el sol su brillo,
¡ay!, negóme la luna
su fulgor tímido,
y la esperanza
no alumbró más el yermo
de mis entrañas.
Por eso todo, todo...
para mí ha muerto.
Mudas pasan mis horas
tal como espectros...
Cabe mi oído
sólo se agita el soplo
de los olvidos.
Hiende el rayo al peñasco en el monte,
a la nave en el mar la tormenta,
en el aire, el halcón prende al pájaro.
Y en el mar, en el aire, en la tierra,
todos prenden y acosan al hombre
de desgracia acusado y pobreza.
Es obligado tema de sensibles cantores
el amor y sus penas, el beso o la mirada
del dulce ser querido, la dicha malograda
o la esperada dicha con sus vagos temores.
Después vienen los pájaros, el mar o el arroyuelo,
la tempestad que brama o la brisa sonora
que hace hablar al follaje mientras nace la aurora
o alza la mariposa el inconstante vuelo.
Más ¿qué nube es aquella que, elevada,
llena de luz, por el oriente asoma,
virgen que viene en su pudor velada,
temprana flor con su primer aroma?
¿Quién la que en tronos de zafir sentada,
blanca, pura y sin hiel, dulce paloma,
desciende hacia la tierra en raudo vuelo,
abandonando por la tierra el cielo?
¡Es ella! ¡Una mujer! Fuente de vida,
diosa inmortal de pensamiento altivo,
del seno de los ángeles venida
para librar mi corazón cautivo:
es fruto de verdad, fuente querida
de quien mi libre inspiración recibo;
es la que, madre de las madres, lleva,
¡nombre de bendición!, el nombre de Eva.
Como las auras del abril, liviana;
como la luz del sol, fuerte y hermosa,
es ella de quien dicen flor temprana,
fuente sellada, estrella misteriosa:
su rostro del color de la mañana,
suelta la blanda cabellera undosa,
la palabra suave, el paso leve
que a su ligero andar las flores mueve.
Más hay en su mirada una tristeza
de inefable amantísimo delirio,
que aumenta el resplandor de su belleza,
la llama santa de un feliz martirio,
¡oh pura fuente de inmortal limpieza,
sobre las ondas desmayado lirio!
¡Oh cuán amada por tus penas eres,
mujer en quien esperan las mujeres!
En medio del silencio, allá en la noche,
madre de los misterios,
llenaban el espacio ecos suavísimos,
armónico concierto
de entrecortadas frases y caricias,
de suspiros, de quejas y de besos.
¡Ay! Eran él y ella.
Espíritus de fuego,
almas que envueltas en ardiente llama
devoraban placeres y deseos.
-La vida es breve... Amémonos -decían.
-¡Tan veloz corre el tiempo!...
Y en su ansia loca, y en su afán ardiente
más que el viento esta vez corrieron ellos.
Tras de las largas misteriosas noches
un sol primaveral brilló sereno,
y uno al otro en silencio se miraron
con espanto y con miedo...
-Pero si ésta es la vida,
-murmuraron después- ¿a qué ir más lejos?
Y cual duerme un cadáver en su tumba
uno en brazos del otro se durmieron.
Rosalía de Castro (1837-1885)
1 comentarios:
Me encantó éste poema!
Y Un saludo para ti ; )
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