Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)
A mi amigo...
Contra mi sexo te ensañas
Y de inconstante lo acusas;
Quizá porque así te excusas
De recibir cargo igual.
Mejor obrarás si emprendes
Analizar en ti mismo
Del alma humana el abismo,
Buscando el foco del mal.
Proclamas que las mujeres
(Cual dijo no sé quién antes),
Piensan amar sus amantes
Cuando aman sólo al amor;
Que el vago ardor del deseo
Se agita constante en ellas;
Mas pasa sin dejar huellas
Su preferencia mayor.
¡Ay, amigo! no te niego
Verdad que tan sólo prueba
Que son las hijas de Eva
Como los hijos de Adán.
A entrambos el daño vino
De la funesta manzana,
Y a toda la raza humana
Sus tristes efectos van.
¡Mísera raza!... su mengua
Sufre, pero no la entiende;
Y aún sueña y hallar pretende
Bienes que torpe perdió.
Tras ellos ciega se lanza,
Girando en vértigo insano...
Mas nunca su empeño vano
Ni aun en sombra los gozó.
Amor pide, dicha busca,
Y a esperar loca se atreve
Que en vaso corrupto y breve
Apague el alma su sed;
Pero ella su afán inmenso
Siente perenne, profundo,
Y rompe lazos del mundo
Como el águila la red.
En balde en la extraña lucha
De su cansancio y su anhelo
Le agrada tomar el velo
Que la presenta el error,
Y en los pálidos fantasmas,
(Que agranda ilusa ella sola)
Se finge ver la aureola
De la dicha y del amor.
¡Resbala pronto la venda!
¡Resbala y ve -con despecho-
Que vuela, en humo deshecho,
El fulgor de su ilusión!
Pues no cabe en ser que piensa
Que eterno el engaño sea
Aunque inmortal es la idea
Que seduce al corazón.
No es, no, flaqueza en nosotros,
Sí indicio de altos destinos,
Que aquellos bienes divinos
Nos sirvan de eterno imán,
Y que el alma no los halle,
(Por más que activa se mueva)
Ni tú en las hijas de Eva,
Ni yo en los hijos de Adán.
Unas y otros nos quedamos
De lo ideal a distancia,
Y en todos es la inconstancia
Constante anhelo del bien.
¡De amor y dicha tenemos
Sólo un recuerdo nublado;
Pues su goce fue enterrado
Bajo el árbol del edén!
Jamás ¡oh amigo! ventura
Ni amor eterno hallaremos...
Pero ¿qué importa? ¡esperemos!
Porque es vivir esperar;
Y aquí, donde todo nos habla
De pequeñez y mudanza
Sólo es grande la esperanza
Y perenne el desear.
A mi amigo...
Contra mi sexo te ensañas
Y de inconstante lo acusas;
Quizá porque así te excusas
De recibir cargo igual.
Mejor obrarás si emprendes
Analizar en ti mismo
Del alma humana el abismo,
Buscando el foco del mal.
Proclamas que las mujeres
(Cual dijo no sé quién antes),
Piensan amar sus amantes
Cuando aman sólo al amor;
Que el vago ardor del deseo
Se agita constante en ellas;
Mas pasa sin dejar huellas
Su preferencia mayor.
¡Ay, amigo! no te niego
Verdad que tan sólo prueba
Que son las hijas de Eva
Como los hijos de Adán.
A entrambos el daño vino
De la funesta manzana,
Y a toda la raza humana
Sus tristes efectos van.
¡Mísera raza!... su mengua
Sufre, pero no la entiende;
Y aún sueña y hallar pretende
Bienes que torpe perdió.
Tras ellos ciega se lanza,
Girando en vértigo insano...
Mas nunca su empeño vano
Ni aun en sombra los gozó.
Amor pide, dicha busca,
Y a esperar loca se atreve
Que en vaso corrupto y breve
Apague el alma su sed;
Pero ella su afán inmenso
Siente perenne, profundo,
Y rompe lazos del mundo
Como el águila la red.
En balde en la extraña lucha
De su cansancio y su anhelo
Le agrada tomar el velo
Que la presenta el error,
Y en los pálidos fantasmas,
(Que agranda ilusa ella sola)
Se finge ver la aureola
De la dicha y del amor.
¡Resbala pronto la venda!
¡Resbala y ve -con despecho-
Que vuela, en humo deshecho,
El fulgor de su ilusión!
Pues no cabe en ser que piensa
Que eterno el engaño sea
Aunque inmortal es la idea
Que seduce al corazón.
No es, no, flaqueza en nosotros,
Sí indicio de altos destinos,
Que aquellos bienes divinos
Nos sirvan de eterno imán,
Y que el alma no los halle,
(Por más que activa se mueva)
Ni tú en las hijas de Eva,
Ni yo en los hijos de Adán.
Unas y otros nos quedamos
De lo ideal a distancia,
Y en todos es la inconstancia
Constante anhelo del bien.
¡De amor y dicha tenemos
Sólo un recuerdo nublado;
Pues su goce fue enterrado
Bajo el árbol del edén!
Jamás ¡oh amigo! ventura
Ni amor eterno hallaremos...
Pero ¿qué importa? ¡esperemos!
Porque es vivir esperar;
Y aquí, donde todo nos habla
De pequeñez y mudanza
Sólo es grande la esperanza
Y perenne el desear.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)
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