El pecado era mío; yo no lo entendía,
Ahora en su cueva yace la melodía,
A salvo donde en vano agita la marea
Los inquietos y escasos remolinos.
Y en el hueco marchito de esta tierra
El verano ha cavado tan profundo su tumba,
Que apenas los sauces plomizos pueden desear
Un dorado capullo en manos del invierno.
¿Pero quién es aquel que viene por la costa?
(No, Amor, mira hacia allí y maravíllate)
¿Quién es este que llega con prendas teñidas del sur?
Es tu nuevo Señor, y él habrá de besar
Las encadenadas rosas de tus labios;
Yo te adoraré en mi llanto, como lo hice antes.
Oscar Wilde (1854-1900)
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