El lazo de Medusa de H.P. Lovecraft y Zealia Bishop

 
El lazo de Medusa (Medusa's Coil) es un relato de terror de la escritora norteamericana Zealia Bishop, escrito en colaboración con H.P. Lovecraft, y publicado en la edición de enero de 1939 de la revista Weird Tales, dos años después de la muerte de H.P. Lovecraft.







Medusa's Coil, Zealia Bishopy H.P. Lovecraft


La ruta hacia Cape Girardeau discurría a través de un país desconocido, y mientras la luz del último atardecer se volvía dorada y casi de ensueño, comprendí que debía informarme si deseaba alcanzar la ciudad antes que cayera la noche. No me gustaba deambular por aquellas tierras bajas y desiertas del sur de Missouri tras el ocaso, ya que las carreteras eran malas y el frío de noviembre bastante formidable para un coche descubierto. Además, las nubes negras estaban acumulándose sobre el horizonte; por eso, oteé las largas sombras azules y grises que entrevelaban los campos pardos y llanos, ansiando vislumbrar alguna casa donde conseguir la información deseada.

Era una región solitaria y despoblada, pero por fin descubrí un tejado entre una masa de árboles cerca del riachuelo a mi derecha, como a menos de un kilómetro de la carretera, y probablemente accesible mediante algún camino o carretera que yo pudiera utilizar. En ausencia de cualquier casa más cercana, decidí probar fortuna allí y me congratulé cuando los matorrales de las cunetas mostraron las ruinas de un portal esculpido de piedra cubierto de enredaderas secas y muertas, y sepultado en maleza que explican por qué no pude descubrir ningún camino en mi primera ojeada desde lejos. Vi que no podía llevar el coche por allí y aparqué cuidadosamente cerca de la puerta donde grandes árboles de hoja perenne pudieran protegerlo en caso de lluvia y emprendí el largo camino hacia la casa.

Cruzando la senda invadida de maleza bajo los contraluces del ocaso, tuve una fuerte corazonada, probablemente inducida por el aire de siniestra decadencia que aureolaba la puerta y el antiguo camino. De las tallas en los viejos pilares de piedra deduje que este lugar tuvo alguna vez una dignidad señorial y pude ver claramente que la carretera había originalmente gozado de la sombra de árboles linderos, algunos de los cuales estaban muertos, mientras que otros habían perdido su particular identidad entre la salvaje maleza parásita de la región. Mientras avanzaba, cardos y ortigas se pegaban a mis pantalones y comencé a preguntarme si el lugar estaría habitado después de todo. ¿Estaba paseando para nada? Durante un instante estuve tentado de retroceder y buscar alguna granja camino adelante, pero un vistazo a la casa despertó mi curiosidad y estimuló mi espíritu aventurero.

Había algo provocativamente fascinante en la decrépita construcción rodeada de árboles que se alzaban frente a mí, ya que hablaba del donaire sureño aún más pretérito. Era la típica casa de plantación construida con madera, en el estilo clásico del temprano XIX, con dos plantas y media, y un gran pórtico jónico cuyos pilares llegaban hasta el ático y sujetaban un frontal triangular. Su ruina era acusada y patente, y una de las grandes columnas se había podrido, desplomándose al suelo, mientras que la galería superior o balconada se combaba peligrosamente. Llegué a la conclusión que, antaño, había habido otras construcciones cerca de la casa. Mientras ascendía los anchos escalones de piedra hacia el porche bajo y el tallado portal con linternas, me sentí perceptiblemente nervioso y comencé a encender un cigarrillo, desistiendo al ver cuán seco e inflamable era todo cuanto me rodeaba. Aunque convencido ahora que la casa estaba abandonada, dudé en violar su intimidad entrando sin llamar, por lo que tiré del oxidado aldabón de hierro hasta conseguir moverlo, y finalmente hice una cautelosa llamada que pareció hacer estremecerse y resonar a la casa entera.

No hubo respuesta, aunque agité de nuevo el incomodo y crujiente artefacto… más para disipar el sentimiento de impío silencio y soledad que para avisar a cualquier posible ocupante. En algún lugar cerca del río escuché la lastimera nota de un palomo, e imaginé que el rumor del agua corriente era débilmente audible. Como en sueños, así y agité el antiguo picaporte, y finalmente empujé la gran puerta de 6 paneles en un abierto intento de entrar. No estaba cerrada, como pude ver al momento, y, aunque chirrió y crujió sobre sus goznes, acabé abriéndola, encontrándome en un vestíbulo inmenso y oscuro al cruzar su umbral. Pero, en el momento de dar este paso, lo lamenté. No era que una legión de espectros me enfrentara en aquel vestíbulo penumbroso y polvoriento con fantasmales muebles de estilo imperio, sino que descubrí que, después de todo, este lugar no estaba totalmente deshabitado. Se escuchaba un crujido en la gran escalinata curva, así como el sonido de vacilantes pasos descendiendo lentamente. Luego vi una alta y encorvada figura perfilada durante un instante contra la gran ventana palatina del frontal.

Mi primer sobresalto de terror pasó pronto, y, mientras la figura descendía el tramo final, me dispuse a saludar al propietario de la casa cuya intimidad acababa de invadir. En la semioscuridad, pude verle buscar un fósforo en su bolsillo. Luego surgió un fulgor, mientras encendía una lámpara de queroseno que estaba en una desvencijada mesa consola, cerca del pie de las escaleras. El débil resplandor reveló la figura de un demacrado anciano de gran estatura, con ropas descuidadas y rostro mal afeitado, aunque a pesar de todo, tenía el porte y la expresión de un caballero.

-No esperé a que hablara, sino que comencé a explicar mi presencia al instante.
-Usted disculpará que haya entrado así, pero cuando mis llamadas no tuvieron respuesta creí que nadie vivía aquí. Sólo quería saber cómo coger la carretera a Cape Giraudeau… es decir, la carretera más corta. Quería estar allí antes de la noche, pero ahora, por supuesto… Al hacer una pausa, el hombre habló; era exactamente el cultivado tono que había esperado, con un suave acento tan inconfundiblemente sureño como la casa que habitaba.
-Más bien debe usted disculparme a mí por no responder a sus llamadas con mayor rapidez. Vivo de forma retirada y no suelo esperar visitantes. Al principio pensé que era un simple curioso. Luego, cuando se repitió la llamada, vine a responder, pero no estoy bien de salud y tengo que moverme con lentitud. Neuritis espinal… un caso muy problemático.

En cuanto a llegar al pueblo antes de la noche… es evidente que no podrá hacerlo. La carretera en donde está, porque supongo que ha venido por la de la puerta, no es ni el mejor ni el más rápido de los caminos. Tiene que tomar la izquierda al salir de la puerta… es decir, la primera carretera verdadera que encuentre a la izquierda. Hay tres o cuatro caminos de carro que debe ignorar, pero no puede confundirse respecto de la verdadera porque hay un inmenso sauce justo en el lado opuesto. Cuando haya dado la vuelta, pase dos carreteras y gire a la derecha en la tercera. Después… Perplejo ante estas elaboradas indicaciones -datos confusos para un forasterono puede evitar interrumpirle.

-¡Aguarde un instante! ¿Cómo voy a seguir esas indicaciones en plena oscuridad, sin haber estado nunca por aquí y con solo un par de faros para ver qué es y qué no es una carretera? Además, creo que hay una tormenta a punto de desencadenarse y mi coche es uno de los abiertos. Creo que me vería en serios aprietos si tratara de llegar a Cape Girardeau esta noche. El hecho es que no sé que hacer. No me gusta molestar ni nada parecido… pero en vista de las circunstancias ¿no me podría albergar por esta noche? No le daré ningún problema… nada de comida o algo parecido. Sólo déjeme una esquina donde dormir hasta la mañana y estaré contento. Puedo dejar el coche en la carretera donde está… Un poco de mal tiempo no le dañará si esto empeora.

Mientras hacía mi repentina petición pude ver cómo el rostro del anciano perdía su primitiva expresión de tranquila resignación para tomar un extraño aspecto de sorpresa.

-Dormir… ¿Aquí?

Pareció tan aturdido por mi petición que la repetí.

-Sí, ¿por que no? Le aseguro que no le daré ningún problema. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Soy forastero por aquí, estas carreteras son un laberinto en la oscuridad y juraría que lloverá a mares antes de una hora…

En este momento fue mi anfitrión quien me interrumpió, y mientras lo hacía pude sentir una peculiar cualidad en su voz profunda y musical.

-Un forastero… por supuesto que debe serlo, de otra forma no pensaría en dormir aquí, no puedo pensar que nadie venga aquí para nada. La gente no viene ahora aquí.

Se detuvo, y mi deseo de permanecer se multiplicó ante la sensación de misterio que sus lacónicas palabras parecían evocar. Había seguramente algún seductor enigma en ese lugar, y el omnipresente olor a moho parecía arropar un millar de secretos. De nuevo percibí la total decrepitud de todo, perceptible aún bajo los tenues rayos de la sencilla y pequeña lámpara. Sentí un escalofrío dolorido, y vi con pesar que no parecía haber estufas; pero tan grande era mi curiosidad que deseé aún más ardientemente permanecer allí y saber algo sobre el recluso y su lúgubre residencia.

-Permita que me quede -contesté-. No puedo recurrir a nadie más. Pero seguramente pueda hacerme un hueco hasta que amanezca. Además… si la gente no visita este lugar, ¿no será porque está medio en ruinas? Por supuesto, supongo que debe valer una fortuna mantenerla en buen estado, pero si los costes son tan grandes, ¿por qué no busca un sitio más pequeño? ¿Por qué permanecer en esta forma… con todos los inconvenientes e incomodidades?

El hombre no pareció ofenderse, pero me respondió con gravedad.

-Desde luego, puede quedarse si realmente lo desea… a usted no puede perjudicarle lo que yo sé. Pero otros dicen que existen influencias peculiares e indeseables aquí. Respecto a mí… estoy aquí porque debo hacerlo. Esta casa es algo que considero como un deber el guardar… algo que me liga. Quisiera tener el dinero, la salud y la ambición necesarias para adecentar la casa y los terrenos.

Con mi curiosidad en aumento, me dispuse a tomar la palabra a mi anfitrión y le seguí lentamente escaleras arriba cuando me lo indico. Estaba muy oscuro ahora, y un débil sonido del exterior me indicó que la tan temida lluvia había llegado. Hubiera agradecido cualquier refugio, pero éste era doblemente bienvenido por los indicios de misterio sobre el lugar y su dueño. Para un incurable amante de lo grotesco, nada podía ser mejor.

Había una habitación en la esquina del segundo piso, en estado menos descuidado que el resto de la casa, y hacia allí me guío mi anfitrión, dejando su pequeña lámpara y encendiendo una más grande. Por la limpieza y contenido de la estancia, así como por los libros alineados en las paredes, pude ver que no había errado al considerar a aquel hombre un caballero en cuerpo y alma. Era un eremita y un excéntrico, sin duda, pero aún mantenía niveles e inclinaciones intelectuales. Mientras él hacía un ademán, invitándome a sentarme, comencé una conversación sobre tópicos generales y me congratulé viendo que no era, después de todo, un hombre taciturno. En todo caso, parecía contento de poder conversar, y no tardó en desviarse hacia temas personales. Según supe, era Antoine de Russy, miembro de una antigua, poderosa y culta familia de plantaciones de Louisiana. Hacía más de un siglo que su abuelo, un muchacho entonces, había emigrado al sur de Missouri y fundado unas nuevas posesiones a la prodiga manera ancestral, construyendo su mansión de pilares y dotándola de todos los accesorios de una gran plantación. Había habido, en un tiempo, tanto como 200 negros en las chozas que estaban en el llano de la parte trasera – un solar ahora invadido por el río-, y escucharles cantar, reír y tocar el banjo durante la noche era saber lo que era la cumbre de un orden social y una cultura ahora desgraciadamente extinta. Frente a la casa, donde los grandes robles y sauces montaban guardia, había habido un césped como una gran alfombra verde siempre regada y nivelada, y caminos empedrados bordeados de arriates curvándose a su alrededor. “Riverside” -que así era llamado el lugar- había sido un amable e idílico hogar en aquellos días, y mi anfitrión podía recordar cuando muchos restos de su mejor periodo aún perduraban.

En el exterior llovía ahora copiosamente, con densas cortinas de agua golpeando contra el inseguro techo, muros y ventanas, lanzando gotas a través de un centenar de grietas y goteras. La humedad goteaba hasta el suelo desde lugares inesperados, y el viento en aumento agitaba los podridos e inseguros batientes del exterior. Pero no pensé en nada de esto, ni tampoco en mi coche aparcado fuera, bajo los árboles, ya que veía que estaba comenzando una historia. Incitado a recordar, mi anfitrión hizo un gestó recordando otros días mejores. Pronto, según vi, tendrían indicios de por qué vivía solo en este antiguo lugar y por qué sus vecinos lo creían lleno de influencias indeseables. Su voz era muy musical según hablaba, y su relato pronto adoptó un giro que no me dio oportunidad de adormecerme.

-Si Riverside fue construida en 1816, y mi padre nació aquí en 1828. Tendría cerca de cien años si aún viviera, pero murió joven… tan joven que apenas puedo recordarle. Fue en el 64… lo mataron en la guerra, en el Séptimo de Infantería de Louisiana de los C.S.A.*, porque volvió al hogar ancestral para alistarse. Mi abuelo era muy viejo para luchar, pero vivió hasta los noventa y ayudo a mi madre a criarme. Una buena crianza por cierto, puedo afirmarlo. Nosotros siempre hemos tenido fuertes tradiciones -altos conceptos de honor-, y mi abuelo supo que yo continuaría el camino que los de Russy habían seguido generación tras generación, desde las Cruzadas. Estábamos bastante apurados de dinero, pero nos las arreglamos para vivir bien después de la guerra. Fui a una buena escuela de Louisiana y más tarde a Princeton. Luego fui capaz de hacer prosperar la plantación… aunque ya ve cómo está ahora.

Mi madre murió cuando yo tenía veinte años, y mi abuelo dos años más tarde. Me quede bastante sólo después de eso, y en el 1885 me casé con una prima lejana de Nueva Orleáns. Las cosas podrían haber sido diferentes de haber vivido, pero murió al nacer mi hijo Denis. Entonces sólo tuve a Denis. No intenté volver a casarme, pues dediqué todo mi tiempo al chico. Era como yo como todos los Russy – cetrino, alto y delgado, y con un temperamento endemoniado. Le eduqué como mi abuelo había hecho conmigo, pero él no necesitaba ser aleccionado en lo tocante al honor. Estaba en él, hay que admitirlo. Nadie tenía un espíritu más elevado… ¡Todo lo que pude hacer fue impedirle marchar a la guerra de Cuba cuando tenía once años! Romántico diablo, demasiado… lleno de románticas ideas… puede llamarnos victorianos si quiere… el único problema, si acaso, estaba en apartarle de las mozas negras. Le envié a la misma escuela que fui yo, y también a Princeton. Se graduó en 1909.

Por fin, decidió ser médico, y acudió un año a la Harvard Medical School. Entonces se empecinó en la idea de guardar la vieja tradición francesa de la familia y me instó para que lo enviara a la Sorbona. Lo hice, bastante orgulloso, aunque sabía cuán solo me quedaría estando él tan lejos. ¡Quisiera Dios que no lo hubiera hecho! Pienso que era la clase más sensata de chico que se puede enviar a París. Tomó una habitación en Rue St. Jacques, cerca de la Universidad en el Barrio Latino, pero según sus cartas y sus amigos acudía todo lo más a las peleas de perros. La gente que frecuentaba eran en su mayoría jóvenes de aquí… estudiantes serios y artistas que pensaban más en su trabajo que en actitudes estrafalarias o en pintar la ciudad de rojo.

Pero, por supuesto, había grupos de compañeros que estaban en una especie de línea divisoria entre los estudiantes serios y el diablo. Los estetas… los decadentes, ya sabe. Experimentadores de la vida y los sentidos… la clase de compinches de Baudelaire. Naturalmente, Denis frecuentaba a muchos de éstos y apreciaba su forma de vida. Pero había toda clase de círculos y cultos… imitaciones de la adoración al diablo, Misas Negras y cosas por el estilo. Es dudoso que pudieran hacer mucho daño… la mayoría probablemente lo olvidaba en un año o dos. Uno de los metidos en este extraño asunto era un compañero que Denis había conocido en la escuela… ya que viene a cuento, yo conocí a su padre. Frank Marsh, de Nueva Orleáns. Discípulo de Lafcadio Hearn y Gauguin y Van Gogh… un epítome regular de los amarillos noventa. El pobre diablo… se daba aires de gran artista, después de todo. Marsh era el amigo más antiguo de Denis en París porque, por una especie de maldición, se tenían un mutuo aprecio… hablar sobre los viejos tiempos en la St. Clair Academy y todo eso. El chico me escribió una buena carta sobre él y no vi ningún mal en sus comentarios sobre el grupo de místicos de Marsh.

Parecía algún culto de magia prehistórica egipcia y cartaginesa mezclados con elementos bohemios por el otro lado… alguna insensatez que pretendía beber en olvidadas fuentes ocultas verdades de las perdidas civilizaciones africanas – la gran Zimbabwe, las muertas ciudades atlantes en la región de Hoggar, en el Sáhara, y contenía un galimatías conectado con serpientes y cabello humano. Galimatías o, al menos, así lo llamé entonces. Denis solía citarme que Marsh contaba extrañas cosas sobre velados hechos ocultos bajo la leyenda de la cabellera de serpiente de Medusa y bajo el posterior mito ptolemaico de Berenice, que ofreció su pelo para salvar a su hermano-esposo, y que está en el cielo como la constelación Cabellera de Berenice.

No creo que todo eso impresionara demasiado a Denis, hasta la noche en que durante el extraño ritual en el cuarto de Marsh encontró a la sacerdotisa. La mayoría de los devotos de este culto eran jovenzuelos, pero el líder era una chica que se llamaba a sí misma “Tania-Isis”, dejando que se supiera que su nombre real – su nombre en está última encarnación, según ella era Marceline Bedard. Se autoproclamaba hija natural del marqués de Chameaux, y parecía haber sido mediocre artista y modelo antes de adoptar esta posee, más lucrativa. Alguien dijo que había vivido durante algún tiempo en las Indias Occidentales – Martinica, supongo, pero ella es muy reservada sobre ese tema. Parte de su pose era un gran despliegue de austeridad y alegría, pero no pienso que los estudiantes más experimentados la tomaran muy en serio. Denis, sin embargo, era poco avezado, y me escribió sus buenas diez páginas de melaza sobre la diosa que había descubierto. Tan sólo pensé que yo tenía parte de la culpa por su simplicidad, pero nunca creí que una infatuación de cachorro como esa pudiera durar mucho. Estaba absurdamente seguro que, en lo tocante al honor personal y orgullo familiar, Denis siempre se guardaría de graves complicaciones.

Al pasar el tiempo, empero, sus cartas comenzaron a ponerme nervioso. Mencionaba a esa Marceline más y más, y a sus amigos menos y menos, y empezó a presentarla a sus padres y hermanos. No parecía haberse informado sobre ella y no dudé que le había llenado de románticas historias sobre su origen y divinas revelaciones, así como sobre la forma en que la gente la desdeñaba. Al final, pude ver que Denis estaba separándose totalmente de sus íntimos, malgastando la mayor parte de su tiempo con aquella fascinante sacerdotisa. Por especial petición suya, él nunca hablaba a sus amigos de sus continuos encuentros, así que nadie trató de romper la relación. Supongo que ella lo consideraba fabulosamente rico, ya que tenía el aire de un patricio, y la gente de cierta clase piensa que todos los aristócratas americanos son adinerados. En cualquier caso, probablemente pensó en la rara fortuna de desposarse con un joven verdaderamente apetecible. Cuando mi nerviosismo se convirtió en franco temor, ya era demasiado tarde. El chico se había casado con ella, escribiendo que abandonaba sus estudios y traía a su mujer a Riverside. Dijo que ella había hecho un gran sacrificio y abandonado su liderazgo del culto mágico, y que de ahí en adelante sería simplemente una dama privada… la futura ama de Riverside y madre de los vástagos de los de Russy.

Bien señor, lo tomé lo mejor que pude. Sé que esos sofisticados continentales tienen diferentes parámetros de los de nuestra vieja América… y, de todas formas, no tenía en el fondo nada contra la mujer. Una farsante, quizás, ¿pero necesariamente una arpía? Creo que traté de guardar aquello en secreto como fue posible en aquellos días, por bien del chico. Evidentemente, no había nada que un hombre sensato pudiera hacer, excepto dar a Denis tanto tiempo como su nueva esposa necesitara para adaptarse a los modos de los de Russy. Dejarla probarse por sí misma quizás no dañaría a la familia tanto como podía temer. Por eso, no puse objeciones ni hablé de castigos. Estaba hecho, y me dispuse a dar la bienvenida al regreso del chico, fuera lo que fuese que trajera consigo. Llegaron tres semanas después desde que el telegrama me notificara su matrimonio. Marceline era hermosa- eso no puede negarse y pude ver que el chico estaba completamente loco por ella. Ella tenía aire de raza, y pienso que debía tener buena sangre en las venas. Aparentemente, tenía poco más de veinte años; era de mediana estatura, esbelta, y sus posturas y movimientos tenían la gracia de una tigresa. Su tez era profundamente olivácea- como el marfil añejo, y sus ojos eran grandes y muy oscuros. Tenía facciones delicadas de regularidad clásica aunque no lo bastante claras para mi gusto y más singular cabellera de pelo negro azabache que jamás haya visto.

No me asombré que usara el señuelo del pelo en su mágico culto, ya que con aquella espesa profusión la idea debía habérsele ocurrido de forma espontánea. Peinada, parecía como una princesa oriental de una pintura de Aubrey Beardsley. Su cabello suelto podía llegar bajo las rodillas y brillaba a la luz como si poseyera una atroz vida propia, distinta de la de ella. Yo mismo podría haber pensado en Medusa o Berenice sin que nadie me lo sugiriera nada más ver y estudiar aquel cabello. A veces creía que se apartaba ligeramente de ella y tendía a disponerse a distintas cuerdas o grupos, pero esto debió ser mera ilusión. Lo cepillaba incesantemente y parecía utilizar algún preparado. Tuve la sensación una vez una curiosa y extravagante sensación que era un ser vivo que ella alimentaba de alguna extraña manera. Todo insensateces… pero que se añadían a mi disgusto hacia ella y su pelo. Porque no puedo negar que fui totalmente incapaz de apreciarla, no importa lo que me empeñase. No puedo decir cuál era el problema, pero allí estaba. Algo en ella me repelía muy profundamente y no podía evitar sentir asociaciones enfermizas y macabras conectadas con algo en ella. Su complexión evocaba pensamientos de Babilonia, Atlántida, Lemuria, y los terribles y olvidados países de un mundo pretérito. Sus ojos me atenazaban como los ojos de alguna impía bestia de la selva o alguna diosa-animal un inconmensurablemente antigua que no podía ser completamente humana; y su pelo esa densa, exótica y nutrida mata de lustroso negrura le hacían a uno estremecerse como si fuera una gran pitón negra. No había duda que ella se percataba de mi involuntaria actitud… aunque traté de esconderlo y ella trato de ocultar que lo sabía.

Pero la adoración del chico persistía. La adulaba a todas horas y exageraba todas las pequeñas galanterías de la vida diaria hasta un grado nauseabundo. Ella parecía devolverle los sentimientos, aunque yo podía ver que se esforzaba en corresponder su entusiasmo y extravagancias. Pero algún detalle, pensé que ella estaba defraudada al descubrir que no era tan rico como había esperado. Era un mal asunto. Yo podía ver que las corrientes sumergidas iban saliendo a la luz. Denis estaba medio hipnotizado por su amor de colegial y comenzó a alejarse de mí, percibiendo mi aborrecimiento hacia su esposa. La cosa fue agravándose durante meses, y me di cuenta que estaba perdiendo a mi único hijo… el chico que fuera el centro de mis pensamientos y actos durante un cuarto de siglo. Me sentía amargado al respecto, ¿y qué padre no lo estaría? Y, además, no podía hacer nada. Marceline pareció ser en aquellos primeros meses bastante buena esposa y nuestros amigos la recibieron sin tapujos ni reservas. Yo estaba siempre nervioso, empero, por lo que los jóvenes de París podían escribir a casa a sus parientes cuando circulara la historia de la boda. A pesar del interés de la mujer por ocultarlo, no se pueden guardar siempre los secretos… de hecho, Denis había escrito a algunos de sus amigos íntimos, en estricta confidencia, tan pronto como se estableció con ella en Riverside.

Comencé a permanecer más y más tiempo a solas en mi alcoba, con mi débil salud como excusa. Fue por esa época cuando mi actual neuritis espinal comenzó a desarrollarse, lo que hacía la excusa muy creíble. Denis no parecía percatarse del problema, ni tomarse ningún interés hacia hábitos o asuntos, y me dolía ver cuán indiferente se estaba volviendo. Comencé a padecer de insomnio, y solía devanarme los sesos durante la noche, intentando saber cuál era realmente el problema, que era lo que realmente hacía a mi nuera tan repulsiva, e incluso horrible, para mí. Seguramente no eran sus monsergas místicas, ya que había abandonado el pasado y no lo mencionaba nunca. Jamás realizó tampoco ninguna pintura, aunque yo sabía que había sido una diletante en tal arte. Extrañamente, los únicos que parecían participar de mi desazón eran los criados. Los negros de la casa parecían sumamente hoscos en su actitud hacia ella, y en pocas semanas todos, excepto aquellos con fuertes vínculos con mi familia, se habían marchado. Esos pocos – el viejo Scipio y su esposa Sara, la cocinera Delilah y Mary, la hija de Scipio – eran tan educados como podían; pero de hecho mostraban que obedecían a su nueva ama por deber más que por devoción. Permanecían en su parte remota de la casa tanto como les era posible. McCabe, nuestro chofer blanco, era insolentemente admirativo a la par que hostil; otra excepción era una zulú muy anciana que decía haber llegado de África cien años atrás y que era una especie de líder desde su pequeña cabaña, a la vez que una especie de pensionista de la familia. La vieja Sophonisba mostraba reverencia hacia dondequiera que Marceline estuviera cerca de ella, y una vez la vi besar el suelo que había pisado el ama. Los negros eran animales supersticiosos, y me pregunté si Marceline no habría estado soltando algunas de sus insensateces místicas a nuestros criados para superar su evidente rechazo.

Bueno, así fueron las cosas durante cerca de medio año. Luego, en el verano de 1916, las cosas comenzaron a precipitarse. A mediados de junio, Denis recibió una nota de su viejo amigo Frank Marsh, hablando de una especie de dolencia nerviosa que el hacía desear el tomarse unas vacaciones en el país. Estaba matasellada en Nueva Orleáns – ya Marsh había vuelto desde París al sentir llegar el colapso y parecía una llana, aunque cortés, orden para ser invitado. Marsh, por supuesto, sabía que Marceline estaba aquí y preguntó muy educadamente por ella. Denis quedó muy afectado al conocer su problema y le invitó a venir por tiempo indefinido. Marsh vino… y yo me quedé impresionado al percatarme cómo había cambiado desde que lo viera en su mocedad. Era un hombre pequeño y rubio, de ojos azules y mentón débil, y pude ver los efectos de la bebida, y no sé qué más, en sus párpados hinchados, dilatados poros de la nariz y marcadas comisuras de los labios. Supongo que había adoptado su pose de decadencia muy en serio y se empeñaba en posar como Rimbaud, Baudelaire o Lautramont tanto como podía. Pero, aun así, era delicioso hablar con él, ya que como todos los decadentes era exquisitamente sensible al color, atmósfera y nombre de las cosas; alguien admirable, vital y con conocimientos personal en experiencias conscientes sobre oscuros y sombríos campos de la vida, y el sentimiento acerca de los que la mayoría de nosotros pasamos sin saber que existen. Pobre jovenzuelo, ¡si su padre hubiera vivido tan sólo algo más y le hubiera refrenado! ¡Había buena madera en aquel chico!

Yo estaba contento de la visita, ya que sentí que podía restaurar una atmósfera normal en la casa. Esto es lo que realmente pareció ser al principio; porque, como he dicho, Marsh era una compañía encantadora. Era el artista más profundo y sincero que haya visto en mi vida, y verdaderamente creo que, excepto la percepción y expresión de la belleza, nada terrenal le importaba. Cuando veía algo exquisito, o cuando estaba creándolo, sus ojos parecían dilatarse hasta que los claros irises casi desaparecían… dejando sólo dos místicos pozos negros en aquel débil y delicado rostro de color de la tiza: pozos negros abiertos a extraños mundos que ninguno de nosotros podía siquiera conjeturar. Cuando vino, empero, no tuvo demasiadas oportunidades de mostrar tal tendencia; ya que había, según comentó Denis, llegando bastante malparado. Parecía haber sido muy afortunado como artista de extravagante factura – como Fuseli, Goya, Sime o Clark Ashton Smith, pero súbitamente se había agotado. El mundo alrededor suyo había cesado de albergar nada que él pudiera reconocer como belleza… es decir, lo bastante fuerte y punzante para despertar sus facultades creativas. Ya había experimentado todo esto antes todos los decadentes lo hacen pero en aquella época no podía inventar ninguna sensación o experiencia nueva, extraña u “outré” que pudiera suplir la necesitada ilusión de nueva belleza o expectación estimulantemente sugestiva. Está como un Durtal o un Des Esseintes en el punto más lastimero de su curiosas trayectorias.

Marceline no estaba cuando llegó Marsh. No le había entusiasmado su llegada, y había rehusado declinar una invitación de alguno de nuestros amigos de San Luis, cursada para Denis y ella. Denis, por supuesto, permaneció para recibir a su invitado, pero Marceline se marchó sola. Era la primera vez que lo veía separarse, y deseé que el intervalo sirviera para disipar la especie de ofuscación que estaba convirtiendo en un necio al chico. Marceline no mostró ninguna prisa en volver, sino que pareció prolongar su ausencia tanto como pudo. Denis parecía mucho mejor de lo que uno esperaría en un marido embobado, y asumía su antiguo talante cuando hablaba de otros días con Marsh, tratando de animar al apático esteta. Era Marsh quien parecía más impaciente por ver a la mujer, quizás porque pensaba que su extraña belleza, o alguna fase del misticismo que le había llevado a su antiguo culto, podía reanimar su interés hacia las cosas y darle otro empujón hacia la creación artística. Yo estaba absolutamente convencido que no había otras razones, basándome en mi conocimiento sobre el carácter de Marsh. Con todas sus debilidades, era un caballero… y, de hecho, esto había quedado de manifiesto cuando supe que deseaba venir, porque su complacencia en aceptar la hospitalidad de Denis probaba que no había razones en contra.

Cuando, al fin, Marceline volvió, pude ver que Marsh estaba tremendamente afectado. No intentó hablar de las cosas extravagantes que ella había abandonado definitivamente, pero fue incapaz de esconder una poderosa admiración que hizo a sus ojos de nuevo dilatados en esa curiosa forma por primera vez en el transcurso de su visita clavarse sobre ella cada momento que estuvo en la habitación. Ella, no obstante, pareció más desazonada que complacida por su agudo escrutinio… es decir, lo pareció al principio, aunque sus sentimientos mudaron en pocos días, sentado entre ambos las bases de la mayor cordialidad y frívola compañía. Yo podía ver a Marsh estudiándola constantemente cuando pensaba que nadie le observaba, y me pregunté cuánto tiempo podría ser solamente el artista, antes que el hombre primitivo se despertara ante sus misteriosos encantos. Denis, naturalmente, sentía ciertamente irritación ante este giro de los acontecimientos, aunque comprendía que su invitado era un hombre de honor y que, estética y místicamente, Marceline y Marsh naturalmente tenían cosas e intereses que discutir, y en las que una persona más o menos convencional no tenía cabida. No albergada resquemor contra nadie, sino que simplemente lamentaba que su propia imaginación fuera demasiado tradicional y limitada para ponerse a la altura de lo que Marceline y Marsh hablaban. Así estaban las cosas y comencé a tratar más al chico. Con su esposa ocupada en otros quehaceres, tuvo tiempo para recordar que tenía un padre, y un padre que estaba listo para auxiliarle en cualquier clase de perplejidad o dificultad.

Solíamos sentarnos en la galería a observar a Marsh y Marceline mientras recorrían el camino arriba y abajo a caballo, o jugaban al tenis en el patio que había al sur de la casa. Hablaban preferentemente en francés, que Marsh, aunque no tenía más que una cuarta parte de sangre francesa, manejaba con mayor soltura Denis o yo. El inglés de Marceline, siempre académicamente correcto, estaba tiñéndose rápidamente de acento, pero estaba claro que ella gustaba de volver a hablar su lengua materna. Mientras mirábamos la buena pareja que hacían, pude ver cómo los músculos del pecho y garganta del chico se tensaban… aunque no por eso fuera menos un anfitrión ideal para Marsh o menos considerado como esposo hacia Marceline. Todo esto sucedía generalmente durante la tarde, ya que Marceline se levantaba muy tarde, desayunaba en la cama y gastaba una inmensidad de tiempo preparándose para bajar las escaleras. Nunca conocí a nadie tan sumido en cosméticos, ejercicios de belleza, aceites de pelo, ungüentos y parafernalia de ese estilo. Era en aquellas horas matutinas cuando Denis y Marsh entablaban contacto e intercambiaban confidencias que mantenían su amistad a pesar de la tensión impuesta por los celos. Bueno, fue en una de aquellas charlas matutinas en la terraza cuando Marsh hizo la proposición que precipitó el desenlace. Yo estaba postrado por culpa de mi neuritis, pero me las había arreglado para bajar las escaleras y tenderme en el diván del recibidor, cerca del ventanal. Denis y Marsh estaba casi al otro lado, así que no pude evitar escuchar todo. Cuanto dijeron. Habían estado hablando de arte, y los curiosos y caprichosos elementos ambientales necesarios para abocar a un artista en la producción de su obra, cuando Marsh bruscamente pasó de abstracciones a las aplicaciones personales; algo que debía tener en la cabeza desde el principio.

-Supongo estaba diciendo que nadie puede decir exactamente qué escenas y objetos producen tales estímulos estéticos por algunos individuos.

Básicamente, por supuesto, debe haber una referencia para cada patrón humano y asociaciones mentales almacenadas, ya que no hay dos personas que tengan la misma escala de sensibilidad y respuesta. Nosotros los decadentes somos artistas para quienes todas las cosas ordinarias han dejado de tener cualquier significado emocional o imaginativo, pero ninguno de nosotros responde de igual manera al mismo objeto extraordinario. Ahora tómame a mí, por ejemplo…

Hizo una pausa y luego prosiguió. Sé, Denny, que puedo decirte tales cosas a ti porque tienes una mente preternaturalmente intacta: limpia, elegante, directa, objetiva y todo eso. No se te puede equivocar o engañar, tal como no puede hacerse con ningún decadente del mundo. Se detuvo una vez más.

-El hecho es que creo saber lo que necesito para relanzar mi imaginación a trabajar de nuevo. He tenido una leve idea de esto desde que estábamos en París, pero ahora estoy seguro. Es Marceline, viejo amigo: ese rostro y ese pelo, y el tren de sombrías imágenes que provoca. No es simplemente belleza visible aunque Dios sabe que tiene bastante de eso, sino algo peculiar e individualizado que no puedo explicar exactamente. Sabes en los últimos días he sentido la existencia de tal estímulo, tan afinado que honradamente creo que puedo superarme… lograr la obra maestra si puedo conseguir pinturas y lienzos, tal y como cuando su rostro y pelo hacían conmocionarse y flamear mi fantasía. Hay algo extraño y de otro mundo en ella… algo unido a la tenue antigüedad que Marceline representa. No sé cuánto te ha hablado de ese lado suyo, pero puedo asegurarte que rebosa de él. Posee maravillosos lazos con el exterior…

Algún cambio en la expresión de Denis debió detener al orador en aquel momento, porque hubo un considerable lapso de silencio antes de que volvieran las palabras. Yo estaba completamente desconcertado, ya que no había esperado un desarrollo tan abierto como éste y me pregunté que estaría pensando mi hijo. Mi corazón se desbocó y agucé los oídos con la más sincera intención de seguir escuchando. Luego Marsh prosiguió.

-Por supuesto, estás celoso; reconozco que una conversación como la mía puede sonar… pero te juro que es innecesario.

Denis respondió, y Marsh continuó.

-Para decirte la verdad, nunca podría enamorarme de Marceline, sólo puedo ser un cordial amigo en el mejor de los sentidos. ¿Por qué, maldita sea, me siento como un hipócrita hablando con ella estos días, tal y como he hecho?
-Someramente, una faceta suya medio me hipnotiza de alguna forma – en una forma extraña, fantástica y oscuramente terrible- casi como otra faceta te medio hipnotiza a ti de una forma mucho más normal. Veo algo en ella o para ser psicológicamente exacto, algo a través o más allá de ella que no acabas de ver. Algo que insinúa un inmenso despliegue de formas surgidas de abismos olvidados y que me hace desear pintar increíblemente cosas cuyos perfiles se desvanecen en el instante en que trato de delimitarlos claramente. No te equivoques, Denny, tu mujer es una magnifica persona, un espléndido foco de fuerzas cósmicas ¡por las que tienes derecho a ser llamada divina como nadie en la tierra!

En ese momento, sentí aflojarse la tensión, ya que la abstracta extravagancia de la declaración de Marsh, más las lisonjas que ahora acumulaba sobre Marceline, no pudo por menos que desarmar y ablandar a alguien tan profundamente tan orgulloso de su consorte como era Denis. Evidentemente, Marsh también captó el cambio, ya que hubo una mayor confidencia en su tono al continuar. –Debo pintarla, Denny, debo pintar ese pelo, y no debes negarte. Hay algo más que mortal en ese pelo, algo más que hermosura…

Se detuvo, y yo me pregunte cuál sería la respuesta de Denis. Me pregunté, de hecho, qué estaba realmente pensando yo mismo. ¿Era el presente interés de Marsh el de un artista o estaba tan infatuado como Denis lo que estuviera? Había pensado, en sus días de escuela, que él había envidiado a mi chico; y ahora sentía tenuemente que podía suceder lo mismo. Por otra parte, algo en aquel cúmulo de excusas artísticas había sonado portentosamente sincero, por lo que, cuanto más lo sopesaba, más inclinado me sentía a aceptar aquellas afirmaciones. Denis parecía hacerlo también, ya que, aunque no pude escuchar su respuesta en voz baja, por los efectos que produjo colegí que ésta debió haber sido afirmativa. Escuché el ruido de un manotazo en la espalda y tal torrente de agradecimientos por parte de Marsh como nunca pudiera yo recordar. -Esto es maravilloso, Denny, y te digo que nunca lo lamentarás. En cierto sentido, medio lo hago por ti. Serás un hombre diferente cuando lo veas. Te hará volver a ser lo que eras- abriéndote los ojos y dándote una especie de salvación, pero no puedes comprender aún lo que significa. Sólo recuerda nuestra antigua amistad, ¡y no te hagas a la idea que no soy el mismo viejo pájaro!

Me levanté aturdido cuando vi a los dos deambular por el césped, cogidos del brazo fumando al unísono. ¿Cuál era el significado de la extraña y casi ominosa afirmación de Marsh? Cuanto más se aplacaban mis temores en un sentido, más crecían en otro. Lo mirara como lo mirase, parecía ser bastante mal negocio. Pero, los asuntos siguieron igual. Denis acondicionó un ático con luz natural, y Marsh compró toda clase de útiles de pintura. Todos estaban bastante excitados con el nuevo asunto, y al final me alegré que algo estuviera a punto de romper la latente tensión. Pronto comenzaron las sesiones y todos tomamos con bastante seriedad, ya que podíamos ver que Marsh lo veía como un importante evento artístico. Denny y yo solíamos pasear sigilosamente por la casa, pensando que algo sagrado estaba ocurriendo, y sabiendo que así era en lo que a Marsh tocaba. Con Marceline, sin embargo, era un asunto diferente, como pronto descubrí. Cualquiera que fuese la reacción de Marsh ante las sesiones, ella estaba obviamente a disgusto. Buscó cualquier forma posible de revelar un abierto y vulgar enamoramiento por parte del artista, así como lograr muestras de repulsión por parte de Denis. Extrañamente, me percaté de esto mejor que Denis y traté de idear algún plan para mantener feliz al chico hasta que el asunto hubiera concluido. No tenía sentido excitarle con eso, si podía ayudársele.

Por fin, decidí que Denis haría mejor en marcharse mientras se mantuviera la desagradable situación. Yo podría representar bastante bien sus intereses en ese tiempo y, antes o después, Marsh acabaría su pintura y se iría. Mi concepto sobre el honor de Marsh era tal que no pensé en malos desarrollos. Cuando todo hubiera acabado, y Marceline hubiera perdido de vista a su nuevo enamorado, sería tiempo que Denis volviera. Así pues, escribí a mi agente comercial y financiero en Nueva York, e ideé un plan que alejaría al chico por tiempo indefinido. Había pedido al agente que escribiera informando que nuestros asuntos requerían perentoriamente la presencia de uno de nosotros en el este y, por supuesto, mi mala salud dejaba bien claro que yo no podía ser. Se arregló que, cuando Denis llegara a Nueva York, encontrara plausibles asuntos para tenerle ocupado tanto tiempo como yo pudiera desear tenerle alejado. “El plan funcionó a la perfección, y Denis partió hacia Nueva York sin la más minima sospecha; Marceline y Marsh le acompañaron en el coche hasta Cape Girardeau, donde tomó el tren nocturno para San Luis. Volvieron por la noche, y mientras McCabe conducía el coche a los establos pude oírles hablar en la terraza… en esas mismas sillas cerca del ventanal del recibidor donde Marsh y Denis se habían sentado cuando les escuché hablar sobre el retrato. En ese momento decidí espiarlos intencionalmente, por lo que fui al frontal del recibidor sigilosamente y me tendí en el sofá cerca de la ventana.

Al principio no pude escuchar nada, pero pronto llegó el sonido de una silla siendo cambiada de sitio, seguido de un corto y brusco suspiro, y una exclamación lastimera de Marceline. Luego escuché a Marsh hablando con voz distendida y casi formal. – Me gustaría trabajar esta noche, si no estás demasiado cansada. La respuesta de Marceline tenía el mismo tono dolido que había marcado su exclamación. Empleó el inglés al hacerlo. -Oh Frank, ¿de verdad es todo cuanto te preocupa? ¡Siempre trabajando! ¿No podemos quedarnos sentados aquí con esta gloriosa luz de luna?

Él respondió impacientemente, y su voz mostraba cierto desprecio bajo la dominante cualidad de entusiasmo artístico.

-¡Luz de luna! ¡Bien Dios, vaya sentimentalismo barato! ¡Siendo una persona supuestamente sofisticada, te queda sin duda algo de los peores tópicos de las malas novelas! Con el arte ante ti, tienes que pensar en la luna… ¡Barato como una actuación de variedades! O quizás te hace pensar en la Danza Sacra alrededor de los pilares de piedra de Auteuil. Infierno, ¡cómo solías hacer brindar a los ojos embobados! Pero no… supongo que has olvidado todo eso. ¡No más magia atlante, ni los ritos de serpientes de pelo de Madame de Russy! Soy él único que recuerdo las viejas cosas… los seres que recorrían los templos de Tanit y hacían resonar sus pasos en los terraplenes de Zimbabwe. Pero no quiero ser tramposo con tales recuerdos… todo eso quedará en mi lienzo… la obra que va a capturar la maravilla y cristalizar los secretos de 75,000 años.

Marceline le interrumpió con una voz llena de mezcladas emociones. – ¡Tú eres el que ahora es sentimentalmente barato! Sabes muy bien que es mejor dejar tranquilas las cosas antiguas. Harías mejor en no espiar si yo entono aún los viejos ritos o tratar de despertar a los que yacen ocultos en Yuggoth, Zimbabwe y R’lyeh. ¡Creí que eras más sensato!

Careces de lógica. Quieres que me interese en esa preciosa pintura tuya, pero nunca me dejas ver qué estás haciendo. ¡Siempre cubierta por ese paño negro!

Es mía… no sé qué puede importar si veo…

Marsh interrumpió en este momento con voz curiosamente dura y tensa.

-No. Ahora no. La verás en su debido momento. Sabes que eres tú… sí tú y algo más. Si lo supieras, no estarías tan impaciente. ¡Pobre Denis! ¡Dios mío, es una vergüenza!

Mi garganta se secó bruscamente mientras las palabras subían hasta un grado casi febril. ¿Qué quería decir Marsh? Repentinamente, vi que se había detenido y entraba solo en la casa. Escuché la puerta frontal cerrarse de golpe y oí sus pisadas subir por las escaleras. Fuera, en la terraza, puede aún escuchar la pesada y furiosa respiración de Marceline. Me deslicé con el corazón dolorido, sintiendo que había graves asuntos por dilucidar antes que pudiera dejar volver a Denis con seguridad. Tras aquella tarde la tensión en la casa fue aún peor que antes. Marceline había siempre vivido mimada y adulada, y el golpe de aquellas pocas rudas palabras de Marsh fueron demasiado para su temperamento. Nadie en la casa la trataba y, con Denis fuera, volvió su irritabilidad sobre todos. Cuando no podía encontrar a nadie dentro con quien pelearse, iba a la cabaña de la vieja Sophonisba y gastaba horas hablando con la extraña anciana zulú. Tía Sophy era la única persona que la adulaba lo bastante para contentarla, y cuando yo intenté escuchar su conversación, descubrí a Marceline susurrando sobre “Antiguos Secretos” y “Desconocida Kadath”, mientras la negra se mecía en su silla, haciendo inarticulados sonidos de reverencia y admiración a cada instante.

“Pero nada pudo romper su perruna fascinación hacia Marsh. Podía hablarle áspera y secamente, pero se volvía más y más obediente a sus deseos. Era muy conveniente para él, ya que era capaz de hacerla posar siempre que él se sentía en disposición de pintar. Él trataba de mostrar gratitud por su buena disposición, pero yo creía detectar una especie de desprecio o incluso repugnancia bajo su cuidadosa educación. Por mi parte, ¡odiaba abiertamente a Marceline! Lo que mi actitud no mostraba, más allá de un simple desdén, en aquellos días. Verdaderamente, me alegraba que Denis estuviera fuera. Sus cartas, no tan frecuentes como desearía, mostraban signos de tensión y preocupación.

A mediados de agosto supe, por las afirmaciones de Marsh, que el retrato estaba casi acabado. Su humor parecía volverse más sardónico, mientras que el temperamento de Marceline mejoró, ya que la posibilidad de verlo acariciaba su vanidad. Aún puedo recordar el día en que Marsh dijo que terminaría todo en el plazo de una semana. Marceline se excitó claramente, aunque no sin lanzarme una mirada venenosa. Creí ver que su pelo recogido estaba estrechamente apretado alrededor de su cabeza.

-¡Quiero ser la primera en verlo! -Chaqueó. Luego, sonriendo a Marsh, dijo: Y si no me gusta, ¡lo haré pedazos!

La cara de Marsh mostró la más curiosa expresión que jamás le viera cuando respondió.

-No puedo afirmar que te guste, Marceline ¡pero te juró que será magnifico! No deseo otorgarte todo el crédito, el arte se crea a si mismo, y tenía que ser hecho. ¡Tendrás que esperar! “Durante los siguientes días sentí un extrañó presagio, como si el fin de la pintura augurara alguna catástrofe en vez de alivio. Denis no me había escrito, y mi agente de Nueva York dijo que estaba planeando algún viaje al país. Me pregunté qué resultado tendría todo aquello. ¡Vaya una extraña mezcla de elementos!… ¡Marsh y Marceline, Denis y Yo!

¿Cómo reaccionaríamos al final unos respecto a otros? Mientras mis miedos se acrecentaban, traté de achacarlo todo a mi enfermedad, aunque la explicación nunca me satisfizo del todo.

Bueno, todo explotó en un martes, el 26 agosto. Me había levantado a la hora habitual para desayunar, pero no me sentía bien por culpa de los dolores en mi espalda. Me había estado molestando más que de ordinario en los últimos días, forzándome a consumir opiáceos cuando se hacía insoportable; nadie estaba abajo, excepto los criados, aunque oí a Marceline trajinando en su habitación. Marsh dormía en el ático anejo a su estudio y había comenzado a trabajar hasta altas horas, por lo que raramente aparecía antes del mediodía. Sobre las diez, los dolores se agudizaron, por lo que tomé una dosis doble de mi opiáceo y me tumbé en el diván del recibidor. Lo último que oí fue los pasos de Marceline sobre mi cabeza. Pobre criatura… ¡Si yo hubiera sabido! Debía haberse estado paseando ante el gran espejo, admirándose. Así era ella. Vanidosa de principio a fin… deleitándose en su propia belleza, tal y como hacia con todas los pequeños mimos que Denis era capaz de darle.

“No desperté hasta el ocaso, y supe por la luz dorada y las grandes sombras más allá del ventanal, cuánto había dormido. No había más nadie por allí, y una especie de antinatural quietud parecía cernerse sobre todo. A lo lejos, sin embargo, creí oír un débil aullido, salvaje e intermitente, cuya cualidad tenía una ligera pero desconcertante familiaridad para mí. No creo mucho en las premoniciones, pero me sentí espantosamente desazonado al despertar. Había tenido sueños aún peores que los de semanas previas y en ese momento parecían odiosamente ligados a alguna negra y supurante realidad. Toda la casa tenía un aspecto malsano. Después, pensé que ciertos sonidos debían haberse filtrado a través de mi cerebro inconsciente durante aquellas horas de sueño drogado. Mi mal, sin embargo, estaba bastante aliviado, y me levante y anduve sin dificultades.

Pronto supe que algo andaba mal, Marsh y Marceline podían estar cabalgando, pero alguien debiera estar preparando la cena en la cocina. Sin embargo, sólo había silencio, excepto aquel débil y distante aullido o lamento, y nadie respondió cuando tiré de la vieja campanilla para llamar a Scipio. Luego, al mirar arriba, vi la creciente mancha del techo… la brillante mancha roja que debía haberse filtrado por el suelo, desde la alcoba de Marceline.

“En un instante, olvidé mi espalda lisiada y me lancé escaleras arriba preparado para lo peor. Toda clase de posibilidades pasaban por mi mente mientras embestía contra la puerta combada por la humedad de aquella silenciosa alcoba, y lo más odioso de todo era un terrible sentimiento de fatal desenlace cumplido. Yo había sabido, el conocimiento me golpeaba, del indescriptible horror que se aproximaba, ya que algo profunda y cósmicamente maligno se había introducido bajo mi techo, y sólo sangre y tragedia podían ser el resultado.

La puerta se abrió al fin, y yo di un traspié por la gran habitación contigua, en la penumbra causada por las ramas de los grandes árboles al otro lado de la ventana. Durante un instante, no pude hacer sino encogerme ante el débil aroma que inmediatamente asaltó mi nariz. Después, encendiendo la luz eléctrica y mirando, reparé en una innombrable blasfemia sobre la alfombra amarilla y azul. Yacía boca abajo, en un gran charco de sangre oscura y cuajada, y tenía la sangrienta impronta de un zapato humano en mitad de su espalda desnuda. Había sangre por doquier: en los muros, los muebles y el suelo. Mis piernas flaquearon ante la vista y tuve que tambalearme hacia una silla para desplomarme en ella. La cosa había sido obviamente un ser humano, aunque su identidad no fue fácil de determinar al principio, ya que carecía de ropas y la mayor parte de su cabello había sido cortado y arrancado de la forma más cruda. Tenía un color marfil oscuro y supuse que debía ser Marceline. La huella de zapato en su espalda le daba un aspecto aún más infernal. No pude concebir qué extraña y espantosa tragedia debió tener lugar mientras yo dormía en la habitación de abajo. Cuando alcé la mano para enjugar el sudor de mi frente, advertí que mis dedos estaban manchados de sangre. Me sobresalté, comprendiendo que debía proceder del pomo de la puerta., que el desconocido asesino había cerrado tras él al marcharse. Se había llevado consigo su arma, al parecer, ya que no había ningún instrumento mortal a la vista.

Mientras estudiaba el suelo, descubrí una línea de pegajosas pisadas, como la que viera en el cuerpo, yendo del horror a la puerta. Había otro rastro sangriento, también, y de una clase menos fácilmente explicable; una línea ancha y continua, como el camino de una serpiente gigantesca. Al principio pensé que se debía a algo arrastrado por el asesino. Luego, percatándome de la forma en que las pisadas perecían sobreponerse a él, me vi formado a pensar que había sido hecho antes de marcharse el asesino. Pero, ¿qué reptante entidad podía haber estado en la estancia con la víctima y su asesino, saliendo antes que éste y cuando todo estuvo hecho? Mientras me hacía esta pregunta, creí oír nuevas manifestaciones de aquel débil y lejano gemir. Finalmente, sobreponiéndome a aquel letargo de horror, me puse de nuevo en pie y comencé a seguir las huellas. Quién era el asesino, no podía ni siquiera conjeturar, ni tampoco explicarme la ausencia de los criados. Sabía vagamente que debía acudir al cuarto del ático de Marsh, pero antes de haber aceptado plenamente la idea vi que, de hecho, el rastro sangriento llevaba hacia allí. ¿Era él el asesino? ¿Se habría vuelto loco bajo la tensión de morbosa situación y habría perdido súbitamente la razón?

En el pasillo del ático, el rastro se volvía débil, y las pisadas casi desaparecían al llegar a la oscura alfombra. Aún pude discernir, no obstante, el extraño rastro de la entidad que había salido primero y que llevaba directamente a la cerrada puerta del estudio de Marsh, desapareciendo por debajo en un punto a medio camino entre las jambas. Evidentemente, había cruzado el umbral en un momento en que la puerta estaba abierta de par en par. Con el corazón desfallecido, tanteé el pomo, encontrando la puerta sin cerrar. Abriéndola, me detuve bajo la menguante luz del norte preguntándome qué nueva pesadilla podía estar aguardando. Había, ciertamente, algo humano en el suelo, y busqué el interruptor para encender la luz. Pero mientras la luz relumbraba, mi mirada abandonó el suelo y su horror- era Marsh, pobre diablo para clavarse frenética e incrédulamente en el ser vivo que se agazapaba a la alcoba de Marsh. Era un ser desgreñado, de sus ojos enloquecidos y manchado de sangre seca que llevaba en su mano un cruel machete que fuera uno de los adornos de los muros del estudio. Pero incluso en aquel terrible momento le reconocí como alguien que había creído a miles de kilómetros. Era mi propio chico, Denis… o la ruina enloquecida que una vez fuera Denis.

Mi presencia devolvió un resto de cordura o al menos memoria al pobre chico. Se enderezó y comenzó a sacudir la cabeza como si tratara de librarse de alguna influencia envolvente. No pude articular palabra, pero moví los labios en esfuerzo por recobrar la voz. Mis ojos fueron durante un instante a la figura del suelo, caído frente al pesadamente cubierto caballete… la figura hacia la que el extraño rastro de sangre llevaba y que parecía estar enredado en los anillos de algún oscuro objeto con forma de cordón. El cambio de mi mirada aparentemente produjo alguna impresión en la castigada mente del chico, ya que súbitamente comenzó a murmurar un ronco susurro que rápidamente fui capaz de descifrar. Tenía que exterminarla… era el diablo… cúspide y alta sacerdotisa de toda maldad… el desove del agujero… Marsh lo sabía y trató de avisarme. El buen viejo Frank… yo no lo maté… entonces ese maldito pelo… “Yo escuchaba horrorizado mientras Denis se sofocaba, hacía una pausa y proseguía. -No lo sabes… sus cartas eran extrañas y supe que estaba enamorada de Marsh.

Luego dejó de escribirme. Él nunca la mencionaba… sentí que algo iba mal, y pensé que debía volver y descubrirlo. No podía contarte… tus ademanes te hubieran traicionado. Quería sorprenderles. Vine hoy al mediodía… vine en un coche y despedí a los criados… dejé solos a los del los campos, porque en sus cabañas están fuera del oído. Le dije a McCabe que fuera a buscarme algunas cosas a Cape Girardeau y no se molestara en volver hasta mañana. Dije a los negros que cogieran el viejo coche y dejé que Mary les condujera hasta Bend Village de vacaciones… les dije que nos íbamos a una especie de excursión y que no los necesitábamos. Les dije que mejor pasaran la noche con la prima del Tío Scipio, la que tiene esa posada de negros.

Denis estaba farfullando incoherencias ahora, y agucé los oídos para captar cada palabra. De nuevo pensé que oía aquel salvaje y lejano lamento, pero la historia tenía su primer foco en aquel lugar. -Te vi durmiendo en el diván e intenté que no despertaras. Luego fui escaleras arriba sigilosamente para sorprender a Marsh y… ¡Esa mujer!

El chico se estremeció como si eludiera pronunciar el nombre de Marceline. Al tiempo, vi dilatarse sus ojos en consonancia con un renacer del distante griterío, cuya vaga familiaridad se había hecho ahora muy grande. -Ella no estaba en su alcoba, por lo que fui al estudio. La puerta estaba cerrada, y pude oír sus voces dentro. No llamé… sólo irrumpí y la encontré posando para la pintura. Desnuda, pero con ese infernal pelo cubriéndola. Y haciendo toda clase de miradas tiernas a Marsh. Tenía el caballete alejado de la puerta, por lo que no pude ver la pintura. Ambos se llevaron un buen susto cuando aparecí, y Marsh dejó caer su pincel. Yo hervía de furia y le conminé a mostrarme el retrato, pero él mantuvo la calma en todo momento. Me dijo que no estaba acabado, pero que en un día o dos… dijo que lo podría ver entonces… ella no lo había visto. -Pero eso no iba conmigo. Avancé, y él dejó caer una cortina púrpura sobre la obra, antes que pudiera verlo. Él estaba preparado para pelear antes de dejarme verlo, pero eso… eso… ella… avanzó y se puso de mi parte. Me dijo que debíamos verlo. Frank se alteró de forma horrible, y me dio un golpe cuando traté de quitar la cortina. Le devolví el golpe y pareció quedar fuera de combate. Luego estuve a punto de caer yo también por culpa del grito que…la criatura… lanzó. Había arrancado la cortina ella misma y tenía la vista clavada en la pintura de Marsh. Me di vuelta por la habitación y la vi precipitarse como una loca fuera de la estancia… entonces vi el cuadro.

La locura fulguro en los ojos del chico al llegar a ese momento, y durante un instante pensé que me iba a atacar con su machete. Pero tras una pausa se calmó parcialmente.

-¡Oh, Dios… qué cosa! ¡Nunca la mires! ¡Quémala con sus cortinas puestas y lanza las cenizas al río! Marsh sabía… y quería avisarme. Sabía lo que eso era… que esa mujer… esa pantera, o Gorgona, o lamia, o lo que fuera… verdaderamente representa. Trató de insinuármelo desde que la encontré en su estudio de París, pero no podía ser dicho con palabras. Pensaba que todos se equivocaban cuando susurraban horrores sobre ella… me hipnotizó de forma que no pudiera creer en la cruda verdad… pero esta pintura ha captado todo el secreto… ¡todo el monstruoso fundamento! ¡Dios Frank es un artista! ¡Eso es la mejor pieza que cualquier alma viviente haya producido desde Rembrandt! Es un crimen quemarlo… pero sería uno aún mayor dejarlo existir… como hubiera sido un horrendo pecado dejar… que esa diablesa… siguiera existiendo. En el momento que vi, entendí lo que… ella… era, y la parte que jugaba en el terrible secreto que ha pervivido desde los días de Cthulhu y los Primordiales… el secreto que casi desapareció al hundirse la Atlántida, pero que fue mantenido vivo en tradiciones ocultas y alegóricos mitos, y ritos furtivos de la medianoche. Tú sabes que ella era un ser real. No era ninguna impostora. Podría haber sido misericordioso de haber resultado una embaucadora. Era la vieja y odiosa sombra que los filósofos nunca osaron mencionar… el ser insinuado en el Necronomicón y simbolizado en los colosos de la Isla de Pascua.

Ella pensaba que no sería descubierta… que su falsa fachada la protegería hasta que hubiéramos malvendido nuestras almas inmortales. Y casi tenía razón… al final me habría tenido. Ella sólo… esperaba. Pero Frank… el buen viejo Frank… fue demasiado para ella. El sabía todo lo que significaba y lo pintó. No me extraña que gritara y huyera al ver la pintura. No estaba acabada, pero Dios sabe lo que estaba lo bastante. Entonces supe que tenía que matarla… matarla a ella y a todo cuanto estuviera conectado con ella. Era una mancha que la sangre humana no podía llevar. Había otra cosa también… pero nunca lo sabrás si quemas el cuadro el cuadro sin mirarlo. Fui dando tumbos hasta tu habitación con este machete que cogí del muro, aquí, dejando a Frank todavía tendido. Respiraba, no obstante, y agradezco a los cielos no haberle matado. -La encontré frente al espejo, trenzando su maldito pelo. Se volvió hacia mí como una bestia salvaje y comenzó a escupir su odio sobre Marsh. El hecho que hubiera estado enamorada de Marsh y sé que así era sólo lo hacia peor. Durante un minuto no me moví, y estuve muy cerca de hipnotizarme completamente. Luego pensé en la pintura, y en la pintura, y el hechizo se rompió. Vio todo eso en mis ojos y pudo percatarse del machete también. Nunca vi nada más parecido a una bestia salvaje de la jungla. Saltó sobre mí con las uñas como las de un leopardo, pero yo fui demasiado rápido. Blandí el machete y todo acabó.

Denis tuvo que volver a detenerse, y vi que el sudor corría por su frente entre las salpicaduras de sangre. Pero en un instante la voz ronca prosiguió. –He dicho que todo acabó… ¡Pero Dios! ¡Algo acababa sólo de comenzar! Sentí haber combatido las legiones de Satanás, y puse mi pie en la cosa que había aniquilado. Luego vi esa blasfema mata de burdo pelo negro comenzar a revolverse por su cuenta. -Debiera haberlo sabido. Está todo en los viejos cuentos. Ese maldito pelo tenía una vida propia que no podía ser aniquilada matando a la criatura. Sabía que debía quemarlo, por eso comencé a cortarlo con el machete. ¡Dios, fue un trabajo infernal! Duro como cables de acero… pero conseguí hacerlo. Y era espantosa la forma en que la gran trenza se retorcía y luchaba bajo mi ataque. -Más o menos en el momento en que había cortado o arrancado la última hebra escuché el espantoso aullido tras la casa. Sabes… aún se oye a ratos. No sé lo que es, pero debe estar conectado con este asunto infernal. Casi parece algo que debiera conocer, pero no lo bastante como para ubicarlo. Perdí los nervios la primera vez que lo escuché y solté la cercenada trenza en mi espanto. Entonces, sufrí un espanto aún peor… ya que, en otro segundo, la trenza se había enroscado sobre mi cuerpo, comenzando a atacarme venenosamente con uno de sus extremos que se había anudado en forma de grotesca cabeza. Le golpeé con el machete y huyó.

Luego, cuando recuperé la respiración, vi que esa monstruosidad reptaba por el suelo como una gran serpiente negra. No pude hacer nada durante un momento, pero cuando desapareció por la puerta me las arreglé para obligarme a dar tumbos en pos de ella. Pude seguir el ancho y sangriento rastro, y vi que iba escaleras arriba. Fui hacia allí… y que los cielos me maldigan si no vi, a través del zaguán, atacar al pobre y aturdido Marsh como una enloquecida serpiente, tal y como había hecho conmigo, y finalmente se arrolló a su alrededor como una pitón. Había comenzado a volver en sí, pero esa abominable serpiente no le dejó ponerse en pie. Sabía que el odio de esa mujer estaba tras todo eso, pero no tuve fuerzas para impedirlo. Lo intenté, pero sin resultados. Ni siquiera el machete era útil… no podía descargarlo sin despedazar a Frank. Vi a esos monstruosos anillos estrecharse… vi al pobre Frank Estrangulado hasta la muerte ante mis ojos… y, durante todo aquel tiempo, aquel débil aullar llegaba desde algún lugar más allá de los campos.

-Eso es todo. Puse el lienzo púrpura sobre la pintura y ruego porque nunca sea quitado. Debe arder. No puede quitar los anillos del pobre, muerto Frank… se agarran a él como lapas y parecen haber perdido completamente el movimiento. Es como si esa cuerda serpentina de pelo tuviera una especie de perverso cariño hacia el hombre al que mató… estrechándole… abrazándole.

Debes quemar al pobre Frank con él… pero, por amor de Dios, no olvides convertirlo en cenizas. A eso y a la pintura. Ambos deben desaparecer. La seguridad del mundo exige que así sea. Denis podría haber susurrado más, pero un nuevo estallido de distantes gimoteos le interrumpió. Por primera vez supe qué era, ya que un tornadizo viento de poniente traía, por fin, palabras articuladas. Debimos haberlo sabido antes, ya que sonidos muy parecidos habían nacido otras veces de la misma fuente. Era la arrugada Sophonisba, la anciana bruja zulú que había reverenciado a Marceline, aullando desde su cabaña en una forma que era el colofón de los horrores de esta tragedia de pesadilla. Podíamos oír algunas de las cosas que ululaba, y supimos de los lazos secretos y primordiales que ligaban a esta salvaje bruja con esa otra depositaria de antiguos secretos que acababa de ser extirpada. Algunas de las palabras traicionaban su intimidad con tradiciones demoníacas y paleógenas.

-¡Iä! ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡Ya –R’lyeh! ¡N’gagin’bulu bwana n’lolo! Ya, yo pobre Missy Tanit, pobre Missi Isis! Marse Clooloo, ven sobre las aguas y recoge a tu hija… ¡Ella ha muerto! El pelo no se moverá más, Marse Clooloo. ¡La vieja Sophy sabe! ¡La vieja Sophy que ha ido a la piedra negra exterior de la Gran Zimbabwe en la vieja África! ¡Vieja Sophy que ha bailado a la luz de la luna alrededor de la piedra-cocodrilo, antes que N’bangus la cogiera y la vendiera a la gente de los grandes barcos! ¡Ninguna otra bruja guardará el fuego en el lugar de gran piedra! ¡Ya, Yo! ¡N’gagi n’bulu bwana n’lolo! ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡Ella muerta! ¡La vieja Sophy lo sabe!

Esto no fue el fin de los lamentos, pero fue todo cuanto pudimos entender. La expresión del rostro de mi chico mostraba que estaba recordando algo espantoso, y la presión de la mano que empuñaba el machete no presagiaba nada bueno. Supe que estaba desesperado, y pensé en desarmarle, si era posible, antes que hiciera nada más. Pero era demasiado tarde. Un viejo con la espalda lesionada no tiene mucha fuerza. Hubo una terrible lucha, pero se dio muerte en pocos segundos. No estoy seguro ni siquiera si también trató de matarme. Sus últimas palabras jadeantes eran algo sobre la necesidad de destruir cuanto hubiera estado conectado con Marceline, fuera por sangre o por matrimonio.

Me maravillo de no haber enloquecido aquel día y en aquel instante… o en los momentos y horas posteriores. Frente a mi estaba el cadáver de mi hijo el único ser humano que me era querido, y tres metros más allá, frente al tapado caballete, el cuerpo de su mejor amigo con un indescriptible lazo de horror alrededor suyo. Abajo, estaba el rapado cadáver del monstruo, sobre el que yo estaba casi dispuesto a creer todo. Estaba demasiado aturdido para analizar la verosimilitud de la historia del pelo… y, de no haberlo creído, el triste lamento de la cabaña de tía Sophy hubiera sido bastante como para aquietar dudas por el momento. De haber sido sabio, habría hecho cuanto me dijo el pobre Denis… quemar la pintura y el pelo asido al cuerpo, y todo a la vez y sin mostrar curiosidad. Pero estaba demasiado afectado para ser sabio. Supongo que musité tonterías sobre mi chico, y después recordé que la noche caía y que los criados volverían por la mañana. Estaba claro que un asunto como éste nunca podría ser explicado, y supe que debía ocultar los hechos e inventar una historia. Ese lazo de pelo alrededor de Marsh era algo monstruoso. Mientras lo empujaba con una espada que tomé del muro, casi creí sentir cómo apretaba su abrazo sobre el hombre muerto. No me atrevía a tocarlo… y cuanto más lo miraba de más cosas horribles me percataba. Algo me sobresaltó. No quiero mencionarlo, pero explica parcialmente la nutrición del pelo con extraños aceites que siempre le daba Marceline.

Por fin, decidí enterrar los tres cuerpos en el sótano, con cal viva que sabía teníamos en el almacén. Fue una noche de trabajo infernal. Cavé tres tumbas… con mi chico a mayor distancia que los otros dos, porque no quería que estuviera cerca del cuerpo de la mujer o su pelo. Lamenté dejar la trenza alrededor del pobre Marsh. Fue algo terrible bajarlos hasta el sótano. Utilicé mantas para llevar a la mujer y el pobre diablo con la trenza a su alrededor. Luego saqué dos barriles de cal del almacén. Dios debió darme fuerzas, ya que no sólo conseguí llevarlos, sino que rellené las tres tumbas sin dificultades. Parte de la cal la utilicé para cubrir paredes. Tuve que sacar una escalera de tijera y fijarla sobre el techo del recibidor, donde la sangre se había filtrado. Y quemé casi todo cuanto había en la habitación de Marceline, raspando los muros, el suelo y los muebles pesados. Limpié también el estudio del ático, así como el rastro y las pisadas que llevaban allí. Y durante todo ese tiempo pude escuchar a la vieja Sophy lamentándose a lo lejos. Tenía que tener el diablo en el cuerpo para que su voz sonara así. Pero siempre gritaba extrañas cosas. Eso es por lo que los negros de los campos no se sobresaltaron o intrigaron aquella noche. Cerré el estudio y me llevé la llave a mi habitación. Luego quemé mis manchadas ropas en la chimenea. Al alba, toda la casa parecía bastante normal, al menos a ojos de una mirada casual. No me atreví a tocar el cubierto caballete, pero pensaba encargarme de él más tarde.

Bueno, los criados volvieron al día siguiente, y les dije que los jóvenes se habían ido a San Luis. Ningún peón de los campos parecía haber visto ni oído nada, y los lamentos de la vieja Sophonisba se detuvieron al alba. Tras aquello, fue como una esfinge y nunca soltó una palabra de cuanto hubo en su rumiante cerebro de bruja el día y la noche anterior. Más tarde simulé que Denis, Marsh y Marceline habían vuelto a París e hice que una discreta agencia de correos me enviara cartas suyas… cartas que había encargado fueran escritas con fingida caligrafía suya. Me costó un buen trabajo engañar y vencer las reticencias al explicar las cosas a sus diversos amigos, y sé que la gente secretamente sospechaba que ocultaba algo. Hice que se informara sobre las muertes de Marsh y Denis durante la guerra, y más tarde dije que Marceline había entrado en un convento. Afortunadamente, Marsh era un huérfano cuya excentricidad le habían alejado de los suyos en Louisiana. Las cosas hubieran podido ir por mejor camino si hubiera tenido el buen de quemar la pintura, vender la plantación y tratar de tomarme las cosas como el producto de una mente sacudida y fatigada. Cosechas perdidas… los peones se marcharon uno a uno… el lugar arruinándose… y yo mismo un ermitaño, el blanco de docenas de extraños cuentos locales. Hoy en día, nadie se acerca tras caer el sol… ni en otro momento si puede evitarlo. Por eso supe que usted era un forastero. – ¿Y por qué sigo aquí? Puedo explicárselo del todo. Está demasiado en contacto con cosas que están justo al borde de la cordura. No hubiera sido así, quizás, de no haber mirado la pintura. Debí haber hecho lo que me pedía el pobre Denis. Honradamente, pensaba quemarla cuando subí al estudio cerrado una semana después del horror, pero la mire primero… y todo cambió.

No, no tiene sentido hablar de lo que vi. Usted puede, de alguna manera, verlo por sí mismo, aunque el tiempo y la humedad han hecho su trabajo. No puedo decir si le afectará por echarle una mirada, pero fue diferente para mí. Demasiado sé lo que significa.

Denis estaba en lo cierto… es el más grande triunfo del arte humano desde Rembrandt, aunque esté inconcluso. Lo comprendí desde el principio y supe por qué el pobre Marsh había sido totalmente literal cuando insinuó que no estaba pintando tan sólo a Marceline, sino que veía a través y más allá de ella. Por supuesto, ella estaba allí era la clave, en cierto sentido, pero su figura sólo era un punto en un vasto retablo. Estaba desnuda, excepto por esa odiosa mata de pelo alrededor suyo, medio sentada, medio reclinada en una especie de banco o diván, tallado con motivos diferentes a cuanto pueda ser parte de cualquier tradición decorativa conocida. Tenía una copa de monstruoso diseño en una mano, con la que escanciaba un fluido cuyo color no he sido capaz de determinar o clasificar… no sé de dónde sacó Marsh los pigmentos. “La figura del diván estaba en la izquierda, en un primer plano de la más extraña escena que haya visto en mi vida. Pienso que había una débil insinuación que todos esos seres son una especie de emanación del cerebro de la mujer, aunque había también una sugerencia totalmente opuesta… como si fuera sólo una imagen maligna o alucinación invocada por la escena misma.

No puedo decirle ahora si es un interior o un exterior… si esas infernales y ciclópeas bóvedas se ven desde fuera o dentro, o si hay en efecto tallas de piedra y no simplemente enfermizas arborescencias fungosas. La geometría del conjunto es enloquecida… algo con ángulos obtusos y agudos, todos entremezclados. Y, ¡Dios! ¡Las figuras de pesadilla que flotan alrededor en ese contraluz perpetuo y demoniaco! ¡Las blasfemias que asechan y observan y se entrelazan en un aquelarre que tiene a la mujer como suma sacerdotisa! Las negras entidades peludas que no son cabras del todo… la bestia con cabeza de cocodrilo, tres piernas y una fila dorsal de tentáculos… y los chatos egiptanos bailando en una escena que los sacerdotes de Egipto… ¡conocieron y maldijeron! Pero la escena no era Egipto… era anterior a Egipto; incluso anterior a la Atlántida, la fabulosa Mu o Lemuria, la susurrada por los mitos. Era la fuente primordial de todo el horror en esta tierra, y el simbolismo mostraba tan sólo demasiado claramente cuán parte de ello era Marceline. Pienso que debe representar a la innombrable R’lyeh, que no fue construido por criaturas de este planeta… la cosa sobre la que Marsh y Denis solían hablar entre las sombras y con voz baja. En la pintura parece como si toda la escena transcurriera bajo las aguas… aunque todos parecen respirar libremente.

Bueno… no pude hacer más que mirar y temblar, y finalmente vi que Marceline me miraba astutamente desde la tela con sus monstruosos y dilatados ojos. No fue superstición… Marsh había captado algo de su horrible vitalidad en aquella sinfonía de líneas y colores, por lo que ella aún rumiaba y asechaba y odiaba, como si la mayor parte de ella no estuviera en el sótano bajo cal viva. Y lo peor fue cuando algunas de aquellas serpentinas hebras de cabello, esos retoños de Hécate, comenzaron a despegarse de la superficie y tantear por la estancia en mi dirección. Entonces llegó lo que reconocí como el último y supremo horror, y descubrí que era un guardián y un prisionero por siempre. Ella era el ser de quien manaban las primeras y turbias leyendas de Medusa y las Gorgonas, y algo de mi estremecida voluntad había sido capturada y convertida en piedra al fin. Nunca más estaría a salvo de esos rizos serpentinos… los rizos de una pintura y los que yacían bajo la cal, cerca de las barricas de vino. Demasiado tarde, recordé los relatos sobre la virtual indestructibilidad, aún tras siglos de sepultura, del pelo de los muertos.

Desde entonces, mi vida no ha sido otra cosa que horror y esclavitud. Siempre me ha acechado el miedo a lo que aguarda bajo el sótano. En menos de un mes, los negros comenzaron a murmurar sobre la gran serpiente negra que reptaba entra las cubas de vino tras ponerse el sol, así como sobre la curiosa forma en que su rastro llevaba a otro lugar, dos metros más allá. Luego, los peones del campo comenzaron a hablar de la serpiente negra que visitaba la cabaña de la vieja Sophonisba después de la medianoche. Uno de ellos me mostró el rastro y, no mucho más tarde, supe que tía Sophy había comenzado a efectuar extrañas visitas al sótano de la casa, permaneciendo y murmurando durante horas en el mismo lugar al que ninguno de los otros negros quería acercarse. ¡Dios, cómo me alegré que cuando esa vieja bruja murió! Sinceramente, creó que fue sacerdotisa de alguna antigua y terrible tradición, allá en África. Debió llegar a vivir casi ciento cincuenta años. A veces, creo escuchar alguna cosa deslizarse alrededor de la casa durante la noche. Hay un extraño ruido en las escaleras, allá donde los peldaños están sueltos, y el picaporte de mi alcoba resuena como bajo una presión que buscará entrar. Siempre tengo la puerta cerrada, por supuesto. Y hay ciertas mañanas en que creo captar un nauseabundo hedor mohoso en los corredores, y me percato de un débil rastro continuo sobre el polvo de los suelos. Sé que debo guardar el pelo de la pintura, ya que, si algo le sucede, hay entidades en esta casa que tomarían segura y terrible venganza. No me atrevo ni a morir… ya que la vida y la muerte son una para aquellos que están en las garras de quienes emanan de R’lyeh. Algo puede estar listo para castigar mi negligencia.

El lazo de Medusa me ha atrapado y siempre será así. Nunca te mezcles con el secreto y último horror, joven si valoras tu alma inmortal.”

Al terminar el anciano su historia, vi que la lámpara pequeña se había apagado hacía mucho, y que la grande estaba casi vacía. Sabía que debía estar próxima el alba, y mis oídos me indicaron que la tormenta había acabado. La historia me había dejado medio aturdido y casi temía mirar a la puerta, esperando que revelara una presión hacia el interior, fruto de alguna fuente indescriptible. Era difícil decir cuál era mi emoción predominante… rígido horror, incredulidad o una especie de curiosidad fantástica y enfermiza. Estaba completamente sin habla y tuve que esperar que mi anfitrión rompiera el hechizo. -¿Desea ver… la cosa? Su voz era muy baja y vacilante, y vi que estaba tremendamente serio. Sobre todas las emociones, venció la curiosidad y cabeceé silenciosamente.

Se levantó, encendiendo una vela de una mesa cercana y alzándola ante sí mientras abría la puerta. Venga conmigo… arriba. Temí afrontar aquellos mohosos pasillos de nuevo, pero la fascinación se impuso a mis escrúpulos. Los tablones crujían bajo nuestros pies, y temblé en una ocasión, creyendo ver una débil línea trazada en el polvo cerca de la escalera. Los escalones que llevaban al ático eran ruidosos y desvencijados, con multitud de listones perdidos. Me sentía bastante contento de la necesidad de mirar atentamente donde pisaba, ya que eso me daba una excusa para no ojear a mi alrededor. El corredor del ático era negro como la pez y cubierto de telarañas, y por unos tres centímetros de polvo, excepto en un camino abierto hasta una puerta a la izquierda del final. Al percatarme de los podridos restos de una gruesa alfombra, pensé en los otros pies que la habían pisado décadas pasadas… en ellos y en algo que no tenía pies. El anciano me llevó directamente hasta la puerta al final del abierto camino y peleó un instante con el oxidado pestillo. Me sentí sumamente asustado al darme cuenta que la pintura estaba tan cerca, pero no me atreví a retroceder en aquel instante. En el momento siguiente mi anfitrión me introducía en el desierto estudio.

La luz de la vela era muy débil, aunque servía para mostrar la mayoría de los contornos. Me percaté del techo bajo y sesgado, la inmensa prolongación de la buhardilla, las curiosidades y trofeos que pendían de las paredes… y sobre todo, del gran caballete cubierto en el centro de la estancia. Entonces, De Russy se dirigió hacia aquel caballete, apartando las polvorientas colgaduras púrpuras por el lado contrario a mí, y me indicó silenciosamente que me aproximara. Me armé de valor para obedecer, especialmente al ver los ojos de mi guía dilatarse, bajo la luz oscilante de la vela, mientras miraba el desvelado lienzo. Pero de nuevo la curiosidad venció a todo lo demás, y me acerqué hasta donde estaba De Russy. Entonces vi la condenable cosa. No me desmayé… aunque ningún lector puede quizás entender el esfuerzo que conllevó el no hacerlo. Grité, deteniéndome bruscamente al ver la espantad mirada en el rostro del anciano. Como esperaba, el cuadro estaba combado, mohoso y enturbiado por culpa de la humedad y el abandono; pero, a pesar de todo, pude vislumbrar las monstruosidades insinuaciones de cósmica maldad exterior que asechaban a través del enfermizo contenido y la pervertida geometría de la indescriptible escena. Era tal como dijera el anciano: un infierno abovedado y columnado, de mezcladas Misas Negras y Aquelarres… y lo que su finalización hubiese añadido estaba más allá de mis conjeturas. La decadencia sólo había aumentado el total horror de su cruel simbolismo y aquella sugestión malsana, ya que las partes más afectada por el tiempo eran justamente aquellas que en Naturaleza o en aquel dominio extracósmico que se burlaba Naturaleza eran más aptas para degenerar o desintegrarse.

El supremo horror, por supuesto era Marceline… y mientras observaba la hinchada y descolorida carne tuve la extraña fantasía que quizás la figura del lienzo mantenía algún oscuro y oculto lazo con la figura que yacía en cal viva, bajo el suelo del sótano. Quizás la cal había preservado el cuerpo en lugar de destruirlo… ¿pero cómo hubiera podido conservar aquellos ojos negros y malignos que me observaban, y se burlaban de mí desde el pintado infierno? Y había otra cosa tocante a la criatura que no pude por menos que percibir… algo que De Russy no había sido capaz de expresar con palabras, pero que quizás tenía que ver con el intento de Denis de matar a todos los de su sangre que hubieran morado bajo el mismo techo que ella. Quizás Marsh lo sabía, o quizás el genio lo retrató inconscientemente, eso nadie puede decirlo. Lo cierto es que Denis y su padre no pudieron saberlo hasta ver el retrato. Superando a todo horror, estaba el serpentino cabello negro, que cubría el podrido cuerpo, y que no mostraba el más leve rastro de decadencia. Todo cuanto había oído sobre él quedaba ampliamente verificado. No había oído nada humano en aquel cordón sinuoso, un semiaceitoso, semiondulado torrente de serpentina oscuridad. Una vil vida independiente se proclamaba a sí misma en cada rizo y voluta antinatural, y la sugerencia de innumerables cabezas reptilianas en las rizadas puntas era demasiado marcada para ser ilusoria o accidental.

La Blasfemia entidad me apresaba como un imán. Me sentía inerme, y no me pregunté por qué el mito decía que la mirada de La Gorgona convertía a quienes la contemplaban en piedra. Luego creí ver cambiar al ser. Las lascivas facciones se movieron perceptiblemente, ya que las podridas fauces cayeron, permitiendo a los gruesos y bestiales labios mostrar una fila de puntiagudos colmillos amarillentos. Las pupilas de la diablesa se dilataron, y los mismos ojos parecieron desorbitarse. Y el pelo… ¡Ese maldito pelo! ¡Había comenzado a crujir y ondear perceptiblemente, las cabezas de serpiente volviéndose hacia De Russy y zumbando como si fueran a picar! La razón me abandonó por completo, y antes de saber lo que hacía, saqué mi automática y descargué las doce balas de acero sobre el impresionante lienzo. Todo se hizo pedazos, incluso el marco aposentado sobre el caballete, y resonó estruendosamente sobre el polvoriento suelo. Pero mientras este horror se quebraba, otro se alzaba ante mí en forma del mismo De Russy, cuyos enloquecidos gritos, al ver desaparecer la pintura, eran casi tan terribles como el cuadro mismo.

Con un semi-articulado grito de “¡Dios, ahora la ha hecho!”, el frenético anciano me arrebató violentamente el arma y comenzó a arrastrarme fuera de la habitación por las desvencijadas escaleras. Había dejado caer la vela preso del pánico, pero el alba estaba próxima y una débil luz gris se filtraba por las ventanas polvorientas. Di traspiés y tropecé repetidas veces, pero ni por un instante mi guía aflojo el paso.

-¡Corra, hombre! -gritaba. ¡Corra, por su vida! ¡No sabe lo que ha hecho! ¡No le había contado todo! Eso era lo que había que hacer… el cuadro me hablaba y me lo dijo. Tenía que guardarlo y vigilarlo… ¡y ahora sucederá lo peor! ¡Ella y ese pelo saldrán de sus tumbas, con sabe qué propósitos! “¡Corra, hombre!

Por amor a Dios, salga de aquí ahora que aún está a tiempo. Si tiene un coche, lléveme a Cape Girardeau con usted. Me encontrará de todas formas, pero se lo pondré difícil. ¡Salgamos… rápido! Mientras llegábamos a la planta baja comencé a percibir un lento y curioso sonido procedente del fondo de la casa, seguido del ruido de una puerta cerrándose. De Russy no había oído el golpe, pero el otro ruido sí lo captaron sus oídos y le arrancó el más terrible grito que pueda emitir una garganta humana.

-Oh, Dios… buen Dios… eso era la puerta del sótano…viene…

En Ese momento yo estaba luchando desesperadamente con el oxidado picaporte y las flojas bisagras de la gran puerta delantera, casi tan frenético como mi anfitrión ante el sonido del lento y retumbante pisar que se aproximaba desde desconocidas estancias de la parte trasera de la maldita mansión. La lluvia nocturna había combado las planchas de roble y la pesada puerta se atascaba y resistía con mayor fuerza que cuando forzara la entrada la tarde anterior. En algún lugar, un listón crujió bajo los pies de lo que llegaba, y el sonido pareció arrancar el último resto de cordura al pobre anciano. Con un bramido como el de un toro enloquecido soltó su presa sobre mí y saltó hacia la derecha, a través de la abierta puerta de una estancia que consideré un recibidor. Un segundo después, mientras me abalanzaba por el destartalado porche para comenzar una loca carrera por el largo paseo invadido de hierbas, creí captar el sonido de muertas y obstinadas pisadas que no me seguían a mí, sino que se encaminaban hacia la puerta del recibidor cubierto de telarañas. Mientras me precipitaba entre los espinos y la maleza del abandonado camino, cruzando los moribundos y grotescos robles enanos a la gris palidez de un nuboso amanecer de noviembre, miré hacia atrás tan sólo un par de veces. La primera vez fue cuando me asaltó un olor acre, y pensé en la vela De Russy había dejado caer en el estudio del ático. Fue cuando estaba confortablemente cerca de la carretera, sobre el alto lugar desde donde el techo de la distante casa era perfectamente visible sobre los árboles que lo rodeaban; tal como esperaba, espesas nubes de humo brotaban de las buhardillas y se rizaban hacia los plomizos cielos. Agradecí a los poderes de la creación que una inmemorial maldición estuviera a punto de ser purificada mediante el fuego y extirpada de la tierra.

Pero en ese instante efectué la segunda mirada atrás y vi otras cosas… cosas que anularon la mayor parte del alivio y me propinaron el supremo golpe del que jamás me recobraré. He dicho que estaba en la parte más alta del camino, desde donde es visible la mayor parte de la plantación a mis espaldas. Esta panorámica incluía no solo la casa y sus árboles, sino también el abandonado, y en parte sumergido, llano junto al río, así como algunas curvas del camino sepultado por la maleza que tan apresuradamente había recorrido. En algunos de estos últimos lugares vi entonces algo o indicios de algo que desearía devotamente desmentir. Fue un débil, distante grito lo que me hizo volverme, y, al hacerlo, capté una sugerencia de movimiento en el plomizo y pantanoso llano tras la casa. Las distantes figuras humanas eran muy pequeñas, pero aun así supuse que los movimientos implicaban que una de las figuras era perseguida y la otra perseguía. También creí ver a la figura vestida de ropas oscuras adelantada y capturada por la calva y desnuda figura de detrás… alcanzada, apresada y arrastrada violentamente en dirección a la ahora ardiente casa.

No puede ver el desenlace, ya que una visión más cercana, en ese momento, se entrometió. Una sugerencia de movimiento entre los arbustos en un punto a alguna distancia, atrás, a lo largo del desolado camino. Inconfundiblemente, las malezas y matorrales y espinos se agitaban sin que fuera obra del viento, ondulando como si alguna veloz y gran serpiente reptara por el suelo en mi persecución. Esto fue cuanto pude aguantar. Huí por el portal, enloquecido, indiferente al desgarrar de ropas y a los rasguños sangrantes, y salté al coche aparcado bajo los grandes árboles de hoja perenne. Era un espectáculo desastrado y empapado de lluvia, pero el motor estaba intacto y no tuve problemas para arrancar. Conduje ciegamente en la dirección hacía donde apuntaba el coche, sin pensar en nada excepto en escapar de aquella espantosa región de pesadillas y cacodemonios… alejarme tan rápido y lejos como me lo permitiera la gasolina. Seis o siete kilómetros adelante, un granjero me saludó… un amable campesino de mediana edad, habla arrastrada y considerable conocimiento sobre el lugar. Me alegré de detenerme y preguntarle mi dirección, aunque sabía que debía presentar un aspecto bastante extraño. El hombre me indicó sin titubear el camino a Cape Girardeau y me preguntó cómo había llegado a ese estado y en una hora tan temprana. Pensando que era mejor contar poco, simplemente mencioné que me había sorprendido la lluvia nocturna y que había buscado refugio en una granja cercana, tras lo que me desorienté entre la maleza, tratando de encontrar mi coche.

-¿Una granja, eh? Me pregunto cuál puede ser. No hay ninguna a este lado excepto la de Jim Ferris cruzando Barrer`s Crack, y eso esta a treinta kilómetros por lo menos.

Me sobresalté, preguntándome qué nuevo misterio auguraba esto. Luego interrogué a mi informador sobre si conocía la gran y arruinada casa de labor, cuyo antiguo portal flanqueaba la carretera no mucho más atrás.

-¡Mejor no hablar de ello, forastero! Hubo algo allí hace algún tiempo. Pero la casa ya no está. Ardió hace cinco o seis años… y la gente cuenta extrañas historias sobre ella.

Me estremecí.

-Se refiere a Riverside… la casa del viejo De Russy. Sucedieron cosas extrañas allí, quince o veinte años atrás. El hijo del viejo se casó con una moza del extranjero, y algunos piensan que era de una clase muy rara. No les gustaba su forma de ser. Luego, ella y el chico se marcharon de repente y, más tarde, el viejo dijo que él murió en la guerra. Pero algunos negros contaron cosas extrañas. Dicen que el viejo se enamoró de la chica y que los mató, a ella y al chico. El lugar es, de seguro, el cazadero de una serpiente negra, sea lo que sea.

Hará unos cinco o seis años, el viejo desapareció y la casa ardió. Algunos dicen que se quemó dentro. Fue una mañana después de la lluvia, tal que hoy, cuando un montón de gente escuchó un espantoso griterío por los campos; era la voz del viejo De Russy. Cuando se pararon y miraron, vieron la casa llenarse de humo tan rápido como un pestañeo… el lugar era como la yesca, con lluvia o sin ella. Nadie volvió a ver al viejo, pero a veces algunos dicen que el fantasma de esa gran serpiente negra ronda por allí. ¿Qué tiene eso que ver con usted, de todas maneras? Parece haber conocido el sitio. ¿Ha oído la historia de los De Russy? ¿Cuál piensa que fue el problema con la chica con la que el joven Denis se caso? Hacía a todos estremece y sentir odio hacia ella, aunque nadie pudo decir nunca por qué.

Yo estaba tratando de pensar, pero el proceso casi estaba más allá de mi capacidad. ¿La casa se quemo años atrás? Entonces, ¿Dónde y bajo qué condiciones había pasado la noche? ¿Y por qué sabía tales cosas? Mientras sopesaba el asunto, vi en la manga de mi chaqueta un pelo… el corto y gris cabello de un anciano. Por fin, me fui sin más preguntas. Pero insinué a aquel charlatán que estaba equivocado sobre aquel pobre anciano plantador que tanto había sufrido. Le dejé claro como si viniera de lejanos pero auténticos comentarios de amigos que la única causa del problema en Riverside fue la mujer Marceline. No estaba acostumbrada a los usos de Missouri, dije, y fue un error el que Denis la desposara. No profundicé más, ya que sentía que los De Russy, con su puntilloso y querido honor, y su alto y sensible espíritu, no hubieran deseado que dijera más. Bastante habían sufrido, Dios lo sabe, sin necesidad que sus paisanos supusieran que un demonio del abismo una Gorgona de las arcaicas blasfemias hubiera llegado a ostentar su antiguo e inmaculado nombre.

No era justo que los vecinos llegaran a conocer aquel otro horror que mi extraño anfitrión nocturno no se atrevió a contarme… ese horror que hube de aprender, como lo aprendí, por detalles de la perdida obra maestra del pobre Frank Marsh. Sería bastante espantoso que ellos supieran que la una vez ama de Riverside la maldita Gorgona o lamia cuyo odioso pelo ondulado o pelo de serpiente debía aun rumiar y enroscarse sobre el esqueleto de un artista, en una tumba llena de cal bajo la carbonizada mansión era débil y sutilmente, aun a los ojos del genio, el vástago indiscutible de los primeros pobladores de Zimbabwe. No es de extrañar que tuviera un lazo con la anciana bruja Sophonisba… ya que, aunque en una diluida proporción, Marceline era negra.

H.P. Lovecraft y Zealia Bishop

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