Ella al jardín, yo a su lado;
Es tímida, yo discreto;
Guarda la noche el secreto;
Ninguno nos ha escuchado.
¿Qué falta a la dicha mía?
Que la noche eterna fuera.
¿Es verdad, Nise hechicera?
¡Malhaya la luz del día!
No duerma quien tenga amor,
Si ha de gozar sus consuelos;
Si se rinde, tome celos,
Que son buen despertador.
-Mi bien, me tienes aquí
Postrado a tus bellos pies...
¡Cuánto te adoro!... ¿Lo ves?
¿Soy correspondido? -Sí.
Desde que la luz miré,
Jamás le debí un favor
En obsequio de mi ardor,
Por eso la luz no amé.
La noche sí que amo yo,
Vivan sus sombras, mi dueño.
Es muy tarde... ¿tienes sueño?
¿Quieres que me vaya? -No.
Eres, ¡oh virgen cándida!, más pura
Que la brisa que halaga los laureles,
Y con fiebre de amor que no se cura
Me abrasaron tus labios de claveles.
¡Qué hermosas son tus pomas!
Parecen dos palomas
De venturosa cría
Nacidas en un día.
Corónate de flores, que ninguna
De las hijas de los reyes orgullosos
Hizo brillar en la dorada cuna
Unos ojos más tiernos, más hermosos.
Corónate, bien mío,
Ahora que el rocío
En las abiertas flores
Engendra los amores.
Cubran tus trenzas mi desnudo pecho,
Gocen las almas dulcemente unidas,
Formen al pie del mirto nuestro lecho
Las rosas a los cálices prendidas.
Y si el pesar viniere.
Con su aguijón que hiere,
Un ósculo adorado
Lo deje desarmado.
¡Ay hermosa y feliz!, obra dichosa
Del Señor, que te amó desde los cielos,
Jamás me des la copa ponzoñosa
De sospecha fatal y amargos celos.
Porque infernal tortura
Prefiero a la amargura
De la poción impía
Que el corazón enfría.
La aurora empieza a lucir.
Oigo pasos muy cercanos;
Démonos, mi amor, las manos.
-Marcha, que pueden venir.
-Adiós, pues, hermosa mía,
Orgullo de mi pasión,
Gloria de mi corazón.
-¡Malhaya la luz del día!
Juan Arolas (1805-1849)
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