Sin embargo, a pesar de la existencia de mitos acerca de estas criaturas en la Antigüedad, el folclore de la entidad que hoy conocemos como «vampiro» se origina casi exclusivamente a partir de principios del siglo XVIII en el sureste de Europa, como las tradiciones orales de muchos grupos étnicos de la región han registrado y publicado. En la mayoría de los casos, los vampiros son seres no muertos malvados, víctimas de suicidio, o brujas, pero también pueden ser creados mediante la posesión de un cadáver por un espíritu malévolo o al ser mordido por un vampiro. La creencia en tales leyendas fue tan habitual en algunas zonas que se registraron casos de histeria colectiva e incluso de ejecuciones públicas de las personas sospechosas de ser vampiros.
La universalidad del mito del vampiro ha llevado a algunos autores a relacionar los elementos comunes de estas creencias con los arquetipos universales, especialmente la muerte, y es considerado uno de los elementos ancestrales constituyentes del inconsciente colectivo, en el cual confluyen diversos miedos, como a la oscuridad o la enfermedad. Desde una perspectiva psicoanalítica, el vampiro es considerado una sublimación del narcisismo y el complejo de castración, con una fuerte carga sexual.
Partiendo normalmente del centro y el este de Europa, durante los siglos XVIII y XIX circularon libremente numerosas leyendas sobre estas criaturas mitológicas, conformando mitos tan completos y numerosos que influyeron definitivamente en el resto de tradiciones europeas, sobre todo gracias a la literatura gótica y los relatos de Bram Stoker y Sheridan le Fanu. Estas tradiciones siguen siendo reinterpretadas en la literatura y el cine actuales.
Otras tradiciones ajenas a la influencia europea, como las propias de Asia, África o la América precolombina, se han combinado con el vampiro europeo, haciendo difícil la distinción entre las creencias autóctonas y las derivadas del intercambio cultural. El folclore propio de poblaciones dispersas en numerosos países, como los romaníes o los judíos, que incluyen tradiciones sobre espíritus malvados similares a los vampiros, han ayudado a expandir el mito hasta conformar un conjunto firme de tradiciones al que se han dedicado muchos estudios desde las más diversas disciplinas.
La figura del vampiro, como monstruo nocturno, forma parte, para algunos autores, del conjunto de arquetipos universales relacionado con la Muerte. Si bien en la obra de Jung no se hace mención expresa al vampiro, algunos autores lo consideran una de las imágenes ancestrales constituyentes del inconsciente colectivo. Las criaturas sedientas de sangre como espectros nocturnos, íncubos, aparecidos, nigromantes no muertos y hombres lobo emergen de la oscuridad de la sociedad primitiva, transformándose en recuerdo en el presente. Entre ellos, el vampiro es quizás la criatura más universal:
"Lo más inquietante de todos los monstruos nocturnos, y del más allá que nos acometen desde las pesadillas y la mitología de la humanidad, en último extremo, es su analogía. Ningún pueblo de la Tierra que aprende a dominar y a servirse de la naturaleza, regresó a ella sólo como doncella, sino también como una figura aterradora. No hay ningún pueblo en la Tierra que no haya soportado sus gorgonas, hombres lobo, gules y muertos vivientes. Cuán difícil, cuán espiritual y cuán general puede ser, respectivamente, el concepto divino, mientras que, por el contrario, los fantasmas de las esferas más bajas que aúllan en los bosques jamás hollados, que salen de las tumbas o que se encorvan sobre el durmiente, han sido siempre de una claridad poética descriptible."
A través de este origen, que puede remontarse a la caza y al miedo a la oscuridad en las sociedades neolíticas, se explica que aparezcan entidades «vampíricas» en tradiciones tan separadas geográficamente. Estas entidades mitológicas, si bien son diferentes en algunos de sus aspectos, mantienen una remarcable unidad en su esencia: una criatura que vuelve de la muerte para alimentarse del elixir de la vida, la sangre.
Dieter Sturm y Klaus Völker, Von denen Vampiren und Menschensaugern, p. 259
El mito del vampiro une el mundo de la muerte con el de los vivos. Ambas experiencias, cosmogónicas, están íntimamente unidas a los temores colectivos ante el sufrimiento, la oscuridad, el vacío y la sombra, sentimientos propios de los seres humanos de todas las culturas y épocas, lo que hace que el folclore sobre vampiros vaya evolucionando y releyéndose simbólicamente. Si en la Europa medieval servía como explicación simbólica de la peste, el vampiro sigue siendo actualmente un símbolo del mal y una forma de responder ante la angustia de la muerte, ya deseando su inmortalidad o temiendo su poder. En palabras de Sigmund Freud:
"Muchas personas consideran siniestro en grado sumo cuanto está relacionado con la muerte, con cadáveres, con la aparición de los muertos, los espíritus y los espectros... Pero difícilmente hay otro dominio en el cual nuestras ideas y nuestros sentimientos se han modificado tan poco desde los tiempos primitivos, en el cual lo arcaico se ha conservado tan incólume bajo un ligero barniz, como en el de nuestras relaciones con la muerte. Dos factores explican esta detención del desarrollo: la fuerza de nuestras reacciones afectivas primarias y la incertidumbre de nuestro conocimiento científico (...) Nuestro inconsciente sigue resistiéndose, hoy como antes, a asimilar la idea de nuestra propia mortalidad."Ya que el mito del vampiro se nutre simbólicamente de elementos comunes a la naturaleza humana, se comprende la universalidad de su mito y su presencia constante en el folclore, incluso en la literatura y el cine actuales, con frecuentes revisiones del mito desde diversas perspectivas, sea el amor adolescente o la ficción histórica.
Sigmund Freud, Lo siniestro.
Elementos comunes:
La sangre es el elemento central en las tradiciones acerca de vampiros. Como arquetipo, es un símbolo del alma, de la fuerza vital, además de ser central en religiones como el cristianismo. Cuando un vampiro bebe la sangre de sus víctimas consume su energía en beneficio propio, frecuentemente sin violencia, pues la propia víctima no se da cuenta del ataque. Según algunos autores, desde una perspectiva psicoanalítica la mordedura del vampiro está más relacionada con el sexo que con la violencia.
Según la interpretación psicoanalítica, otros elementos comunes como los colmillos, la estaca como símbolo fálico y la tradicional muerte del vampiro es una sublimación del narcisismo y el complejo de castración. En el mito del vampiro se construye un doble del hombre y la mujer sin las ataduras morales de la sociedad, un ser totalmente libre, vuelto sobre su libido, que sólo puede ser muerto simbólicamente por el símbolo del padre, la cruz.
En casi todas las culturas y mitologías alrededor del mundo han aparecido mitos acerca de no muertos consumidores de sangre. Mientras que hoy en día se asocian mayoritariamente a la figura del vampiro, en la Antigüedad el consumo de sangre y la vuelta de la muerte se atribuían a demonios o espíritus, dependiendo de la cultura, que también consumían carne fresca o de cadáveres, como los necrófagos, y causaban plagas o desgracias naturales. Por ejemplo, en Arabia muchos de estos elementos se atribuyeron a los gules, en el Antiguo Egipto a la diosa Sekhmet y en el judaísmo y el cristianismo primitivo al Diablo. De hecho, algunas de estas leyendas podrían haber dado lugar al folclore de la Europa oriental, a pesar de que no son estrictamente considerados vampiros por la mayoría de los historiadores actuales.
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