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Don Juan en los infiernos de Charles Baudelaire



Don Juan en los infiernos (Don Juan aux enfers) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1861, Las flores del mal (Les fleurs du mal).







Don Juan aux enfers, Charles Baudelaire (1821-1867)

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea
Y su óbolo hubo dado a Caronte,
Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,
Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,
Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,
Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,
En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

Sganarelle riendo le reclama su paga,
Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso
Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,
El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra Elvira,
Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,
Parecía reclamarle una suprema sonrisa
En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

Erguido en su armadura, un gigante de piedra
Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;
Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,
Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

Charles Baudelaire (1821-1867)

Los Placeres de la Melancolía.

The Pleasures of Melancholy; Thomas Warton (1728-1790)

Madre de las Reflexiones, Sabia de la Contemplación,
Cuya gruta está en la roca más alta de Tenerife,
En medio de la noche tempestuosa,
Donde en una calma meditación sostenida
Oyes con el ulular del viento azotando la lluvia
Mientras su alabanza decae,
Como si los cielos despejados brillasen,
Y es sobre aquel azul sereno donde la pálida Cintia
Hace rodar su carro de plata;
Miras fijamente sobre la bóveda adornada,
Mientras los murmullos indistintos de olas lejanas
Suavizan tu oído pensativo con sonidos roncos y ásperos;
Segura, bendita, escuchas el alboroto salvaje de las flotas,
¡Solitaria, distante del hombre conversas con las esferas!
Guíame, Reina sublime, a las penumbras solemnes
Tan cercanas a mi alegría; llévame a las sombras tristes
De los sitiales desgarrados, hacia los fragmentos del crepúsculo,
Donde la pensativa Melancolía adora reflexionar
Sobre sus sitios favoritos cubiertos de oscuridad.

Thomas Warton (1727-1790)

Lo que se piensa antes de morir

Ramón de Campoamor (1817-1901)

Cree la vulgar opinión
que el alma de un moribundo
piensa, más que en este mundo,
en Dios y en la salvación.
Oye, Leonor, la canción
que hirió el pensamiento mío
al son del eco sombrío
de mi funeral campana:
CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río.

Partiste, y del sentimiento
en cama enfermo caí,
y cuando a exhalar por ti
iba ya mi último aliento,
embargó mi pensamiento,
en vez de tu amor y el mío,
este cantar tan vacío
que oí de niño a mi hermana:
CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río.

Y como todo el que olvida
es de salud un dechado
después que te hube olvidado
volví otra vez a la vida.
Aún vivo muerto, querida,
pensando con hondo hastío
que tú, en vez del canto mío,
oirás, al morir, mañana:
CUCU, cantaba la rana.
CUCU, debajo del río.

¿A qué tan grande inquietud
para llenar la memoria
de tantos sueños de gloria,
de amor y de juventud,
si, al llegar al ataúd,
podrán tu pecho y el mío
no oir más que el tema frío
de esta canción de mi hermana:
CUCU, cantaba la rana,
CUCU, debajo del río.

Ramón de Campoamor (1817-1901)

Las profundidades del espíritu

The Spirit's Depths; Coventry Patmore (1823-1869)

No es en la crisis de los eventos
De una esperanza musical,
O en los actos de graves consecuencias,
Donde la vida revela su profundidad.
El día de los días no está en el pasado,
En aquello que fue pospuesto, demorado;
La noche de la muerte
Se llevó nuestra lámpara lejos,
Sin ser la noche en la que, perplejo,
Mi amada llegó bajo la luna en el espejo,
A través de los umbrales de la tersura.
Caminando sobre aquella tarde profunda,
Dónde vimos las flores agitarse en el agua.

Coventry Patmore (1823-1869)

La Noche del Amor.

Love's Nocturne; Dante Gabriel Rossetti.

¡Maestro de las Cortes Suspirantes,
Dónde se conjuran las formas del sueño!
¡Escuchad! Mi espíritu exhorta
Todos los poderes de tu feudo
En auxilio de mi Dama.
¿Qué respondes, oculto y altivo
Señor de las Cortes Invisibles?

Vaporosos, inabarcables,
Las Tierras del Sueño yacen en despojos de luz,
Vacías como cáscaras de aire.
¡De mis fantasías se me permite
Elegir un sueño y guiar su vuelo!
Conozco bien (y te conozco, doncella)
Lo que tus sueños deben decirte esta noche.

Allí los sueños son multitudes:
Algunos no esperarán hasta dormirse,
Profundo en el bosque de agosto;
Alguien mientras descansa tal vez
Caiga en el letargo del labor;
Interludios,
Algunos, con gravedad han de llorar.

Allí residen todas las fantasías de los poetas:
Las damas élficas bailan entre alados valles,
Ahogados en ráfagas lastimeras;
Allí se percibe el perfume, allí en círculos
Gira la espuma desconcertada de los manantiales;
Sirenas,
Vientos mareados sobre sus cabellos, cantando.

Un sólo sueño nupcial ha sido soñado en común,
Pobre éxtasis de la vigilia;
Visiones esquivas que hacen gemir
Al solitario en su cuarto natal;
Y que nosotros apenas vemos
A través de los postigos de la muerte,
Desconocidas.

Pero en mi propio dormir, yace
En una agradable forma plácida,
Radiante en sus ojos honorables,
Lámparas de su alma traslúcida:
Su mirada es el bien más amado,
Dulce y sabia,
Dónde el amor define su centro.

Me fue arrebatada, mis sueños persisten
En un trance pegajoso, y el cielo teme:
Cambiando senderos y caídas
En un fétido refugio cercano,
Miserables fantasmas que suspiran;
Temblando en sus cofres,
Mientras el funeral pasa de largo.

Maestro, se dice con verdad que,
Así como los ecos de las palabras
Traicionan sus secretos en las hendiduras,
Los cuerpos de los hombres viajan
Como sombras por playas sumergidas.
¿Son la esencia o la sombra
Las que habitan en aquellos salones?

¡Ah! Yo podría, por vuestra inmensa gracia
Que custodia la escalera del viento,
(La oscuridad y el aliento del espacio
Como aguas inciertas cubriendo todo)
Encontrar allí mi propia imagen,
Cara a cara,
Y desde allí hasta donde sea que ella esté.

No, yo no. Pero tu, Maestro,
En tu Reino de Sombras,
Convocad mi fantasma en esta hora:
Ofrecedme el sufrimiento del encuentro,
El placer de su rostro delicado,
Y que su frente
Sienta mi aliento perdido como una brisa suave.

Dónde se cultiva, la grácil primavera tiembla
En una silenciosa plegaria,
Íntima fuerza creciente,
El agua y la voz del viento son una,
Y comparten los ecos del sol.
Maestro, gentil como la primavera,
Dadme el canto y el lamento.

El canto dirá cuan alegre y fuerte
Es la noche en donde ella sueña,
El lamento será la tristeza aferrada a los labios,
La pena descarnada del día:
Serán como las melodías de la marea,
Lamento y canción,
Heraldos fríos que anhelan el verano.

No serán las plegarias de los que abandonan,
De los que eligen la pena sobre la fuente del amor,
No serán elogios por los dones del mundo,
Suspirados con exagerada ternura,
Dejad que llegue hasta ella con mi amor,
Que el dolor sea sólo mío, y en ella: recuerdo.

Donde sea que mis sueños caigan,
En la noche o en el día (dejad que le diga)
Siempre vivirás en el reluctante círculo
De los ángeles, en las horas de la calma.
Descorazonada, sin esperanzas en tu camino,
Descansa y convócame:
En mis ojos tu mirada siempre podrá soñar.

Si, este es mi amor vanidoso,
Vertido en una frágil canción
De esperanza y horror.
Tu eres el Amor,
Y yo sólo anhelo un acorde
Que agite tus sueños,
Busco tus ojos de acero,
Tus ojos de abismo.
Oh, Maestro, de rodillas os imploro:
¡Dejad que ella vuelva a sonreír!

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Lamia.

Lamia, John Keats (1795-1821)

Hace tiempo, antes de que la estirpe de las hadas
Expulsara a Ninfas y Sátiros de los prósperos bosques,
Antes de que la resplandeciente diadema del rey Oberon,
Su cetro y su manto, tapizados de brillantes gemas,
Ahuyentasen a las Dríadas y los Faunos
De los verdes campos y prados de prímulas,
El siempre cautivante Hermes dejó vacío
Su trono dorado,
Del alto Olimpo secuestró la luz,
De este lado de las nubes de Júpiter, para escapar de la mirada
De este gran constructor, y huyó hacia
A un bosque en las costas de Creta.
Pues en algún lugar de esa isla sagrada habitaba
Una ninfa, ante la cual todos los Sátiros se arrodillaban,
Ante cuyos níveos pies los lánguidos Tritones echaban perlas,
Mientras en la tierra se marchitaban y adoraban.
Acosada por los manantiales donde solía bañarse,
y en aquellas planicies donde ocasionalmente deambularía,
había entregado deliciosos obsequios, desconocidos para cualquier Musa,
aunque el pequeño cofre de los caprichos estaba abierto para poder elegir,
Oh, qué mundo lleno de amor se encontraba a sus pies!
Y Hermes pensó, y un calor celestial
Subía desde sus talones alados hasta sus orejas,
Que de una blancura pálida como el lirio
Entre sus dorados cabellos se sonrojaron como las rosas,
Que caían en encantadores bucles sobre sus desnudos hombros.
De bosque en bosque voló,
Respirando sobre las flores su nueva pasión,
Y siguiendo serpenteantes ríos hasta su inicio,
Para encontrar donde esta dulce ninfa tejía su secreto lecho:
Inútil fue; pues la dulce ninfa no se hallaba en ningún sitio,
Entonces reposó sobre el solitario suelo,
Pensativo, y atormentado por dolorosos celos
De los dioses del bosque, y hasta de los mismos árboles.
Mientras allí se encontraba, escuchó una voz que lloraba,
Tal como una vez oyó, que en el noble corazón destruye,
Todo el dolor excepto la piedad: así hablaba la voz:

¡Cuándo me levantaré de esta tumba de flores,
Cuándo me moveré en ágil cuerpo apto para la vida,
Para el amor, el placer y la lucha vigorosa
De los corazones y los labios! ¡Oh, pobre de mi!

El dios de pies alados, se deslizó sigilosamente
Entre hojas y arbustos, peinando suavemente en su rápido avance,
Los altos pastos y las hierbas en flor,
Hasta que encontró una serpiente palpitante,
Brillante y enroscada sobre un negruzco helecho.

Era una figura gordiana de color radiante
Con manchas en bermellón, dorado, verde y azul
Rayada como una cebra, manchada como el tigre,
Sus ojos como los del pavo real, y todo ornado en carmesí;
Y llena de lunas plateadas que, cuando respiraba,
Se desvanecían o brillaban aún más o entretejían
Sus brillos en los tapices más umbríos,
Y del lado del arco iris, teñida de desdichas,
Parecía, al mismo tiempo, una sufriente dama élfica,
Una especie de amante del demonio, o el demonio mismo.
Sobre su cresta brillaba una tenue llama
Salpicada de estrellas como la diadema de Ariadna:
Su cabeza era de serpiente pero, ¡Oh, tan agridulce!
Tenía la boca de una mujer entera con sus perlas:
Y en cuanto a sus ojos: ¿qué podían hacer esos ojos
Excepto llorar y lamentar haber nacido tan bellos?
Así como Proserpina aún derrama lágrimas por su Sicilia
Su cuello era de serpiente, pero las palabras que emitía
brotaban como burbujeante miel, por amor al Amor,
Y así, Hermes se apoyaba en la punta de sus alas,
Como el halcón que se abate sobre su presa.

Dulce Hermes, coronado de plumas, que vuelas suavemente,
Anoche he tenido un maravilloso sueño:
Te veía sentado, en un trono de oro,
Entre los dioses, en el viejo Olimpo,
El único triste; pues no habías oído
Cantar a las suaves Musas de largos dedos,
Ni siquiera Apolo cuando cantaba solo,
Sordo a la amplia y rítmica lamentación de su temblorosa garganta.
Soñé que te veía arropado entre copos de púrpura,
Asomándote amoroso entre las nubes, así como nace el día,
Y velozmente, como un brillante dardo de Febo,
Te diriges a la isla cretense; ¡y aquí estás!
Gentil Hermes, ¿has encontrado a la doncella?

A lo cual la estrella de Leteo no demoró
Su alegre elocuencia, e inquirió:

Tú, serpiente de suaves labios, ¡seguramente de gran inspiración!
Tú hermosa corona de flores, de ojos tristes,
Posees cualquier dicha en la que puedas pensar,
Con sólo decirme adónde ha huido mi ninfa,
¡Dónde respira!

Brillante planeta, así has hablado, respondió la serpiente,
¡pero haz un juramento, mi tierno dios!

¡Lo juro, dijo Hermes, por mi báculo de serpiente,
Y por tus ojos, y por tu corona tachonada de estrellas!

Rápidas volaron sus cándidas palabras, sopladas entre los pétalos.
Y una vez más la femenina brillantez:
¡Muy débil de corazón! pues esta pobre ninfa tuya,
Deambula libre como el aire, invisible,
En estas praderas sin espinas; sus placenteros días
Disfruta sin ser vista; invisibles son sus ligeros pies,
Dejan rastros sobre la hierba y las tiernas flores;
De los agotados zarcillos y las verdes ramas torcidas,
Invisible recoge los frutos, invisible se baña:
Y gracias a mis poderes su belleza se oculta
Para que no sea ultrajada, atacada
Por las miradas amorosas de los ojos poco amables
De los Sátiros, los Faunos, y los oscuros suspiros de Sileno.
Descolorida su inmortalidad, por su aflicción
Ante estos amantes se lamentaba
Entonces de ella tuve piedad,
Su cabello etéreo, que mantendrían
Oculto su encanto, pero libre
Para andar como desee, en libertad.
Tú la contemplarás, Hermes, sólo tú,
¡Si concedes, como has jurado, mi dádiva!

Y una vez más, el encantado dios lanzó
Su juramento, y a los oídos de la serpiente sonó
Cálido, tembloroso, ardiente, como un salmo.
Arrebatada, levantó su cabeza de Circe,
Ruborizada, casi morada, y en rápido balbuceo afirmó,

Yo era una mujer, déjame tener una vez más
La forma y el encanto de mujer que una vez tuve.
Amo a un joven de Corinto. ¡Oh, que felicidad!
Devuélveme mi silueta humana, y llévame con él
Inclínate, Hermes, déjame soplar sobre tu frente,
Y verás a tu dulce ninfa

El dios alado descendió sereno,
Ella exhaló sobre sus ojos, y pronto vio
A la ninfa apenas sonriendo sobre el verde.
No era un sueño; o digamos que era un sueño
Real, como los sueños de los dioses, y que delicadamente suceden
Sus placeres en un largo sueño inmortal.
Un instante cálido, intenso, puede desvanecerse
Ante la belleza de la ninfa del bosque, entonces creó
Un rayo sobre el sacro verdor, se volvió
Hacia la agonizante serpiente, y con trémulo brazo,
Delicadamente, puso a prueba su caduceo.
Hecho esto posó sus ojos sobre la ninfa,
Llenos de lágrimas de adoración,
Y hacia ella se dirigió: ella, como la luna menguante,
Se desvaneció ante él, encogiéndose, no pudo contener
Sus lágrimas de temor, doblándose como una flor
Que se recoge sobre sí misma al ocaso:
Pero al tomar el dios su helada mano,
Ella sintió el calor, sus párpados de abrieron,
Y como las jóvenes flores ante el zumbido matinal de las abejas,
Floreció y dio su miel hasta la última gota.
Hacia los verdes bosques huyeron;
Y no palidecieron como lo hacen los amantes mortales.

Allí abandonada, la serpiente empezó
A cambiar; su sangre mágica enloqueció,
Creció espuma en su boca, y sobre el pasto cayó,
Marchitándolo con un rocío tan dulce y venenoso;
Sus ojos fijos en la tortura, un lóbrego tormento,
Cálidos, espejados y abiertos, con las pestañas ardiendo,
Lanzaban luces y chispas, sin una lágrima refrescante.
Todos los colores encendidos en todo su cuerpo,
Se retorcían convulsos con un dolor escarlata:
Un profundo ambar volcánico ocupó el espacio
De toda la suave gracia lunar de su cuerpo;
Y, como la lava arrasa la pradera,
Arruinó su plateada cota de malla y dorado manto;
Oscureció todas sus pecas, sus manchas y rayas,
Eclipsó sus lunas, arrasó con sus estrellas:
Y en pocos momentos fue despojada
De todos sus zafiros, esmeraldas y amatistas,
Y brillantes rubíes: de todos ellos privada,
Todavía brillaba su corona; que se deshizo, también ella
Se derritió y desapareció repentinamente;
Y en el aire, su nueva voz sonando suave como un laúd,
Llamó, “¡Lucio, gentil Lucio!”...

Abandonada en lo alto
Con las brillantes nieblas
Entre la blancura de los montes
Estas palabras se deshicieron:
Los bosques de Creta no escucharon más.

John Keats (1795-1821)

La mejor cosa del mundo

The Best Thing in the World; Elizabeth Barret Browning (1806-1861).

¿Cuál es la mejor cosa del mundo?
Las rosas de junio perladas por el rocío de mayo;
El dulce viento del sur diciendo que no lloverá;
La Verdad, con los amigos despojada de crueldad;
La Belleza, no envanecida hasta agotar su orgullo;
El Amor, cuando somos amados de nuevo.
¿Cuál es la mejor cosa del mundo?
Algo fuera de él, pienso.

Elizabeth Barret Browning (1806-1861)

Kubla Khan.

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

En Xanadú, Kubla Khan ordenó levantar un majestuoso palacio; allí donde Alf, el río sagrado, corre a través de mil cavernas, desembocando en un mar abandonado por el sol. Dos veces cinco millas de tierra fértil, por murallas y torres eran circundada; y allí veíanse jardines surcados por brillantes arroyos, en los que florecían filas de árboles perfumados, y bosques tan apretados como montañas, encerrando en su seno verdes pasajes sonrientes.

¡Aquella profunda y romántica quebrada que se adentra en la verde colina, a la sombra de los cedros! ¡Paisaje agreste! ¡Encantado y beatificado como si en otra época, bajo la luna moribunda, alguna dama hubiese venido a llorar por su demonio amante! Y de esta quebrada, creciendo en incesante gemido, como si la tierra respirase hondo, brotase por momentos una fuente tumultuosa; cuyas lenguas inciertas escupen fragmentos como granizo o granos que saltan bajo el saco de trigo, y en medio de estas danzantes rocas, junto a ellas, saltaba hacia los aires el río sagrado. Durante cinco millas, por un laberinto trazado, entre bosques y valles corría el río sagrado, antes de entrar en las cavernas al hombre inmensurable y de hundirse tumultuosa en un océano muerto. En medio de este tumulto, Kubla oyó en la distancia las voces ancestrales que predecían la guerra.

La sombra del palacio de los deleites flotaba sobre las olas, y desde él se oían las melodías de la fuente y las cavernas. ¡Milagro de sutil ingenio este resplandeciente palacio con sus cavernas de hielo!

Ví en sueños una doncella, tañendo su instrumento: una doncella abisinia, tañendo su instrumento y cantando dulcemente en el monte Abora. ¡Ah! Si yo pudiese resucitar de mi memoria su música y su canción, en tan grave éxtasis me sumirían, que podría construir con música en el aire aquel palacio. ¡Aquel palacio resplandeciente, aquellas cavernas de hielo! Y cuantos me oyeran verían ante sus propios ojos, y todos gritarían: ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Mirad los ojos fulgurantes, mirad su flotante cabellera! Trazad un triple círculo en torno a él y cerrad los ojos en sagrada reverencia, pues él se ha nutrido de dulce rocío y bebido la leche del Paraíso.

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Una invitación a la eternidad.

An invite to eternity; John Clare (1793-1864)

Vendrás conmigo, dulce doncella,
Vendrás conmigo, confiésalo princesa,
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
¡Dulce doncella, que aquel sea nuestro mundo!

Allí las piedras se hunden bajo la corriente,
Las plantas se elevan incandescentes,
La vida se desvanece como una visión efímera
Y las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Decid, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta tristeza sin identidad,
Donde los amores no nos recuerdan.
Donde los amigos viven en el olvido?

Confiésalo, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta extraña muerte que ha de ser vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
-Aquello que fue y no será-
Viendo las cosas pasar como sombras,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?

John Clare (1793-1864)

In Memoriam

I Wage not any Feud with Death.
Lord Alfred Tennyson (1809-1892)


Yo no negocio ningún feudo con la muerte,
Por los cambios provocados en forma y mente;
Ninguna vida menor que abraza la tierra
Se cruzará con él, ni a mi fe le dará guerra.

El eterno proceso avanza,
De estado a estado el espíritu pasa;
Estos son apenas los tallos destrozados,
O las ruinas de una crisálida.

No culpo a la Muerte, pues ella desnuda
El uso de la virtud en el planeta:
Yo se que aquel valor humano
Brillará intensamente en otro lado.

Pero esto sólo la Muerte me provoca:
La ira que se asienta en mi corazón;
Ella distancia de tal modo los cuerpos
Que a nuestros oídos no llega ningún lamento.

Lord Alfred Tennyson (1809-1892)

Imitación de Lord Byron.

José Joaquín de Mora (1783-1864)

Luzbel creyó que el orbe de la tierra
su personal esmero requería;
sube y observa la demencia impía
que arma a los hombres en nefanda guerra.

Sangre a ríos inunda valle y sierra;
roba el cañón la claridad del día;
muere en los brazos de la madre pía
la prenda cara que su dicha encierra.

Y en tan atroz desorden y locura,
al homicida, al robador exalta
gloria falaz, con alabanza impura.

Luzbel de un brinco al horno averno salta;
"nuestra victoria (dice) está segura;
arriba, por ahora, no hago falta".

José Joaquín de Mora (1783-1864)

Himno de Pan.

Hymn of Pan, Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

I.
De los bosques y las tierras altas,
Venimos, venimos;
De los ríos y las lejanas islas,
Donde las olas rugen mudas
Para escuchar mi dulce flauta.
El viento en las cañas y los juncos,
Las abejas en las flores del tomillo,
Las aves en el mirto de los arbustos,
Los insectos sobre las rocas
Y los reptiles sobre la tierra,
Silenciosos como el viejo Tmolus*,
Escuchando mi dulce flauta.

II.
El líquido Peneo* continuó fluyendo,
Y oscuro yace el enorme Tempe*,
A la sombra de Pelión*, inmóvil,
La luz de un día moribundo,
Consolado por mis dulces notas.
Los Silenos, los Silvanos y los Faunos,
Y las Ninfas de los bosques y el mar,
Hasta la orilla húmeda del río llegan,
Hasta la oscura cueva llegan,
Sólo para escuchar fascinados,
Fueron silencio y fueron amor,
Escuchando atentos, sin un rumor,
Como tu lo estás ahora, Apolo,
Envidiando el canto de mi dulce flauta.

III.
Le canté a las estrellas danzantes,
Le canté a la vieja Tierra,
Al cielo y de los gigantes su guerra,
Al Amor, a la Muerte y al Nacimiento,
Entonces cambié mi melodía,
Canté como bajo el velo de Menelao*
Perseguí a una doncella cambiada en cañas.
Dioses y hombres ¡todos somos ilusión!
Se quiebra nuestro seno y sangramos:
Todos lloraron; así como vosotros ahora,
Si la ira o la envidia no han congelado tu sangre,
Mientras oyes el lamento de mi dulce flauta.

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Tmolus: Es un personaje muy ligado a la mitología del dios Pan. Se trata de un dios de la montaña y esposo de Onfalia. Fue el encargado de juzgar la competencia musical entre Pan y Apolo.
Peneo: Dios del río.
Tempe: Valle de Tesalia.
Pelión: Monte de Grecia. Allí residían algunos centauros. Quirón, su rey, habitaba en la cumbre.
Menelao: Héroe de la liga aquea contra los troyanos. Cornudo. Esposo de Helena.

Himno a la belleza intelectual.

Hymn to Intellectual Beauty; Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

La terrible sombra de algún poder oculto
Flota velada entre nosotros, -pasa por
Este mundo con alas inconstantes,
Como el viento del estío arrastrándose de flor en flor-
Como la luna demorándose en las montañas,
Que visita con su mirada impaciente
Cada rostro y corazón humano;
Como los tonos y las melodías del ocaso,
Como las amplias nubes bajo las estrellas,
Como el recuerdo de una música perdida;
Como la nada que por su gracia nos es querida,
Y sin embargo, más querida aún por su misterio.

Espíritu de Belleza, que consagras con tu sutileza,
Brillando sobre el pensamiento y la forma humana
¿Hacia dónde te has ido?
¿Por qué pasas de largo y nos dejas atrás
En este vasto valle de lágrimas, solos y desolados?
Pregunta por qué el sol no teje para siempre
Al arcoiris sobre el río joven de la montaña,
Por qué la nada debe desvanecerse y caer en lo que una vez fue,
Por qué el miedo y el sueño, la muerte y el nacimiento
Derraman sobre el día de esta tierra su oscuridad,
Por qué el hombre siente con pasión el odio y el amor,
La esperanza y la desazón.

Ninguna voz de algún mundo sublime, ni sabio
Ni poeta jamás ha elevado sus respuestas.
Por lo tanto, los nombres del Demonio, Fantasmas y Cielos
Permanecen en el recuerdo de su vano empeño,
Frágiles hechizos -cuyo encanto pronunciado no lastima-
De todo lo que vemos y oímos,
Duda, azar, cambio.
Tu luz por sí sola, como la niebla cayendo por la montaña,
O la música enviada por el viento nocturno
Que tiembla en las cuerdas de un instrumento inmóvil,
O el brillo lunar sobre el estanque en la medianoche,
Nos brinda gracia y verdad en este inquieto sueño de vida.

Amor, esperanza y autoestima, son como nubes
Que se apartan y retornan en un momento incierto.
El hombre fue inmortal, y omnipotente,
Hasta que tú, desconocida y horrible como eres,
Encerraste tu gloriosa marcha dentro de su corazón.
Tú, mensajero de simpatías,
Que resbalas y disminuyes en los ojos de los amantes,
Tú, que del pensamiento humano eres alimento,
Como la oscuridad a una llama moribunda,
No huyas como tu sombra vino,
No huyas, evitando la tumba que será,
Como la vida y el horror, una oscura realidad.

Si bien de niño he tratado con fantasmas, corriendo
A través de muchas y ansiosas cámaras, cuevas, ruinas,
Y estrellas de madera, persiguiendo con pasos temerosos
La esperanza de un diálogo con los queridos muertos.
Invoqué los nombres venenosos de los que nuestra juventud se alimenta;
No fui escuchado -Yo no los ví-
Cuando sonaba profundo en el espacio vital,
En aquel dulce momento
donde el viento confiesa todos los secretos;
De repente, tu sombra cayó sobre mí,
Me encogí, y froté mis manos en éxtasis.

Prometí que dedicaría mis facultades
A tí y sólo a tí -¿No he honrado mi voto?-
Con el corazón palpitante y los ojos luctuosos, aún ahora
Convoco a los fantasmas de un millar de horas,
Cada uno desde su tumba silenciosa: En soñadas alcobas
De celosos estudios o placenteras ternuras,
Han contemplado conmigo la envidiosa noche.
Saben que ninguna alegría iluminó mi frente,
Desencadenada con la esperanza de que habrás de liberar
Este mundo de su oscura esclavitud,
Que tú, horrible encantadora,
Nos darás todo lo que estas palabras no pueden expresar.

El día se hace más solemne y sereno
Cuando pasa el mediodía -hay una armonía
En el otoño que resplandece en el cielo,
Y que durante el verano no es vista ni oída,
Como si no pudiese ser, como si no fuese.-
Así pues, deja que tu poder, que desciende
Igual a la naturaleza de mi pasiva juventud,
Inunde mi propia vida con su calma;
A este que te adora en cada forma que te contiene,
Y a quien. Espíritu Justo, tus conjuros obligan
A temerse a sí mismo, y a amar a toda la humanidad.

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Hemos sido amigos.

We have been friends together, Caroline Elizabeth Sarah Norton (1808-1877)

Hemos sido amigos juntos,
Bajo el sol y la sombra;
Desde que los castaños cobijaron
Los primeros juegos de la infancia.
Pero la frialdad habita tu corazón,
Una nube flota sobre tu frente;
-Hemos sido amigos juntos-
¿Es una palabra la que nos separa?

Hemos sido alegres juntos;
Hemos reído como pequeños duendes;
Pues la esperanza brotaba como una fuente
Cálida y jubilosa en nuestros pechos.
Pero ahora la risa huye de tus labios,
Y una hosca oscuridad brilla en tu frente;
-Hemos sido alegres juntos-
¿Es una palabra la que nos separa?

Hemos sido tristeza juntos,
Hemos llorado con lágrimas amargas,
Sobre el pasto que cubre las tumbas,
Donde yacen las primeras esperanzas.
Allí duermen las voces silenciosas
Que limpiarán la penumbra de tu frente;
-Hemos sido tristeza juntos-
¿Qué podría separarnos ahora?

Caroline Elizabeth Sarah Norton (1808-1877)

Gloria y Amor.

José Amador de los Ríos (1818-1878)

En insaciable sed de amor y gloria,
ardió mi pecho en juventud florida;
luché y la noble palma apetecida
puso en mis sienes la inmortal victoria.

Negra fue en cambio del amor la historia;
que el alma triste de su dardo herida,
una esperanza y mil lloró perdida,
en vez del oro hallando vil escoria.

La nieve empieza a coronar mi frente,
y encendido por ti, de amor abrigo
dentro del corazón volcán rugiente.

Gloria y amor gozar quiero contigo;
mas si la pura fe tu labio miente,
amor y gloria, cual Satán, maldigo.

José Amador de los Ríos (1818-1878)

Esta mano viviente

This Living Hand; John Keats (1795-1821)

Esta mano viviente, ahora tibia y capaz
De agarrar firmemente, si estuviera fría
Y en el silencio helado de la tumba,
De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
Que desearías tu propio corazón secar de sangre
Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,
Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—
La sostengo frente a ti.

John Keats (1795-1821)

El Misterio del Dolor: Emily Dickinson

The Mystery of Pain; Emily Dickinson (1830-1886)

Hay un elemento blanco en el Dolor;
Yo no puedo recordar
Cuando hubo de comenzar,
Si fue durante el día
Cuando en realidad no.

No tiene futuro sino el propio,
Sus reinos infinitos
contienen el pasado,
Percibiendo, iluminado,
Un nuevo período de dolor.

Emily Dickinson (1830-1886)

El Lenguaje del Amor.

Love's Language; Ella Wheeler Wilcox (1850-1919)

¿Cómo habla el Amor?
Sobre una mejilla en su tenue rubor,
Y en la palidez que le sucede, en aquel
Temblor de unos ojos que huyen,
-la sonrisa que se convierte en suspiro-
Así habla el Amor.

¿Cómo habla el Amor?
Por la desigualdad de dos corazones que palpitan,
Monstruo que en el pulso vibra, inmóvil ante el dolor,
Mientras nuevas emociones, como insólitas barcas
Que a lo largo de las venas trazan su inquietante curso;
-como el amanecer, con la fuerza súbita del amanecer-
Así habla el Amor.

¿Cómo habla el Amor?
Cuando evitamos aquello que buscamos,
El silencio repentino que nos asalta cuando
Contemplamos el ojo que brilla con su lágrima esquiva,
Cuando la alegría nos arrebata el corazón del pecho
-conociendo de memoria los nombres divinos-
Así habla el Amor.

¿Cómo habla el Amor?
En el orgulloso espíritu que crece mansamente,
En el corazón altanero creciendo humilde; en la cálida
Luz sin nombre que inunda el mundo con su esplendor;
En la semejanza donde los ojos trazan
En todas las cosas justas el rostro amado;
En el tímido roce de las manos que se estremecen,
-en los labios y las miradas que ya no disimulan-
Así habla el Amor.

¿Cómo habla el Amor?
Cuando las palabras pronunciadas parecen tan débiles
Que se someten al silencio; en el fuego
Que abate las miradas, destellos rápidos y más altos,
Como relámpagos que preceden la furia de la tormenta;
En lo profundo: sentimental quietud;
En la cálida marea apasionada que barre las venas
Entre las orillas del deleite y el dolor;
En el abrazo que se derrite en la locura del placer,
-en el arrebato convulsivo de un beso-
Así habla el Amor.

Ella Wheeler Wilcox (1850-1919)

Donde ella confesó su amor.

Where she told her love; John Clare (1793-1864)

La vi arrancar una rosa
Al comenzar el día, temprano,
Y fui a besar aquel páramo
Donde ella rompió su rosa;
Entonces vi los anillos
Donde su estilo era un secreto,
Y me enamoré de todos los objetos
Donde sus ojos habían caído.
Si ella viese el abismo
O las cálidas hojas dobles,
Ya sea de un olmo o un viejo roble,
Jamás sabría lo caras que esas cosas son para mi.

Poseo una agradable colina,
Allí me siento por horas, erráticas,
Donde ella arrancó hierbas aromáticas
Y otras pequeñas flores;
Allí murmuró ella, como la
la belleza canta en sueños,
Y la amé cuando derramó sobre su pecho
Algo similar a un llanto pequeño,
Bañando el lunar oscuro de su cuello,
Que a mis ojos era un diamante eterno;
Entonces mis labios ardieron
Y en mi corazón se consumieron.

Hay un pequeño espacio verde
Donde pasa indolente el ganado,
Donde descubrí un pálido sábado
La cosa más querida del mundo.
Un pequeño roble se extiende sobre él,
Arrojando una sombra redonda,
La hierba oscura allí se demora,
El verde más intenso que haya conocido:
Allí no hay penas ni dolor
No hay bosques ni arboledas,
Pero fue en aquella mágica tierra
Donde ella confesó su amor.

John Clare (1793-1864)

El Jardín de las Sombras.

The Garden of Shadows, Ernest Christopher Dowson (1867-1900).

El Amor ya no escucha el gemido del viento
bailando entre flores perfectas: Tu cerrado jardín
Crece en desérticas formas, donde nadie podrá encontrar
El extraviado pétalo de una rosa olvidada.

¡Oh, Brillante, brillante cabello!
¡Oh, Boca, labios trémulos como la fruta que cae del árbol
¿Puede el hambre permanecer cerca de esa cosecha?
El Amor, que fue sinfonía, con su laúd quebrado
Susurrará melodías sobre la hierba de los camposantos.

Deja que el viento murmure sobre las flores perfectas,
Y que el jardín renazca y brille con la primavera:
El Amor ha crecido ciego sin contar las horas,
Sin soñar en las semillas del tiempo, ni en su cosecha.

Ernest Christopher Dowson (1867-1900)