El vampiro de John Stagg


El vampiro (The vampyre) es un poema de vampiros del escritor inglés John Stagg, publicado en la colección de historias y leyendas de 1810: El juglar del norte (The minstrel of the north).








The vampyre, John Stagg (1770-1823)

¿Por qué está tan mortalmente pálido, mi señor?
¿Por qué se desvanece el rubor de su mejilla?
¿Qué puede a mi querido marido afligir?
¡Sus cuidados sentidos, oh Herman, habla!

¿Por qué a la silenciosa hora del descanso
tú te lamentas tan tristemente mientras duermes?
¿Estás oprimido por la aflicción más pesada,
aflicciones demasiado dolorosas para ser guardadas?

¿Por qué palpita tu pecho? ¿Por qué se estremece tu corazón?
¡Oh, habla! Y si hay algún alivio
Tu consuelo Gertrudis te lo dará,
Si no, al menos comparte tu aflicción.

Pálida está esa mejilla que una vez la floración
de la reluciente belleza varonil enseñó;
apagados están esos ojos, en pensativa penumbra
que antiguamente con entusiasta lustre brillaban.

Di, ¿por qué también a medianoche,
tú tristemente jadeas y te estiras para respirar
como si algún poder sobrenatural
estuviera arrastrándote hacia la muerte?

Inquieto, aunque durmiendo, aún te quejas,
y con un horror convulsivo te sobresaltas.
¡Oh, Herman! Haz saber a tu esposa
ese pesar que atormenta tu corazón.

¡Oh, Gertrudis! ¿Cómo podré relatarte
la extraña angustia que siento?;
extraña y severa como es este mi destino;
un destino que yo no puedo esconder más tiempo.

A pesar de toda mi fuerza acostumbrada
el destino severo ha sellado mi suerte
esta espantosa enfermedad a la larga
me arrastrará a la silenciosa tumba.

Pero di, Herman, ¿cuál es la causa
de esta aflicción y de todo lo que te preocupa
que, como un buitre tus vitales roe
y mortifica tu pecho con desesperación?

¿Seguro que esto no puede ser una aflicción común?
¿Seguro que esto no puede ser un dolor común?
Habla, si este mundo contiene alivio
Que pronto tu Gertrudis lo obtendrá.

¡Oh, Gertrudis! Es una causa horrenda.
¡Oh, Gertrudis! Es una inquietud inusual
que, como un buitre, mis vitales roe
y mortifica mi pecho con desesperación.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo,
pero quien últimamente renunció a respirar,
con otros lo acompañé
a la silenciosa casa de la muerte.

Por él lloré, por él llevé luto,
pagué todo lo que debía por amistad
pero tristemente la amistad ha vuelto
y tu Herman tiene que seguirlo también.

Debo seguirlo a la tenebrosa tumba
a pesar de las artes o las habilidades humanas;
ningún poder en la tierra puede salvar mi vida,
es la voluntad inalterable del destino.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo
pero ahora mi vil perseguidor
extiende su malevolencia
incluso para torturar mi alma.

Por la noche, cuando, envueltos en profundo sueño
todos los mortales compartimos un suave reposo,
mi alma mantiene espantosas vigilancias
más intensas de lo que el infierno apenas sabe.

Desde la tenebrosa mansión de la tumba
desde las profundas regiones de los muertos
el fantasma de Segismundo vaga
y me persigue horriblemente en mi cama.

Allí, vestido de forma infernal,
(de una manera que yo no entiendo)
el duende yace cerca de mí
y bebe mi sangre vital.

Chupa de mis venas la vida que fluye
y drena la fuente de mi corazón.
¡Oh Gertrudis, Gertrudis! ¡Mi querida esposa!
Indecible es mi dolor.

Cuando está saciado, el horrendo duende
con el banquete de la sangre amamantada
se retira a su sepulcro
hasta que la noche lo invita a venir una vez más.

Luego él terriblemente volverá
y de mis venas los jugos de la vida drenará;
mientras que yo, inerte, lloro con angustia
y me sacudo con dolor agonizante.

Pronto estoy exhausto, gastado,
su carnaval está casi acabado;
mi alma está hendida con agonía.
mañana no estaré más.

Pero, oh Gertrudis, mi querida esposa.
Las más penetrantes punzadas al fin permanecerán
pues muerto, yo también buscaré tu vida;
tu sangre por Herman será drenada.

Pero para evitar este horrible destino,
en cuanto muera y yazca en tierra
cruza mi cuerpo con una jabalina;
esto prevendrá mi regreso.

Oh mira conmigo esta última y triste noche,
miremos en tu habitación aquí solos
pero cuidadosamente esconde la luz
hasta que escuches mi quejido de despedida.

Entonces a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento repique
ese repique llamará a mi despedida
y el cuerpo de Herman estará frío.

"Entonces, y sólo entonces, tu lámpara descubre,
el rayo primero, la luz radiante
harán asustar al duende a mi lado
y lo hará visible a la vista."

Toda la noche la pobre Gertrudis
estuvo sentada vigilando a su moribundo marido;
toda la noche ella lloró el destino
del objeto que su alma adoraba.

Entonces, a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento tristemente sonó
su despedida fue entonces repicada
y el desventurado Herman estaba frío.

Justo en ese momento Gertrudis descubrió
de debajo de su capa la escondida luz,
cuando, ¡horrible!, ella tuvo a la vista
la sombra de Segismundo. ¡Triste visión!

El indigno puso sus coléricos ojos en blanco
Que brillaban con mirada salvaje y terrorífica,
Y con sorpresa contempló por un momento
Pasmado la esclarecedora iluminación.

Sus cadavéricas mandíbulas estaban embadurnada
con coagulada matanza
y todo este horror parecía distante
y lleno con sangre humana.

Con horrible ceño el espectro huyó.
Ella chilló muy alto, luego se desvaneció.
El desventurado Herman en su cama
Todo pálido, un cuerpo sin vida yacía.

Al día siguiente en consejo fue decretado
(impulsado a petición del estado)
que la naturaleza escalofriante debería ser liberada
de pestes como esta antes de que fuera demasiado tarde.

El coro entonces llenó la cúpula del funeral
Donde Segismundo estaba enterrado,
Y lo encontró, aunque dentro de su tumba
Aún templado como la vida y sin deterioro.

Su cara no estaba manchada de sangre.
Ensangrentados estaban sus temerosos ojos.
Cada signo de vida pasada permanecía
aunque allí sin movilidad yacía.

Ellos llevaron al mismo sepulcro
el cuerpo de Herman
y a través de los dos cadáveres introdujeron
profunda en la tierra, una afilada estaca.

Así acaba su carrera,
con esto no podrán vagar más.
De ellos no tendrán que temer más sus amigos.
Los dos guardan silenciosos la inactiva tumba.

John Stagg (1770-1823)

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