El escribano del secreto: Joaquín Borrell

“Hallará quien lea esta historia gran deleite y enseñanza. Se cuentan en ella muchas penas y contentos vividos por don Esteban de Montserrat, escribano del secreto en el Oficio de la Santa Inquisición en el año del Señor de 1561…”

El autor, Joaquín Borrell, nació en Valencia en 1956. Es licenciado en Derecho, escritor, y Decano del Colegio de Notarios de Valencia. Apasionado de la Historia, cultiva la novela histórica y cuenta con varias obras en su haber, algunas publicadas en castellano y otras en valenciano; sin embargo, es difícil encontrar información sobre él. Recibió el Premio Serra d’Or de literatura juvenil por la novela El bes de la nivaira, en 1991, y el Premio Néstor Luján por Sibil-la, la plebea que va a regnar, en 2001.

Adentrándonos en la novela que nos ocupa, tenemos en el plano de fondo a la “Santa” Inquisición Española en el siglo XVI. Usando un estilo fresco, ameno y sencillo, haciendo gala de una finísima ironía, y destilando un humor elegante e inteligente, nos va descubriendo los motivos de su “nacimiento”, su razón de ser, sus normas, su método, los procesos y las fases de éstos, su alcance, su jerarquía, el convencimiento de sus máximos ejecutores de estar actuando conforme a las reglas y deseos de Dios, las diferentes actitudes de éstos ante la vida, la corrupción de sus esbirros, y el sentimiento, el miedo y el talante provocados por “ella” en el pueblo, el llano y el noble.

La Inquisición se instituyó en algunos países en el siglo XII tras la bula Ad abolendam, emitida por el papa Lucio III como instrumento para combatir la herética pravedad –la herejía de los cátaros principalmente-. La Inquisición Española, que no debe confundirse con la Inquisición en España, pues fue diferente de la del resto de países y dependiente de la monarquía y no del pontificado, se fundó tres siglos más tarde, a finales del siglo XV, por decisión de los Reyes Católicos, que solicitaron al papa Sixto IV la instauración de la Inquisición en Castilla y Aragón. Éste expidió una bula en 1478 por la que autorizaba a los reyes de España a designar y deponer inquisidores a perpetuidad. Duró tres siglos y medio, hasta que fue derogada en 1834.

Los historiadores no se han puesto de acuerdo respecto a los motivos que les llevaron a tomar esta decisión de importarla. Fundamentalmente se exponen tres: a) la intención de salvaguardar la unidad católica en sus territorios, b) la sugestión a la reina por parte de Torquemada, prior de los dominicos y confesor de ésta, de expulsar a la minoría de judíos conversos, y c) conseguir financiación (pues se confiscaban los bienes de los procesados). Lo cierto es que ya había un sentimiento antisemita y antimusulmán en el común de la población, y las revueltas por estos motivos estaban a la orden del día. Pero una vez instaurada, las delaciones servían, en muchas ocasiones, bien para quitar de en medio a vecinos molestos o competidores, bien para vengar viejas rencillas, pues los acusados debían, la mayoría de las veces, demostrar su inocencia de las formas más peregrinas que hoy en día quepa imaginar. Sin embargo, había que tener cuidado para no pasar de delator a delatado, según este libro, que nos deja claro que todo el mundo estaba expuesto a sufrir el peso de la Inquisición, nobles y villanos, acusados y acusadores (...)

Así mismo, estos tribunales –a decir del autor- “no podían causar daño físico ni castigo”, su competencia era únicamente sacar a relucir la verdad e inducir a confesar los pecados y arrepentirse de ellos. Por esto, los reos, tras el proceso inquisitorial -con sugerencia de pena de tormento o ajusticiamiento y “súplica de benignidad”- pasaban a manos de la justicia civil que finalmente llevaba a cabo la condena dictada por los inquisidores.

Pasando al primer plano, nos encontramos con una trama basada en un caso poco claro de conspiración hereje para matar a un inquisidor e imponer la fe luterana o hebrea –que no lo tienen muy claro los inquisidores y yo tampoco-, en el que se suceden delaciones, investigaciones, asaltos, asesinatos, huidas, persecuciones, detenciones, autos de fe y procesos. El autor nos sitúa de forma exquisita en la época, y nos muestra de forma llana y sin pretensiones el sentir y la manera de vivir de los hombres en la España del siglo XVI.

Narrado en primera persona, el protagonista, don Esteban de Montserrat, es el escribano del secreto en el tribunal del Oficio de la Inquisición de la ciudad de Valencia. Un personaje dotado con una gran personalidad y una experiencia vital variopinta que, sin embargo, él no reconoce y no por modestia sino por estar convencido de su inutilidad y la banalidad de su existencia. Estar falto de una pierna que perdió en una batalla cuando era soldado en el Tercio del Mar, dedicado a limpiar el Mediterráneo de piratas, le marca profundamente. Al no poder continuar por este motivo en el ejército, tuvo que dedicarse a esta profesión de escribano debido a que su rango familiar no le permitía realizar trabajos manuales, ni sus rentas sobrevivir, y poseía el título de Bachiller. Se declara conformista, pues a pesar de no comulgar con la Inquisición, trabaja por un sueldo que considera decente y cierra los ojos ante las injusticias que no puede –ni desea- modificar, mientras que internamente la critica duramente. Viudo treintañero impenitente, que persiste en el amor a su esposa, vive solo con su criada, Mencheta, y las molestas -y menos ocasionales de lo que él quisiera- visitas de Soleta, la hermana de ésta (...).

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