Los elfos son seres comunes en todos los países germánicos. Se los veneraba y se los temía. En Inglaterra treinta y cinco nombres propios dan cuenta de la importancia que tenían. El aspecto mágico o esotérico del culto a los elfos se revela mejor si observamos que la palabra para designar a la mandrágora (sagrada para los druidas) en antiguo alemán es: albrùn, "secreto de elfo"; incluso Tácito, en el primer siglo de nuestra era nos habla de una sacerdotiza germana llamada Albrùn. De hecho, cómo muestra de la importancia de los elfos para aquellos pueblos, una de las palabras nórdicas para "sol" era "alfrothul", "rayo élfico".
Con el tiempo, y en gran medida gracias al catolicismo, los elfo se van confundiendo con los enanos nórdicos, perdiendo sus atributos originales y adquiriendo otros, algunos no tan benéficos. Sabemos que hasta se llegó a ofrecerles sacrificios; como lo demuestra el escaldo Svghvad Thodarson, quien en el año 1018 le negó hospitalidad a un campesino que celebraba precisamente su culto a los elfos a través de sacrificios de animales.
La verdadera decadencia de los elfos proviene de la evangelización, y de la encarnizada lucha de la iglesia contra todo lo pagano; absorbiendo a su vez muchos seres míticos para transformarlos en santos con otros nombres, permitiendo al vulgo continuar con su adoración herética, a través de medios ya consagrados. El culto a los elfos no fue la excepción, fueron disminuyendo, tanto en tamaño como en popularidad, aunque el eco se su antigua grandeza todavía resuena en algunos poemas.
0 comentarios:
Publicar un comentario