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Un Sueño dentro de un Sueño: Edgar Allan Poe

A Dream within a Dream, Edgar Allan Poe.

¡Toma este beso sobre tu frente!
Y, me despido de ti ahora,
No queda nada por confesar.
No se equivoca quien estima
Que mis días han sido un sueño;
Aún si la esperanza ha volado
En una noche, o en un día,
En una visión, o en ninguna,
¿Es por ello menor la partida?
Todo lo que vemos o imaginamos
Es sólo un sueño dentro de un sueño.

Me paro entre el bramido
De una costa atormentada por las olas,
Y sostengo en mi mano
Granos de la dorada arena.
¡Qué pocos! Sin embargo como se arrastran
Entre mis dedos hacia lo profundo,
Mientras lloro, ¡Mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos
Con más fuerza?
¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar
Uno de la implacable marea?
¿Es todo lo que vemos o imaginamos
Un sueño dentro de un sueño?

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Tierra de Hadas

Fairyland, Edgar Allan Poe.

Oscuros valles y tenebrosos pantanos,
sombríos bosques,
cuyas formas no podemos adivinar,
al impedirlo las lágrimas que caen por todas partes.
Enormes lunas que surgen y desaparecen
una vez, y otra, y otra,
a cada momento en la noche
-siempre cambiamdo de lugar-
oscureciendo los rayos del lucero
con el aliento de sus pálidos rostros.
Alrededor de las doce por el reloj lunar
una más nebulosa que las demás
(en un juicio,
decidieron que era la mejor)
desciende -abajo, más abajo-
con su centro sobre la corona
de la cumbre de una montaña,
mientras que su amplia circunferencia
de flotantes vestiduras cae
sobre aldeas, sobre pórticos,
dondequiera que estén
-sobre los lejanos bosques, sobre el mar-
sobre los espíritus alados,
sobre las cosas adormecidas,
y las envuelve completamente
en un laberinto de luz,
y entonces, ¡qué profunda! ¡oh, profunda!
es la pasión de su sueño.

Edgar Allan Poe.

Alone

Solo, Edgar Allan Poe.

Desde el tiempo de mi infancia no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude traer
mis pasiones de una simple primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pesar, no podría despertar
mi corazón al júbilo con el mismo tono;
Y todo lo que amé, lo amé Solo.
Entonces -en mi infancia- en el alba
de la vida más tempestuosa, se sacó
de cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
Del torrente, o la fuente,
Del risco rojo de la montaña,
Del sol que giraba a mi alrededor
en su otoño teñido de oro,
Del rayo en el cielo
cuando pasaba volando cerca de mí,
Del trueno y la tormenta,
Y la nube que tomó la forma
(Cuando el resto del Cielo era azul)
De un demonio ante mi vista.


Edgar Allan Poe.

Para M-

To M-, Edgar Allan Poe (1809-1849)

No me aflige que mi cuota de mundo
Tenga poco de terrenal en ella;
Ni que años de amor, en un minuto
De rencor, se esfumen sin dejar huella.

No lamento que los desvalidos
Sean, querida, más dichosos que yo,
Pero sí que sufras por mi destino,
Siendo un pasajero como soy.

No es que mis fuentes de dicha
Sean extrañas, llorosas-
O que la emoción de un simple beso
Haya paralizado tantos años.

Tampoco que las flores de veinte primaveras
Que se marchitaban al nacer
Yazgan inertes en las cuerdas de mi corazón
Con el peso de una era glacial.

Ni que la hierba ansiosa
Haya crecido sobre mi tumba,
Sino que, mientras esté muerto en vida,
Nunca estaré, mi adorada, en soledad.
Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hace mucho, el autor de estas líneas...

Not long ago, the writer of these lines, Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hace mucho, el autor de estas líneas
afirmaba, con loca vanidad intelectual,
«el poder de las palabras», y descartaba
que en el cerebro humano hubiesen
pensamientos ajenos al reino de la lengua.
Ahora, como burlándose de tal jactancia,
dos palabras -dos suaves bisílabos extraños
de ecos italianos, labrados sólo para los labios
de ángeles que, bajo la luna, sueñan «en rocío
que pende del Hermón como perlas hilvanadas»-
han emergido de los abismos de su corazón, como
increíbles pensares que son el alma del pensamiento,
como visiones más ricas, más rústicas y divinas
que cuantas Israfel, el serafín del arpa («aquel que,
de todas las criaturas de Dios, tiene la voz más dulce»),
pudiera articular. ¡Y se han roto mis hechizos!
Impotente, la pluma cae de mi mano temblorosa.
Si el texto ha de ser, como me pides, tu dulce nombre,
no puedo escribir, no puedo hablar o pensar,
ay, ni sentir; pues no creo que sea un sentimiento
esta inmovilidad que me ata frente al dorado
portal de los sueños abierto de par en par,
con la mirada absorta en la espléndida visión,
extasiado y conmovido al comprobar que a un lado
y a otro, a lo largo y ancho,
entre vapores púrpuras, y aún más allá
de donde acaba el paisaje... sólo estás tú.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

La ciudad en el mar

The city in the sea, Edgar Allan Poe (1809-1849)

¡Mira! La muerte ha levantado su trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos en el Oeste sombrío,
donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
han ido a su reposo eterno
Allí hay cúpulas y palacios y torres
(torres devoradoras de tiempo que no se estremecen)
que no se asemejan a nada que sea nuestro.
En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos,
resignadas bajo el cielo,
reposan las aguas melancólicas.

La luz del santo cielo no desciende
a esta ciudad de la noche eterna.
Pero el brillo lívido del mar
proyecta silenciosas columnas,
-resplandecen los pináculos por todas partes-
Cúpulas-agujas, salones reales,
pórticos, paredes de estilo babilónico,
sombrías y olvidadas glorietas
de hiedra tallada y flores de piedra,
y muchos, muchos maravillosos templos
cuyos imposibles frisos entrelazan
la viola, la violeta y la vid.

Resignadas bajo el cielo
reposan las aguas melancólicas.
Tanto se funden las torres y las sombras
que parecen péndulos en el aire
mientras que desde una altiva torre en la ciudad
la muerte atisba hacia abajo desde su enormidad.

Allí las tumbas abiertas
bostezan sobre las olas luminosas,
pero no sobre las riquezas que yacen
en cada ojo diamantino del ídolo
-los muertos alegrementes enjoyados no
tientan las aguas desde sus lechos;
pues no se rizan las ondas, ¡ah!,
en este desierto de cristal-
Ninguna temblor sugiere que los vientos
están en algún mar lejano y feliz.
Ninguna ola sugiere que los vientos han estado
en mares menos espantosamente serenos.

¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire!
La ola. ¡Hay un movimiento allí!,
como si las torres se hubieran apartado,
sumergiéndose lentamente, la cansada marea,
como si sus cimas débilmente hubieran dejado
un vacío en el brumoso cielo.
Las olas tienen ahora un tono rojizo
respiran desmayadas y lentas.
Y cuando ya no hay lamentos terrenales
baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará eternamente.
El infierno, elevándose desde mil tronos,
le hará reverencias.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Eulalia

Eulalie, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Exiliado del mundo voluntario,
entre suspiros y lágrimas vivía;
era mi alma un melancólico calvario
sin ternuras ni dulce compañía.

Mas Eulalia, bella y pudorosa
llegó a ser mi agradable compañera,
y en sus rizos auríferos, certeras,
cayeron mis caricias inquietas.

En las tinieblas el fulgor de las estrellas
no se compara con su mirada radiante,
ni en el diminuto ocaso hay en ellas
algo que encante como sus ojos brillantes.

Los bucles que ella ostenta con derroche
despiertan en mi alma la poesía,
y Astarté lanza cálidas brisas
contemplando a mi Eulalia día y noche.

Suspiro a suspiro su alma entera
Eulalia me dedica con amor;
no me acucia ya esa duda artera,
ni aguardo en los abismos del dolor.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

El lago

The lake, Edgar Allan Poe (1809-1849)

En la remota primavera de mi vida, jubilosa primavera,
Dirigí mi paso errante a una mágica ribera.
La ribera solitaria, la ribera silenciosa
De un perdido lago ignoto que circundan y oscurecen
Las negras rocas
Y espigados pinos que las auras estremecen.
Pero cuando allí la noche arroja su manto fúnebre
Y el místico y trémulo viento de su melodía,
Entonces, ¡oh!, entonces quiere despertar de su aflicción
Por el terror del lago triste, despertar el alma mía.

Y ese horror que habitaba en mi espíritu satisfecho;
Hoy, ni las joyas ni el afán de riqueza,
Como antes, llevarán mi pensammiento a contemplarlo,
Ni el amor, por más que fuese el amor de tu belleza.
La muerte estaba en el fondo de la ola ponzoñosa,
Y una tumba en lo más hondo, pérfidamente adornada
Para quien hubiera dado tregua a su amargura,
Un descanso, a los dolores de su espíritu afligido,
Y en un Edén transformado
El perdido lago ignoto, lago triste y escondido.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Eldorado

Eldorado, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Arrogante y orgulloso,
Un armado caballero,
Por la luz y por la noche, alucinado,
Y cantando
Sus canciones, fue vagando
En busca de la tierra de Eldorado.

Pero vano fue su esfuerzo,
Y ya anciano el caballero,
Sintió el corazón preso de la sombra
Al pensar que nunca llegaría el día
En que hallara aquella tierra de Eldorado.

Ya agotado, vacilante,
Encontró una sombra errante.
”Sombra” –díjole febril y esperanzado-
A mi súplica responde:
”¿Sabes dónde
Hallaré, la ignota tierra de Eldorado?”

-En la luna, detrás de extrañas
Y fatídicas montañas,
en el Valle de las Sombras-
Respondióle: -Adelante, peregrino,
Si es que buscas esa tierra de Eldorado.


Edgar Allan Poe (1809-1849)

El día más feliz

The happiest day, Edgar Allan Poe (1809-1849)

El día más feliz, la hora más feliz
Mi marchito y yerto corazón conoció;
El más noble anhelo de gloria y de virtud
Siento que ya desapareció.

¿De virtud, dije? ¡Sí, así es!
Pero, ay, se ha desvanecido para siempre.
El sueño de mi juventud
Mas dejadlo ya desvanecerse.

Y tú, orgullo, ¿qué me importas ahora?
Aunque pudiera heredar otro rostro,
El veneno que has vertido en mí¡
Permanecerá siempre en mi espíritu!

El día más feliz la hora más feliz
Verán mis ojos -sí, los han visto-;
La más resplandeciente mirada de gloria y de virtud
Siento que ha sido.

Pero existió aquel anhelo de gloria y de virtud,
Ahora inmolado con dolor:
Incluso entonces sentí que la hora más dulce
No volvería de nuevo,

Pues sobre sus alas se cernía una densa oscuridad,
Y mientras se agitaba se derrumbó un ser
Tan poderoso como para destruir
A un alma que conocía tan bien.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hay un Mañana.

There's no Tomorrow, Ann Finch, condesa de Winchilsea (1661-1720)

Largo tiempo han amado, y ahora la ninfa deseada
Viste la mortaja del matrimonio, como lo requiere el caso;
Urgida en el día donde su tristeza fue forjada,
Él prometió casarse con ella mañana.
Una y otra vez lo juró, para aplacar la tormenta
Que con sus votos habría de invocar.
El Mañana llegó en plácidas sucesiones;
Impacientes cada uno en si, la dama encinta
Lo conmina a mantener la palabra,
Y el infame sostiene sus mentiras.
Cuando al final, agotado, sin compasión,
Ajeno al remordimiento de la confesión,
Por sus juramentos eligió el engaño, la ilusión
De que era libre cuando no había un Mañana.
Pues cuando llegó el momento
Pensó que el mundo es Hoy,
Que no hay dicha en el Mañana.

El cuento es fantasía, más su moral es verdadera;
Mañana y mañana, nuestra juventud nos engaña:
En la decrepitud permanecerán las lágrimas.
El moribundo jamás piensa que hoy morirá;
Deshecha todos los designios del Señor:
Para la mente despierta no hay un Mañana.

Ann Finch, condesa de Winchilsea (1661-1720)

No era la Muerte.

Emily Dickinson.


No era la Muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
se agitaban bajo el sol del mediodía.

No había helada, pues en mi piel
Sentí cálidos vientos reptar,
Ni había fuego, pues mis pies de mármol
Podían helar un santuario.

Y, sin embargo, se parecían a todas
Las figuras que yo había visto,
Ordenadas para un entierro
Que rememoraba como el mío.

Como si mi vida fuera recortada
Y calzada en un marco,
Y no pudiera respirar sin una llave
Y era como si fuera medianoche.

Cuando todo lo que late se detiene
Y el espacio mira a su alrededor,
La espeluznante helada, primer otoño que llora,
Repele la apaleada tierra.

Pero todo como el caos,
Interminable, insolente,
Sin esperanza, sin mástil
Ni siquiera un informe de la tierra
Para justificar la desesperación.

Emily Dickinson.

Nocturno.

Delmira Agustini.

Engarzado en la noche el lago de tu alma,
diríase una tela de cristal y de calma
tramada por las grandes arañas del desvelo.

Nata de agua lustral en vaso de alabastros;
espejo de pureza que abrillantas los astros
y reflejas la cima de la Vida en un cielo...
Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros,
voy manchando los lagos y remontando el vuelo.

Delmira Agustini.

Noches Grises.

Grey Nights; Ernest Christopher Dowson (1867-1900)

Vagamos por un tiempo (este fue mi sueño)
Por un largo sendero de la Tierra Muerta,
Dónde sólo las amapolas crecen en la arena,
Aquellas que arrancamos con escasa estima,
Y siempre tristes, hacia una triste corriente
Seguimos avanzando con los dedos entrelazados,
Bajo las estrellas distantes, un camino imprevisto,
La visión de todas las cosas en la sombra de un sueño.

Y siempre tristes, mientras las estrellas expiraron,
Las más extrañas amapolas encontramos,
Hasta que tus ojos cultivaron toda mi luz,
Para iluminarme en aquella hora de cansancio,
Y en su oscurecimiento ninguna conjetura podría
Atormentarme con los días perdidos que deseamos,
¡Después de ellos mis recuerdos fueron destrozados!

Ernest Christopher Dowson (1867-1900)

Ninfas.

Nymphs; Katharine Tynan (1861-1931)

¿Dónde están ahora,
Oh, hermosas doncellas de la montaña,
Dónde las Oréadas, dueñas de la Mañana?
Nada agita el recuerdo reciente,
El goteo limpio de aquella fuente;
Nada responde nuestros clamores,
Sólo el corazón lleno de dolores
En el Valle de los Zorzales;
Que se agita en los confines,
Pero el brillante rocío
Cae suave sobre los oídos,
Haciendo su delicado lecho de juncos,
Entonces escucha, despierto.

Katharine Tynan (1861-1931)

Nemesis.

Nemesis, H.P. Lovecraft (1890-1937)

A través de las puertas del sueño custodiadas por los ghules,
Más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
He vivido mis vidas sin número,
He sondeado todas las cosas con mi mirada;
Y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
Arrastrado con horror a la locura.

He flotado con la tierra en el amanecer de los tiempos,
Cuando el cielo no era más que una llama vaporosa;
He visto bostezar al oscuro universo,
Donde los negros planetas giran sin objeto,
Donde los negros planetas giran en un sordo horror,
Sin conocimiento, sin gloria, sin nombre.

He vagado a la deriva sobre océanos sin límite,
Bajo cielos siniestros cubiertos de nubes grises
Que los relámpagos desgarran en múltiples zigzags,
Que resuenan con histéricos alaridos,
Con gemidos de demonios invisibles
Que surgen de las aguas verdosas.

Me he lanzado como un ciervo a través de la bóveda
De la inmemorial espesura originaria,
Donde los robles sienten la presencia que avanza
Y acecha allá donde ningún espíritu osa aventurarse,
Y huyo de algo que me rodea y sonríe obscenamente
Entre las ramas que se extienden en lo alto.

He deambulado por montañas horadadas de cavernas
Que surgen estériles y desoladas en la llanura,
He bebido en fuentes emponzoñadas de ranas
Que fluyen mansamente hacia el mar y las marismas;
Y en ardientes y execrables ciénagas he visto cosas
Que me guardaré de no volver a ver.

He contemplado el inmenso palacio cubierto de hiedra,
He hollado sus estancias deshabitadas,
Donde la luna se eleva por encima de los valles
E ilumina las criaturas estampadas en los tapices de los muros;
Extrañas figuras entretejidas de forma incongruente
Que no soporto recordar.

Sumido en el asombro, he escrutado desde los ventanales
Las macilentas praderas del entorno,
El pueblo de múltiples tejados abatido
Por la maldición de una tierra ceñida de sepulcros;
Y desde la hilera de las blancas urnas de mármol persigo
Ansiosamente la erupción de un sonido.

He frecuentado las tumbas de los siglos,
En brazos del miedo he sido transportado
Allá donde se desencadena el vómito de humo del Erebo;
Donde las altas cumbres se ciernen nevadas y sombrías,
Y en reinos donde el sol del desierto consume
Aquello que jamás volverá a animarse.

Yo era viejo cuando los primeros Faraones ascendieron
Al trono engalanado de gemas a orillas del Nilo;
Yo era viejo en aquellas épocas incalculables,
Cuando yo, sólo yo, era astuto;
Y el Hombre, todavía no corrompido y feliz, moraba
En la gloria de la lejana isla del Ártico.

Oh, grande fue el pecado de mi espíritu,
Y grande es la duración de su condena;
La piedad del cielo no puede reconfortarle,
Ni encontrar reposo en la tumba:
Los eones infinitos se precipitan batiendo las alas
De las despiadadas tinieblas.

A través de las puertas del sueño custodiadas por los gules,
Más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,
He vivido mis vidas sin número,
He sondeado todas las cosas con mi mirada;
Y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento
Arrastrado con horror a la locura.

H.P. Lovecraft (1890-1937)

Nada resta de ti de de Carolina Romero de Tejada

Carolina Coronado Romero de Tejada (1820-1911)

Nada resta de ti... te hundió el abismo...
te tragaron los monstruos de los mares.
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.
¡Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
es la maldad más grande de la suerte!

Carolina Coronado (1820-1911)

Nacken

Erik Johann Stagnelius (1793-1823)

La tarde se adorna con nubes de oro,
Las hadas bailan en la pradera
Y el Nacken, coronado con hierbas,
Toca su violín en el arroyo de plata.

Niño en el pincel sobre el banco,
Descansando en el vapor violeta,
Oye de pronto el murmullo del agua fresca,
Llamando desde la noche inmóvil.

Pobre compañero ¿por qué tocas?
¿Acaso calmará tu dolor?
Puedes traer los bosques y los campos a la vida,
Más nunca serás un hijo de dios.

Las noches de luna en el paraíso,
Las flores edénicas -planicies coronadas
De ángeles en las alturas-
Nunca por el ojo fueron contempladas.

Lágrimas fluyen por el rostro del anciano,
Sumergiéndose profundo en los rápidos,
El violín calla.
El Nacken jamás volvió
A tocar en el arroyo de plata.

Erik Johann Stagnelius (1793-1823)

Muerte vergonzosa.

Shameful Death; William Morris (1834-1896)

Éramos cuatro en torno al lecho,
El sacerdote se arrodilló junto a él
Su madre de pie en la cabecera,
Frente a sus pies aguardaba la novia;
Estábamos seguros de que había muerto,
Aunque sus ojos permanecían abiertos.

No murió durante la noche,
No murió durante el día,
Pero en la luz del crepúsculo
Su espíritu falleció,
Cuando ni el sol ni la luna brillaban
Y en los árboles sólo flotaba un ámbar gris.

No fue muerto por la espada,
Tampoco por la lanza o el hacha,
Aunque nunca pronunció una palabra
Desde que aquí regresó;
Yo corté el delicado cordón
Del cuello de mi hermano querido.

Él no azotó su golpe
Y la cobardía viene detrás,
En un lugar donde tiemblan los cuernos,
Un sendero difícil de encontrar,
Pues los cuernos oscilan en los arcos
Y el crepúsculo ciega los corazones.

Ellos iluminaron una gran antorcha,
Donde rápidos se agitaron los brazos,
Sir John, el Caballero del pantano,
Sir Guy, del doloroso golpe altivo,
Con tres veces veinte caballeros más diez,
Colgaron al bravo Lord Hugh al final.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi cabello se ha tornado gris,
He conocido a Sir John del Pantano,
Hace mucho, en un lejano día de verano,
Y me alegra pensar en aquel momento
En el que arranqué su vida con mis manos.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi fuerza quedó en el pasado,
Pero hace mucho yo y mis hombres,
Cuando el cielo estaba nublado,
Y la bruma se arrastraba por las cañas del pantano,
Matamos a Sir Guy, el del doloroso golpe altivo.

Y ahora todos ustedes, caballeros,
Ruego que oren por Sir Hugh,
Un hombre duro y honesto,
Y por Alice, esposa de un guerrero.

William Morris (1834-1896)

Muerte Prematura.

Early Death; Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)


No te lamentes con amargas lágrimas
Por la vida que pasa rápido;
Las puertas del cielo se abrirán anchas
Y hacia ellas me llevarán al final.

Siéntate dócil y manso junto a mí
Y observa mi joven vida mientras huye;
Entonces la paz de una muerte solemne
Vendrá tranquilamente hacia nosotros.

Pero mi Amor, búscame en la multitud
De los etéreos espíritus del pasado,
Entre las mías yo tomaré tu mano
Y sabré que eres mío al final.

Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)