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Semper eadem de Charles Baudelaire


Semper eadem (Semper eadem) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1857: Las flores del mal (Les fleurs du mal). La frase latina: Semper eadem significa Siempre igual. Entre otros lugares célebres, estuvo ubicado en el escudo de armas de Elizabeth I de Inglaterra.





Semper eadem, Charles Baudelaire (1821-1867)

"¿De dónde os viene, decís, esta tristeza extraña,
Trepando como el mar sobre el peñón negro y desnudo?"
—Cuando nuestro corazón ha hecho una vez su vendimia,
¡Vivir es un mal! Es un secreto de todos conocido,

Un dolor muy simple y nada misterioso,
Y, como vuestra alegría, brillante para todos.
Deja de buscar, entonces, ¡Oh, bella curiosa!
Y, por más que vuestra voz sea dulce, ¡callad! ¡callaos!

¡Callad, ignorante! ¡Alma siempre arrebatada!
¡Boca de risa infantil! Más aún que la Vida,
La Muerte nos retiene casi siempre con lazos sutiles.
¡Dejad, dejad mi corazón embriagarse de una mentira,
Sumergirse en vuestros bellos ojos como en un hermoso sueño,
Y dormitar mucho tiempo a la sombra de vuestras pestañas!

Charles Baudelaire (1821-1867)

La plegaria de un pagano de Charles Baudelaire


La plegaria de un pagano (La Prière d'un païen) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1857: Las flores del mal (Les fleurs du mal).








La Prière d'un païen, Charles Baudelaire (1821-1867)

No dejes morir tus llamas;
Cocina mi sordo corazón,
¡Voluptuosidad, cruel tormento!
¡Diva supplicem exaudî!

Diosa en el aire esparcida,
Llama de nuestro subterráneo,
Escucha esta alma consumida
Que alza hacia ti su rígido canto,

¡Voluptuosidad, sé mi reina!
Viste una máscara de sirena
Hecha de carne y de brocado,

O vuélcame tus hondos sueños
En el licor informe y místico,
¡Voluptuosidad, fantasma elástico!

Charles Baudelaire (1821-1867)

El vino de los amantes de Charles Baudelaire



El vino de los amantes (Le vin des amants) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1857: Las flores del mal (Les fleurs du mal).







Le vin des amants, Charles Baudelaire (1821-1867)

¡Hoy es espléndido el espacio!
Sin freno, ni espuelas, ni brida,
Partamos a lomos del vino
Hacia un cielo mágico y divino.

Como dos ángeles torturados
Por un implacable placer
En el cristal azul del amanecer
Sigamos tras el espejismo.

Balanceándonos sobre el filo
Del torbellino inteligente,
En un delirio paralelo,

Hermana, navegando juntos,
Huiremos sin tregua o reposo
Al paraíso de mis sueños.

Charles Baudelaire (1821-1867)

El sueño de un curioso de Charles Baudelaire


El sueño de un curioso (Le rêve d’un curieux) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1857: Las flores del mal (Les fleurs du mal).





 

Le rêve d’un curieux, Charles Baudelaire (1821-1867)

¿Conoces, como yo, la pena gozosa?,
Y de ti haces decir: "¡Oh, que hombre singular!"
Iba yo a morir. Era aquello en mi alma amorosa,
Deseo mezclado con horror, un mal particular;

Angustia y viva esperanza, sin humor falso.
Cuanto más se vaciaba el fatal cadalso,
Más áspera y deliciosa era mi agonía;
Del mundo entero mi corazón huía.

Y me sentía cual el niño ávido del espectáculo,
Odiando el telón como se aborrece un obstáculo.
Finalmente la verdad fría se manifestó:

Estaba muerto, inesperadamente, y la célebre aurora
Me envolvía. Entonces, ¿no es más que esto?
La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.

Charles Baudelaire (1821-1867)

Don Juan en los infiernos de Charles Baudelaire



Don Juan en los infiernos (Don Juan aux enfers) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire, publicado en la colección de poemas de 1861, Las flores del mal (Les fleurs du mal).







Don Juan aux enfers, Charles Baudelaire (1821-1867)

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea
Y su óbolo hubo dado a Caronte,
Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,
Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,
Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,
Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,
En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

Sganarelle riendo le reclama su paga,
Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso
Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,
El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra Elvira,
Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,
Parecía reclamarle una suprema sonrisa
En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

Erguido en su armadura, un gigante de piedra
Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;
Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,
Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

Charles Baudelaire (1821-1867)

¿Es amor? de Amy Levy



¿Es amor? (¿Is it love?) es un poema de amor de la escritora inglesa Amy Levy, publicado en la antología poética de 1889: Un plátano londinense y otros versos (A London Plane-Tree and Other Verses).







¿Is it love? Amy Levy (1861-1889)

¿Es Amor o es Fama
Esta cosa por la cuál suspiro?
Quizás no tenga sentido
Encontrarle un nombre terrenal.

No sé qué puede aliviar mi pasado,
Ni cómo llamar a eso que deseo;
La pasión de mis sentimientos
Ruge como un tigre encadenado.

Amy Levy (1861-1889)

Serpentina

Delmira Agustini (1886-1914)

En mis sueños de amor ¡yo soy serpiente!
gliso y ondulo como una corriente;
dos píldoras de insomnio y de hipnotismo
son mis ojos; la punta del encanto
es mi lengua...¡y atraigo como el llanto!
soy un pomo de abismo.

Mi cuerpo es una cinta de delicia,
glisa y ondula como una caricia...

Y en mis sueños de odio ¡soy serpiente!
mi lengua es una venenosa fuente;
mi testa es la luzbélica diadema,
haz de la muerte en un fatal soslayo
con mis pupilas; y mi cuerpo en gema
¡es la vaina del rayo!

Si así sueño mi carne, así es mi mente:
un cuerpo largo, largo, de serpiente,
vibrando eterna, ¡voluptuosamente!

Tu amor, esclavo, es como un sol muy fuerte:
jardinero de oro de la vida,
jardinero de fuego de la muerte
en el carmen fecundo de mi vida.

Pico de cuervo con olor de rosas,
aguijón enmelado de delicias
tu lengua es. Tus manos misteriosas
son garras enguantadas de caricias.

Tus ojos son mis medianoches crueles,
panales negros de malditas mieles
que se desangran en la acerbidad;

crisálida de un vuelo del futuro,
es tu brazo magnífico y oscuro,
torre embrujada de mi soledad.

Delmira Agustini (1886-1914)

RECINTO

Carlos Pellicer Camara

I

Vida,
ten piedad de nuestra inmensa dicha.
De este amor cuya órbita concilia
la estatuaria fugaz de día y noche.
Este amor cuyos juegos son desnudo
espejo reflector de aguas intactas.

Oh, persona sedienta que del brote
de una mirada suspendiste
el aire del poema,
la música riachuelo que te ciñe
del fino torso a los serenos ojos
para robarse el fuego de tu cuerpo
y entibiar las rodillas del remanso.

Vida, ten piedad del amor en cuyo orden
somos los capiteles coronados.
Este amor que ascendimos y doblamos
para ocultar lo oculto que ocultamos.
Tenso viso de seda
del horizonte labio de la ausencia,
brilla.

Salgo a mirar el valle y en un monte
pongo los ojos donde tú a esas horas
pasas junto a recuerdos y rocío
entre el mudo clamor de egregias rosas
y los activos brazos del estío.

II

Ya nada tengo yo que sea mío:
mi voz y mi silencio son ya tuyos
y los dones sutiles y la gloria
de la resurrección de la ceniza
por las derrotas de otros días.

La nube que me das en el agua de tu mano
es la sed que he deseado en todo estío,
la abrasadora desnudez de junio,
el sueño que dejaba pensativas
mis manos en la frente
del horizonte . . .

Gracias por los cielos
de indiferencia y tierras de amargura
que tanto y mucho fueron. Gracias por
las desesperaciones, soledades.

Ahora me gobiernas por las manos
que saben oprimir las claras mías.
Por la voz que me nombra con el nombre
sin nombre . . . Por las ávidas miradas
que el inefable modo sólo tienen.

A1 fin tengo tu voz por el acento
de saber responder a quien me llama
y me dice tu nombre
mientras en los pinares se oye el viento
y el sol quiere ser negro entre las ramas.


Carlos Pellicer Camara

Sueños

Dreams, Edgar Allan Poe (1809-1849)

¡Ojalá mi joven vida fuese un sueño duradero!
Y mi espíritu yaciera hasta que el rayo certero
De la eternidad presagiara el nuevo día.
¡Sí! Aunque el largo sueño fuese de agonía
Siempre sería mejor que estar despierto
Para quien tuvo, desde su nacimiento
En la frágil tierra, el corazón
Prisionero del caos de la pasión.

Mas si ese sueño persistiera eternamente,
Como mis viejos sueños infantiles
Solían persistir, si aquello ocurriese,
Sería absurdo esperar un milagro.
Pues he soñado que el sol resplandecía
En la bóveda estival, lleno de luz tardía,
Y que mi corazón vagaba
Por climas remotos y creados,
Junto a seres imaginarios, sólo pensados
Por mí, ¿qué más podría haber visto?.

Pero una vez, una única vez, y ya no lo olvidaré,
Aquel extraordinario momento, un poder o no sé qué,
Me hechizó, o quizás fue que el viento helado
Sopló de noche y al huir dejó marcado
Su rastro en mi espíritu, o quizás fue la Luna
Que brilló en mis sueños con particular fortuna,
O bien las estrellas, en cualquier caso,
El sueño fue como ese viento: dejémosle pasar.

Yo he sido feliz, aunque fuera en sueños.
Fui feliz, y los adoro: ¡Sueños!
Tanto por su colorido intenso
Que los oponen a lo real, y porque al ojo delirante
Ofrecen los tesoros más bellos y abundantes
Del paraíso y el amor, ¡y todos nuestros!
Tal como la esperanza pertenece a la juventud.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Un Sueño dentro de un Sueño: Edgar Allan Poe

A Dream within a Dream, Edgar Allan Poe.

¡Toma este beso sobre tu frente!
Y, me despido de ti ahora,
No queda nada por confesar.
No se equivoca quien estima
Que mis días han sido un sueño;
Aún si la esperanza ha volado
En una noche, o en un día,
En una visión, o en ninguna,
¿Es por ello menor la partida?
Todo lo que vemos o imaginamos
Es sólo un sueño dentro de un sueño.

Me paro entre el bramido
De una costa atormentada por las olas,
Y sostengo en mi mano
Granos de la dorada arena.
¡Qué pocos! Sin embargo como se arrastran
Entre mis dedos hacia lo profundo,
Mientras lloro, ¡Mientras lloro!
¡Oh, Dios! ¿No puedo aferrarlos
Con más fuerza?
¡Oh, Dios! ¿No puedo salvar
Uno de la implacable marea?
¿Es todo lo que vemos o imaginamos
Un sueño dentro de un sueño?

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Para M-

To M-, Edgar Allan Poe (1809-1849)

No me aflige que mi cuota de mundo
Tenga poco de terrenal en ella;
Ni que años de amor, en un minuto
De rencor, se esfumen sin dejar huella.

No lamento que los desvalidos
Sean, querida, más dichosos que yo,
Pero sí que sufras por mi destino,
Siendo un pasajero como soy.

No es que mis fuentes de dicha
Sean extrañas, llorosas-
O que la emoción de un simple beso
Haya paralizado tantos años.

Tampoco que las flores de veinte primaveras
Que se marchitaban al nacer
Yazgan inertes en las cuerdas de mi corazón
Con el peso de una era glacial.

Ni que la hierba ansiosa
Haya crecido sobre mi tumba,
Sino que, mientras esté muerto en vida,
Nunca estaré, mi adorada, en soledad.
Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hace mucho, el autor de estas líneas...

Not long ago, the writer of these lines, Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hace mucho, el autor de estas líneas
afirmaba, con loca vanidad intelectual,
«el poder de las palabras», y descartaba
que en el cerebro humano hubiesen
pensamientos ajenos al reino de la lengua.
Ahora, como burlándose de tal jactancia,
dos palabras -dos suaves bisílabos extraños
de ecos italianos, labrados sólo para los labios
de ángeles que, bajo la luna, sueñan «en rocío
que pende del Hermón como perlas hilvanadas»-
han emergido de los abismos de su corazón, como
increíbles pensares que son el alma del pensamiento,
como visiones más ricas, más rústicas y divinas
que cuantas Israfel, el serafín del arpa («aquel que,
de todas las criaturas de Dios, tiene la voz más dulce»),
pudiera articular. ¡Y se han roto mis hechizos!
Impotente, la pluma cae de mi mano temblorosa.
Si el texto ha de ser, como me pides, tu dulce nombre,
no puedo escribir, no puedo hablar o pensar,
ay, ni sentir; pues no creo que sea un sentimiento
esta inmovilidad que me ata frente al dorado
portal de los sueños abierto de par en par,
con la mirada absorta en la espléndida visión,
extasiado y conmovido al comprobar que a un lado
y a otro, a lo largo y ancho,
entre vapores púrpuras, y aún más allá
de donde acaba el paisaje... sólo estás tú.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

La ciudad en el mar

The city in the sea, Edgar Allan Poe (1809-1849)

¡Mira! La muerte ha levantado su trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos en el Oeste sombrío,
donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
han ido a su reposo eterno
Allí hay cúpulas y palacios y torres
(torres devoradoras de tiempo que no se estremecen)
que no se asemejan a nada que sea nuestro.
En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos,
resignadas bajo el cielo,
reposan las aguas melancólicas.

La luz del santo cielo no desciende
a esta ciudad de la noche eterna.
Pero el brillo lívido del mar
proyecta silenciosas columnas,
-resplandecen los pináculos por todas partes-
Cúpulas-agujas, salones reales,
pórticos, paredes de estilo babilónico,
sombrías y olvidadas glorietas
de hiedra tallada y flores de piedra,
y muchos, muchos maravillosos templos
cuyos imposibles frisos entrelazan
la viola, la violeta y la vid.

Resignadas bajo el cielo
reposan las aguas melancólicas.
Tanto se funden las torres y las sombras
que parecen péndulos en el aire
mientras que desde una altiva torre en la ciudad
la muerte atisba hacia abajo desde su enormidad.

Allí las tumbas abiertas
bostezan sobre las olas luminosas,
pero no sobre las riquezas que yacen
en cada ojo diamantino del ídolo
-los muertos alegrementes enjoyados no
tientan las aguas desde sus lechos;
pues no se rizan las ondas, ¡ah!,
en este desierto de cristal-
Ninguna temblor sugiere que los vientos
están en algún mar lejano y feliz.
Ninguna ola sugiere que los vientos han estado
en mares menos espantosamente serenos.

¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire!
La ola. ¡Hay un movimiento allí!,
como si las torres se hubieran apartado,
sumergiéndose lentamente, la cansada marea,
como si sus cimas débilmente hubieran dejado
un vacío en el brumoso cielo.
Las olas tienen ahora un tono rojizo
respiran desmayadas y lentas.
Y cuando ya no hay lamentos terrenales
baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará eternamente.
El infierno, elevándose desde mil tronos,
le hará reverencias.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Eulalia

Eulalie, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Exiliado del mundo voluntario,
entre suspiros y lágrimas vivía;
era mi alma un melancólico calvario
sin ternuras ni dulce compañía.

Mas Eulalia, bella y pudorosa
llegó a ser mi agradable compañera,
y en sus rizos auríferos, certeras,
cayeron mis caricias inquietas.

En las tinieblas el fulgor de las estrellas
no se compara con su mirada radiante,
ni en el diminuto ocaso hay en ellas
algo que encante como sus ojos brillantes.

Los bucles que ella ostenta con derroche
despiertan en mi alma la poesía,
y Astarté lanza cálidas brisas
contemplando a mi Eulalia día y noche.

Suspiro a suspiro su alma entera
Eulalia me dedica con amor;
no me acucia ya esa duda artera,
ni aguardo en los abismos del dolor.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

El lago

The lake, Edgar Allan Poe (1809-1849)

En la remota primavera de mi vida, jubilosa primavera,
Dirigí mi paso errante a una mágica ribera.
La ribera solitaria, la ribera silenciosa
De un perdido lago ignoto que circundan y oscurecen
Las negras rocas
Y espigados pinos que las auras estremecen.
Pero cuando allí la noche arroja su manto fúnebre
Y el místico y trémulo viento de su melodía,
Entonces, ¡oh!, entonces quiere despertar de su aflicción
Por el terror del lago triste, despertar el alma mía.

Y ese horror que habitaba en mi espíritu satisfecho;
Hoy, ni las joyas ni el afán de riqueza,
Como antes, llevarán mi pensammiento a contemplarlo,
Ni el amor, por más que fuese el amor de tu belleza.
La muerte estaba en el fondo de la ola ponzoñosa,
Y una tumba en lo más hondo, pérfidamente adornada
Para quien hubiera dado tregua a su amargura,
Un descanso, a los dolores de su espíritu afligido,
Y en un Edén transformado
El perdido lago ignoto, lago triste y escondido.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Eldorado

Eldorado, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Arrogante y orgulloso,
Un armado caballero,
Por la luz y por la noche, alucinado,
Y cantando
Sus canciones, fue vagando
En busca de la tierra de Eldorado.

Pero vano fue su esfuerzo,
Y ya anciano el caballero,
Sintió el corazón preso de la sombra
Al pensar que nunca llegaría el día
En que hallara aquella tierra de Eldorado.

Ya agotado, vacilante,
Encontró una sombra errante.
”Sombra” –díjole febril y esperanzado-
A mi súplica responde:
”¿Sabes dónde
Hallaré, la ignota tierra de Eldorado?”

-En la luna, detrás de extrañas
Y fatídicas montañas,
en el Valle de las Sombras-
Respondióle: -Adelante, peregrino,
Si es que buscas esa tierra de Eldorado.


Edgar Allan Poe (1809-1849)

El día más feliz

The happiest day, Edgar Allan Poe (1809-1849)

El día más feliz, la hora más feliz
Mi marchito y yerto corazón conoció;
El más noble anhelo de gloria y de virtud
Siento que ya desapareció.

¿De virtud, dije? ¡Sí, así es!
Pero, ay, se ha desvanecido para siempre.
El sueño de mi juventud
Mas dejadlo ya desvanecerse.

Y tú, orgullo, ¿qué me importas ahora?
Aunque pudiera heredar otro rostro,
El veneno que has vertido en mí¡
Permanecerá siempre en mi espíritu!

El día más feliz la hora más feliz
Verán mis ojos -sí, los han visto-;
La más resplandeciente mirada de gloria y de virtud
Siento que ha sido.

Pero existió aquel anhelo de gloria y de virtud,
Ahora inmolado con dolor:
Incluso entonces sentí que la hora más dulce
No volvería de nuevo,

Pues sobre sus alas se cernía una densa oscuridad,
Y mientras se agitaba se derrumbó un ser
Tan poderoso como para destruir
A un alma que conocía tan bien.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Al río

To the river, Edgar Allan Poe (1809-1849)

¡Hermoso río! en el resplandor, clara corriente
de cristal, errante agua.
Eres un emblema del brillo,
de la belleza, del corazón que no huye,
la juguetona sombra de arte
en la hija del viejo Alberto;

pero cuando ella mira en tu ola,
que entonces reluce, y tiembla,
pues, entonces, el más bonito de los arroyos
se parece a su adorador;
ya que en su corazón, como en tu corriente
la imagen yace profundamente,
el corazón de él que tiembla ante el rayo de luz
de los otros ojos, que barren el alma.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

No hay un Mañana.

There's no Tomorrow, Ann Finch, condesa de Winchilsea (1661-1720)

Largo tiempo han amado, y ahora la ninfa deseada
Viste la mortaja del matrimonio, como lo requiere el caso;
Urgida en el día donde su tristeza fue forjada,
Él prometió casarse con ella mañana.
Una y otra vez lo juró, para aplacar la tormenta
Que con sus votos habría de invocar.
El Mañana llegó en plácidas sucesiones;
Impacientes cada uno en si, la dama encinta
Lo conmina a mantener la palabra,
Y el infame sostiene sus mentiras.
Cuando al final, agotado, sin compasión,
Ajeno al remordimiento de la confesión,
Por sus juramentos eligió el engaño, la ilusión
De que era libre cuando no había un Mañana.
Pues cuando llegó el momento
Pensó que el mundo es Hoy,
Que no hay dicha en el Mañana.

El cuento es fantasía, más su moral es verdadera;
Mañana y mañana, nuestra juventud nos engaña:
En la decrepitud permanecerán las lágrimas.
El moribundo jamás piensa que hoy morirá;
Deshecha todos los designios del Señor:
Para la mente despierta no hay un Mañana.

Ann Finch, condesa de Winchilsea (1661-1720)

Nada resta de ti de de Carolina Romero de Tejada

Carolina Coronado Romero de Tejada (1820-1911)

Nada resta de ti... te hundió el abismo...
te tragaron los monstruos de los mares.
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.
¡Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
es la maldad más grande de la suerte!

Carolina Coronado (1820-1911)