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Muerte vergonzosa.

Shameful Death; William Morris (1834-1896)

Éramos cuatro en torno al lecho,
El sacerdote se arrodilló junto a él
Su madre de pie en la cabecera,
Frente a sus pies aguardaba la novia;
Estábamos seguros de que había muerto,
Aunque sus ojos permanecían abiertos.

No murió durante la noche,
No murió durante el día,
Pero en la luz del crepúsculo
Su espíritu falleció,
Cuando ni el sol ni la luna brillaban
Y en los árboles sólo flotaba un ámbar gris.

No fue muerto por la espada,
Tampoco por la lanza o el hacha,
Aunque nunca pronunció una palabra
Desde que aquí regresó;
Yo corté el delicado cordón
Del cuello de mi hermano querido.

Él no azotó su golpe
Y la cobardía viene detrás,
En un lugar donde tiemblan los cuernos,
Un sendero difícil de encontrar,
Pues los cuernos oscilan en los arcos
Y el crepúsculo ciega los corazones.

Ellos iluminaron una gran antorcha,
Donde rápidos se agitaron los brazos,
Sir John, el Caballero del pantano,
Sir Guy, del doloroso golpe altivo,
Con tres veces veinte caballeros más diez,
Colgaron al bravo Lord Hugh al final.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi cabello se ha tornado gris,
He conocido a Sir John del Pantano,
Hace mucho, en un lejano día de verano,
Y me alegra pensar en aquel momento
En el que arranqué su vida con mis manos.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi fuerza quedó en el pasado,
Pero hace mucho yo y mis hombres,
Cuando el cielo estaba nublado,
Y la bruma se arrastraba por las cañas del pantano,
Matamos a Sir Guy, el del doloroso golpe altivo.

Y ahora todos ustedes, caballeros,
Ruego que oren por Sir Hugh,
Un hombre duro y honesto,
Y por Alice, esposa de un guerrero.

William Morris (1834-1896)

Mater Dolorosa

William Barnes (1801-1886)

Tuve un sueño esta noche
Como si hubiese dormido,
Su mirada ha carcomido
Mi llanto, que aún persiste:
Mi pequeño muchacho se ha ido,
Se ha ido y ha dejado la tristeza,
¡Oh, aquel muchacho
Que no era para este mundo!

Allí en los altos cielos
A mi hijo he buscado,
En un lejano tren asolado
Por infantes justos y mansos,
Vestidos de lirios blancos,
Alumbrados por una lámpara;
Cada uno fue claro a la vista,
Más ninguno de ellos hablaba.

Entonces, una pequeña tristeza,
Mi muchacho se acercó hasta mí,
Pero la luz que él portaba
Ya no quemaba en la lámpara.
Él, para aclarar mis dudas,
Dijo, volviendo el rostro en penumbras:
Apaga tus lágrimas, Madre;
Ya nunca debes llorar.

William Barnes (1801-1886)

Lucy.

William Wordsworth (1775-1850)

Ella vivía en los caminos ocultos,
Junto a las fuentes de Dove,
Doncella por nadie alabada
Y querida por muy pocos:
Violeta entre las piedras de hielo,
Casi escondida a las miradas,
Como una estrella en la mañana
Cuando escondida brilla en el cielo.
Vivió ignorada, y muy pocos supieron
Cuando Lucy dejó de existir;
Ahora yace en su tumba fría, y
¡Ah, qué diferencia para mí!

William Wordsworth (1770-1850)

Los Placeres de la Melancolía.

The Pleasures of Melancholy; Thomas Warton (1728-1790)

Madre de las Reflexiones, Sabia de la Contemplación,
Cuya gruta está en la roca más alta de Tenerife,
En medio de la noche tempestuosa,
Donde en una calma meditación sostenida
Oyes con el ulular del viento azotando la lluvia
Mientras su alabanza decae,
Como si los cielos despejados brillasen,
Y es sobre aquel azul sereno donde la pálida Cintia
Hace rodar su carro de plata;
Miras fijamente sobre la bóveda adornada,
Mientras los murmullos indistintos de olas lejanas
Suavizan tu oído pensativo con sonidos roncos y ásperos;
Segura, bendita, escuchas el alboroto salvaje de las flotas,
¡Solitaria, distante del hombre conversas con las esferas!
Guíame, Reina sublime, a las penumbras solemnes
Tan cercanas a mi alegría; llévame a las sombras tristes
De los sitiales desgarrados, hacia los fragmentos del crepúsculo,
Donde la pensativa Melancolía adora reflexionar
Sobre sus sitios favoritos cubiertos de oscuridad.

Thomas Warton (1727-1790)

Las profundidades del espíritu

The Spirit's Depths; Coventry Patmore (1823-1869)

No es en la crisis de los eventos
De una esperanza musical,
O en los actos de graves consecuencias,
Donde la vida revela su profundidad.
El día de los días no está en el pasado,
En aquello que fue pospuesto, demorado;
La noche de la muerte
Se llevó nuestra lámpara lejos,
Sin ser la noche en la que, perplejo,
Mi amada llegó bajo la luna en el espejo,
A través de los umbrales de la tersura.
Caminando sobre aquella tarde profunda,
Dónde vimos las flores agitarse en el agua.

Coventry Patmore (1823-1869)

La parte inmortal

The Inmortal Part; Alfred Edward Housman (1859-1936)

Cuando me encuentro con la aurora,
O acostado espero la noche para soñar,
He oído dentro a mis huesos balbucear:
Otro día, otra noche, otra hora.

Cuando estos sentidos se deshagan
Estos pensamientos de polvo descansarán,
El hombre de carne y espíritu morirá,
Y el hombre de los huesos persistirá.

Esta lengua que habla, estos pulmones que gritan,
Esta vitalidad que nos apresura y desea,
Este cerebro que llena el cráneo con ideas,
Silbando tranquilo en su colmena de sueños,

Estos hoy que tan orgullosos poseemos,
Pequeños señores de un ínfimo ahora:
Los huesos inmortales tomarán el control
De la carne muerta y la muerta hora.

Hasta que la víspera y el ocaso se hayan ido:
Lenta baja la interminable noche,
Y el nuevo nacimiento cae sin reproche,
Que durará tanto tiempo como la tierra.

Vagabundos del este, peregrinos inquietos,
¿Saben por qué no pueden descansar?
Es que cada hijo de su madre terrenal
Viaja con su propio esqueleto.

Acuéstate en tu lecho de polvo;
Saborea la fruta que debes soportar,
Trae la semilla eterna hacia la luz,
Y tus albas serán iguales a la noche.

Descansa de la pena y la maldad,
Ya no le temas al calor o al sol,
Ni a la nieve del invierno salvaje,
Tu nueva labor es en soledad.

Buque vacío, mortaja desgarrada,
Nuestra caja y vestidos no son eternos,
-Otro día, otra noche, otra hora-
Así balbucean dentro mis huesos.

Por lo tanto harán mi voluntad,
Hoy, que aún soy el señor de un día,
La vida y la carne aún son mías,
Y el aliento hosco es mi esclavo.

Antes de que el fuego del sentido decaiga,
Este humo del pensamiento golpeará la distancia,
Flotando en la antigua noche sin besos
Como un ejército de inmortales huesos.

Alfred Edward Housman (1859-1936)

Muerte vergonzosa.

Shameful Death; William Morris (1834-1896)

Éramos cuatro en torno al lecho,
El sacerdote se arrodilló junto a él
Su madre de pie en la cabecera,
Frente a sus pies aguardaba la novia;
Estábamos seguros de que había muerto,
Aunque sus ojos permanecían abiertos.

No murió durante la noche,
No murió durante el día,
Pero en la luz del crepúsculo
Su espíritu falleció,
Cuando ni el sol ni la luna brillaban
Y en los árboles sólo flotaba un ámbar gris.

No fue muerto por la espada,
Tampoco por la lanza o el hacha,
Aunque nunca pronunció una palabra
Desde que aquí regresó;
Yo corté el delicado cordón
Del cuello de mi hermano querido.

Él no azotó su golpe
Y la cobardía viene detrás,
En un lugar donde tiemblan los cuernos,
Un sendero difícil de encontrar,
Pues los cuernos oscilan en los arcos
Y el crepúsculo ciega los corazones.

Ellos iluminaron una gran antorcha,
Donde rápidos se agitaron los brazos,
Sir John, el Caballero del pantano,
Sir Guy, del doloroso golpe altivo,
Con tres veces veinte caballeros más diez,
Colgaron al bravo Lord Hugh al final.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi cabello se ha tornado gris,
He conocido a Sir John del Pantano,
Hace mucho, en un lejano día de verano,
Y me alegra pensar en aquel momento
En el que arranqué su vida con mis manos.

Yo soy tres veces veinte más diez,
Y mi fuerza quedó en el pasado,
Pero hace mucho yo y mis hombres,
Cuando el cielo estaba nublado,
Y la bruma se arrastraba por las cañas del pantano,
Matamos a Sir Guy, el del doloroso golpe altivo.

Y ahora todos ustedes, caballeros,
Ruego que oren por Sir Hugh,
Un hombre duro y honesto,
Y por Alice, esposa de un guerrero.

William Morris (1834-1896)

Una invitación a la eternidad.

An invite to eternity; John Clare (1793-1864)

Vendrás conmigo, dulce doncella,
Vendrás conmigo, confiésalo princesa,
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
¡Dulce doncella, que aquel sea nuestro mundo!

Allí las piedras se hunden bajo la corriente,
Las plantas se elevan incandescentes,
La vida se desvanece como una visión efímera
Y las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Decid, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta tristeza sin identidad,
Donde los amores no nos recuerdan.
Donde los amigos viven en el olvido?

Confiésalo, doncella ¿vendrás conmigo
Por esta extraña muerte que ha de ser vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
-Aquello que fue y no será-
Viendo las cosas pasar como sombras,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?

John Clare (1793-1864)

In Memoriam

I Wage not any Feud with Death.
Lord Alfred Tennyson (1809-1892)


Yo no negocio ningún feudo con la muerte,
Por los cambios provocados en forma y mente;
Ninguna vida menor que abraza la tierra
Se cruzará con él, ni a mi fe le dará guerra.

El eterno proceso avanza,
De estado a estado el espíritu pasa;
Estos son apenas los tallos destrozados,
O las ruinas de una crisálida.

No culpo a la Muerte, pues ella desnuda
El uso de la virtud en el planeta:
Yo se que aquel valor humano
Brillará intensamente en otro lado.

Pero esto sólo la Muerte me provoca:
La ira que se asienta en mi corazón;
Ella distancia de tal modo los cuerpos
Que a nuestros oídos no llega ningún lamento.

Lord Alfred Tennyson (1809-1892)

Las Hespérides.

Hesperides: or the works both human and divine.
Robert Herrick (1591-1674)

Prólogo.

Yo canto a los arroyos, los capullos,
Los pájaros y las glorietas;
Las flores de Abril, de Mayo, de Junio y Julio.
Canto las romerías, las verbenas y las orgías;
Los novios y las novias, y sus pasteles de boda.
Escribo sobre la juventud y el amor,
Y así rozo la delicada picardía.
Canto los rocíos, las lluvias y los bálsamos,
Ungüentos, especias y ámbar gris.
Canto el tiempo efímero,
Y digo cómo se volvieron rojas las rosas,
Blancos los lirios.
Hablo de arboledas y crepúsculos;
De la corte de Mab y del rey de las hadas.
Hablo del infierno; canto
(Y nunca cesaré de cantarlo)
El Paraíso; y algún día espero ganarlo.

Robert Herrick (1591-1674)

Fantasma.

Phantom; Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)


Todos los rasgos y semejanzas tomadas de la tierra,
Todos los accidentes de la casta y el nacimiento han pasado;
No había rastros del azar en su rostro iluminado,
Alzado de la áspera piedra su espíritu era sólo suyo;
Ella, ella misma y solamente ella
Podía brillar a través de su cuerpo.

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Esta pequeña bolsa.

This little bag; Jane Austen (1775-1817)

Esta pequeña bolsa, espero, probará
Que no fue hecha en vano,
Pues si necesitas una mano
Toda la ayuda te brindará.

Y cuando estemos listos a partir
También servirá para otro fin,
Posa tus ojos en la bolsa vacía
Y recordarás a tu amiga.

Jane Austen (1775-1817)

Esta mano viviente

This Living Hand; John Keats (1795-1821)

Esta mano viviente, ahora tibia y capaz
De agarrar firmemente, si estuviera fría
Y en el silencio helado de la tumba,
De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
Que desearías tu propio corazón secar de sangre
Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,
Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—
La sostengo frente a ti.

John Keats (1795-1821)

Donde ella confesó su amor.

Where she told her love; John Clare (1793-1864)

La vi arrancar una rosa
Al comenzar el día, temprano,
Y fui a besar aquel páramo
Donde ella rompió su rosa;
Entonces vi los anillos
Donde su estilo era un secreto,
Y me enamoré de todos los objetos
Donde sus ojos habían caído.
Si ella viese el abismo
O las cálidas hojas dobles,
Ya sea de un olmo o un viejo roble,
Jamás sabría lo caras que esas cosas son para mi.

Poseo una agradable colina,
Allí me siento por horas, erráticas,
Donde ella arrancó hierbas aromáticas
Y otras pequeñas flores;
Allí murmuró ella, como la
la belleza canta en sueños,
Y la amé cuando derramó sobre su pecho
Algo similar a un llanto pequeño,
Bañando el lunar oscuro de su cuello,
Que a mis ojos era un diamante eterno;
Entonces mis labios ardieron
Y en mi corazón se consumieron.

Hay un pequeño espacio verde
Donde pasa indolente el ganado,
Donde descubrí un pálido sábado
La cosa más querida del mundo.
Un pequeño roble se extiende sobre él,
Arrojando una sombra redonda,
La hierba oscura allí se demora,
El verde más intenso que haya conocido:
Allí no hay penas ni dolor
No hay bosques ni arboledas,
Pero fue en aquella mágica tierra
Donde ella confesó su amor.

John Clare (1793-1864)

El Dios del Amor.

Love's Deity; John Donne (1572-1631)

Desearía hablar con el espíritu
De algún antiguo amante, muerto
Antes de que el dios del Amor naciera;
Imposible creer que quien más amara entonces,
Se rebajara a amar a quien lo despreciaba.
Pero desde aquella época, el dios
Ha inventado un destino, y esa doble naturaleza,
La costumbre, lo permite:
Que yo deba amar a quien no me ama.

Es evidente que quienes lo hicieron dios
No tenían esa intención,
Ni él en su juventud la habrá practicado.
Cuando una llama similar inflamaba dos corazones,
Su oficio era reunir, piadosamente, dos razones.
La correspondencia era su único dominio;
Ya no es amor,
Cuando no amo a quien me ama.

Pero todos los dioses modernos
Buscan extender sus vastas pretensiones
Y compararse con Júpiter.
Furias, licencias, epístolas, elogios,
Aquel es el séquito del dios del amor.
Oh, si esta tiranía nos despertara
Y priváramos a este niño de su divinidad,
Ya no podría amar a quien no me ama.

Rebelde y ateo, ¿por qué susurro
Cómo si ya sufriera los castigos del amor?
Él podría condenarme a no amar,
O ensayar un castigo peor;
Que ella a su vez me amara,
Sería del todo insoportable
Porque la falsedad es peor que el odio,
Y falsedad sería si la que yo amo me amara.

John Donne (1572-1631)

El Argumento del Suicidio.

The Suicide's Argument; Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Sobre el comienzo de mi vida,
Si lo deseaba o no, nadie jamás me preguntó,
No podía ser de otra manera.
Si la vida era la cuestión,
Una cosa enviada a intentar
La afirmación del vivir,
¿Algo que no puede ser?
Un intento de morir.

La Respuesta de la Naturaleza:

¿Se retorna igual que al ser enviado?
¿No es peor el cansancio, el desengaño?
¡Piensa primero en lo que eres!
¡Convoca a tu antigua conciencia!
Te he dado inocencia,
Te he dado esperanza,
Y salud, y genio, y una amplia mañana,
¿Retornarás culpable, aletargado,
Abatido por la desesperanza?
Escribe por lo que debes vivir,
Haz un inventario, compara.
¡Entonces muere, si te atreves!

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

El Alma de la Belleza.

Soul's Beauty; Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Bajo el arco de la Vida, donde el amor y la muerte,
El terror y el misterio, guardan su santuario,
Yo vi a la Belleza en un trono,
Y aunque sus ojos son abandono
La dibujé en la simplicidad de mi aliento.
De Ella es la mirada -sobre y debajo
Del cielo que se curva sobre ti-
Por mar o cielo o mujer, sólo hay una ley,
Ser el siervo de su palma y su corona.

Esto es lo que la Señora de la Belleza sabe,
En cuya alabanza tu voz y tu mano se agitan,
Larga sabiduría en el vuelo de tu cabello,
El diario palpitar en tu corazón y tus pies,
¡Con qué pasión irremediable, en cuántos vuelos!
¡Cuántas formas y maneras tienen sus días!

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Donde ella confesó su amor.

Where she told her love; John Clare (1793-1864)

La vi arrancar una rosa
Al comenzar el día, temprano,
Y fui a besar aquel páramo
Donde ella rompió su rosa;
Entonces vi los anillos
Donde su estilo era un secreto,
Y me enamoré de todos los objetos
Donde sus ojos habían caído.
Si ella viese el abismo
O las cálidas hojas dobles,
Ya sea de un olmo o un viejo roble,
Jamás sabría lo caras que esas cosas son para mi.

Poseo una agradable colina,
Allí me siento por horas, erráticas,
Donde ella arrancó hierbas aromáticas
Y otras pequeñas flores;
Allí murmuró ella, como la
la belleza canta en sueños,
Y la amé cuando derramó sobre su pecho
Algo similar a un llanto pequeño,
Bañando el lunar oscuro de su cuello,
Que a mis ojos era un diamante eterno;
Entonces mis labios ardieron
Y en mi corazón se consumieron.

Hay un pequeño espacio verde
Donde pasa indolente el ganado,
Donde descubrí un pálido sábado
La cosa más querida del mundo.
Un pequeño roble se extiende sobre él,
Arrojando una sombra redonda,
La hierba oscura allí se demora,
El verde más intenso que haya conocido:
Allí no hay penas ni dolor
No hay bosques ni arboledas,
Pero fue en aquella mágica tierra
Donde ella confesó su amor.

John Clare (1793-1864)

El Dios del Amor.

Love's Deity; John Donne (1572-1631)

Desearía hablar con el espíritu
De algún antiguo amante, muerto
Antes de que el dios del Amor naciera;
Imposible creer que quien más amara entonces,
Se rebajara a amar a quien lo despreciaba.
Pero desde aquella época, el dios
Ha inventado un destino, y esa doble naturaleza,
La costumbre, lo permite:
Que yo deba amar a quien no me ama.

Es evidente que quienes lo hicieron dios
No tenían esa intención,
Ni él en su juventud la habrá practicado.
Cuando una llama similar inflamaba dos corazones,
Su oficio era reunir, piadosamente, dos razones.
La correspondencia era su único dominio;
Ya no es amor,
Cuando no amo a quien me ama.

Pero todos los dioses modernos
Buscan extender sus vastas pretensiones
Y compararse con Júpiter.
Furias, licencias, epístolas, elogios,
Aquel es el séquito del dios del amor.
Oh, si esta tiranía nos despertara
Y priváramos a este niño de su divinidad,
Ya no podría amar a quien no me ama.

Rebelde y ateo, ¿por qué susurro
Cómo si ya sufriera los castigos del amor?
Él podría condenarme a no amar,
O ensayar un castigo peor;
Que ella a su vez me amara,
Sería del todo insoportable
Porque la falsedad es peor que el odio,
Y falsedad sería si la que yo amo me amara.

John Donne (1572-1631)

De profundis.

Christina Georgina Rossetti (1830-1894)

¿Por qué el cielo se alza distante?
¿Por qué la tierra cuelga lejana?
Ajena tiembla la estrella,
Brillando opaca, constante.

No me importa alcanzar la luna,
Un círculo de monótona sinfonía;
Repitiendo incansable la misma melodía,
Lejos de mi, de mi ternura.

Yo nunca contemplo el fuego disperso
De las estrellas, o del sol su ardiente sendero,
Todo mi corazón conjuga un solo deseo,
Un vano sentimiento reseco.

Pues atada yazgo bajo la trémula lanza,
Alegría, belleza, danzan lejos de mi alcance,
Comprimo mi corazón, estiro mi romance,
Y temblorosa acaricio la esperanza.

Christina Georgina Rossetti (1830-1894)