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El vampiro de John Stagg


El vampiro (The vampyre) es un poema de vampiros del escritor inglés John Stagg, publicado en la colección de historias y leyendas de 1810: El juglar del norte (The minstrel of the north).








The vampyre, John Stagg (1770-1823)

¿Por qué está tan mortalmente pálido, mi señor?
¿Por qué se desvanece el rubor de su mejilla?
¿Qué puede a mi querido marido afligir?
¡Sus cuidados sentidos, oh Herman, habla!

¿Por qué a la silenciosa hora del descanso
tú te lamentas tan tristemente mientras duermes?
¿Estás oprimido por la aflicción más pesada,
aflicciones demasiado dolorosas para ser guardadas?

¿Por qué palpita tu pecho? ¿Por qué se estremece tu corazón?
¡Oh, habla! Y si hay algún alivio
Tu consuelo Gertrudis te lo dará,
Si no, al menos comparte tu aflicción.

Pálida está esa mejilla que una vez la floración
de la reluciente belleza varonil enseñó;
apagados están esos ojos, en pensativa penumbra
que antiguamente con entusiasta lustre brillaban.

Di, ¿por qué también a medianoche,
tú tristemente jadeas y te estiras para respirar
como si algún poder sobrenatural
estuviera arrastrándote hacia la muerte?

Inquieto, aunque durmiendo, aún te quejas,
y con un horror convulsivo te sobresaltas.
¡Oh, Herman! Haz saber a tu esposa
ese pesar que atormenta tu corazón.

¡Oh, Gertrudis! ¿Cómo podré relatarte
la extraña angustia que siento?;
extraña y severa como es este mi destino;
un destino que yo no puedo esconder más tiempo.

A pesar de toda mi fuerza acostumbrada
el destino severo ha sellado mi suerte
esta espantosa enfermedad a la larga
me arrastrará a la silenciosa tumba.

Pero di, Herman, ¿cuál es la causa
de esta aflicción y de todo lo que te preocupa
que, como un buitre tus vitales roe
y mortifica tu pecho con desesperación?

¿Seguro que esto no puede ser una aflicción común?
¿Seguro que esto no puede ser un dolor común?
Habla, si este mundo contiene alivio
Que pronto tu Gertrudis lo obtendrá.

¡Oh, Gertrudis! Es una causa horrenda.
¡Oh, Gertrudis! Es una inquietud inusual
que, como un buitre, mis vitales roe
y mortifica mi pecho con desesperación.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo,
pero quien últimamente renunció a respirar,
con otros lo acompañé
a la silenciosa casa de la muerte.

Por él lloré, por él llevé luto,
pagué todo lo que debía por amistad
pero tristemente la amistad ha vuelto
y tu Herman tiene que seguirlo también.

Debo seguirlo a la tenebrosa tumba
a pesar de las artes o las habilidades humanas;
ningún poder en la tierra puede salvar mi vida,
es la voluntad inalterable del destino.

El joven Segismundo, mi una vez querido amigo
pero ahora mi vil perseguidor
extiende su malevolencia
incluso para torturar mi alma.

Por la noche, cuando, envueltos en profundo sueño
todos los mortales compartimos un suave reposo,
mi alma mantiene espantosas vigilancias
más intensas de lo que el infierno apenas sabe.

Desde la tenebrosa mansión de la tumba
desde las profundas regiones de los muertos
el fantasma de Segismundo vaga
y me persigue horriblemente en mi cama.

Allí, vestido de forma infernal,
(de una manera que yo no entiendo)
el duende yace cerca de mí
y bebe mi sangre vital.

Chupa de mis venas la vida que fluye
y drena la fuente de mi corazón.
¡Oh Gertrudis, Gertrudis! ¡Mi querida esposa!
Indecible es mi dolor.

Cuando está saciado, el horrendo duende
con el banquete de la sangre amamantada
se retira a su sepulcro
hasta que la noche lo invita a venir una vez más.

Luego él terriblemente volverá
y de mis venas los jugos de la vida drenará;
mientras que yo, inerte, lloro con angustia
y me sacudo con dolor agonizante.

Pronto estoy exhausto, gastado,
su carnaval está casi acabado;
mi alma está hendida con agonía.
mañana no estaré más.

Pero, oh Gertrudis, mi querida esposa.
Las más penetrantes punzadas al fin permanecerán
pues muerto, yo también buscaré tu vida;
tu sangre por Herman será drenada.

Pero para evitar este horrible destino,
en cuanto muera y yazca en tierra
cruza mi cuerpo con una jabalina;
esto prevendrá mi regreso.

Oh mira conmigo esta última y triste noche,
miremos en tu habitación aquí solos
pero cuidadosamente esconde la luz
hasta que escuches mi quejido de despedida.

Entonces a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento repique
ese repique llamará a mi despedida
y el cuerpo de Herman estará frío.

"Entonces, y sólo entonces, tu lámpara descubre,
el rayo primero, la luz radiante
harán asustar al duende a mi lado
y lo hará visible a la vista."

Toda la noche la pobre Gertrudis
estuvo sentada vigilando a su moribundo marido;
toda la noche ella lloró el destino
del objeto que su alma adoraba.

Entonces, a la hora en que la campana de vísperas
de aquel convento tristemente sonó
su despedida fue entonces repicada
y el desventurado Herman estaba frío.

Justo en ese momento Gertrudis descubrió
de debajo de su capa la escondida luz,
cuando, ¡horrible!, ella tuvo a la vista
la sombra de Segismundo. ¡Triste visión!

El indigno puso sus coléricos ojos en blanco
Que brillaban con mirada salvaje y terrorífica,
Y con sorpresa contempló por un momento
Pasmado la esclarecedora iluminación.

Sus cadavéricas mandíbulas estaban embadurnada
con coagulada matanza
y todo este horror parecía distante
y lleno con sangre humana.

Con horrible ceño el espectro huyó.
Ella chilló muy alto, luego se desvaneció.
El desventurado Herman en su cama
Todo pálido, un cuerpo sin vida yacía.

Al día siguiente en consejo fue decretado
(impulsado a petición del estado)
que la naturaleza escalofriante debería ser liberada
de pestes como esta antes de que fuera demasiado tarde.

El coro entonces llenó la cúpula del funeral
Donde Segismundo estaba enterrado,
Y lo encontró, aunque dentro de su tumba
Aún templado como la vida y sin deterioro.

Su cara no estaba manchada de sangre.
Ensangrentados estaban sus temerosos ojos.
Cada signo de vida pasada permanecía
aunque allí sin movilidad yacía.

Ellos llevaron al mismo sepulcro
el cuerpo de Herman
y a través de los dos cadáveres introdujeron
profunda en la tierra, una afilada estaca.

Así acaba su carrera,
con esto no podrán vagar más.
De ellos no tendrán que temer más sus amigos.
Los dos guardan silenciosos la inactiva tumba.

John Stagg (1770-1823)

Supremo idilio

Supremo idilio, Delmira Agustini (1886-1914)

-Boceto de un poema-

En el balcón romántico de un castillo adormido
que los ojos suspensos de la noche adiamantan,
una figura blanca hasta la luz… Erguido
bajo el balcón romántico del castillo adormido,
un cuerpo tenebroso… Alternándose cantan.

-¡Oh tú, flor augural de una estirpe suprema
que doblará los pétalos sensitivos del alma,
nata de azules sangres, aurisolar diadema
florecida en las sienes de la Raza!… Suprema-
Mente pulso en la noche tu corazón en calma!

-¡Oh tú que surges pálido de un gran fondo de enigma
como el retrato incógnito de una tela remota!…
Tu sello puede ser un blasón ó un estigma;
en las aguas cambiantes de tus ojos de enigma
un corazón herido -y acaso muerto- flota!

-Los ojos son la Carne y son el Alma: mira!
Yo soy la Aristocracia lívida del Dolor
que forja los puñales, las cruces y las liras,
que en las llagas sonríe y en los labios suspira…
Satán pudiera ser mi semilla ó mi flor!

Soy fruto de aspereza y maldición: yo amargo
y mancho mortalmente el labio que me toca;
mi beso es flor sombría de un Otoño muy largo…
Exprimido en tus labios dará un sabor amargo,
y todo el Mal del Mundo florecerá en tu boca!

Bajo la aurora fúlgida de tu ilusión, mi vida
extenderá las ruinas de un apagado Averno;
vengo como el vampiro de una noche aterida
a embriagarme en tu sangre nueva: llego á tu vida
derramada en capullos, como un ceñudo Invierno!

-!Cómo en pétalos flojos yo desmayo á tu hechizo!…
Traga siniestro buitre mi pobre corazón!
En tus manos mi espíritu es dúctil como un rizo…
El corazón me lleva á tu siniestro hechizo
como el barco inconsciente el ala del timón!

Comulga con mi cuerpo devoradora sima!
Mi alma clavo en tu alma como una estrella de oro;
florecerá tu frente como una tierra opima,
cuando en tu almohada trágica y honda como una sima,
mis rizos se derramen como una fuente de oro!

-Mi alma es negra tumba, fría como la Nieve…
-Buscaré una rendija para filtrarme en luz !
-Albo lirio !… A tocarte ni mi sombra se atreve…
-Te abro; ¡ oh mancha de lodo ! mi gran cáliz de nieve
y tiendo á ti eucarísticos mis brazos, negra cruz!

Enróscate; ¡oh serpiente caída de mi Estrella
sombría! a mi ardoroso tronco primaveral…
Yo apagaré tu Noche ó me incrustaré en ella:
seré en tus cielos negros el fanal de una estrella
seré en tus mares turbios la estrella de un fanal!

Sé mi bien ó mi mal, yo viviré en tu vida!
Yo enlazo á tus espinas mi hiedra de Ilusión…
Seré en ti una paloma que en una ruina anida;
soy blanca, y dulce, y leve; llévame por la Vida
prendida como un lirio sobre tu corazón!

-Oh dulce, dulce lirio!… Llave de las alburas!
Tú has abierto la sala blanca en mi alma sombría,
la sala en que silentes las Ilusiones puras
en dorados sitiales, tejen mallas de alburas!…
-Tu alma se vuelve blanca porque va siendo mía!

-Oh leyes de Milagro!… yo, hijo de la sombra
Morder tu carne rubia: oh fruto de los soles!
-Soy tuya fatalmente: mi silencio te nombra,
y si la tocas tiembla como un alma mi sombra!…
Oh maga flor del Oro brotada en mis crisoles!

-Los surcos azurados del Ensueño sembremos
de alguna palpitante simiente inconcebida
que arda en florecimientos imprevistos y extremos;
y al amparo inefable de los cielos sembremos
de besos extrahumanos las cumbres de la Vida!

Amor es milagroso, invencible y eterno;
la vida formidable florece entre sus labios…
Raiz nutrida en la entraña del Cielo y del Averno,
viene á dar á la tierra el fuerte fruto eterno
cuyo sangriento zumo se bebe á cuatro labios!

Amor es todo el Bien y todo el Mal, el Cielo
todo es la arcada ardiente de sus alas cernidas…
Bajar de un plinto vano es remontar el vuelo…
Y Él te impulsa á mis brazos abiertos como el Cielo,
oh suma flor con alma, á deshojar en vidas!…

En el balcón romántico de un castillo adormido
que los ojos suspensos en la Noche adiamantan,
el Silencio y la Sombra se acarician sin ruido…
Bajo el balcón romántico del castillo adormido
un fuerte claro-oscuro y dos voces que cantan…

Delmira Agustini (1886-1914)

La belleza del cuerpo

Body's Beauty, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Se cuenta de la primera mujer de Adán, Lilith,
(la hechicera a quien amó antes de recibir el regalo de Eva)
que su lengua engañaba antes que la de la serpiente
y su pelo embrujado fue el oro primigenio.

Inmóvil permanece; joven, mientras el mundo se hace viejo;
y, delicadamente contemplativa de sí misma,
hace que los hombres contemplen la red brillante que teje,
hasta que corazón y cuerpo y vida en ella quedan presos.

La rosa y la amapola son sus flores, pues ¿dónde
podremos encontrar, oh Lilith, aquél a quien no engañen
tus fragancias, tu sutil beso y tus sueños tan dulces?

Ah, en el mismo instante en que ardieron los ojos del joven en los tuyos,
tu embrujo lo penetró, quebró su altivo cuello
y retorció su corazón con uno solo de tus cabellos de oro.

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Boca a boca

Boca a boca, Delmira Agustini (1886-1914)

Copa de vino donde quiero y sueño
beber la muerte con fruición sombría,
surco de fuego donde logra Ensueño
fuertes semillas de melancolía.

Boca que besas a distancia y llamas
en silencio, pastilla de locura,
color de sed y húmeda de llamas…
¡Verja de abismos es tu dentadura!

Sexo de un alma triste de gloriosa;
el placer unges de dolor; tu beso,
puñal de fuego en vaina de embeleso,
me come en sueños como un cáncer rosa…

Joya de sangre y luna, vaso pleno
de rosas de silencio y de armonía,
nectario de su miel y su veneno,
vampiro vuelto mariposa al día.

Tijera ardiente de glaciales lirios,
panal de besos, ánfora viviente
donde brindan delicias y delirios
fresas de aurora en vino de poniente…

Estuche de encendidos terciopelos
en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.

Pico rojo del buitre del deseo
que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.

Inaccesible… Si otra vez mi vida
cruzas, dando a la tierra removida
siembra de oro tu verbo fecundo,
tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!


Delmira Agustini (1886-1914)

Amor y sueño

Love and sleep, Algernon Swinburne (1837-1909)

Tendida y dormida entre caricias nocturnas
vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho,
pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro,
rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido,
demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada,
pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo.
Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo
-en una sola palabra- placer.

Y toda su cara era miel para mi boca,
y todo su cuerpo era alimento para mis ojos;
Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego
sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral,
sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos
y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.

Algernon Charles Swinburne (1837-1909)

Aceite y sangre

Oil and blood, W.B. Yeats (1865-1939)

En tumbas de oro y lapislázuli
cadáveres de santos y santas exudan
aceite milagroso, fragancia de violeta.

Pero bajo los pesados túmulos de pisoteada arcilla
yacen cuerpos de vampiros pletóricos de sangre;
sus mortajas están ensangrentadas y sus labios, húmedos.

William Butler Yeats (1865-1939)

Los vampiros.

Los vampiros, María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924)

Dos nidos con mis cabellos
tejí en mis sienes y en ellos
se vino a posar un día
de tu boca el ave roja,
pérfida madre alegría
de mi incurable congoja,

Y en vano olvidar quisiera
lo que fue mi vida entera...
que tus besos maldecidos
como vampiros sedientos,
a mis sienes suspendidos
me chupan los pensamientos.

María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924)

Letanía de Ludar a Thasaidon.

Ludar's litany to Thasaidon, Clark Ashton Smith (1893-1961)

¡Negro señor del miedo y del terror, dueño de toda confusión!
Por ti, dijo tu profeta, el nuevo poder es dado a los magos después de la muerte,
y las brujas, pudriéndose, exhalan un aliento prohibido,
y tejen encantos salvajes e ilusiones tales,
como nadie, excepto las lamias, pueden utilizar.
Y por tu gracia los cuerpos corrompidos pierden
su horror y se encienden amores nefandos
en cámaras fétidas, largo tiempo oscurecidas.
Y los vampiros te dedican sus sacrificios
vomitando sangre, como si enormes urnas hubieran
su brillante tesoro bermellón derramado
sobre nuevos y antiguos sepulcros.

Clark Ashton Smith (1893-1961)

La novia de Corinto: Johann Wolfgang Goethe

La novia de Corinto (Die Braut von Korinth) es un poema del escritor Alemán Johann Wolfgang Goethe escrito y publicado en 1797.

El propio Goethe reconoce en su diario que la historia la fascinó y la recreó en su Die braut von Korinth, que escribe los días 4 y 5 de junio de 1797. Sin embargo Goethe ambientó su historia en Corinto y convirtió a Filinion en una vampira situando la acción en los primeros años del cristianismo y en medio de la controversia entre las antiguas religiones paganas y la pujante nueva religión. La elección de Corinto no es arbitraria, aludiendo a las conversiones que Pablo de Tarso había conseguido en esa ciudad griega. La protagonista y sus padres son cristianos, mientras que el joven es pagano.

Tras su publicación al año siguiente el poema causó gran controversia por su crítica al cristianismo y sus componentes eróticos. La joven vampira erguida sobre el lecho se lamenta por un Dios que prefiere sacrificar hombres antes que ofrendas.

La novia de Corinto de Wolfgang Goethe (1749-1832).

Provenía de Atenas un joven
que llegó a Corinto, donde nadie lo conocía.
Él contaba con la amable recepción de uno de sus habitantes:
sus padres estaban unidos por la hospitalidad,
y habían convenido, mucho tiempo atrás,
el matrimonio de una y otro:
su hija y su hijo.
Pero, ¿sería bienvenido aún
si no compra con cariño este favor?
Él es todavía pagano, como los suyos;
pero ellos ya son cristianos y se han bautizado.
Cuando nace una nueva fe,
el amor y la fe jurada, frecuentemente,
se destruyen como una mala yerba.
Ya la casa entera reposa;
padre e hijas; sólo la vigilia es de la madre;
que recibe con diligencia al huésped:
de inmediato lo conduce a la habitación más bella.
Previniendo sus deseos ,
le presenta los vinos y manjares más preciados.
Tras atenderlo, ella le desea una buena noche.
Pese al buen alimento servido,
él no siente deseo alguno de comer;
la fatiga lo hace rechazar manjares y bebida.
Y, vestido, se recuesta en el lecho.
Casi está dormido
cuando un huésped extraño
se introduce en la recámara
por la puerta abierta.
Al resplandor de la lámpara ve avanzar
por el cuarto a una joven silenciosa y púdica,
cubierta de un velo y un vestido blancos;
una lazo negro y oro ciñe la frente.
Cuando ella lo percibe
se azora y estremece
y alza blanca su mano.
“Soy, entonces —clama ella—, tan extraña en mi propia casa
que para nada me avisan la presencia de un huésped?
Es así, ay, que se me tiene encerrada en mi celdilla,
y que mientras, aquí, se me cubre de vergüenza.
Pero sigue reposando en tu lecho,
me alejaré con la rapidez con que vine”
“Quédate, bella joven”, grita él
levantándose con precipitación.
“He aquí los dones de Ceres, he aquí los de Baco,
y he aquí, querida niña, que tu traes el amor.
¡Estás pálida de miedo!
Ven, querida, joven, ven
y gustaremos juntos los goces divinos”
“Quédate lejos de mí, buen hombre, deténte.
Yo no estoy consagrada a la alegría.
El último paso, ay, fue dado
por mi querida madre: vencida por la enfermedad,
ella hizo al mejorar el juramento
de que mi juventud y mi cuerpo
serían ofrecidos, de inmediato, al servicio del cielo.
“Y apenas el brillante cortejo de los antiguos dioses
partió la casa quedó en silencio.
Ya no se adora más que a un solo Dios
invisible en el cielo, Salvador sobre la cruz;
a quien nadie aquí le ofrece en sacrificio
toros o corderos
sino víctimas humanas en cantidad infinita.”
Y él le pregunta y reflexiona todas sus palabras;
ninguna escapa a su espíritu.
“¿Será posible que en esta callada habitación
frente a mí esté mi novia bien amada?
¡Sé mía entonces !
Los juramentos de nuestros padres
nos valieron ya la bendición del Cielo.”
“No soy yo quien te está destinada, buen hombre;
se reservó para ti a mi más joven hermana.
Cuando en mi celdilla silenciosa sea librada a mis tormentos,
en sus brazos, piensa en mí;
en mí que no pienso sino en ti,
que me consumo de amor
y que, pronto, me iré a esconder bajo la tierra.”
“No, lo juro por esta flama
que desde ahora Himeneo hace por nosotros brillar:
tú no estás perdida, ni para mí ni para el placer,
y tú me acompañarás a la casa de mi padre:
bien amada, quédate aquí;
celebra conmigo, en este mismo instante,
aunque inesperado, nuestro festín nupcial!”
Entonces intercambiaron ellos los gajes de la fidelidad:
ella le tiende una cadena de oro
y el desea ofrecerle una copa
de plata de arte incomparable
“¡Esta copa no es para mí;
pero te pido
me regales un rizo de tus cabellos!”
En ese momento suena la hora lúgubre de los espíritus,
y entonces, solamente, la joven parece sentirse a gusto.
Ávidamente, de sus labios pálidos, ella bebió
el vino de un rojo sombrío como la sangre.
Pero del pan de trigo
que él le ofreció amablemente,
no tomó la menor migaja.
Y ella tiende la copa al joven,
quien, como ella, la vacía de un solo trago, golosamente.
Y durante esa comida silenciosa, él le solicita su amor.
Su pobre corazón, ay, estaba enfermo de amor.
Pero ella se resiste
a toda súplica
hasta que él se echa a llorar en la cama.
Y viene ella y se tiende cerca de él.
“¡Ay, cómo sufro de ver tu tormento.
Pero, ay, si tocas mis miembros
sentirás estremecido lo que te escondí:
blanca como la nieve
pero fría como el hielo
es la amante que tu has escogido!”
Él la toma con ardor en sus vigorosos brazos,
llevado por la fuerza de su joven amor.
“Espera entonces recalentarte más cerca de mí todavía,
aunque sea la tumba quien te haya enviado hacia mí.
Mezclemos nuestros alientos, intercambiemos nuestros besos,
que nuestro amor se desborde!
¿No te inflamas al sentir la llama que me devora?”
Más fuerte aún los unió el amor:
las lágrimas se mezclaron a sus arrebatos.
Con avidez ella aspira el fuego de sus labios,
y ninguno se siente vivir si no es en el otro.
Con la furia amorosa del joven
la sangre congelada de la muchacha se recalienta;
pero en su pecho el corazón sigue inmóvil.
Mientras tanto la madre, retrasada por los cuidados del aseo,
pasa aún con suave marcha por el corredor frente al cuarto.
Escucha tras la puerta, oyó largo tiempo
esos sonidos extraños:
voces voluptuosas y lamentos
de un novio y de su prometida,
balbuceantes insensatos del amor.
Ella permanece de pie, inmóvil, frente a la puerta,
porque ante todo desea convencerse plenamente:
escucha colérica los juramentos de amor más solemnes,
las palabras de amor y de promesa:
“¡Silencio, el gallo despierta!”
“—Pero la noche que viene
¿vendrás de nuevo?” Y besos sobre besos.
La madre no puede contener más tiempo su indignación,
abre con rapidez la bien sabida cerradura.
“¿En esta casa hay entonces hijas perdidas,
capaces de entregarse así de pronto al extraño?”
Abre la puerta, entra.
y a la luz de la lámpara
distingue, oh Cielos, a su propia hija.
Y el joven, en el primer momento de terror,
quiere cubrir con su velo a la muchacha,
esconder bajo el tapiz a la bien amada.
Pero ella se defiende y libera con prontitud
como con la fuerza de un espíritu
su alta estatura
se yergue lentamente sobre el lecho.
Madre, madre”, dice con una voz sepulcral,
“¿me reprocha, entonces, esta noche tan bella?
Me expulsa usted de esta cama cálida?
¿Sólo desperté para entregarme a la desesperación?
¿Ya no le satisface
en buena hora haberme amortajado en un sudario
y depositado en la tumba?
“Pero una ley que me es propia me impulsa
fuera de la fosa estrecha al duro manto de la tierra.
Los cantos salmodiados por tus sacerdotes
y su bendición no tienen efecto alguno.
El agua y la sal son incapaces
de extinguir los ardores juveniles
y, ay, la tierra no enfría el amor.
“Este joven me fue prometido,
cuando en pie estaba todavía el templo de la amable Venus,
Madre, y usted faltó a su promesa
ligándose por un juramento bárbaro y sin valor.
Porque ningún Dios acogerá
a una madre que jura
rehusar la mano de su hija.
Una fuerza me arroja fuera de la fosa
para buscar todavía los bienes de los que me despojaron,
para amar aún al esposo ya perdido
y para aspirar la sangre de su corazón.
Y cuando éste muera,
me pondré en busca de otros
y mis jóvenes amantes serán víctimas de mi deseo furioso.
“Bello joven, tus días están contados.
Morirás de languidez, en este sitio.
Te regalé mi collar,
yo me llevo el rizo de tus cabellos.
Míralo bien:
mañana tus cabellos estarán grises;
solamente en la tumba renegrecerán.
“Escuche, ahora, madre, mi última plegaria:
Haga levantar una hoguera,
abra la estrecha tumba donde me ahogo,
y dé reposo a los amantes entregándolos al fuego.
Cuando la chispa salte,
cuando ardan las cenizas,
nos elevaremos hacia los antiguos dioses.

Wolfgang Goethe (1749-1832).

Lamia.

Lamia, John Keats (1795-1821)

Hace tiempo, antes de que la estirpe de las hadas
Expulsara a Ninfas y Sátiros de los prósperos bosques,
Antes de que la resplandeciente diadema del rey Oberon,
Su cetro y su manto, tapizados de brillantes gemas,
Ahuyentasen a las Dríadas y los Faunos
De los verdes campos y prados de prímulas,
El siempre cautivante Hermes dejó vacío
Su trono dorado,
Del alto Olimpo secuestró la luz,
De este lado de las nubes de Júpiter, para escapar de la mirada
De este gran constructor, y huyó hacia
A un bosque en las costas de Creta.
Pues en algún lugar de esa isla sagrada habitaba
Una ninfa, ante la cual todos los Sátiros se arrodillaban,
Ante cuyos níveos pies los lánguidos Tritones echaban perlas,
Mientras en la tierra se marchitaban y adoraban.
Acosada por los manantiales donde solía bañarse,
y en aquellas planicies donde ocasionalmente deambularía,
había entregado deliciosos obsequios, desconocidos para cualquier Musa,
aunque el pequeño cofre de los caprichos estaba abierto para poder elegir,
Oh, qué mundo lleno de amor se encontraba a sus pies!
Y Hermes pensó, y un calor celestial
Subía desde sus talones alados hasta sus orejas,
Que de una blancura pálida como el lirio
Entre sus dorados cabellos se sonrojaron como las rosas,
Que caían en encantadores bucles sobre sus desnudos hombros.
De bosque en bosque voló,
Respirando sobre las flores su nueva pasión,
Y siguiendo serpenteantes ríos hasta su inicio,
Para encontrar donde esta dulce ninfa tejía su secreto lecho:
Inútil fue; pues la dulce ninfa no se hallaba en ningún sitio,
Entonces reposó sobre el solitario suelo,
Pensativo, y atormentado por dolorosos celos
De los dioses del bosque, y hasta de los mismos árboles.
Mientras allí se encontraba, escuchó una voz que lloraba,
Tal como una vez oyó, que en el noble corazón destruye,
Todo el dolor excepto la piedad: así hablaba la voz:

¡Cuándo me levantaré de esta tumba de flores,
Cuándo me moveré en ágil cuerpo apto para la vida,
Para el amor, el placer y la lucha vigorosa
De los corazones y los labios! ¡Oh, pobre de mi!

El dios de pies alados, se deslizó sigilosamente
Entre hojas y arbustos, peinando suavemente en su rápido avance,
Los altos pastos y las hierbas en flor,
Hasta que encontró una serpiente palpitante,
Brillante y enroscada sobre un negruzco helecho.

Era una figura gordiana de color radiante
Con manchas en bermellón, dorado, verde y azul
Rayada como una cebra, manchada como el tigre,
Sus ojos como los del pavo real, y todo ornado en carmesí;
Y llena de lunas plateadas que, cuando respiraba,
Se desvanecían o brillaban aún más o entretejían
Sus brillos en los tapices más umbríos,
Y del lado del arco iris, teñida de desdichas,
Parecía, al mismo tiempo, una sufriente dama élfica,
Una especie de amante del demonio, o el demonio mismo.
Sobre su cresta brillaba una tenue llama
Salpicada de estrellas como la diadema de Ariadna:
Su cabeza era de serpiente pero, ¡Oh, tan agridulce!
Tenía la boca de una mujer entera con sus perlas:
Y en cuanto a sus ojos: ¿qué podían hacer esos ojos
Excepto llorar y lamentar haber nacido tan bellos?
Así como Proserpina aún derrama lágrimas por su Sicilia
Su cuello era de serpiente, pero las palabras que emitía
brotaban como burbujeante miel, por amor al Amor,
Y así, Hermes se apoyaba en la punta de sus alas,
Como el halcón que se abate sobre su presa.

Dulce Hermes, coronado de plumas, que vuelas suavemente,
Anoche he tenido un maravilloso sueño:
Te veía sentado, en un trono de oro,
Entre los dioses, en el viejo Olimpo,
El único triste; pues no habías oído
Cantar a las suaves Musas de largos dedos,
Ni siquiera Apolo cuando cantaba solo,
Sordo a la amplia y rítmica lamentación de su temblorosa garganta.
Soñé que te veía arropado entre copos de púrpura,
Asomándote amoroso entre las nubes, así como nace el día,
Y velozmente, como un brillante dardo de Febo,
Te diriges a la isla cretense; ¡y aquí estás!
Gentil Hermes, ¿has encontrado a la doncella?

A lo cual la estrella de Leteo no demoró
Su alegre elocuencia, e inquirió:

Tú, serpiente de suaves labios, ¡seguramente de gran inspiración!
Tú hermosa corona de flores, de ojos tristes,
Posees cualquier dicha en la que puedas pensar,
Con sólo decirme adónde ha huido mi ninfa,
¡Dónde respira!

Brillante planeta, así has hablado, respondió la serpiente,
¡pero haz un juramento, mi tierno dios!

¡Lo juro, dijo Hermes, por mi báculo de serpiente,
Y por tus ojos, y por tu corona tachonada de estrellas!

Rápidas volaron sus cándidas palabras, sopladas entre los pétalos.
Y una vez más la femenina brillantez:
¡Muy débil de corazón! pues esta pobre ninfa tuya,
Deambula libre como el aire, invisible,
En estas praderas sin espinas; sus placenteros días
Disfruta sin ser vista; invisibles son sus ligeros pies,
Dejan rastros sobre la hierba y las tiernas flores;
De los agotados zarcillos y las verdes ramas torcidas,
Invisible recoge los frutos, invisible se baña:
Y gracias a mis poderes su belleza se oculta
Para que no sea ultrajada, atacada
Por las miradas amorosas de los ojos poco amables
De los Sátiros, los Faunos, y los oscuros suspiros de Sileno.
Descolorida su inmortalidad, por su aflicción
Ante estos amantes se lamentaba
Entonces de ella tuve piedad,
Su cabello etéreo, que mantendrían
Oculto su encanto, pero libre
Para andar como desee, en libertad.
Tú la contemplarás, Hermes, sólo tú,
¡Si concedes, como has jurado, mi dádiva!

Y una vez más, el encantado dios lanzó
Su juramento, y a los oídos de la serpiente sonó
Cálido, tembloroso, ardiente, como un salmo.
Arrebatada, levantó su cabeza de Circe,
Ruborizada, casi morada, y en rápido balbuceo afirmó,

Yo era una mujer, déjame tener una vez más
La forma y el encanto de mujer que una vez tuve.
Amo a un joven de Corinto. ¡Oh, que felicidad!
Devuélveme mi silueta humana, y llévame con él
Inclínate, Hermes, déjame soplar sobre tu frente,
Y verás a tu dulce ninfa

El dios alado descendió sereno,
Ella exhaló sobre sus ojos, y pronto vio
A la ninfa apenas sonriendo sobre el verde.
No era un sueño; o digamos que era un sueño
Real, como los sueños de los dioses, y que delicadamente suceden
Sus placeres en un largo sueño inmortal.
Un instante cálido, intenso, puede desvanecerse
Ante la belleza de la ninfa del bosque, entonces creó
Un rayo sobre el sacro verdor, se volvió
Hacia la agonizante serpiente, y con trémulo brazo,
Delicadamente, puso a prueba su caduceo.
Hecho esto posó sus ojos sobre la ninfa,
Llenos de lágrimas de adoración,
Y hacia ella se dirigió: ella, como la luna menguante,
Se desvaneció ante él, encogiéndose, no pudo contener
Sus lágrimas de temor, doblándose como una flor
Que se recoge sobre sí misma al ocaso:
Pero al tomar el dios su helada mano,
Ella sintió el calor, sus párpados de abrieron,
Y como las jóvenes flores ante el zumbido matinal de las abejas,
Floreció y dio su miel hasta la última gota.
Hacia los verdes bosques huyeron;
Y no palidecieron como lo hacen los amantes mortales.

Allí abandonada, la serpiente empezó
A cambiar; su sangre mágica enloqueció,
Creció espuma en su boca, y sobre el pasto cayó,
Marchitándolo con un rocío tan dulce y venenoso;
Sus ojos fijos en la tortura, un lóbrego tormento,
Cálidos, espejados y abiertos, con las pestañas ardiendo,
Lanzaban luces y chispas, sin una lágrima refrescante.
Todos los colores encendidos en todo su cuerpo,
Se retorcían convulsos con un dolor escarlata:
Un profundo ambar volcánico ocupó el espacio
De toda la suave gracia lunar de su cuerpo;
Y, como la lava arrasa la pradera,
Arruinó su plateada cota de malla y dorado manto;
Oscureció todas sus pecas, sus manchas y rayas,
Eclipsó sus lunas, arrasó con sus estrellas:
Y en pocos momentos fue despojada
De todos sus zafiros, esmeraldas y amatistas,
Y brillantes rubíes: de todos ellos privada,
Todavía brillaba su corona; que se deshizo, también ella
Se derritió y desapareció repentinamente;
Y en el aire, su nueva voz sonando suave como un laúd,
Llamó, “¡Lucio, gentil Lucio!”...

Abandonada en lo alto
Con las brillantes nieblas
Entre la blancura de los montes
Estas palabras se deshicieron:
Los bosques de Creta no escucharon más.

John Keats (1795-1821)

La metamorfosis del vampiro

La metamorfosis del vampiro de Charles Baudelaire (1821-1867).

La dama, entre tanto, de su labios de fresa
estremeciéndose como una serpiente entre brasas
y amasando sus senos sobre el duro corsé,
Decía estas palabras impregnadas de almizcle:
Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
de perder en el fondo de un lecho la conciencia,
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales.
y hago sonreír a los viejos con infantiles risas.
Soy para quien sepa contemplarme desvelada,
la luna, y soy el sol, el cielo y las estrellas.
Yo soy, mi amado sabio, tan docta en los deleites,
Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos,
o cuando a los mordiscos abandono mi busto,
tímida y ligera y frágil y robusta,
Que en esos cobertores que de emoción se rinden,
Impotentes los ángeles se perdieran por mí.

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente me volvía hacia ella
A fin de devolverle un beso, sólo vi
rebosante de pus, un cáliz pegajoso.
Yo cerré los dos ojos con helado terror
y cuando quise abrirlos a aquella claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
en confusión chocaban fragmentos de esqueleto,
De los cuales se alzaban chirridos,
como los de una agria e infernal veleta,
o los de un cartel, al cabo de un vástago de hierro,
que acaricia el viento en las noches de invierno.


Charles Baudelaire (1821-1867).

La Alcoba del Edén.

Eden Bower, Dante Gabriel Rossetti (1829-1882).


Era Lilith la esposa de Adán
(la Alcoba del Edén está en flor)
ni una gota de sangre en sus venas era humana,
pero ella era como una suave y dulce mujer.

It was Lilith the wife of Adam
(Eden Bower´s in flower)
Not a drop of her blood was human,
but she was made like a soft sweet woman.

Lilith estaba en los confines del Paraíso;
(y ¡Oh, la alcoba de la hora!)
Ella fue la primera desde allí conducida,
con Ella estaba el infierno y con Eva el cielo.

Lilith stood on the skirts of Eden;
(And ¡Oh, the Bower of the hour!)
She was the first that thence was driven,
with her was hell and with Eve was heaven.

Al oído de la serpiente dijo Lilith:
(la Alcoba del Edén está en flor)
A tí acudo cuando lo demás ha pasado;
yo era una serpiente cuando tú eras mi amante.

In the ear of the snake said Lilith:
(Eden bower´s in flower)
To thee I come when the rest is over;
a snake was I when thou wast my lover.

Yo era la serpiente más hermosa del Edén;
(Y, ¡Oh, la alcoba y la hora!)
Por voluntad de la Tierra, nuevo rostro y forma,
me hicieron esposa de la nueva criatura terrenal.

I was the fairest snake in Eden;
(And ¡Oh, the Bower and the hour!)
By the earth´s will, new form and feature,
made me a wife for the earth´s new creature.

Tómame, ya que vengo de Adán:
(la Alcoba del Edén está en flor)
Una vez más mi amor te subyugará,
lo pasado es pasado, y yo acudo a tí.

Take me thou as I come from Adam:
(Eden bower´s in flower)
Once again shall my love subdue thee,
the past is past, and I come to thee.

Oh, pero Adán era vasallo de Lilith!
(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)
Todas las hebras de mi cabello son doradas,
y en esa red fue atrapado su corazón.

Oh, but Adam was thrall to Lilith!
(And, Oh, the Bower and the hour!)
All the threads oh my hair are gold,
and there in a net his heart was holden.

Oh, y Lilith fue la reina de Adan!
(la Alcoba del Edén está en flor)
Día y noche siempre unidos,
mi aliento sacudía su alma como a una pluma.

Oh, and Lilith was queen of Adam!
(Eden Bower´s in flower)
All the day and the night together,
mi breath coul shake his soul like a feather.

Cuántas alegrías tuvieron Adan y Lilith!
(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)
Dulces íntimos anillos del abrazo de serpiente,
al yacer dos corazones que suspiran y anhelan.

What great joys had Adam and Lilith!
(And, ¡Oh, the Bower and the hour!)
Sweet close rings of the serpent´s twining,
as heart in heart lay sighing and pining.

Qué niños resplandecientes tuvieron Adan y Lilith;
(la Alcoba del Edén está en flor)
Formas que se enroscaban en los bosques y las aguas,
hijos relucientes y radiantes hijas.

What bright babes had Adam and Lilith;
(Eden Bower´s in flower)
Shapes that coiled in the woods and waters,
glittering sons and radiant daughters.

Dante Gabriel Rossetti (1829-1882).

Fragmento de una balada.

Fragment of a ballad; Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)

Muchas millas sobre el campo y el mar
Hasta que mi amor pudo retornar,
De sus palabras no tengo recuerdos,
Sólo el de los árboles y el gemido del viento.

Y arribó listo para tomar sin daño
La cruz que he cargado por años,
Pero las palabras llegaron lentas
De aquellos fríos y mudos labios.

¿Cómo sonaban mis palabras lentas y plenas,
En aquel gran corazón que me amó en la pena,
Venido a salvarme del odio y el dolor
Y a confortarme con su delicado amor?

Sentí al viento golpeando frío, gélido,
Y a la bruma roja acariciar la puerta;
Sentí que el hechizo que sostenía mi aliento
Se quebraba, viviendo siempre muerta.

Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)

El Vampiro.

Der Vampir; Heinrich August Ossenfelder.

Mi querida y joven doncella se alza
Inflexible, rápida y firme
En todos los viejos arcanos
De una madre siempre verdadera;
Como en los vampiros inmortales,
La gente de estos portales
Cree con la fe de los mercenarios.
Pero mi Christine derrocha su tiempo,
Y desgasta de mi amor su lamento,
Hasta que yo mismo, vengado,
Brinde a la salud del vampiro
En la pálida copa de los reptiles.

Y cómo al dormir eres delicada
Hasta ti llegaré arrastrándome,
Y la sangre de tu vida será drenada.
Así podrías en vano temblar
Pues en la penumbra he de besarte,
Y sobre el umbral de la muerte
Cruzarás con espanto,
Envuelta en mis fríos brazos.
Por último os preguntaré,
Oponiendo este mundo que se abre
¿Cuáles son los encantos de tu madre?

Heinrich August Ossenfelder.

El Vampiro.

 El Vampiro de Delmira Agustini ( 1886-1914).

En el regazo de la tarde triste
yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
Sentirte el corazón! Palideciste
hasta la voz, tus párpados de cera

Bajaron...y callaste...Pareciste
oír pasar la muerte...Yo que abriera
tu herida mordí en ella -¿Me sentiste?-
¡Como en el oro de un panal mordiera!

Y exprimí más, traidora, dulcemente
tu corazón herido mortalmente;
por la cruel daga rara y exquisita
de un mal sin nombre, ¡Hasta sangrarlo en llanto!
y las mil bocas de mi sed maldita
tendí a esa fuente abierta en tu quebranto

¿Por qué fui tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
que come llagas y que bebe el llanto?

 El Vampiro de Delmira Agustini ( 1886-1914).

El Vampiro: Charles Baudelaire


El Vampiro (Le Vampire) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1857: Las flores del mal (Les fleurs du mal).





 

El Vampiro de Charles Baudelaire (1821-1867).

Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,
a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado.
--Infame a quien estoy unido
como a su cadena el galeote,
corno al juego el jugador,
como a la botella el borracho
como al gusano la carroña,
--¡maldita seas, maldita!
Rogué al rápido puñal
que mi libertad conquistara
dile al pérfido veneno
que socorriese mi cobardía.
Mas ¡ay! puñal y veneno
despreciándome, me han dicho:
"No mereces que te arranquen
de esa maldita esclavitud,
¡imbécil! --si de su imperio
nuestro esfuerzo te librara,
tus besos resucitarían de tu vampiro ¡el cadáver!".

Charles Baudelaire (1821-1867).

El Giaour.

The Giaour, Lord Byron (1788-1824)

Pero antes, sobre la tierra, como vampiro enviado,
tu cadáver del sepulcro será exiliado;
entonces, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,
y la sangre de los tuyos has de arrancar;
allí, de tu hija, hermana y esposa,
a media noche, la fuente de la vida secarás;
Aunque abomines aquel banquete, debes, forzosamente,
nutrir tu lívido cadáver andante,
tus víctimas, antes de expirar,
en el demonio a su señor verán;
maldiciéndote, maldiciéndose,
tus flores marchitándose están en el tallo.
Pero una que por tu crimen debe caer,
la más joven, entre todas, la más amada,
llamándote padre, te bendecirá:
¡esta palabra envolverá en llamas tu corazón!
Pero debes concluir tu obra y observar
en sus mejillas el último color;
de sus ojos el destello final,
y su vidriosa mirada debes ver
helarse sobre el azul sin vida;
con impías manos desharás luego
las trenzas de su dorado cabello,
que fueron bucles por ti acariciados
y con promesas de tierno amor despeinados;
¡pero ahora tú lo arrebatas,
monumento a tu agonía!
Con tu propia y mejor sangre chorrearán
tus rechinantes dientes y macilentos labios;
luego, a tu lóbrega tumba caminarás;
ve, y con demonios y espíritus delira,
hasta que de horror estremecidos, huyan
de un espectro más abominable que ellos.

Lord Byron (1788-1824)

La Durmiente.

The Sleeper; Edgar Allan Poe (1809-1849)

A la medianoche, en la casa de junio, suave y bruna,
Permanecí de pie bajo aquella mística luna.
Un vapor embriagante, somnoliento,
Exhalaba sobre el valle su encantamiento,
Fluyendo gota a gota, suavemente,
Sobre la cresta calma del monte,
Robaba el delicado sopor musical
De aquel profundo del valle universal.
El romero crece sobre la tumba,
El lirio corre sobre la marea;
Envolviendo la niebla aérea,
Y las ruinas descansan juntas.
¡Mirad! Semejante al Leteo duerme el lago,
Un reposo sin tregua en su mundo soñado;
Y del sopor consciente no quiere despertar,
¡Toda la belleza duerme!
Allí donde sueña Irene,
Sola con su destino.

¡Oh, Dama brillante! ¿Puede ser real
Esta ventana abierta hacia la noche?
Los aires furiosos, desde la copa de los árboles
Ríen a través del trémulo cristal.
El aire descarnado, camino del hechizo,
Atraviesa la habitación con paso herido;
Ondeando las cortinas violentamente
-Tan terriblemente-
Abatiendo el frío marco cerrado,
Donde tu alma durmiente yace oculta.
Por el suelo y sobre los gastados muros,
Como fantasmas bailan las sombras.
¡Oh, querida Señora! ¿Acaso no temes?
¿Porqué permaneces aquí soñando?
De seguro puedes viajar hacia el mar lejano,
Una maravilla para estos árboles cansados.
¡Extraña es tu palidez! Extraño es tu vestido,
Pero sobre todo, extraña es tu delgada forma
En esta silenciosa y solemne hora.

¡La Señora duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño perdurable, profundo!
El cielo te conserva en su santo seno,
Y este cuarto se ha hecho eterno,
Este lecho ha crecido, profético.
Ruego a Dios que ella pueda reposar
Por siempre con los ojos cerrados,
Mientras su pálido fantasma pasa a mi lado.

¡Mi Amor! ¡Ella duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño interminable, incorrupto!
¡Piadosos serán los gusanos con su carne!
Lejos en el bosque, oscuro y viejo,
Tal vez las bisagras de su cripta se abran,
Una bóveda que a menudo absorbe la noche,
Y las negras alas al amanecer volverán,
Triunfantes sobre la pálida cresta,
Reina de una familia sepulcral.
Algunas criptas, remotas, distantes,
Cuyas puertas fueron abatidas por su mano de niña,
Lanzando en la infancia inocentes piedras;
Algunas tumbas, de cuyas sórdidas grietas
Ella nunca volverá a escuchar los ecos,
¡Es horrible pensar en los pobres niños del pecado!
Pues fueron los muertos quienes te llamaron.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Tu amigo vampiro.

Ton ami le vampire, Isidore Ducasse, conde de Lautréamont (1846-1870)


Sí, os supero a todos en mi innata crueldad, que no estuvo en mi mano reprimir. ¿Es esta la razón por la que estáis todos postrados frente a mí? ¿O bien el estupor de verme, fenómeno inaudito, recorrer como horrible cometa el espacio ensangrentado?.

Una lluvia de sangre brota de mi cuerpo inmenso, semejante a una nube negra que empuje ante sí el huracán. No temáis nada, hijos míos. No quiero maldeciros. El mal que me habéis ocasionado es demasiado grande; demasiado grande el mal que yo os he ocasionado, para que sea intencional. Vosotros habéis recorrido vuestro camino y yo el mío, ambos semejantes, ambos perversos. Era natural encontrarnos, dada nuestra afinidad. El choque que ha seguido al encuentro nos ha resultado recíprocamente fatal”.

Al llegar a este punto, los hombres empezarán a levantar las cabezas, adquiriendo de nuevo valor, y, para ver quién esta hablando, alargarán el cuello igual que caracoles. De repente, su rostro alterado, descompuesto, se deformará en una mueca tan monstruoso que incluso los lobos quedarán aterrorizados. Todos a la vez, los hombres se enderezarán de golpe, como un muelle gigantesco. ¡Cuántas imprecaciones!¡Qué clamor de voces! Me han reconocido. Y he ahí que los animales terrestres se unen a los hombres y hacen oír sus extraños alborotos. Ningún odio divide ya a ambas razas. El odio de cada uno está dirigido contra el enemigo común: yo. El consentimiento universal les une. Vientos que me estáis transportando, levantadme todavía más alto: temo la perfidia. Sí, desaparezcamos, poco a poco de su vista... Adiós, viejo, y piensa en mí, si me has leído...; y tú, joven, no desesperes. En efecto, tienes en el vampiro a un amigo, aunque seas de otra opinión. Si además, tienes en cuenta el ácaro sarcopto que te pega la roña, ¡tendrás dos amigos!



Isidore Ducasse, conde de Lautréamont (1846-1870)