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SONETOS NOCTURNOS

Carlos Pellicer Camara

I

Tiempo soy entre dos eternidades.
Antes de mí la eternidad y luego
de mí, la eternidad. E1 fuego;
sombra sola entre inmensas claridades.

Fuego del tiempo, ruidos, tempestades;
sí con todas mis fuerzas me congrego,
siento enormes los ojos, miro ciego
y oigo caer manzanas soledades.

Dios habita mi muerte, Dios me vive.
Cristo, que fue en el tiempo Dios, derive
gajos perfectos de mi ceiba innata.

Tiempo soy, tiempo último y primero,
el tiempo que no muere y que no mata,
templado de cenit y de lucero.


II

Ninguna soledad como la mía.
Lo tuve todo y no me queda nada.
Virgen María, dame tu mirada
para que pueda enderezar mi guía.

Ya no tengo en los ojos sino un día
con la vegetación apuñalada.
Ya no me oigas llorar por la llorada
soledad en que estoy, Virgen María.

Dame a beber del agua sustanciosa
que en cada sorbo tiene de la rosa
y de la estrella aroma y alhajero.

Múdame las palabras, ven primero
que la noche se encienda y silenciosa
me pondrás en las manos un lucero.


Carlos Pellicer Camara

HORAS DE JUNIO

Carlos Pellicer Camara

I

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre -tuya y mía-
corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.

II

¿Cuál de todas las sombras es la mía?
A todo cuerpo viene la belleza
y anticipa en los aires la proeza
de ser sin el poema poesía.
Junio dos nubes mágicas me fía
y ya soy cielo en que la duda empieza.
¿Apoyaré tan pronto la cabeza
en la mano profunda que aún no es mía?

En palabras de amor se va la hermosa
vida junto a la espina y a la rosa,
tan alta siempre que cuando la hallamos
antes sangran los dedos con la espina;
y la rosa en la altura de sus ramos
ya es otra rosa que se indetermina.

III

Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

A1 año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días.)



Carlos Pellicer Camara

NOCTURNO "A"

 Carlos Pellicer Camara

Noche. Mar de silencio. Van las meditaciones
desenrollando lentas sus claras devociones.
El faro del espíritu clarea esas ondas suaves
que van ampliando el círculo de sus evoluciones
para regir el curso sereno de las naves.
La paz del alma que sabe cantar sus horas
vela esa vida íntima de tramas seductoras
en que el dolor se ama. ¿Por qué? ¿Resulta acaso
que ese dolor es sombra de un cariño? Las horas
te dirán en silencio: camina paso a paso. . .
Mienten las horas. Mienten. Mata la indiferencia
que no sabe del triunfo de una linda cadencia;
si paso a paso vas por la vida, jurando
que has vencido, te engañas: esa pobre creencia
guardamos los que siempre vivimos adorando. . .

Adora el desaliento de esa melancolía;
no huyas de la grata penumbra que concede.
El ave del crepúsculo canta la melodía
¡de lo que pudo el alma, de lo que el alma puede!

Alegría, una gota, que esa gota bendita
habrá caído al vaso que gozará la flor...
¡Bríndasela a tu alma para toda la vida
en el regio festín que presida el dolor!

 Carlos Pellicer Camara

Cuando el ojo del día se cierra

When the eye of the day is shut, A.E. Housman (1859-1936)

Cuando el ojo del día se cierra
y emiten sus guiños las estrellas
cerca de mi cabaña forestal
truena furioso el bosque de los sueños

Hundidos en arena de alta mar
todos los corazones que me amaron
y que no volverán a amarme
vienen hasta mi puerta a reclamarme.

Dormid inmóviles, volved a aquellas
arenas que os cubrieron de olvido.
En lejanas moradas, sobre lechos
vacíos, descansad.

Sobre el eterno polvo o en el cieno
allí donde no perturbéis mis noches.
Dormid allí. Que nunca mas volváis
a derribar mi puerta y reclamarme.

A.E. Housman (1859-1936)

Eldorado

Eldorado, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Arrogante y orgulloso,
Un armado caballero,
Por la luz y por la noche, alucinado,
Y cantando
Sus canciones, fue vagando
En busca de la tierra de Eldorado.

Pero vano fue su esfuerzo,
Y ya anciano el caballero,
Sintió el corazón preso de la sombra
Al pensar que nunca llegaría el día
En que hallara aquella tierra de Eldorado.

Ya agotado, vacilante,
Encontró una sombra errante.
”Sombra” –díjole febril y esperanzado-
A mi súplica responde:
”¿Sabes dónde
Hallaré, la ignota tierra de Eldorado?”

-En la luna, detrás de extrañas
Y fatídicas montañas,
en el Valle de las Sombras-
Respondióle: -Adelante, peregrino,
Si es que buscas esa tierra de Eldorado.


Edgar Allan Poe (1809-1849)

Noches Grises.

Grey Nights; Ernest Christopher Dowson (1867-1900)

Vagamos por un tiempo (este fue mi sueño)
Por un largo sendero de la Tierra Muerta,
Dónde sólo las amapolas crecen en la arena,
Aquellas que arrancamos con escasa estima,
Y siempre tristes, hacia una triste corriente
Seguimos avanzando con los dedos entrelazados,
Bajo las estrellas distantes, un camino imprevisto,
La visión de todas las cosas en la sombra de un sueño.

Y siempre tristes, mientras las estrellas expiraron,
Las más extrañas amapolas encontramos,
Hasta que tus ojos cultivaron toda mi luz,
Para iluminarme en aquella hora de cansancio,
Y en su oscurecimiento ninguna conjetura podría
Atormentarme con los días perdidos que deseamos,
¡Después de ellos mis recuerdos fueron destrozados!

Ernest Christopher Dowson (1867-1900)

Mi Musa Triste.

Delmira Agustini.

Vagos preludios. En la noche espléndida
su voz de perlas una fuente calla,
Cuelgan las brisas sus celestes pífanos
en el follaje. Las cabezas pardas
de los búhos acechan.
Las flores se abren más, como asombradas.
Los cisnes de marfil tienden los cuellos
en las lagunas pálidas.
Selene mira del azul. Las frondas
tiemblan... y todo! hasta el silencio, calla...

Es que ella pasa con su boca triste
Y el gran misterio de sus ojos de ámbar,
A través de la noche, hacia el olvido,
Como una estrella fugitiva y blanca.
Como una destronada reina exótica
de bellos gestos y palabras raras.

Horizontes violados sus ojeras
Dentro sus ojos (dos estrellas de ámbar)
Se abren cansados y húmedos y tristes
Como llagas de luz que quejaran.

Es un dolor que vive y que no espera,
Es una aurora gris que se levanta
Del gran lecho de sombras de la noche,
Cansada ya, sin esplendor, sin ansias
Y sus canciones son como hadas tristes
Alhajadas de lágrimas...

Delmira Agustini.

La tumba

The Grave; Robert Blair (1699-1746)

Mientras algunos sufren el sol, otros la sombra,
Unos huyen a la ciudad, otros a la eremita;
Sus objetivos son tantos como los caminos que toman
En la jornada de la vida; y esta tarea es la mía:
Pintar los sombríos horrores de la tumba;
El lugar designado para la cita,
Donde todos estos peregrinos se encuentran.
¡Tu socorro imploro, Rey Eterno! cuyo brazo
Fuerte sostiene las llaves del infierno y la muerte,
De aquella cosa temible, La Tumba.

Los hombres tiemblan cuando Tú los convocas:
La Naturaleza horrorizada se despoja de su firmeza
¡Ah, Cuán oscuros son tus extensos reinos,
Creciendo largo tiempo en deshechos pesarosos!
Donde sólo reina el silencio y la noche, la oscura noche,
Oscura como lo era el caos antes de que el sol
Comenzara a rodar, o de que sus rayos intentaran
Azotar la penumbra de tu profundidad.
La vela enferma, resplandeciendo tenuemente
A través de las bajas y brumosas bóvedas,
(Acariciando el lodo y la humedad mohosa)
Deja escapar un horror inabarcable,
Y sólo sirve para hacer tu noche más funesta.
Bien te conozco en la forma del Tejo,
¡Árbol triste y maligno! Que adora habitar
Entre los cráneos y ataúdes, epitafios y gusanos:
Donde rápidos fantasmas y sombras visionarias,
Bajo la pálida, fría luna (como es bien sabido)
Encapuchados realizan sus siniestras rondas,
¡Ninguna otra alegría tienes, árbol embotado!

Observad aquel santo templo, la piadosa labor
De nombres una vez célebres, ahora dudosos u olvidados,
Enterrados en la ruina de las cosas que fueron;
Allí yace sepultado el muerto más ilustre.
¡Escuchad, el viento se alza! ¡Escuchad cómo aulla!
Creo que nunca escuché un sonido tan triste:
Puertas que crujen, ventanas agitadas,
Y el pájaro hediondo de la noche,
Estafado en las espinas, gritando en los pasos sombríos
Su ronda negra y rígida, colgando
Con los fragmentos de escudos y armas andrajosas,
Enviando atrás sus sonidos, cargando el aire pesado
De los nichos bajos, las Mansiones de los muertos.
Despertados de sus sueños, las duras y severas filas
De espantosos espectros se movilizan,
Sonrisa horrible, obstinadamente malhumorados,
Pasan y vuelven a pasar, veloces como el paso de la noche.
¡Otra vez los chillidos del búho! ¡Canto sin gracia!
No escucharé más, pues hace que la sangre fluya helada.

Alrededor del túmulo, una fila de venerables olmos
Enseñan un espectáculo desigual,
Azotados por los rudos vientos; algunos
Desgarran sus grietas, sus troncos añejos,
Otros pierden vigor en sus copas, tanto
Que ni dos cuervos pueden habitar el mismo árbol.
Cosas extrañas, afirman los vecinos, han pasado aquí;
Gritos salvajes han brotado de las fosas huecas;
Los muertos han venido, han caminado por aquí;
Y la gran campana ha sonado: sorda, intacta.
(Tales historias se aclaman en la vigilia,
Cuando se acerca la encantada hora de la noche)

A menudo, en la oscuridad, he visto en el camposanto,
A través de la luz nocturna que se filtra por los árboles,
Al muchacho de la escuela, con sus libros en la mano,
Silbando fuerte para mantener el ánimo,
Apenas inclinándose sobre las largas piedras planas,
(Con el musgo creciendo apretado, con ortigas bordadas)
Que hablan de las virtudes de quien yace debajo.
Repentinamente él comienza, y escucha, o cree que escucha;
El sonido de algo murmurando en sus talones;
Rápido huye, sin atreverse a una mirada atrás,
Hasta que, sin aliento, alcanza a sus compañeros,
Que se reúnen para oír la maravillosa historia
De aquella horrible aparición, alta y pavorosa,
Que camina en la quietud de la noche, o se alza
Sobre alguna nueva tumba abierta; y huye (¡cosa asombrosa!)
Con la melodía evanescente del gallo.

También a la nueva viuda, oculto, he vislumbrado,
¡Triste visión! Moviéndose lenta sobre el postrado muerto:
Abatida, ella avanza enlutada en su pena negra,
Mientras mares de dolor borbotean de sus ojos,
Cayendo rápido por las mejillas frágiles,
Nutriendo la humilde tumba del hombre amado,
Mientras la atribulada memoria se atormenta,
En bárbara sucesión, reuniendo las palabras,
Las frases suaves de sus horas más cálidas,
Tenaces en su recuerdo: Todavía, todavía ella piensa
Que lo ve, y en la indulgencia de un pensamiento cariñoso
Se aferra aún más al césped insensato,
Sin observar a los caminantes que por allí pasan.

¡Tumba injusta! ¿cómo puedes separar, desgarrar
A quienes se han amado, a quienes el amor hizo uno?
Un lazo más obstinado que las cadenas de la Naturaleza.
¡Amistad! el cemento misterioso del alma,
Endulzador de la vida, unificador de la sociedad,
Grande es mi deuda. Tu me has otorgado
Mucho más de lo que puedo pagar.
A menudo he transitado los trabajos del amor,
Y los cálidos esfuerzos de un corazón apacible,
Ansioso por complacer. ¡Oh, cuándo mi amigo y yo,
Sobre alguna gruesa madera vaguemos desatentos,
Ocultos al ojo vulgar, sentados sobre el banco
Inclinado cubierto de prímulas,
Dónde la corriente límpida corre a lo largo
De aquella grata marea bajo los árboles,
Susurrando suave, se oye la voz aguda del tordo,
Reparando su canción de amor; el delicado mirlo
Endulza su flauta, ablandando cada nota:
El escaramujo olía más dulce, y la rosa
Asumía un tinte más profundo; mientras cada flor
Competía con su vecina por la lujuria de sus ropas;
¡Ah, entonces el día más largo del verano
Parece demasiado apresurado, y todavía el corazón pleno
No había impartido su mitad: era aquella una felicidad
Demasiado exquisita como para perdurar!
¡De las alegrías perdidas, aquellas que no volverán,
Cuán doloroso es su recuerdo!

Robert Blair (1699-1746)

La Noche del Amor.

Love's Nocturne; Dante Gabriel Rossetti.

¡Maestro de las Cortes Suspirantes,
Dónde se conjuran las formas del sueño!
¡Escuchad! Mi espíritu exhorta
Todos los poderes de tu feudo
En auxilio de mi Dama.
¿Qué respondes, oculto y altivo
Señor de las Cortes Invisibles?

Vaporosos, inabarcables,
Las Tierras del Sueño yacen en despojos de luz,
Vacías como cáscaras de aire.
¡De mis fantasías se me permite
Elegir un sueño y guiar su vuelo!
Conozco bien (y te conozco, doncella)
Lo que tus sueños deben decirte esta noche.

Allí los sueños son multitudes:
Algunos no esperarán hasta dormirse,
Profundo en el bosque de agosto;
Alguien mientras descansa tal vez
Caiga en el letargo del labor;
Interludios,
Algunos, con gravedad han de llorar.

Allí residen todas las fantasías de los poetas:
Las damas élficas bailan entre alados valles,
Ahogados en ráfagas lastimeras;
Allí se percibe el perfume, allí en círculos
Gira la espuma desconcertada de los manantiales;
Sirenas,
Vientos mareados sobre sus cabellos, cantando.

Un sólo sueño nupcial ha sido soñado en común,
Pobre éxtasis de la vigilia;
Visiones esquivas que hacen gemir
Al solitario en su cuarto natal;
Y que nosotros apenas vemos
A través de los postigos de la muerte,
Desconocidas.

Pero en mi propio dormir, yace
En una agradable forma plácida,
Radiante en sus ojos honorables,
Lámparas de su alma traslúcida:
Su mirada es el bien más amado,
Dulce y sabia,
Dónde el amor define su centro.

Me fue arrebatada, mis sueños persisten
En un trance pegajoso, y el cielo teme:
Cambiando senderos y caídas
En un fétido refugio cercano,
Miserables fantasmas que suspiran;
Temblando en sus cofres,
Mientras el funeral pasa de largo.

Maestro, se dice con verdad que,
Así como los ecos de las palabras
Traicionan sus secretos en las hendiduras,
Los cuerpos de los hombres viajan
Como sombras por playas sumergidas.
¿Son la esencia o la sombra
Las que habitan en aquellos salones?

¡Ah! Yo podría, por vuestra inmensa gracia
Que custodia la escalera del viento,
(La oscuridad y el aliento del espacio
Como aguas inciertas cubriendo todo)
Encontrar allí mi propia imagen,
Cara a cara,
Y desde allí hasta donde sea que ella esté.

No, yo no. Pero tu, Maestro,
En tu Reino de Sombras,
Convocad mi fantasma en esta hora:
Ofrecedme el sufrimiento del encuentro,
El placer de su rostro delicado,
Y que su frente
Sienta mi aliento perdido como una brisa suave.

Dónde se cultiva, la grácil primavera tiembla
En una silenciosa plegaria,
Íntima fuerza creciente,
El agua y la voz del viento son una,
Y comparten los ecos del sol.
Maestro, gentil como la primavera,
Dadme el canto y el lamento.

El canto dirá cuan alegre y fuerte
Es la noche en donde ella sueña,
El lamento será la tristeza aferrada a los labios,
La pena descarnada del día:
Serán como las melodías de la marea,
Lamento y canción,
Heraldos fríos que anhelan el verano.

No serán las plegarias de los que abandonan,
De los que eligen la pena sobre la fuente del amor,
No serán elogios por los dones del mundo,
Suspirados con exagerada ternura,
Dejad que llegue hasta ella con mi amor,
Que el dolor sea sólo mío, y en ella: recuerdo.

Donde sea que mis sueños caigan,
En la noche o en el día (dejad que le diga)
Siempre vivirás en el reluctante círculo
De los ángeles, en las horas de la calma.
Descorazonada, sin esperanzas en tu camino,
Descansa y convócame:
En mis ojos tu mirada siempre podrá soñar.

Si, este es mi amor vanidoso,
Vertido en una frágil canción
De esperanza y horror.
Tu eres el Amor,
Y yo sólo anhelo un acorde
Que agite tus sueños,
Busco tus ojos de acero,
Tus ojos de abismo.
Oh, Maestro, de rodillas os imploro:
¡Dejad que ella vuelva a sonreír!

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

La bruma nocturna.

Alexander Blok (1880-1921)

La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
El caballo fatigado daba inquietos golpes con las pezuñas;
tranquilo de día, extrañaba la noche.
Sombrío, inmóvil, soñoliento,
el conocido bosque me aterraba
y hacia el claro plateado por la luna
dirigí el paso del caballo resoplante.
Se extiende en la lejanía la neblina del pantano,
pero de plata fulgura la iglesia de la colina.
Y detrás de la colina del bosquecillo del valle,
en la oscuridad se oculta mi casa.
El caballo fatigado acelera el paso hacia su destino.
Centellean las luces de un pueblo extraño.
A la orilla del camino prenden en rojo
las hogueras de los pastores, como faros.

Alexander Blok (1880-1921)

Himno a la Noche.

Himno a la Noche de Juan Arolas (1805-1849)

¡Oh Sol! ¡noble gigante de hermosura,
y astro rey en un trono de volcanes!
¡Guerrero cuya nítida armadura
deslumbró en feroz lid a los Titanes!

Las águilas del Líbano altaneras,
cuando dorabas hoy la antigua Tiro,
te admiraron subiendo a las esferas,
yo que pierdo tu luz, también te admiro.

Su pupila tenaz osadamente
se fijó en tu cenit esplendoroso;
yo al morir en los mares de Occidente,
te saludo no mas, rey luminoso:

Faro inmortal del mundo a quien das vida,
eterno en juventud y en el encanto
sombra del Hacedor, piedra caída
de, la esmaltada fimbria de su manto!

De la muerte del día plañideras
le siguen al sepulcro largas sombras,
que borran la esmeralda en las praderas,
desatando sus tétricas alfombras.

Su tapiz vaporoso sin colores
enluta en fuente azul blancas espumas,
los pétalos de nácar en las flores,
y en las aves el iris de las plumas.

En el tronco de un árbol carcomido
no duerme enteramente el aura leve,
pero lánguida vaga sin sonido,
temiendo desplegar alas de nieve.

Tal vez el bardo así, cuando es de hielo
sin juventud ni amor, triste suspira,
y teme levantar su canto al Cielo,
recorriendo las cuerdas de la lira.

Roto el prisma falaz de las pasiones,
que me presenta un mundo de placeres,
y sobre pedestales de ilusiones
ídolos de jazmín en las mujeres;

Cuando el Edén de mágico contento,
como insecto de un día vaga y zumba,
se vista de color amarillento,
mostrando en vez de flor, mármol de tumba;

deme el Cielo en la choza solitaria
del arpa de Sion la melodía,
y escríbase en mi losa funeraria:
«Dios Amor, y la dulce Poesía.»

¡Mas sombras sobre el mundo cada instante!
pero avanza un lucero a las estrellas
mientras detrás del eje rutilante
en lejanos cohortes siguen ellas.

Dime, luz bienhechora, ¿dó caminas?
¿Velas sobre los sueños, les asistes,
y con el resplandor los iluminas,
repartiéndolos tú blandos o tristes?

¿Eres cuna dó el ángel se adormece?
¿O estás cual atalaya prevenida
que avisas al amante que anochece,
para que vuele a ver a su querida?

¡Delicioso jardín...! en una rosa
se duerme una cantárida dorada,
mientras una nocturna mariposa
turba el sueño y le roba la morada.

En la hierba fosfórico gusano
enciende su fanal, o su lumbrera
émula del cocuyo americano,
que si marcha, le sigue compañera;

y las plantas acuáticas que solas
aman perenne humor, sacan aprisa
del cristal adormido sus corolas,
para gozar los besos de la brisa.

Un insecto de púrpura y topacio
sobre, flexible tallo se asegura,
y a una cerrada flor que es su palacio
estas quejas tristísimas murmura.

«Ábreme hermana mía, el blanco seno,
que vengo fatigado del camino;
por extraño pensil de lilas lleno
me perdí susurrante peregrino.

Me persiguió un rapaz de ojos azules
y por huir su mano codiciosa,
escondido entre ramas de abedules.
Me sorprendió la noche tenebrosa.

Al tiempo de besarse dos amantes
crucé por una gótica ventana,
y sus ósculos tiernos y constantes
empañaron mis alas de oro y grana.

Gozaba en su balcón auras amenas
una bella de formas celestiales;
quise entrar en su pecho de azucenas,
y huyó de allí cerrando sus cristales.

Errante voy, y encuentro poseído
todo cáliz, dó bebo la ambrosía,
de sonoro amador que está dormido:
Ábreme tu capullo, hermana mía.»

Poco a poco la flor va desplegando
su seno virginal al que la llama
y ofrece a su cariño lecho blando...
¡Delicioso jardín!... esa flor ama.

¿Dó camináis vosotras, bellas nubes
flotando sobre brisas regaladas?
¿Vais a servir de tienda a los querubes?
¿Vais a servir de tálamo a las hadas?

¿Vais a llevar los sueños a otras zonas?
¿O a mentir a mis ojos soñolientos,
con la luz de la luna hinchadas lonas
de bájeles, en mares turbulentos?

Si al ocultarse el sol, según sus leyes,
flotabais como ricos pabellones,
que en las solemnes fiestas de sus reyes
enarbolan los pueblos y naciones;

si vestíais de azul y de escarlata,
¿quién os ha concedido blanco velo
con profusión de aljófares y plata,
vestales de la bóveda del Cielo?...

Huid, y el rayo hermoso de la luna
brille sobre mi rostro tibiamente,
que le profeso amor desde la cuna,
y es única corona de mi frente.

¡Arrecia con furor el raudo viento!
¿Qué suspiráis, sonoros vendavales,
en las torres de alcázar opulento?
¿Qué gemís en sus largos espirales?

Murmuráis del magnate: cien bugías
en un ambiente de ámbares y rosa
sus noches aclarecen como días,
al estruendo de orquesta sonorosa.

Vense tras de los vidrios, entre sedas
cruzar nobles y duques y barones,
y danzar a compás vírgenes ledas,
ninfas de flor, con alas de ilusiones.

Y mientras el palacio se alboroza
duerme el pobre en las piedras de la esquina
lo desvela la rápida carroza,
y otra vez en el polvo se reclina.

¡Ricos!... en los banquetes abundosos
si disfrutáis placeres, dad al menos;
si dais de lo sobrante, sois piadosos,
si de lo necesario, seréis buenos.

Debajo del suntuoso artesonado
no habitaran tristezas que os devoran,
y el ángel del reposo regalado
de noche os dará sueños que enamoran.

Dios de la luz, de noches y de días,
que pintas el celaje de la aurora,
dios de mis esperanzas y alegrías,
oye mi voz: mi corazón te adora.

Concede tu esperanza a mi tormento,
a mi duda tu fe y tus resplandores,
y el bálsamo feliz del sufrimiento,
cuando se multipliquen mis dolores.

Tenga tranquilo hogar, pecho sin hieles,
palabras de tu amor, rostro sin ceño
el pan de mi trabajo, amigos fieles,
y de tu santa paz el dulce sueño.

Juan Arolas (1805-1849)

Amor Enterrado.

Buried Love; Sara Teasdale (1884-1933)

He venido a enterrar el Amor
Debajo de un árbol,
En el bosque negro y alto,
Donde nadie lo pueda ver.

No pondré flores en su cabeza,
Ni una lápida a sus pies,
Pues esos labios que tanto amaba
Fueron amargos, nada.

No volveré al sepulcro,
Pues el bosque es frío.
Reuniré toda la alegría
Que mis manos puedan abarcar.

Estaré todo el día bajo el sol,
Donde los salvajes vientos soplan,
Pero lloraré por las noches,
Cuando no haya nadie para escuchar.

Sara Teasdale (1884-1933)

En la Noche.

In the Night, Amy Levy (1861 – 1889)

Cruel? Creo que nunca hubo una trampa
más infame y agotadora que esta!
No es un sueño, así lo decía mi corazón,
con la sobria certeza del despertar.

Sueños? Yo conozco sus rostros,
en apariencia agradables; vaporosos,
adornados de alas multicolores;
He tenido sueños antes, y esto no es soñar.
Llega la luz del día, y la alegría cubre mi pesar.

Qué la hiere, amor mío; qué dolor la arrebata?
Pues ella en soledad empalidece;
y sus facciones lentamente se desvanecen.
No puedo unirme a ella,
Me estiro hacia allí sin sentido,
mientras mis brazos rodean el silencio y el vacío.



In the Night, Amy Levy (1861 – 1889)

Encuentro Nocturno.

Meeting at Night, Robert Browning (1812-1889).

El mar gris y la extensa tierra negra;
y la dorada media luna flotando bajo,
y las tímidas y asustadas olas que saltan
dormidas en ardientes círculos;
Mientras gano la costa en la ansiosa proa,
que sólo apaga su vigor en la arena fangosa.

Entonces surge una milla de perfumadas playas;
tres campos a la cruz de una granja aparecen;
un golpe en el cristal; un rasguño agudo y rápido,
las chispas azules de una lámpara que se enciende,
y una voz, aún más silenciosa, con sus alegrías y miedos,
que los dos corazones que se agitan en la Noche.

Meeting at Night, Robert Browning (1812-1889).

El Corazón de la Noche.

The Heart of the Night, Dante Gabriel Rossetti.(1828-1882)

De la niñez a la juventud; de la juventud a la ardua hombría;
Del letargo a la fiebre del corazón;
De la vida fiel a soñar con sombríos y perdidos días;
De la confianza a la duda; de la duda al borde de la prohibición;
Estos cambios han pasado como una ráfaga cíclica
Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido debió
Aceptar su primitiva inmortalidad,
¿Es que la carne reencarna en el polvo de dónde comenzó?

¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de la vida!
¡Oh, Señor, horrible Señor de la voluntad! Aunque sea tarde,
Renovad esta alma con el obediente aliento:
Que cuando la paz se reúna con la furia,
El trabajo se recupere, y la voluntad resurja,
Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor de la Muerte.


Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Dominus Illuminatio Mea.

Dominus Illuminatio Mea de Richard Doddridge Blackmore (1825 – 1900)

En la Hora de la Muerte, tras el capricho de esta vida,
Cuando el corazón palpita bajo, y los ojos se apagan,
Y el dolor ha agotado cada miembro,
El que ama al Señor confiará en Él.

Cuando la voluntad abandone el objetivo de toda vida,
Y la mente sólo pueda deshonrar su fama,
donde hasta el nombre del doliente es incierto,
el poder del Señor llenará este marco.

Cuando el último suspiro se diluya, y la última lágrima se derrame,
Y el ataúd ansioso aguarde junto al lecho,
Y la viuda y el niño abandonen al muerto,
El Ángel del Señor levantará su cabeza.

Pues hasta el placer más puro puede abrumar,
el orgullo debe caer, y la vanidad debe fallar,
Y el amor por los más queridos amigos llega a decrecer,
pero la Gloria del Señor se agita, brillante, en toda ausencia.



Richard Doddridge Blackmore (1825 – 1900)

Desde la Muerte al Amor.

Through Death to Love, Dante Gabriel Rossetti.

Al igual que las manos arduas, las nubes débiles huyen
De los vientos que arrasan el invierno de las aéreas colinas,
Como multiformes e interminables esferas
Que inundan la noche en una súbita marea;
Terrores de ígneas lenguas, de inarticulado mar.
Incluso entonces, en algún sombrío cristal de nuestro aliento,
Nuestros corazones evocan la imagen salvaje de la Muerte,
Sombras y abismos que bordean la eternidad.

Sin embargo, junto a la inminente Sombra de la Muerte
Se alza un Poder, que se agita en el ave o fluye en la corriente,
Dulce al deslizarse, encantador al volar.
Dime, mi amor. ¿Qué ángel, cuyo Señor es el Amor,
Agitando la mano en la puerta,
O en el umbral donde yacen las trémulas alas,
Posee la esencia flamígera que tienes tú?

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Cuando la luz de la luna cae sobre mi lecho.

When on my bed the moonlight falls.
In Memoriam: A.H.H. Lord Alfred Tennyson.

Cuando la luz de la luna cae sobre mi lecho,
Sé que en tu lugar de descanso,
Desde las amplias aguas del oeste,
Llega una gloria trepando los muros:
El mármol brillante aparece en la oscuridad,
Arrastrándose lentamente sobre la plateada llama
Que recorre las letras de tu nombre,
Y el número de tus años.
La mística gloria nada en la distancia;
Fuera de mi lecho la luz de la luna muere;
Y cerrando los párpados de agotados ojos,
Duermo hasta que se diluya el crepúsculo:

Y entonces sé que la niebla ha cubierto
Con su lúcido velo todas las costas,
Y en una iglesia oscura como un fantasma
El destello de tu lápida reposa hasta el alba.

Lord Alfred Tennyson (1809-1892)

Blanco en la Luna.

White in the moon the long road lies; A.E. Housman (1859-1936)

Blanco en la luna el largo camino corre,
El disco erguido y pálido alrededor,
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

Todavía cuelga el seto sin una ráfaga,
Todavía, todavía permanecen las sombras:
Mis pies sobre el polvo deslumbrante
Persiguen el camino incesante.

El mundo es circular, así dicen los caminantes,
Y aunque se afanen en una ruta derecha,
Trabajosa, penosamente en una marcha estrecha,
El mismo camino los traerá de vuelta.

Pero antes de que el círculo me traiga al hogar,
Lejos, lejos debe transitar:
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

A.E. Housman (1859-1936)

Amor y una pregunta.

Love and a Question; Robert Frost (1874-1963)

Un extraño llegó hasta la puerta en el ocaso,
Y habló con el justo novio.
Llevaba una vara blanca y verde en la mano,
Que a su vez sostenía todas sus cargas.
Preguntó, más con los ojos que con los labios,
Si habría refugio para él durante la noche,
Y se volvió para mirar la distancia del camino,
Sin luces ni ventanas iluminadas.

El novio dio un paso y cruzó la puerta diciendo:
Miremos hacia el cielo,
Y preguntemos por la noche que vendrá,
Tú y yo, extraño compañero.
Las hojas de la vid cubrían el patio,
Los frutos de la vid eran azules,
Otoño, si, pero el invierno estaba en el viento;
Extraño, ojalá lo supiera.

Dentro, la novia yacía sola en el atardecer,
Inclinada sobre el fuego del placer,
Su rostro brillaba rojo frente al carbón,
Y rosa era el deseo y el pensamiento del corazón.

El novio observó el camino desgastado,
Sin embargo la vio a ella en el interior,
Y deseó su corazón en un cofre de oro,
Inmóvil con un alfiler de plata.

El novio pensó en un pequeño regalo,
Algo de pan, una bolsa para el descanso,
Una oración sincera por los pobres de Dios,
O para los ricos una humilde maldición.

Pero si aquel extraño fue consultado o no,
Sobre la muerte del amor de dos,
Por albergar la pena en la noche que vendrá,
El novio nunca lo supo, pero deseó saberlo.

Robert Frost (1874-1963)