William Butler Yeats (1865-1939).
Estuvo entre una multitud en Dromahair;
su corazón colgaba sobre un hábito de seda,
y al final había conocido alguna ternura,
antes de que fuera abrazado por la tierra;
pero cuando un hombre en un montón de peces apila,
parece que alzan sus pequeñas cabezas plateadas,
y cantan lo que la dorada mañana y la tarde derraman
sobre el mundo entretejido de una isla olvidada,
donde la gente ama a orillas del mar;
que el Tiempo las promesas del amante no podrá malograr,
bajo ese tejido cielo inmóvil de ramas;
el canto le sacó de su débil reposar.
Por las arenas de Lissadel ha meditado;
su mente corre por los miedos, dinero y cuidados,
y él, al final, había conocido algunos prudentes años,
antes de que se apilaran bajo la colina su tumba;
pero mientras recorría los sitios de rompiente espuma,
un gusano, con su gris y terrosa boca
canta que en algún lugar del norte, oeste o sur
habita una alegre, exultante, afable raza,
bajo los dorados o plateados cielos;
y si allí un huraño bailarín sus pies pusiera,
parecería que el sol y la luna en el frutal estuvieran:
y con aquel canto nunca más sería sabio.
Ante el gozo de Scanavin reflexionó,
reflexionó sobre sus mofadores; sin falta
fue un cuento campesino su repentina venganza,
cuando la noche pétrea se había bebido su cuerpo;
pero una nudosa hierba de la laguna
(con voz innecesariamente cruel) cantaba
donde el anciano silencio ordena regocijarce ante su elegida raza,
no importa que tempestuosas aguas suban y caigan
o que la plateada tormenta corroa su oro al día,
y la medianoche los arrope como en lana
y el amante con el amante descance en paz.
El cuento retiró su sutil enojo de su faz.
Durmió bajo la colina de Lugnagall;
y podría haber conocido el sueño real
bajo ese vaporoso y frío turbante empinado,
ahora que al hombre y todo, la tierra se ha llevado:
los gusanos que ensartan sus huesos no proclamaron
con ese incauto, agudo grito
que Dios en el cielo sus dedos ha puesto,
que por esos dedos corre el brillante verano
sobre el bailarín de la ignota ola.
¿Porqué deberían aquellos danzantes sin fracaso
soñar, hasta que Dios calcine la naturaleza con un beso?
El hombre alivio en la tumba no ha encontrado.
William Butler Yeats (1865-1939).
Estuvo entre una multitud en Dromahair;
su corazón colgaba sobre un hábito de seda,
y al final había conocido alguna ternura,
antes de que fuera abrazado por la tierra;
pero cuando un hombre en un montón de peces apila,
parece que alzan sus pequeñas cabezas plateadas,
y cantan lo que la dorada mañana y la tarde derraman
sobre el mundo entretejido de una isla olvidada,
donde la gente ama a orillas del mar;
que el Tiempo las promesas del amante no podrá malograr,
bajo ese tejido cielo inmóvil de ramas;
el canto le sacó de su débil reposar.
Por las arenas de Lissadel ha meditado;
su mente corre por los miedos, dinero y cuidados,
y él, al final, había conocido algunos prudentes años,
antes de que se apilaran bajo la colina su tumba;
pero mientras recorría los sitios de rompiente espuma,
un gusano, con su gris y terrosa boca
canta que en algún lugar del norte, oeste o sur
habita una alegre, exultante, afable raza,
bajo los dorados o plateados cielos;
y si allí un huraño bailarín sus pies pusiera,
parecería que el sol y la luna en el frutal estuvieran:
y con aquel canto nunca más sería sabio.
Ante el gozo de Scanavin reflexionó,
reflexionó sobre sus mofadores; sin falta
fue un cuento campesino su repentina venganza,
cuando la noche pétrea se había bebido su cuerpo;
pero una nudosa hierba de la laguna
(con voz innecesariamente cruel) cantaba
donde el anciano silencio ordena regocijarce ante su elegida raza,
no importa que tempestuosas aguas suban y caigan
o que la plateada tormenta corroa su oro al día,
y la medianoche los arrope como en lana
y el amante con el amante descance en paz.
El cuento retiró su sutil enojo de su faz.
Durmió bajo la colina de Lugnagall;
y podría haber conocido el sueño real
bajo ese vaporoso y frío turbante empinado,
ahora que al hombre y todo, la tierra se ha llevado:
los gusanos que ensartan sus huesos no proclamaron
con ese incauto, agudo grito
que Dios en el cielo sus dedos ha puesto,
que por esos dedos corre el brillante verano
sobre el bailarín de la ignota ola.
¿Porqué deberían aquellos danzantes sin fracaso
soñar, hasta que Dios calcine la naturaleza con un beso?
El hombre alivio en la tumba no ha encontrado.
William Butler Yeats (1865-1939).
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