Era un fantasma del gozo cuando
por vez primera resplandeció ante mis ojos,
una aparición jubilosa enviada para adornar un instante:
sus ojos, eran estrellas de un bello crepúsculo;
como el atardecer de sus cabellos oscuros.
El resto de ella provenía de la primavera,
y de la aurora gozosa.
Una forma danzante,
una imagen radiante
que obsesiona, turba y descarría.
Vista de cerca, advertí que era un espíritu.
Sus movimientos en el hogar eran leves y etéreos,
y su paso de una libertad virginal;
un semblante en el que se encontraban
promesas y dulces recuerdos.
Una criatura no demasiado brillante
ni excelente para el sostén cotidiano,
para los dolores fugaces, los pequeños engaños;
la alabanza, el reproche, el amor, los besos,
las lágrimas y las sonrisas.
Ahora veo con ojos serenos
el mismo pulso de la máquina;
un ser que transita una vida pensativa,
un peregrino entre la vida y la muerte,
razón firme, voluntad moderada,
paciencia, previsión, fuerza y destreza.
Una mujer perfecta,
noblemente planeada para advertir,
para consolar,
para ordenar.
No obstante, siempre un espíritu,
y resplandeciente con no sé qué angélica luz.
Era un Fantasma del Gozo de William Wordsworth (1770 –1850) .
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